Tierra Adentro
Todas las imágenes: Edgar Knight

El cielo se abre y cae algo. Una nave espacial, un alienígena, una cosa que no es de este mundo. Algo increíble, pues. ¿Qué haríamos? Sacar los celulares; tomar fotos y video, sin duda. Pics or didn´t happen. Luego transformaríamos el prodigio en un meme, en ropa, en tatuajes, en estados de Facebook y Twitter. Cambiaríamos la sorpresa y el miedo de conocer al Otro por una risa que no deja, a pesar de la burla, de mostrar cierta incomodidad. Y ahí lo dejaríamos: en la ficción. Ya no nos pasaría. Quedaría en uno de los infinitos cajones del internet. Así es como nos gusta despedimos de lo asombroso.

Pero las cosas nunca se van. Se quedan. La realidad es una y no distintas. Nunca nos abandona. Ya no podemos evitarlo: nuestra vida en lo virtual es tan intensa como la memoria de nuestra niñez. Ambas son ficciones que nos decimos lejanas, pero no lo son: siguen haciéndonos. Tienen efectos palpables en nosotros.

Eso es magia. De la antigua. Le ha pasado lo que le pasa en todos lados: se ha olvidado. Algunos lo han hecho. Edkkar no es uno de ellos. Él recuerda y descubre. Rasga los frágiles límites que hemos inventado sobre las capas de realidad que creemos densas.

El arte es magia y por lo tanto el webcómic también. Edgar Knight, mejor conocido como Edkkar, conoce esta verdad y la usa a su favor. Con ella aumenta la realidad. El ganador del concurso SecuenciArte (sí, también) 2016 con Aleatorio Vol. 1 ha encontrado un lenguaje, su lenguaje, único en el medio, que le está permitiendo construir una obra tan sólida como extraña. Con un humor que atraviesa toda la paleta de colores estridentes que caracterizan sus viñetas; con una consciencia literaria y pictórica que resulta en la ironía y pesadumbre de sus historias; con una fuerza que sólo los conjuros bien enunciados que sus personajes saben decir, Edkkar hace la distancia entre las cosas (como lo que ve el ojo y lo que muestra la pantalla), una.

Primero está su estilo. Sus monos. El principal (el que, sospecho, es la representación quimérica del autor): el hombre delfín, un ser mago que, con la potente imaginación del niño que todavía no conoce el verdadero rostro del miedo, juega. Él y todos los que aparecen en la obra de Edkkar. Hasta Dante y Virgilio con Satanás. Juegan con sus realidades. Y el artista, como un demiurgo detrás de todos ellos, usa lo que tiene a la mano: los libros, juegos, películas y hasta juguetes que tiene guardados en la cabeza con la que imagina y las manos con las que dibuja/crea/destruye.

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El resultado: un estilo medio punk, queriendo ser cómix pero sin llegar a serlo porque toma otro camino más cercano a los dibujos animados tan niños y tan adultos que hay hoy en la televisión. El trazo es oriental. O universal. Hay algo de manga en los personajes de Edkkar, aunque sus ojos sean completamente rasgados, sólo una fisura, en contraste con los boquetes que los dibujantes nipones hacen en sus personajes. Es la acción más bien, una que no se molesta en apresurarse, sino que se muestra en paisajes, secuencias que sugieren mundos bien definidos; hacen más movimiento en la pura presentación de las escenas que en acciones partidas en viñetas hasta el infinito.

Eso es ya no una realidad virtual o la realidad real, es una realidad aumentada. Es una sumatoria de las partes que se lee en la división de ellas. Es la realidad que el webcómic, por su naturaleza, nos obliga a aceptar. Es la realidad donde lo material convive con lo que no se puede tocar. Es la presencia de la ausencia y viceversa porque todo está tanto en lo presentado y lo sugerido. Es un fantasma del presente. Y tiene carne pero no. Es memoria que perdura y se empalma con el olvido. Todo esto siempre ha estado en nuestras vidas, pero Edkkar lo saca de donde lo teníamos guardado. Nos enseña que todo, no importa si es lo que pasa en un libro o una red social, es real.

La realidad aumentada a la que llega Edkkar no se logra de la nada. Los magos lo saben bien. Hay un proceso complejo detrás de la magia. Aquí un combustible fundamental es la energía implacable de la infancia. La memoria que nace de ella. No su inmadurez, sino la capacidad de verlo todo. No dividirlo; verlo. Tampoco contemplarlo porque eso implica cierta pasividad. Y en la herramienta-niñez del artista no hay eso. Es más bien la rebeldía curiosa que hay en el niño. Podría ser un arma de doble filo, pero claro que Edkkar no es un niño de ocho años haciendo cómic. Él controla los ingredientes para sus conjuros. Edkkar es un artista que sabe que los ojos de la niñez enriquecen lo que miran. Consolidan los contrarios. Lo logra sin ser ingenuo porque la niñez no lo es. Al contrario, es maliciosa. Y eso clave para la voz del artista. Le otorga densidad. Y aquí la voz es la narración que es el trazo y la palabra. Con esta consistencia podemos finalmente tocar todas las realidades; se vuelven palpables y abrimos los ojos.

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Entonces las cosas cambian con Edkkar y su estilo y sus historias:

El cielo o la tierra se abren y de ahí surge un monstruo con ojos rasgados, ojos-líneas. Su pelaje es color de alguna piedra preciosa. El monstruo nos muestra una imagen fiel y al mismo tiempo distorsionada de quienes somos. Lo hace no con una cámara, sino con su ojo que dibuja en el cielo lo que ve. Nos sorprende aunque no debería. La imagen lo muestra todo. Hasta lo que ocultamos o nunca tomamos en cuenta. Es breve pero seductora; no sabemos cómo reaccionar ante ella. Queremos tocar la proyección y no podemos: siempre estará lejos de nuestras manos. Se desvanece rápido. Pero queda impresa en la memoria. Nunca se irá. Y hemos cambiado. Jugamos a las traes, a las escondidillas y realmente nos pasamos una maldición o desaparecemos de la vista de otros. Nos sabemos embrujados y no nos importa.

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Autores
(Metepec, 1993) escribe la columna «Apuntes de nigromancia» en Penumbria, sobre videojuegos y arte fantástico. Publicó Raíces en editorial Paraíso Perdido.