Un héroe manchado de sangre: la vida eterna de Eduard Limónov
“I dream that I am once again a boy and a lover,
And there is a ravine, and in the ravine a thorny dogrose…
The old house peers into my heart,
And turns pink from edge to edge,
And your tiny window…
That voice, it is yours,
And I shall give my life and my sorrow to its incomprehensible sound…”
Alexander Blok
El día que Edward Limónov perdió la virginidad, ganó un concurso de poesía frente a decenas de miles de soviéticos ebrios en el Club Victoria de Plekhanov, fue testigo de una violación colectiva, y vio cómo mataron a un hombre a golpes. Era el 7 de noviembre de 1957, día en el que se celebraban 40 años de la Revolución Rusa.
Nada de esto es una casualidad. La vida de Limónov siempre estará marcada por una confluencia contante de sexo, violencia, poesía y política. Una vida en la que él representa a un héroe oscuro, complejo, multifacético y desgarrado.
Cuando se menciona su nombre, todavía, es difícil no ver una mueca en la cara de las personas. Muchos piensan que Limónov no es más que una figura turbulenta, un opositor a Putin, sin duda, pero que también estuvo del lado de los nacionalistas serbios disparando sobre Sarajevo, que fundó un partido político que tenía muchos tintes de neofascismo y que, sin lugar a dudas, ha participado en actos violentos, polémicos, criminales y terribles.
Pero Eddie Baby, como lo llamaban en su juventud, era también mucho más que eso.
La historia que vamos a contar aquí es la historia de un héroe. No estamos pensando en el héroe moral cristiano que encarna los valores de una civilización y sirve como ejemplo vital. Tampoco nos referimos al héroe burgués, repleto de ideología, que representa una realidad que debería ser transparente. Mucho menos al héroe griego, trascendente, superior a los hombres y a la naturaleza. No. Eddie Baby es otro tipo de héroe; un héroe que, con una historia extraordinaria, creó su propia saga; un personaje complejo, iracundo y violento que, como todos los héroes históricos, tiene las manos manchadas de sangre.
I
Cuando era adolescente, a Eddie Baby le gustaba escribir sobre plantas. Paseaba por los caminos en la ciudad industrial de Járkov, en Ucrania, a donde habían mandado a sus padres. Estaba lejos de Dzerzhinsk, su ciudad natal, a 400 kilómetros al este de Moscú. Járkov era una ciudad industrial que había sido completamente destruida durante la segunda guerra mundial, tomada en turnos, múltiples veces, por los alemanes y los rusos.
Era la ciudad más poblada de Ucrania hasta que las masacres diezmaron su población. Cuando terminó la guerra, hubo un movimiento masivo de proletarios, ordenado por el Estado, para reconstruir la industria y la ciudad. Cientos de miles de rusos llegaron a colonizar esta ciudad lodosa y en ruinas. Bajo el trabajo de las minas y las fábricas quedaron sepultados los recuerdos de las masacres de intelectuales cometidas en las purgas de los años treinta, las masacres de prisioneros polacos ordenadas también por Stalin, las masacres de judíos enterrados en tumbas colectivas en Drobytsky Yar. Decían que los nazis aventaban a las fosas a los niños vivos para ahorrar balas. El frío los mataba, los demás solo seguían órdenes.
Eddie Baby tenía profesión de entomólogo, de explorador, de naturalista de otro siglo. Dibujaba plantas y animales y escribía sobre la especie encontrada en grandes cuadernos. En la biblioteca de la ciudad, leía los trabajos de Zagoskin, Darwin, Zenkevich; leía sobre la fauna de la Patagonia y los anales de la Sociedad Geográfica Rusa. Eddie estaba tan obsesionado que la librera le dejaba pasar a escoger los libros que quisiera sin tener que hacer la fila (en esos años las juventudes rusas leían considerablemente). Agregó un catálogo geográfico a las revistas que tenían en el baño.
En el edificio 22 de la Calle de la Primera Cruz, sus padres no entendían muy bien esta obsesión. Para Veniamin Ivanovich, un funcionario de la NKVD, la policía secreta del Estado y para Raisa Fyodorovna, una ama de casa obsesionada con sueños de clase, las necesidades taxonómicas de su hijo les parecían un completo misterio. Eran cultos y letrados, pero este niño curioso y retraído estaba empezando a preocuparlos. Todo se volvió más confuso cuando Eddie comenzó a anotar obsesivamente también los árboles genealógicos de reyes y de príncipes europeos.
