Desde un lugar llamado siempre: el nombre propio del amor
Durante siglos las cartas han sido una llave para entrar a otros portales del universo subjetivo de un escritor, escritora, artista o personalidad influyente. Las cartas muestran otra manera de acercarse a la creación, con arcillas similares, pero al calor de una intimidad más profunda.
Las cartas nos permiten conocer a un autor o autora con mayor soltura. Podemos percibir su expresividad con más libertad que la que pueda tener cuando escribe para la academia, para una revista o para una editorial, inclusive para lectores universales, críticos implacables como el tiempo. Las cartas, en cambio, se escriben para expresar —la mayoría de las veces— situaciones cotidianas y emociones espontáneas relacionadas al afecto hacia la persona remitente, lector o lectora clave, con rostro, biografía y contexto predeterminado.
Sin esa falta de pretensiones estéticas que confieren las epístolas jamás hubiéramos conocido a un Bolívar, apasionado, encendido, derrotado y suplicante —como buena presa del amor— a los pies de Manuela. Y son esas cartas —que estuvieron ocultas por años—, las que resquebrajan el mármol de la estatua y dejan que aparezca la piel, la sangre, los huesos y los sentimientos de un hombre que libertó unas cuantas naciones con el pecho hinchado a toda vela por su coronela.
Las cartas de amor entre Miller y Anaís Nin, las de Maiakovski a Lilia Brick, las de Kafka a Milena, las cartas a Chepita de Sabines, las cartas de Pablo Neruda a Matilde Urrutia, solo por nombrar algunos ejemplos, ya clásicos, como parte de la “literatura epistolar”, nos muestran un lado distinto de estos autores; sin duda, el que escribe las cartas fogosas a Nora Barnacle no es el mismo Joyce del Ulises, aunque esa historia, que dura 24 horas, se dé el mismo día en que ambos se conocieron, el 16 de junio de 1904.
“Sin las cartas la vida se rompería a pedazos”, escribió en una ocasión Virginia Woolf, gran exponente de este género, que apenas unas pocas almas enamoradas siguen cultivando en este planeta de pantallas. Y es que las cartas fueron, hasta hace poco tiempo, el medio ideal para los asuntos de amor. Y así lo fue para nuestro poeta Ramón Palomares, quien desde los inicios de su relación amorosa con la joven abogada María Eugenia Chávez —con quien se casó en dos ocasiones— comenzó a enviarle pequeños escritos, cartas, poemas, postales, tarjetas… desde distintos lugares y distancias, por alguna ocasión especial, celebración o desde el arrebato amoroso de la cotidianidad y la nostalgia.
Gracias a esta fuente inspiradora que es María Eugenia, los amantes de la obra de Ramón Palomares podremos acercarnos al tesoro expresivo que nos regala otro lado de ese pájaro encendido sobre los cielos andinos, y nos invita a beber de los ríos con que nos sigue obsequiando su poesía. “Yo le metía papelitos en los bolsillos de los pantalones, de las chaquetas o dentro de la carpeta donde estaban los poemas que iba a leer en algún festival”, nos cuenta María Eugenia, mientras va sacando una carta que el poeta escribió desde Bogotá:
Gracias por los papelitos, los mensajes cariñosos y llenos de amor. Te quiero mucho mi vida, y desde este paisaje que miro desde el piso número 20 (la ciudad brumosa, con verdores que apenas brillan bajo un sol palidísimo, se pierde señoreando su gran llanura), vuelvo a ser tuyo para siempre, como siempre…
Y finaliza la carta con este poema:
¿Me sientes?
Querida mía, hermosa
mía,
entro en ti, he abierto tú
preciosa casa,
tú casa adorada,
tu casa de cien mil puertas.
Desde esta muestra podemos descubrir las combinaciones de las que están hechas estas misivas en donde Palomares juega, dibuja, adorna. Donde las cartas a veces se entrecruzan con poemas dentro de un sobre que lleva inscrito un verso con una flecha que atraviesa de una esquina a otra, de manera transversal, para mostrar su continuidad; o una hojita con versos y una estrellita de cinco puntas, un árbol con un cuarto de luna que lo alumbra, como dibujados por un niño. A veces sale del cofre un poema sobre un papel y un sobre muy finos, elegantes, con pétalos finamente colocados de manera imborrable para el tiempo, que aún guardan su aroma intacto. Y luego aparece otro poema con ese esplendor, guardado por décadas en una servilleta que parece deshacerse entre las manos y que nos electrifica con el instante frágil de esa escritura.
