Tierra Adentro
Ilustraciones de Edna Gutiérrez

Este texto resultó ganador del 2º Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila.

1: QUINCE DE MARZO
El quince de marzo a las seis de la mañana se abren las puertas de la capilla de Martita, la Santa Niña de los Alfileres, y se les permite la entrada a los visitantes, quienes empiezan a llegar desde el día trece. Todos llevan un rosario, un juguete, una estampita con la oración de la niña y un alfiler, el cual han de clavar en alguna parte del cuerpo de la santa al momento de pedirle un milagro. Si ella llora, se mueve o sangra, el milagro se cumplirá.

2: EL PRIMER GRAN MILAGRO DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES (VERSIÓN OFICIAL)
Martita era una hermosa niña con un corazón muy grande. Siempre hacía lo posible por mantener a sus siete hermanos y a sus papás felices.

Cada noche, sin falta, antes de dormir, rezaba durante dos horas para pedir paz en el mundo.

Cuando la sequía comenzó a asolar su pueblo, Martita se puso muy triste. Lloraba todo el tiempo, desesperada por no ser capaz de ayudar. No soportaba ver a sus padres y vecinos desconsolados porque la cosecha se había perdido y sus animalitos morían.

Sin saber qué más hacer, se encerró en su cuarto a rezar y no dejaría de hacerlo hasta que Dios la escuchara y mandara un poco de agua al pueblo.

La lluvia llegó al tercer día, un quince de marzo, a las seis de la mañana. Fue tan intensa que en un par de horas todos los ríos, pozos, cisternas y cubetas del pueblo se encontraron a su máxima capacidad. Felices, los padres y hermanos de la niña fueron a su cuarto para informarle que finalmente sus plegarias habían sido escuchadas.

La dicha de la familia se volvió horror al entrar en la habitación. Martita yacía en el suelo, en medio del charco que sus lágrimas habían formado. Tenía el cuerpo lleno de alfileres.

Su madre corrió hasta ella e intentó retirarlos mientras le preguntaba qué había sucedido. Martita le rogó que dejara los alfileres en su cuerpo, pues sólo por medio del dolor que éstos le provocaban había logrado comunicarse con Dios. Pidió que la llevaran a su cama porque se sentía muy cansada. Luego cerró los ojos y se quedó dormida. Así continúa hasta el día de hoy.

3: LA SEGUNDA VISITA DE ALFONSO AL PUEBLO DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
El autobús en el que viajaba arribó al pueblo el catorce de marzo a las 5:15 a. m. El chofer lo estacionó a una cuadra de la plaza principal. Era el tercero en llegar.

El frío de la mañana le provocó a Alfonso un leve dolor en las manos. Por instinto las metió en las bolsas de su chamarra, pero las sacó al sentir lo que llevaba dentro de ellas. Frotándolas para calentarse un poco, caminó detrás de los demás pasajeros, hacia la plaza. Ahí había un grupo de lugareños ofreciéndose a llevar a los visitantes hasta la capilla, ya fuera en camioneta, en caballo o en burro. Alfonso ignoró las ofertas de tres hombres. Se sentó en una de las bancas junto al quiosco. Frente a él se encontraban varios puestos de comida. El olor le despertó el hambre. Había comido un sándwich en el autobús, pero de eso hacía ya varias horas.

Las camionetas fueron las primeras en rentarse. Luego los caballos y al final los burros. Las personas que no alcanzaron transporte tendrían que esperar más de dos horas hasta que regresaran.

Alfonso se levantó de la banca. Suspiró tratando de mentalizarse para hacer el recorrido a pie. Supondría un esfuerzo importante. El camino era irregular y cuesta arriba. Sabía que debido a sus dolencias, su edad, el hambre y la sed, el trayecto sería una tortura, pero no le importó. No pensaba dejar ni un solo centavo en ese pueblo que ya tanto le había arrebatado.

4: EL PRIMER GRAN MILAGRO DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES (LA VERSIÓN DEL HERMANO, QUIEN TIENE PROHIBIDO CONTARLA)
Desde que un burro le pateó la cabeza, Martita no volvió a moverse. Para que no estorbara en la casa, su padre le construyó un cuartito junto al corral de los marranos y le encargó a cada uno de sus otros siete hijos que se hicieran cargo de ella un día a la semana.

Pedrito era el menor de los hermanos. Su obligación era atender a Martita los domingos. Se aburría tanto que, para entretenerse, terminaba siempre por hacerle maldades. Lo habitual era jalarle el pelo, escupirle a la cara y pegarle en las costillas.