Todo esto se esfumó bajo los golpes de Yurka Obeyuk. Eddie entendía mucho de plantas y viajes extraordinarios a los confines de la tierra, pero no sabía nada de la vida más inmediata. Hizo una caricatura de Yura durmiendo en el salón y la subió a un periódico mural. A Yurka esto le pareció un insulto del máximo orden. Eddie pensaba que Yurka era un idiota. No pensó, sin embargo, que era un idiota un año más grande, mucho más fuerte, y que un idiota también puede partirte la cara.
Cuando despertó de la golpiza, Eddie estaba tirado en el piso, con sus compañeros rodeándolo. Tenía la cara molida a golpes. Lo ayudaron a lavarse un poco y le pusieron monedas de cinco kopeks en los moretones del rostro. Llegó a su casa deprimido y pensativo. Sólo dijo a sus padres que había estado en una pelea. Luego pasó toda la noche despierto, reflexionando.
A la mañana siguiente, Eddie decidió dejar los libros y dedicarse a entender y dominar al mundo que lo rodeaba. No más imaginación y ordenamientos impuestos, Eddie necesitaba aprender a defenderse, a ser temido, a imponerse a los demás. A partir de ahí, Eddie Baby empezó a hacer excursiones abusivas al baño de mujeres, aprendió a golpear, empezó a cargar un cuchillo en la bota. A partir de ahí, Eddie se convirtió en un punk de Saltovka.
II
Los punks de Saltovka se la pasan bebiendo en el parque. Juntan unas monedas, sortean a los vagabundos que intercambian pepinillos encurtidos a cambio de botellas vacías, compran biomitsin (un vino fortificado) o una botella de vodka, se sientan en el parque, hablan, ríen, fuman y beben por horas. También se pelean con sus rivales de la zona, los punks de Tyurenka (aunque tienden más a ser aliados) y los punks de Zhuravlyoka.
Entre ellos, hay punks más grandes, como Gorkun que ya ha pasado quince años en una de las cárceles más crueles de Rusia. Gorkun está tatuado con el estricto código de los ladrones rusos y todos los adolescentes punks de Saltovka sueñan con ser como él. Sueñan, incluso, en ser más que él. Mucho más allá de una carrera mediocre en el crimen, les gustaría llegar a ser vory v zakonie, los ladrones honorables, los grandes criminales con códigos de conducta y jerarquías trazadas en la piel.
Con Gorkun, Eddie pasará quince días en la cárcel por apuñalar a un policía. No será su primer crimen, ni el último. Pero aquí tiene suerte. Pudo ser enviado a un campo de trabajo en Siberia por cinco años (sentencia máxima por ser menor). Lo salvó el hecho de que su padre conoció al capitán de la policía. Eddie nunca le dijo a Gorkun que su padre era, de hecho, un funcionario del régimen. En un mundo que se dividía entre policías y ladrones, Eddie quería ser ladrón, pero era hijo de policía.
Una vez, fue a buscar a su padre a la estación de trenes. Él regresaba de uno de sus largos viajes a Siberia. Pero no estaba en ninguna plataforma. Entonces, se dio cuenta de que había diferentes tipos de plataformas. La plataforma en la que estaba su padre era para los trenes de presidiarios. Eddie vio a su padre pasando lista, anotando los nombres de los condenados a muerte. No nada más era un policía, su padre era la escoria más baja de la policía: un burócrata policía.
Esa noche, Eddie escuchó cómo su padre contaba de un prisionero que se comportaba estoicamente. En todo el viaje de Siberia hacia Járkov, en donde sería fusilado, el joven preso leía y hacía genuflexiones, se ejercitaba y se mantenía despierto, era cordial y amable como si tuviera toda la vida por delante. Eddie supo inmediatamente que nunca iba a ser como su padre y que algún día querría ser como ese joven condenado a muerte.
De alguna forma, 50 años más tarde, lo logró.
III
Eddie se llama Eduard por el poeta Eduard Bagritski que su padre tanto admiraba. No fue un poeta muy importante, pero quedó marcado en el destino de Limónov, entonces apellidado Savenko.
Eduard escribe poesía. Copia a Blok y a Esenin, gana certámenes literarios leyendo poemas de amor y el cariño de sus amigos punks leyendo poemas de criminales y valientes. Tal vez esa sea la forma de escapar de esta vida tan odiosa. Tal vez Eduard podría ser un poeta de renombre.
