Cuidado con los ChangosPerros
En los márgenes del orden, de la luz, de lo que se puede decir; debajo de la alfombra que pisamos al entrar a casa o entre las sábanas de la cama en la que dormimos, algo acecha. Bichos. No insectos, no monstruos, bichos. Formas extrañas, nacidas fuera del territorio de las cosas bellas; nunca podrán convivir con la normalidad porque cuando se acercan a ella más de lo debido provocan efectos indeseables en la gente decente. Los tenemos cerca, no podemos huirles. Los vemos y los sentimos, pero convivir con ellos significaría arriesgar el pequeño orden en el que están enmarcadas nuestras vidas. No nos conviene notar a los bichos o que ellos nos noten. Son como la locura que se habita latente nuestras cabezas. Es mejor no pensar en ello.
Así son de subversivas las tiras, las narraciones, los trazos y personajes de ChangosPerros, de Carlos Dzul. Llenas de bichos que se nos meten a las vísceras. No son para todos. Por su forma y contenido, por el caos encapsulado que presentan en sus pequeñas historias, porque no son condescendientes con el lector. Uno no puede quedarse indiferente ante su obra y el gesto nace de ella no es uno cómodo.
Veo a Carlos Dzul como el artista rebelde de la camada que estoy presentando en este espacio. No tiene pelos en la lengua (o en las manos con las que dibuja) porque se los quema y arranca con la furia artística que le inyecta el ruido y el absurdo (que cuestiona la lógica de nuestra realidad) característico de sus trazos. Dzul es escritor y monero. A través de esas dos formas ha podido manifestar su estilo, aunque se le ha reconocido más como escritor: fue becario del FONCA y el FECAT y tiene un libro de cuentos (Ese día la ciudad estaba muy encabronada, 2015) con la editorial Vozed. ChangosPerros es más undergound. Fuera de los fanzines que él hace y distribuye en su natal Tabasco, las tiras de ChangosPerros no parecen ser muy conocidas entre los lectores de webcómic. Se entiende por muchas razones. Primero, porque Dzul no dibuja; monea. Juega con la estética de lo grotesco; es constante la aparición en sus tiras de lenguaje soez, genitales, fluidos, enfermedades, deformidades y más elementos que son parte de la vida cotidiana pero que ocultamos por sanidad mental. Por otro lado, la tradición artística de la que viene es clara porque le es fiel al mismo que la renueva. No es difícil notar en sus tiras a Robert Crumb, Gilbert Shelton y otros autores de los underground comix, la corriente surgida durante los sesentas que buscaba, a través de su estética subversiva, abrir espacios de diálogo para lo que se discutía fuera de las instituciones: drogas, liberación sexual, feminismo, etc. Los comix no podían ser “bonitos” ni accesibles ni censurados como los de los superhéroes. Tenían que saltar sobre el lector y golpearlo, sacarlo de sus casillas con la propia locura de esa nueva técnica basada en lo no-vendible para mostrarle el más allá de su persona. ChangosPerros es webcómix. ¿Qué implica eso? El contacto con la tradición, entonces, pero también un diálogo diferente con la tecnología. Y es que el webcómic es eso: tecnología. Es su medio. Aunque el webcómix, si no va en contra de ella, sí la pone en crisis, porque existiendo la posibilidad de usar gifs, animaciones, colores, técnicas y muchas otras formas de creación distintas, Dzul se deshace de todos los adornos innecesarios hasta lo mínimo; sus tiras a veces están hechas sobre hojas recicladas, viejas. No todas, claro, porque otra cualidad del autor es su dominio y juego sobre varias técnicas de ilustración y dibujo (siempre trabajando sobre los límites de lo “feo”) que muestran que lo que hace no es casualidad. Sus garabatos pueden parecer acaso los de un niño, los de alguien sin experiencia, pero son todo lo contrario. Dzul sabe lo que hace cuando monea.
¿Entonces cómo decir y leer ChangosPerros sin traicionar su caos y, por momentos, antinarrativa? ¿Cómo no caer en las trampas que sus tiras arman para el lector distraído y casual? Dejándose comer por sus monos chuecos, absorberse en sus universos enfermos donde la cordura es una ingenuidad asesina. Hay que dejarse ir…
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… y después del viaje hacia ChangosPerros hay que intentar regresar cuerdo. Cuando esto sucede, cuando ya no se quiere controlar el caos desbocado, las tiras de Dzul lucen en sus experimentaciones técnicas.
Esta metacrítica que presento, así como no es azarosa ni tampoco un flujo de conciencia, así como ChangosPerros no son garabatos u ocurrencias sin sentido, hechos por alguien cuyo entrenamiento artístico ha sido el de los dibujos en las libretas de la preparatoria. Me gustaría que fueran letras golpeadas en el teclado y que, por el azar, armaran una línea de pensamiento causal. Pero no. Como la narrativa gráfica de Dzul, esto es una reflexión sobre las estructuras que no pueden escapar a su naturaleza como pensamiento (des)medido. Es la locura desatada en la inevitable forma del lenguaje. No hay ni nunca podrá haber nada que no signifique y menos en la escritura: hasta el muro de palabras que está sobre este párrafo tiene que tener un grado de conciencia y secuencialidad para funcionar. Los bichos groseros de ChangosPerros son eso, formas bien diseñadas para lograr un objetivo: morder al lector, empujarlo fuera de su pequeño mundo tranquilo y ordenado. Atentan contra el orden, contra la consciencia, contra la inútil moralidad conservadora, contra la ingenuidad, contra el no decir, contra lo ofensivamente inofensivo.