Un domingo —quince de marzo— llegó al cuarto con el estuche de costura de su mamá. Sacó las agujas y los alfileres y comenzó a clavarlos por el cuerpo de su hermana. Pedrito decidió hundirle el último en el ojo derecho. Cuando la punta del alfiler tocó su párpado, Martita gimió, ésta era la primera vez que reaccionaba a algo desde el accidente. Justo en el momento en que ella gimió, un relámpago cayó en el corral, luego se desató un aguacero. Pedrito, muy espantado, corrió a la casa gritando que había hecho enojar a su hermana.

5: EL SEGUNDO GRAN MILAGRO DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
Ocho meses después, Martita ya había ayudado en sus dolencias y problemas a prácticamente todas las personas del pueblo. Hizo que el esposo de su tía Dolores volviera del otro lado, luego de veinte años de no comunicarse con la mujer; a doña Juanita le desapareció los ojos de pescado, esos que le impedían caminar hasta la plaza para vender sus gelatinas; y don Jacinto por fin encontró la guarida del coyote que se andaba comiendo sus gallinas.

La fama de la niña se extendió por todo el estado por lo que don Felipe Arredondo, el presidente municipal, le rogó a la niña que lo ayudara con un «problemita» en la entrepierna que no lo dejaba desenvolverse en la cama de la mejor manera. Martita le cumplió el milagro. El señor Arredondo, en agradecimiento, le mandó hacer una capilla en el cerro más alto del pueblo, para que se pudiera ver desde las comunidades vecinas.

6: ALFONSO SUBIENDO AL CERRO DE LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES POR SEGUNDA OCASIÓN

Miró su reloj. Eran las 8 a. m. Una camioneta se detuvo junto a él. El chofer se ofreció a llevarlo por la mitad del precio.

—Ándale, viejo —insistió el chofer ante la negativa de Alfonso—. Nomás dame treinta entonces. Mira, te lo hago de favor. Llegaste desde temprano, pero de nada te va a servir. Ya subimos como a setenta personas, aquí llevo nueve, más las que traigan mis compañeros. Tendrías que…

—Es una manda —interrumpió Alfonso—. Se lo prometí a la niña.

El chofer lo miró extrañamente, se encogió de hombros y arrancó la camioneta. Alfonso la vio alejarse y dijo en voz alta:

—¡Le prometí un carajo! Si era nomás para que me dejaras en paz. Pinche chofer, dizque muy preocupado haciéndome el favor. ¡Va! Dinero. ¡Es todo lo que quieren en este pueblo de mierda! Tienen a esa niña ahí, desnuda, en esa cuna donde ni siquiera cabe, exhibiéndola peor que si fuera un animal de circo. Y a toda esta bola de pendejos rezándole y picándola por todas partes. ¡Hijos de puta! ¡Ignorantes! ¡Pinche Lucía, tú también! Cómo fuiste a creerte estas pendejadas… Peor aún, me arrastraste contigo. ¡Soy más pendejo que todos ellos!

7: ORACIÓN DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
Santa Niña de los Alfileres,
tú que a cambio de no moverte
puedes hablar con el Creador,
te pido intercedas por mí ante él
y derrames tus benditas lágrimas
para que el Señor me libre de todos mis males.
A cambio de tus favores,
prometo rezarte todos los días
y honrarte como mi patrona especial y poderosa,
y hacer cuanto me sea posible por fomentar tu devoción.
Amén.

8: ALFONSO EN EL CERRO DE LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES POR SEGUNDA OCASIÓN
Pasaban de las once cuando al fin llegó a la cima del cerro. El terreno había sido aplanado. Al fondo se encontraba la capilla, rodeada por una barda de cemento de metro y medio de alto. Alrededor de ésta había unos puestos, la mayoría de comida y dos o tres que vendían camisetas con la imagen de la santita.

Junto a la capilla, se encontraban otras dos construcciones. A la izquierda, estaba el hotel, que no era más que un espacio cercado dentro del cual construyeron doce cuartitos de cuatro por cuatro, por los que cobraban $700 la noche. Al lado del hotel estaban también unos baños, que costaban $15 la entrada.

Pocos eran los que alquilaban cuartos. La mayoría instalaba tiendas de campaña o, de plano, dormían a la intemperie. Un par de encargados verificaban constantemente que las tiendas tuvieran un tarjetón que acreditaba que sus dueños habían pagado el permiso correspondiente.