En la Unión Soviética, los poetas tienen un halo particular. Son tan famosos como los cantantes de variedades o los actores. Son respetados hasta el punto de otorgarles una sabiduría casi mística.
A Eddie, sin embargo, lo atrapa la maquinaria. Deja de escribir, deja de robar, deja de apostar en concursos de bebida con los obreros kazacos. En vez de eso, entra a trabajar a una fábrica, se vuelve un obrero ejemplar, gana su salario, se embriaga a la salida con vodka barato. La mayoría de sus amigos están en la cárcel, han sido ejecutados o están, como él, trabajando en la fábrica. Muchos olvidaron sus sueños de ser grandes criminales o artistas. Este es el destino del proletario en una ciudad industrial. ¿Qué se le va a hacer?
Piensa que tal vez hubiera sido mejor estar con Kostia, su amigo, esa noche en la que mató a un hombre. Tal vez a él también lo hubieran ejecutado y habría tenido una muerte gloriosa. Este destino común no era para Eddie.
Deprimido, fatigado, abandonando todos los sueños de juventud, Eddie tomó una navaja que nunca utilizaba en su rostro permanentemente lampiño y se cortó las venas de la muñeca izquierda. Cortó profundo hasta que vio salir sangre a borbotones. Luego se quedó ahí, en la mesa de la cocina, sangrando. Era de noche, sus padres estaban dormidos. No le alcanzó la energía para cortarse la otra muñeca.
IV
Sin saberlo, este intento de suicidio fue la puerta de entrada a la vanguardia intelectual de Járkov para el pequeño Eddie. Después de pasar meses en el hospital psiquiátrico, Eddie sigue el consejo de un psiquiatra, que, entendiendo bien su caso, le dice que no está loco, nada más es un romántico buscando llamar la atención. Le da la dirección de una librería. Ahí, Eddie conocerá a los poetas locales y, poco a poco, empezará a ganarse su admiración.
En esta bohemia local, había que tener algo de locura para ser aceptado. Bastaban los relatos de juventud punk de Eddie, junto a las historias del hospital psiquiátrico en donde pasó semanas amarrado con sábanas mojadas a una cama compartida con un tipo que se masturbaba compulsivamente mientras le inyectaban insulina para quitarle todas las fuerza. Su intento de suicidio, por supuesto, cerraba el trato.
Pronto, Eddie comenzó a tener una relación afectiva con la matrona de esta vanguardia. Anna Moiséievna Rubinstein se convertirá, más tarde, en su primera esposa. Con la ayuda de Anna y de este grupo que admira a Mandelstam y Jlébnikov, Eddie encuentra su propia voz poética en un lenguaje sobrio, crudo y descarnado. Sus escritos gustan.
Eddie también descubre, por esas épocas, que tiene cierto talento para la sastrería. Con el refinado gusto por la ropa que mostrará, algunos años después, en Nueva York, es evidente que hubiera podido ser un gran modista. Pero su destino tampoco estaba en las pasarelas de lujo.
Eddie se hacía sus propios pantalones acampanados. Muchos los envidiaban y comenzaron a pedirle ropa. Eddie podía escribir y ganar algunos rublos vendiendo pantalones. Se muda con Anna y comenzó a ser una figura prominente de la vanguardia de Járkov.
Es en esa época, también, que Eddie se cambia el nombre. Como parte de las convivencias en la bohemia, todos tenían sobrenombres. A él le pusieron Limónov por un juego de palabras sobre su humor ácido (limon significa limón) y su carácter explosivo (limonka significa granada). A Eddie le gusta el nombre y nunca más dejará de utilizarlo.
V
En 1967, Eduard y Anna se mudan a Moscú. Lo hacen ilegalmente, claro, porque no tienen permiso de relocalizarse dentro de la URSS. Otros, como él, están teniendo mucho éxito en la gran ciudad soviética. Joseph Brodsky, por ejemplo, acaba de ser recibido como el protegido de la más grande poeta rusa viva, Anna Ajmátova. Brodsky también venía de una familia humilde, también había vivido una vida tormentosa con trabajos terribles y estancias en hospitales psiquiátricos. Este pequeño poeta judío representaba todo lo que Limónov quería encarnar. Pero él, a diferencia de Eddie, ya tenía un gran éxito.
