Tierra Adentro
Ilustración por Sully Peréz

Trabajo en un fondo feminista que otorga recursos económicos y acompañamiento a organizaciones y/o grupos de mujeres que trabajan por la igualdad de género en México. Desde esta experiencia, relato mis vivencias en medio de esta triple cuarentena.

Llevo 75 días en aislamiento. Supongo que, como la mayoría, al principio pensaba que todo pasaría rápido, pues recordaba los días de la influenza AH1N1 cuando paramos actividades sólo un par de semanas. Entonces, se nos proporcionaron medidas sanitarias básicas, se desarrolló una vacuna, y después todo volvió a ser como antes.

El 28 de febrero de este año se confirmó el primer caso de COVID-19 en México. Apenas empezaba a correr la información sobre el virus en el país, mientras se volcaba la atención en hechos indignantes y dolorosos: los feminicidios de Fátima, una niña de 7 años en el Estado de México, e Ingrid Escamilla, una joven asesinada por su pareja en la Ciudad de México.

A inicios de marzo, cuando apenas se hablaba del virus en el país, el Secretariado Ejecutivo Del Sistema Nacional de Seguridad Pública confirmaba que se habían cometido 92 feminicidios en el país, un 23% más que el mes anterior.

Con tales casos y un ambiente de hartazgo hacia la violencia contra las mujeres, era difícil concentrarse en otra cosa. Amigas y compañeras estábamos impactadas. La violencia contra las mujeres, ya de por sí desgarradora, se convertía en un show mediático con periódicos y portales de noticias publicando imágenes de la víctima; además, parecía repetirse la misma historia de impunidad, indiferencia y revictimización.

Para la primera semana de marzo en el trabajo, ya teníamos planeadas actividades en el marco del Día Internacional de las Mujeres. Sí, este sería un 8 de marzo como el de otros años, en el que no nos cansaríamos de alzar la voz, denunciaríamos las violencias estructurales, y también reconoceríamos los avances de los movimientos feministas. Al mismo tiempo, no sería como el de otros años.  Desde algunas organizaciones se convocó a un paro nacional el lunes 9 de marzo, el denominado 9M, donde se invitó a todas las mujeres que pudieran a hacer un paro de labores para evidenciar que 10 mujeres son asesinadas cada día en el país. Con cifras tan grandes cualquier mujer que conocemos puede ser una víctima más.

6 de marzo. Había en el país 6 casos confirmados de COVID-19. Con el 8M en puerta, desde la organización lanzamos un webinar para hablar del tema de los feminicidios en el país. Días después de la sesión tuve la oportunidad de conversar con algunas asistentes. Una de ellas me sugirió hacer un webinar sobre los efectos del COVID-19 en la vida de las mujeres. Aunque me pareció una buena idea, la consideré algo precipitada, tomando en cuenta el número de casos y que no se había implementado aún ninguna medida. Tres meses después, ella tenía razón: algo más grande venía y nadie estaba preparadx para ello.

Sin tener en mente el Covid, se llevaron a cabo las manifestaciones del 8 Y 9M en todo el país. Con ello, la cifra: 21 mujeres asesinadas en el país, mientras miles de ellas clamaban justicia.

Ya en la primera mitad del mes de marzo había 59 casos de pacientes con Covid-19 confirmados, 18 de ellos en la Ciudad de México, la entidad con el mayor número. La situación dejaba de parecerse a la influenza de 2009. Mientras ese mismo día, en Italia, se había llegado a los más de 20 mil enfermos y 368 decesos en las últimas 24 horas.

Se inició la suspensión de actividades y la jornada de Sana Distancia el lunes 23 de marzo. Esa misma semana, tras recoger lo necesario para trabajar desde casa, cerramos la oficina con la esperanza de volver en, aproximadamente, un mes.

A medida que planeábamos cómo serían nuestras dinámicas laborales en la virtualidad, las solicitudes de financiamiento de emergencia de parte de las organizaciones comenzaron a llegar y lo que estaba por venir no sería fácil para nadie.

En la oficina se aseguraron de que cada persona contara con el equipo necesario para laborar desde casa, afortunadamente el trabajo a distancia no era algo nuevo para la mayoría de nosotras, sin embargo, los retos estaban en otros rubros.

¿Quiénes estaban preparadxs para llevarse el trabajo a casa por un largo tiempo? Yo pensé que lo estaba pero no fue así; conocí y compartí otros desafíos a través de mis colegas y las activistas, desafíos que visibilizaban desigualdades.

Por un lado los temas de infraestructura. Si bien la mayoría de la población mexicana (71%) es usuaria de Internet, no todas tenemos el mismo nivel de alfabetización digital ni el mismo acceso a la banda ancha. En las reuniones virtuales el tema de la conectividad representaba un problema para aquellas activistas que vivían en comunidades con poco acceso a Internet, lo que les implicaba gastos o desplazamientos a otras zonas.

Por mi parte, adquirí un paquete de Internet con mayor capacidad para intentar hacer frente a la demanda de conectividad, reuniones y algunos webinars que estamos impulsando para que más personas se enteren de la situación que atraviesan los derechos de las mujeres durante la pandemia y puedan sumarse a la causa.