Alfonso caminó hasta la capilla. Buscó la taquilla que estaba a medio metro de la entrada. Pagó la cuota. Le dieron un boleto con el número 254 y un alfiler amarillo empacado en cartón. En el reverso del paquete podía leerse:

«Abra este paquete hasta estar en el interior de la capilla y ya que lo haya mostrado al segundo encargado. Solamente los alfileres bendecidos en la capilla de la Santa Niña son permitidos».

—¡Pinches rateros! —murmuró.

Había evitado gastar su dinero en el transporte y la comida, pero sería imposible que lo dejaran entrar en la capilla si no compraba el boleto.

Sólo restaba esperar. Caminó hasta un árbol de tronco grueso y se sentó bajo su sombra. Apenas lo hizo, se quedó dormido.

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9: ANUNCIOS EN LAS PUERTAS DE LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
«No olvide dejar limosna».

«A todos los feligreses se les recuerda que no se les permitirá el acceso si no muestran su recibo al encargado».

«Niños mayores de 3 años pagan cuota (aunque vayan en brazos)».

10: ALFONSO EN EL CERRO DE LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES POR PRIMERA OCASIÓN
Para cuando llegaron a la punta del cerro, ya habían gastado casi dos mil pesos. Eso sólo sirvió para que el enojo de Alfonso fuera mayor. Lucía se mostraba ajena a todo, a los costos excesivos del transporte, de la comida, el sinfín de cuotas que debían pagar, al malhumor de su marido, incluso a los malestares del cáncer, que parecieron esfumarse apenas se acercó a la entrada del templo.

No se habían alejado ni dos pasos de la taquilla cuando un grupo de niños los abordó para ofrecerles todo tipo de medallas, rosarios y estampitas. Lucía les compró a todos. Alfonso la reprendió por eso, pero ella ni siquiera lo escuchó. Sólo prestó atención al retrato de la niña que colgaba de un árbol frente a la iglesia y al grupo de mujeres que le rezaba a esa imagen con Martita antes de su primer milagro. Se les unió.

11: ANUNCIOS EN LAS PUERTAS DE LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
«Prohibido fumar».

«Prohibido ingerir bebidas alcohólicas antes de visitar a la niña».

«Favor de no cagarse en los alrededores de la iglesia. Quien lo haga, será remitido a las autoridades».

12: ALFONSO Y LUCÍA ESPERANDO ENTRAR A LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
A las dos de la mañana se les indicó a los visitantes que empezaran a formarse. Debían hacerlo según el número de su boleto. Pero nadie lo hizo. Parecían no comprender las instrucciones o simplemente no estaban dispuestos a negociar un lugar a la puerta del templo. Hubo pleitos y empujones. Muchos gritos.

Lucía discutió un par de veces, primero con una anciana, luego con una pareja de jóvenes que aseguraban que según el folio de sus boletos, ellos iban primero. Alfonso no sabía si mantenerse al margen o apoyarla. Todo aquello le parecía ridículo, pero estar más cerca de la puerta implicaba permanecer en ese lugar por menos tiempo.

El orden se estableció una hora después, cuando llegó la policía rural. Se impuso golpeando a los más revoltosos y arrestando a un par de viejos. Una vez más, Alfonso se mostró indeciso. La prepotencia le molestaba, pero los agentes habían logrado el objetivo de calmar a la muchedumbre.

Dieron las 6:00 a. m. Las campanas sonaron durante un minuto, después se abrieron las puertas de la capilla. Entre los policías y los encargados dejaron pasar a los visitantes.

13: ANUNCIOS EN LAS PUERTAS DE LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
«Se entra en grupos de diez personas.
Espere a que los encargados le indiquen su turno».

«Un alfiler sólo sirve para una petición».

«Alfileres extra: $99 c/u».

14: ALFONSO ENTRA A LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES POR PRIMERA OCASIÓN
Cuando fue su turno de caminar hacia el altar donde se encontraba la niña, Alfonso fue asaltado por un olor a humedad, heces,
orina y sangre seca. Se contuvo para no vomitar, pero el verdadero esfuerzo que realizó fue el de guardarse sus comentarios en contra de la gente del pueblo.

Alfonso miró a la niña, su cuerpo desnudo estaba sucio, lleno de cicatrices, callos y costras, su piel reseca y pálida. Estaba
desnutrida.

—Es hermosa —susurró Lucía.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se limpió el llanto. Clavó el alfiler en la mejilla derecha de Martita, quien permaneció inmóvil. Lucía frunció el ceño. Rezó lo más rápido que pudo la oración de la Santa Niña. Al terminar, clavó su segundo alfiler en el dedo índice de la mano izquierda.

—¡No! ¡Por favor, niñita santa, cúrame, cúrame! —exclamó arrodillándose.