Eddie fue a presenciar algunas clases del seminario de Arseni Tarkovsky. Lo odió con toda el alma. Nunca fue una persona a la que le gustara hacer reverencias ante la autoridad. Y Tarkovsky siempre demandó reverencias.
Eddie nunca llegará a tener el estatuto de Brodsky en el underground de Moscú. Ahí, al poeta protegido de Ajmátova, lo adoraban como un dios. Pero, muy pronto, él y Anna se convierten en figuras prominentes de un movimiento literario joven.
Eduard, inquieto, fornido, apuesto y solicitado, empezó a distanciarse de Anna, una mujer considerablemente mayor que, por su sobrepeso y pelo cano, vivía atormentada con inseguridades sobre la fidelidad de su pareja. La internan en múltiples ocasiones en un hospital psiquiátrico hasta que, finalmente, decide partir de regreso a Járkov. Ahí vivirá una vida atormentada hasta su suicidio, algunos años después.
Después de la partida de Anna, Eddie conocerá al amor de su vida. Una princesa, llamada Elena Schapova, que no pertenece a su mundo. Es la esposa de un apparatchik cultural rico. Eddie, mientras tanto, es sólo un pobre poeta bohemio que vive de vender pantalones. Pero se enamora locamente de Elena y este amor, en un futuro, será su más grande tormento.
VI
Con Elena vive un romance turbulento. No se pueden despegar el uno del otro y la joven pareja, atractiva y radiante, se convierte en el centro de la vanguardia moscovita. Eddie y Elena se casan y comienzan a soñar con el mundo más allá de la Unión Soviética.
La oportunidad se presenta, a través de la KGB, de exiliarse a Nueva York. En los años setenta, el organismo de vigilancia soviética quiere deshacerse de varios personajes indeseables. Los principales, por supuesto, entre los intelectuales son Brodsky (al que exilian en 1972) y Aleksandr Solzhenitsyn que, con su novela, Un día en la vida de Iván Denísovich (1962) ya había alertado de su peligro para la causa soviética que remató con Archipiélago Gulag (1973) publicado clandestinamente en Francia.
Entre estos gigantes, Eddie era catalogado como “un elemento antisocial, antisoviético convencido”, pero ciertamente no era tan notorio y no se consideraba una prioridad para el Kremlin. De cualquier forma, en el escape a Nueva York, Eddie y Elena imaginaron un nuevo mundo de oportunidades.
Con una valiosa recomendación de Lili Brik, primera esposa de Maiakovski y hermana de Elsa Triolet, Eddie y Elena parten hacia Manhattan y logran entrar en las grandes cenas del Nueva York upscale. Ahí, también se encuentran a Brodsky que les señala diferentes figuras prominentes del medio cultural y les desea buena suerte.
Eddie comienza a trabajar, gracias a los contactos establecidos, en el periódico ruso Russkoe Delo. Es un semanario legendario al que visitó Trotsky antes de partir para hacer la revolución. La historia de Lev Davídovich saliendo de un departamento hacinado en el Bronx, lleno de deudas, perseguido por creditores, para convertirse en el comandante supremo del ejército más grande del planeta, le gusta a Eddie. Sueña con esas posibilidades novelescas, con grandes armadas, gente que lo admire, aplausos y revoluciones.
Mientras, vive en un pequeño departamento en Lexington Avenue, en una parte derruida de la ciudad y el éxito no viene. Su estatuto de poeta que en Rusia era intocable, aquí se diluye. A nadie le interesa un famoso poeta moscovita y a nadie le apantalla su presencia. Lo corren del semanario Russkoe Delo por un artículo crítico, “Desilusión”, que captura la atención del Kremlin por su visión devastadora de la sociedad estadounidense. Muchos piensan que es un agente de la KGB.
Finalmente, ocurre la más grande catástrofe en la vida de Eddie: Elena comienza a engañarlo, cada vez con más descaro, hasta que finalmente lo abandona. Limónov pasa días ebrio, abandonado de toda esperanza, tirado en la calle, comiendo de la basura, hasta que un amigo lo rescata, lo pone en un programa de beneficencia del Estado y lo regresa a su decrépito cuarto en el hotel Winslow.
Este hecho culminante en la vida de Eddie va a precipitar su odio hacia otra autoridad. Siempre había odiado a las autoridades soviéticas, su bajeza, su rústico desperdicio de los ideales comunistas. Ahora también empieza a despreciar la estructura de autoridad en Estados Unidos. Para Limónov, no fue un hombre el que le quitó a Elena. No fue Jean Pierre o un conde italiano. El culpable de toda su desgracia es el dinero.