Otro tema latente es el trabajo de cuidados en el hogar. Según la Encuesta Nacional Sobre Uso del Tiempo en México del total de horas destinadas a esta labor el 71% es realizado por mujeres, niñas y adolescentes. El aislamiento y sus dinámicas sociales venían con actividades que para nada representaban un aislamiento social o físico, significaba tener a hijxs en casa a quienes acompañar en sus actividades escolares, cuidar a aquellas personas que pudiesen estar enfermxs, lidiar con el aumento de trabajo doméstico derivado de tener a toda la familia en casa. Todo esto acompañado de la preocupación por estar llevando sustento a casa en medio del cierre de muchas actividades económicas.

Estar en casa y en el trabajo al mismo tiempo desvanece la línea que separa este espacio física y mentalmente, concentrarse y abstraerse es difícil cuando, como yo, vives en un departamento que se encuentra dentro de una torre con 36 departamentos más. Trabajar en nuestras casas nos llevó a confrontar nuestros espacios y aún con todo me siento afortunada. Ni siquiera puedo imaginar lo que ha sido esta contingencia para muchas familias que viven en pequeños departamentos habitados por 6 u 8 personas, sin privacidad ni la posibilidad de acondicionar un espacio para trabajar a distancia, si es que siquiera tienen la posibilidad de ello.

Ante la suspensión inmediata de actividades no esenciales, muchas organizaciones y grupos que se dedican a la promoción de los derechos de las mujeres a partir de diversos enfoques y actividades pararon labores con el impacto económico y emocional resultante para ellas y para otras mujeres.

La contingencia, como otras crisis, comenzó a mostrar qué sectores y grupos de la población recibirían los efectos más negativos de la pandemia en lo social, lo económico y lo emocional.  Aquellos sectores que desde siempre se han visto en situaciones de vulnerabilidad, ignorados y en condiciones precarias.

Trabajadoras sexuales y trabajadoras del hogar se vieron afectadas inmediatamente, quedándose sin recursos suficientes para adquirir aquello que era lo más básico en esos momentos: comida y artículos de higiene. Una precarización aún mayor de sus condiciones y de sus posibilidades de acceso a una vida digna.

Las organizaciones que tienen albergues y acompañan a familias migrantes, niñas y mujeres principalmente, señalaban las condiciones de hacinamiento que tienen las estaciones migratorias y la falta de insumos de higiene para hacer frente a la enfermedad.

Las trabajadoras de la maquila también presentaban un contexto complejo. En la frontera norte de Coahuila, laboran cerca de 35 mil personas en la industria, 55% son mujeres. Comité Fronterizo de Obreras (CFO), organización que apoya a trabajadoras de la maquila en la frontera, nos compartió las medidas que tomaron algunas maquiladoras: al inicio de la contingencia, les adelantaron las vacaciones; al ver que esta duraría más tiempo del que pensaban, reiniciaron labores escalonadas, ofreciendo solo el 50 por ciento del salario, sin otorgar condiciones adecuadas para mantener la distancia y la higiene necesaria. Algunas ni siquiera contaban con jabón en los baños.

Conforme escuché la voz de las activistas en campo, pensaba en los retos que esta contingencia representa en términos de salud, pero también en todos los servicios básicos que ya adolecían de atención adecuada y acceso pleno antes de que todo esto iniciara.

¿Y la violencia? Veníamos de exigir justicia por la vida de las mujeres y marzo nos traía malas noticias. Según la Red Nacional de Refugios, las denuncias por violencia hacia las mujeres y las solicitudes de refugio aumentaron más del 60% desde que empezó la cuarentena. El mismo incremento se observó en el número de llamadas catalogadas como violencia de género en la Ciudad de México. Línea Mujeres presentó un aumento de llamadas por violencia del 191% (811) en marzo de este año con respecto al mismo mes del año anterior (279). [1]

Pude leer un testimonio que hablaba sobre 5 casos de violación; uno de ellos, de una chica de 15 años que había sido violada por su primo. Una organización aliada acompañaba a la chica y a la madre con apoyo integral, aún con la contingencia. Esto lo hacen posible las redes de mujeres que, a pesar del contexto, buscan la manera de seguir defendiendo sus derechos.

Ilustración por Sully Peréz

Ilustración por Sully Peréz

Con todos los medios de información y comunicación enfocándose en temas de COVID teníamos una montaña de información en frente. Mis redes sociales y mi whatsapp se inundaron de mensajes sobre la letalidad del virus, teorías conspirativas, análisis globales de la pandemia, vídeos de otros países y noticias falsas.

También emergieron muestras de solidaridad, alternativas de consumo y autogestión, gestos de colectividad que contrastaban fuertemente con la realidad indiferente en las que todxs estuvimos inmersxs.

Pienso de nuevo en la chica que me propuso abordar el tema del COVID y sus impactos en la vida de las mujeres. Me alegra que por distintos canales se den a conocer los retos de las organizaciones que acompañan a miles de mujeres en sus comunidades; son grandes, tan grandes como sus fuerzas de seguir adelante para desafiar la impunidad y la injusticia con sus actos rebeldes y amorosos al acompañar a otras.

Estoy en el día 75 de aislamiento, pero, como dice Diana Maffia, esto no significa un aislamiento emocional o intelectual. Ojalá que este aislamiento físico detone la rebeldía de la solidaridad.

 

 

[1]González, C. (11 de mayo de 2020) Violencia de género en tiempos de COVID. Un breve análisis sobre las llamadas recibidas en Línea Mujeres de la Ciudad de México, CIDE.  https://www.cide.edu/coronavirus/2020/05/11/violencia-de-genero-en-tiempos-de-covid-19/

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Fotografía cortesía de la autora
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