Aunque la mayoría de los poemas que fueron entregados como misivas de un amor profundo: “Desde el avión penetrando el mar”, contemplando el Mediterráneo, sus islas, sus poblados… desde la habitación de un hotel, desde una calle, etc., poseen un cuidado de la expresión casi instintiva que alcanza la belleza anhelada de la palabra. A veces el poeta utiliza alguna tachadura para sustituir un vocablo que no posee la precisión de la flecha. Ludovico Silva decía que la poesía de Palomares en “esa apariencia sencilla y como inocente de sus versos oculta una labor de zapa crítica, una lima incesante, un perfeccionismo que el poeta no osaría negar si se lo preguntasen”, pero en este caso las circunstancias de esta escritura es otra: las rutinas de los aeropuertos, los rituales del vuelo, la espera del equipaje cargado de la nostalgia que todo viaje trae consigo. En medio del trajín brota la imagen precisa y perfecta del poema:
Toco la sombra: es una piel fresca
rodándose en la noche como canción de agua,
como una risa que se hace mano
perfumada.
Eres tú.
Son pocas las veces que encontramos desbordada en la obra de Palomares esa fuerza amorosa de lo íntimo y lo sensual. De hecho, son escasos los estudios sobre el tema amoroso en su obra. La pasión expresada en estos escritos nos muestra a un Palomares que estuvo atesorando —literalmente— en un cofre guardado con mucho amor.
Esta mujer se llama EUGENIA y su cabeza vuela en la mía,
y en adelante iré siempre con ella, enamorado y sonámbulo,
tratando de descifrar una verdad: su verdad (que es la mía) y
que me corresponde por los siglos de los siglos.
Este amor se muestra a veces como una colina nublada por angustias, en ocasiones, estremecida por el trueno que espanta la escondida distancia, del miedo de que la amada no regrese, como si lo envolviese un latente peligro de perderla. María Eugenia nos cuenta que al inicio de la relación ella viajaba constantemente a atender casos, como abogada, en el estado Zulia, por lo que emprendía viajes hasta dos veces por semana a otras ciudades, durante largas horas y caminos difíciles, en un Mustang pequeño. Entonces, cada separación atormentaba al poeta, lo hundía en la nostalgia, no solo cuando viajaba ella, también ocurría cuando él salía a un compromiso poético, en cualquier lugar dentro o fuera del país.
Dónde respiras envuelta en tu perfume
de claveles y leche,
ahora
cuando el azul, nuestro cobijo de hace
solo unas horas,
se queja de tu escritura sola y flotante
desde el espejo como una desolada
mariposa.
Somos confidentes de un dolor y una angustia por donde asoma la muerte, una imagen constante desde sus primeras obras: “Cuando ya no seamos El amor/me portaré como la muerte”, ahora con nuevas desgarraduras del alma. El poeta sufre la distancia, una de las saetas que más hieren a un enamorado, por eso Joyce suplicaba a Nora: “¡Sálvame, fiel amor mío! ¡Sálvame de la malicia de este mundo y de mi propio corazón!”. El corazón lejos de la amada parece dejar de latir:
Cuando la ausencia me aparta así
de mis ilusiones, de mis sueños,
escucho la muerte revolver mis papeles
como escribiéndome una carta.
Cortázar titula un bello texto “El alma es un mundo en sí”, para hablar del poeta Keats. Allí cita una frase de Pierre-Jean Jouve, que dice: “La poesía es un vehículo interior del amor. Nosotros los poetas debemos producir ese ‘sudor de sangre’ que es la elevación a sustancias tan profundas, o tan altas, que derivan de la pobre, la bella potencia erótica humana”. Ramón Palomares nos eleva y nos sumerge en emociones frágiles, que van pulsando cuerdas de una melodía que resuena en nuestro lado amoroso y erótico.
…de modo que, marcados así, tú y yo quedemos para siempre en el vaivén de todas las cartas de amor, en el espasmo del corazón que se destruye amando, en ese espacio suspendido entre la flor que se abre y la ráfaga que la marchita…
Desde un lugar llamado siempre. Cartas y poemas de amor a María Eugenia fue presentado en la Feria Internacional del Libro de Venezuela, en el mes de noviembre de 2023, en una hermosa edición que nos da la posibilidad de sumergirnos en las letras inéditas más íntimas del poeta Ramón Palomares, aquellas signadas por su amor carnal y espiritual, por la inquietud sublime del enamoramiento y por la angustia de quien en ello lo apuesta todo.
Link para adquirir el libro: https://nilaediciones.com/libro/desde-un-lugar-llamado-siempre/