VII
Elena se convirtió en otra cosa, nunca pudo zafarse del imperio de los placeres sencillos, de lo más inmediato. Se perdió en la vorágine de una civilización que compra y escupe a los pobres ingenuos que se dejan atrapar entre sus garras. Pero Eddie no es ingenuo. Y su resistencia va más allá de cualquier capricho. Eddie quedó destrozado sin Elena, pero también aprendió a vivir más allá del amor, más allá de la civilización que le quitó todo.
“Esta civilización no se daba cuenta de mi presencia, ignoraba mi labor, me negaba cualquier lugar legítimo bajo el sol, destruyó mi amor, y me iba matar a mí también salvo que, por alguna razón, aguanté. Y sigo vivo, trabajando y tomando riesgos. Mi necesidad de revolución, construida en lo personal, es mucho más poderosa y natural que cualquier principio revolucionario artificial.”
Eddie fue mesero, participó en manifestaciones de izquierda, se codeó con todo tipo de indeseables, recorrió la ciudad a pie y escribió un bello libro, impactante, sobre su vida en la gran manzana. It’s Me, Eddie, es un libro de supervivencia; la narración agitada y convulsa de un poeta que tuvo que reinventarse para no sucumbir bajo el peso del individualismo.
En Nueva York, Eddie se deja sodomizar por un negro completamente desconocido en una casa abandonada. Le hace sexo oral a un vagabundo en unas escaleras al amanecer. Fue deseado y, poco a poco, encontró la manera de volver a desear. Sueña con volver a amar.
Frente a la despiadada realidad de Nueva York, Eddie comprendió los peligros del individualismo y la necesidad de superarlos. Los americanos se separan de los demás, los dejan en el camino, trazan vidas pequeñas, aisladas, crueles. El suyo es el mundo de una expresión cruel:
“Escucho que los americanos dicen con frecuencia la expresión: “Es tu problema”. Es solo una expresión, pero me irrita sobremanera. En algún momento, mi amigo carnicero Sanya el Rojo empezó a utilizar la expresión: Tebe Zhit que significa “¡Es tu vida!” La utilizaba para todo, cuando era necesario e innecesario, expresándola con la gravedad de un filósofo. “¡Es tu vida!” es una expresión mucho más cálida. Estas palabras se usan cuando otra persona rechazó un consejo amigable: entonces, hazlo tú mismo, traté de ayudarte, no quieres mi consejo, me rindo, es tu vida. “Es tu problemac se usa para disociarse de los problemas del otro, para trazar una frontera entre uno mismo y las personas molestas que tratan de infiltrarse, como gusanos, en nuestro mundo.”
Eddie sueña con una hermandad de hombres fuertes, revolucionarios y terroristas, entre los cuales pueda descansar. O bien, quiere una secta religiosa que predique el amor, el amor por los otros, el amor por encima de todas las cosas. Pasarán muchos años para que pueda encontrar un consuelo.
VIII
En los años ochenta, después de ser mayordomo de una rica mansión neoyorquina, la suerte de Eddie comienza a cambiar. Su libro está circulando y llama la atención del mundo.
A Brodsky no le gusta, por supuesto, pero a muchos otros les parece una de las obras más vibrantes de la literatura rusa contemporánea. El de Eddie era un lenguaje vivo, en el que por fin entraban la homosexualidad, las drogas, la locura y otro tipo de pensamiento político, irreverente, violento.
Eddie no tenía concesiones con nadie, ni nada. Su libro acaba con una frase que retumba: “¡Jódanse, culeros bastardos! ¡Pueden irse todos al infierno!”
Es así como llega a Francia y, de nuevo, se convierte en uno de los hombres más buscados por la intelectualidad joven de la época Mitterrand. Al mismo tiempo, su producción es incansable. En los siguientes 10 años, va a publicar un libro al año. La mayoría de ellos son autobiográficos, sobre su vida en Nueva York, su vida como adolescente en Járkov, sobre la época de Stalin.
Se vuelve a enamorar, esta vez de una cantante alcohólica y con problemas de ninfomanía llamada Natasha Medviédieva. Regresa a la escritura periodística, esta vez a través de uno de los más polémicos creadores de semanarios y revistas en París, Jean-Édern Hallier, un polemista de primera línea que retomaba la tradición de Barrès y Céline juntando en una misma mesa a los más prominentes pensadores de izquierda y a Jean-Marie Le Pen.
