Tierra Adentro

Titulo: La casa del dolor ajeno

Autor: Julián Herbert

Editorial: Random House México

Lugar y Año: 2015

Enclavado en ese inhóspito desierto que Othón evoca a lo largo de su obra, se encuentra Torreón, «llanura sin fin, seca y ardiente ». Es difícil dejar de pensar en la poesía y el desierto cuando se habla de Julián Herbert, tanto como entender por qué un hombre oriundo de las costas de Guerrero fue cautivado por la Comarca Lagunera. Acaso tras la lectura de su nuevo libro, La casa del dolor ajeno (Random House, 2015), seamos capaces decomprenderlo.

Si se ha de explicar ese título hay que evocar al Estadio Corona, otrora hogar del equipo de futbol Santos Laguna. Este mítico recinto del balompié nacional llevaba por sobrenombre «La casa del dolor ajeno», pues era una cancha complicada para los clubes visitantes gracias a la fiereza de jugadores como Jared Borgetti, Rodrigo el Pony Ruiz y Oribe Peralta. Pero los clubes que visitan al Santos no son los únicos forasteros que la han pasado mal en esas tierras.

Herbert compone un documento imposible de clasificar de acuerdo con los cánones convencionales, por eso este libro es un trabajo mestizo, fuera de todo género literario. Con destreza eugenésica, si se le puede llamar así, escribe un libro que en momentos es novela histórica, compendio de entrevistas, cuento, biografía, diálogos con taxistas, crónica y diario intimista en primera persona.

Torreón, uno de los últimos bastiones de las tropas porfiristas, había sido sitiado por las filas maderistas. El perímetro estaba bien custodiado por los soldados rebeldes. Entretanto, el líder de la tropa, don Emilio Madero, se hospedaba cómodamente en un hotel a varios kilómetros de ahí. En el centro de Torreón sólo se escuchaban tres cosas: «Viva Porfirio Díaz», «Viva Madero» y el zumbido de las balas que pasaban rozando las cabezas y las orejas. El escenario tras la refriega es desolador. Días después los federales evacuaron la zona. Los jinetes corrían por la calle gritando el nombre de Madero. Todo era felicidad entre los alzados, con ella llegó también el desenfreno y los excesos. Los soldados vaciaron todos los bares, las cantinas y las cavas del centro. En el momento que el alcohol ya había nublado la cabeza de los hombres armados, un comerciante, de esos celosos por la prosperidad económica de los cantoneses, salió a caballo gritando «¡A matar chinos, muchachos!».

Cuánta razón tenía José Revueltas cuando pensaba que para nosotros, los mexicanos, el horror era inexistente pues estamos acostumbrados a él. Herbert no está exento de la categorización planteada por Revueltas, como bien lo puede confirmar el tipo de anécdotas y citas de las que tanto gusta: «un testigo de la matanza declaró haber visto cómo unos niños pequeños, mexicanos, venían a patear en la cabeza dos de esos cadáveres» (p. 195). O bien, cuando menciona el testimonio del médico William Billie Jamieson: «Golpearon a los niños contra las paredes y los fulminaron mientras ellos gritaban “no me maten”. Las mujeres chinas fueron atacadas de la misma manera. Tropas a caballo hicieron una siega por el pueblo y luego acuchillaron a más chinos en la plaza» (p. 200).

El gobierno apostó, como ahora, por el olvido. El autor recuerda que «hasta la fecha, jamás el gobierno de México ha admitido responsabilidad en los sucesos» (p. 228). Esta obra no sólo es un rescate de la memoria histórica y de los nefastos acontecimientos del pasado, sino del áspero lenguaje del desierto. Con el léxico de los corridos norteños, con el habla de los bandoleros y la gente de campo, Julián escribe este western sin tapujo alguno. No le tiemblan las manos para teclear frases como «Torreón es una novia acelerada, una mujer que fuma piedra mientras coge de perrito hasta desollarse las rodillas» (p. 62); o evocar pasajes de bandidos al estilo de las películas de Clint Eastwood, por ejemplo cuando se refiere a la China Apolonia, mujer que tras asaltar en la llanura se sacaba los senos y le gritaba a sus víctimas: «¡Vean con quién pierden, pendejos!».

La casa del dolor ajeno es un testimonio indispensable para reflexionar sobre problemáticas que actualmente competen a nuestra sociedad. Aquí se encuentran ecos de heridas de antaño, pero también más recientes, ecos difíciles de acallar: la violencia en la que México está sumergido; las desapariciones forzadas y las masacres; la aguda crisis migratoria que afecta tanto a compatriotas como a centroamericanos que se juegan la vida para llegar a Estados Unidos. Pasado y presente se entrelazan en esta anti-novela. Si la memoria colectiva y el discurso oficial prefieren sepultar en el olvido este genocidio, Julián Herbert opta por exhumarlo de la osamenta para narrar, a manera de denuncia, aquel fatídico episodio del ya lejano año de 1911.