En 1989, justo antes de la caída del comunismo, Eduard es invitado por Gorbachov a Moscú. Exactamente 15 años después de su partida, Eddie regresaba a la ciudad de la bohemia en la que vivió años tan felices con Anna. Pero la ciudad ya no es la misma. La apertura de la URSS ha causado que la gente pierda el sentido del orgullo; se sienten engañados, llevados al baile por sesenta años de mentiras que los dejaron peor que antes. No hay ningún patriotismo vivo, ninguna altanera resistencia combativa en el recuerdo de la Gran Guerra Patriótica, todo es malestar, encono, decepción.
Eddie está en shock. No puede soportar los honores superfluos que le hacen en su visita a Moscú. Va a ver a sus padres. Encuentra a dos viejitos que le explican la suerte trágica de todos sus amigos de infancia. Obreros alcohólicos, presos, muertos, suicidados. No lo soporta.
Eddie busca una nueva lucha. Va a los balcanes. La guerra civil está en pleno desarrollo y eso le encanta. Le encanta como suenan estas palabras: guerra civil. Admira y se vuelve amigo de un personaje particularmente turbio: el ultranacionalista serbio Radovan Karadzic. Años más tarde, Karadzic será juzgado por crímenes de guerra como responsable del genocidio de Srebrenica y del sitio de Sarajevo.
En un video terrible, grabado por el ganador del Oscar Pawel Pawlikovski, se puede ver a Limónov disparando sobre la ciudad sitiada. La imagen no es particularmente halagadora. Ni lo son, tampoco, sus palabras de admiración hacia los nacionalistas serbios: “tienen a más de quince países en su contra y aún así resisten valientemente.”
A su regreso a París, los intelectuales comienzan a alejarse de su polémica figura. En esta compleja guerra por la ex Yugoslavia, está claro para todos los liberales y bien pensantes de izquierda, que la historia estaba del lado de los bosnios musulmanes y que el oprobio y los crímenes de lesa humanidad, del lado de los ultranacionalistas serbios. Las cosas no eran tan sencillas, pero Eddie se convirtió en un indeseable.
Así que regresó a Moscú después de la caída del muro. Quiso en repetidas ocasiones organizar una revolución. Estaba buscando el momento perfecto, el kairós. Trató de tomar el poder durante la crisis constitucional rusa de 1993, pero se quedó encerrado fuera del parlamento. De todas maneras, en la toma de la torre de Ostankino, lo hirieron con una bala en el hombro. Tal vez, si hubiera estado junto a los hombres del general Rutskói, Eddie hubiera encontrado una muerte gloriosa entre los más de 150 asesinados por las fuerzas especiales del OMON.
Sobrevive a la crisis constitucional, pero siente la necesidad imperiosa de formar su propio partido. Gracias a la influencia de un pensador neofascista llamado Alexandr Dugin, esta idea se materializa. Limónov está fascinado por Dugin y por su pensamiento caótico, enormemente culto, propositivo y peligroso. Juntos empiezan a tramar revivir viejos mitos nacionales, la fuerza de historias antiguas, el odio de una generación hacia la decepción de Yeltsin y su apertura económica fallida. El partido se llama Nacional Bolchevique y su insignia es una bandera nazi que, en vez de tener la cruz gamada, tiene la hoz y el martillo. La provocación no falta.
IX
“Hay una cosa buena sobre mi vida. Comparándola con mi niñez, me doy cuenta de que no la he traicionado, mi querida y fabulosamente distante niñez. Todos los niños son extremistas. Sigo siendo un extremista. Nunca he sido un adulto. Hasta este día, soy un peregrino, no me he vendido, no he traicionado mi alma, por eso he sufrido tanto. Estos pensamientos me dan valor.”
Eddie nunca traicionó al niño que, a los once años, juró entender al mundo e intentar dominarlo. Desde el momento en que estableció una filosofía de vida, se mantuvo fiel a ella.
Al final, logró hacer lo que tanto quería y que se presentaba de forma informe en Nueva York: “algo entre las comunas comunistas semi religiosas, las sectas, las familias armadas y los grupos agrícolas.” En algún momento, pudo formar un partido político y rodearse de siete mil jóvenes vigorosos que lo seguían y que hubieran dado la vida por él. Se postuló como oposición contra Putin de la mano de Yury Kásparov. Creó una oposición durable por la que pasó 15 meses en la cárcel. Con sus jóvenes seguidores, en la naturaleza salvaje de Altai, hizo una conmovedora comunidad que se acercaba a la idea de unir la religión amorosa con la política.
Con todo esto, fuera de la literatura, es complicado juzgar a Eduard Limónov. En su brillante biografía del escritor, Emmanuel Carrère lo evita a toda costa. Evita un juicio rápido y evita comprometerse: “es complicado”, dice. Al mismo tiempo, critica lo terrible que es esa frase conservadora y cobarde.
Carrère, sin embargo, tiene otra tentación. No puede evitar incluirse en el libro, balconear su punto de vista y contrastar la vida de Limónov con la suya. Entiendo la necesidad, por supuesto. No poder juzgar a Limónov pasa por dos vertientes: la primera es que era un hombre de complicado y matizado pensamiento político que sería demasiado fácil descartar como un militarista neo fascista; la segunda es que la vida de Limónov es imponente. ¿En qué capacidad podemos juzgar nosotros de esta vida tan florida, tan llena de aventuras, tan compleja y rica?
Hace poco, fui a San Isidro Buensuceso, en Tlaxcala. Tenía que entrevistar a personas en condiciones de pobreza extrema para un programa social. Una entrevista me dejó desarmado. Doña Micaela vivía en un cuarto de hacinamiento terrible, con otras 27 personas. Muchos de ellos eran niños. Al contarme lo que soñaba para el futuro, lloraba. La pobreza se mostraba como algo invencible. Pensaba que podría darle parte de mi pago, que era injusto que me pagaran por algo que podría servirles mucho más a ellos. Y de todas maneras no hice nada. ¿Qué se puede hacer?
Fuera de la culpa inútil, que es como una mecedora que entretiene pero no lleva a ninguna parte, no quedó nada. Nada de acción, nada de cambio. Como una persona que, frente a las tiranías de este sistema, no hace nada, no podría tampoco juzgar a Limónov. Nunca podría decir que su lucha fue equivocada, que sus esfuerzos estuvieron desplazados, que sus métodos eran incorrectos. Sobre todo porque, como a Carrère, la vida de Limónov me confronta con mis propias decisiones.
Tal vez Eddie no haya sido el gran hombre político que quiso llegar a ser. Tal vez no fue el escritor famoso y reconocido de primera línea con todos los honores que fue Brodsky. Pero su paso por la Tierra encendió algo mucho más duradero.
Como el pequeño naturalista que era, su obra en prosa es también una taxonomía. Eddie recopiló todas las aguas que vio, todos los muertos que se cruzó, todas las experiencias que lo fueron marcando. En algún momento, agotó sus recursos, contó su vida entera, exploró todos los recovecos. Arqueólogo de su propio pasado, Eddie no nada más dejó un testimonio complejo de una vida fascinante, sino una demostración de congruencia y un espejo amenazador.
Leerlo sirve para confrontar nuestras propias incoherencias y, en el reflejo de sus acciones, entender que enfrentarse al mundo es un acto de valentía y que no todos podemos ser tan violentos, necios, disciplinados como Eddie al hacerlo. Limónov seguirá hablando a las generaciones más jóvenes porque muestra una voluntad de cambio irascible, constante, un impulso de vida maravilloso, que muchos de nosotros ya hemos perdido.
En medio de esto, hay episodios terribles, claro. También hay propuestas cuestionables y crímenes impensables. Pero, tal vez, los héroes no estén ahí para decirnos que seamos como ellos; tal vez los héroes también enseñan con sus errores; tal vez los héroes son figuras que nos obligan a salir de la indolencia.
¿Podremos honrar su recuerdo tratando de cambiar al mundo? ¿Abolir el imperio del trabajo y el individualismo a rajatabla? ¿Podremos, finalmente, pensando en Eddie, volver a amar intensamente, convencida, combativamente?
Limónov ha muerto, nos toca a nosotros vivir.
Bibliografía:
Limónov, Eduard. 1983. It’s Me, Eddie. S.L. Campbell, trad. New York: Grove Press.
Limónov, Eduard. 1983. Memories of a Russian Punk. Judson Rosengrant, trad. New York. Grove Weindenfeld.
Emmanuel Carrère. 2011. Limonóv. Jaime Zulaika, trad. Anagrama. Barcelona.