Las personas detrás de ellos se mostraron impacientes. Alfonso obligó a su esposa a ponerse de pie. Uno de los encargados les gritó que se dieran prisa. Lucía tomó el último alfiler. Lo enterró con fuerza en el ojo izquierdo. Martita gimió y sangró pero Alfonso retiró el alfiler lo más rápido que pudo.

Lucía salió de la iglesia gritando que la niña le había curado el cáncer. Todos aplaudieron, algunos lloraron, hubo desmayados.

Alfonso, con el alfiler en la mano, intentó que su voz se escuchara entre todos los gritos. Quería saber si alguien atendería la herida que la inconsciente de su mujer le había provocado a la pequeña.

—Estará bien. Dios la cuida. —Fue la única respuesta que obtuvo.

15: ANUNCIOS EN LAS PUERTAS DE LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
«Un alfiler por petición».

«Si la niña no se movió, no sangró o no gimió con el primer alfiler y usted tiene más de uno, es decisión suya repetir la petición o formular una nueva».

«La niña escucha todas las peticiones, pero sólo cumple algunas. Si con usted no se movió, no sangró o no gimió,
posiblemente su fe no ha sido suficiente
o no fue lo bastante generoso con la niña.
Lo lamentamos y le recomendamos volver el próximo año con una actitud más positiva y regalos más bonitos».

«Los regalos para la niña se entregan al primer encargado».

«A la niña le gustan las joyas de oro y los billetes grandes más que las barbies».

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16: LOS ÚLTIMOS DÍAS DE ALFONSO CON LUCÍA
Lucía creía estar sana, juraba sentirse mejor. Aun cuando los dolores se volvían tan intensos que la tiraban en cama, se negaba a tomar sus medicamentos. Se aferraba a los recuerdos traídos del cerro y comenzaba a rezar.

Varias veces Alfonso intentó llevarla por la fuerza a las quimios. Lo logró en un par de ocasiones. Ella dejó de hablarle, sólo se dirigía a él para insultarlo por causarle tanto sufrimiento inútil.

Un par de meses después, el cáncer acabó con Lucía.

Alfonso estaba furioso. Tres años de luchar contra los tumores se habían ido a la basura. Asumía parte de la culpa por haberle seguido el juego a su esposa y por permitirle hacer aquel viaje. Pero también culpaba a la gente de aquel pueblo.

Nada se podía hacer ya por su mujer, pero estaba decidido a evitar que más personas ingenuas cayeran en aquella trampa.

17: ALFONSO ENTRA EN LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES POR SEGUNDA OCASIÓN
Se acercó al altar con las manos en las bolsas de su chamarra. En la izquierda, junto al boleto y el alfiler que le dieron, llevaba
otro, aquel que su esposa había clavado tiempo atrás en el ojo de la niña.

Miró a la pequeña. Empuñó el revólver que traía en la bolsa derecha. Sacó la mano izquierda, sujetando el alfiler viejo. Se inclinó hacia Martita y tocó su parpado izquierdo con la punta del alfiler.

—Se les acabó el negocio a estos cabrones —le susurró al oído—. Lo voy a arreglar.

Soltó el alfiler. Pasó la mano por el cabello de Martita. Uno de los encargados se le acercó.

—Señor, píquela y deje pasar a los demás.

Alfonso lo ignoró.

El encargado insistió.

—Señor, no puede tocarla. Si no tiene alfiler, retírese.

Alfonso parecía no escucharlo. Molesto, el hombre intentó alejarlo de la cuna con un empujón. Alfonso trastabilló. Sacó el revólver y disparó. Se sintió aliviado al ver que no había herido a nadie. Odiaba a la gente del pueblo y despreciaba a los que creían en todo ese circo, pero no quería matarlos.

Al escuchar la detonación, las personas que esperaban su turno dentro de la iglesia salieron corriendo. Sólo los dos encargados se quedaron.

—¡No se acerquen! —gritó Alfonso con la pistola en alto y rodeando la cuna para no darles la espalda a los hombres.

Se inclinó, cargó a la niña con su brazo izquierdo y se dirigió hacia la salida.

18: ANUNCIOS EN LAS PUERTAS DE LA CAPILLA DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
«Prohibido tomar fotografías y videos con cámaras o celulares.
El flash molesta a la niña».

«Si desea un recuerdo de la niña,
los productos oficiales y con sello de autenticidad
están a la venta en los puestos fuera de la capilla».

«Los vendedores acreditados portan una tarjeta
con el sello del municipio y la firma del párroco.
Di no la piratería».

19: EL TERCER GRAN MILAGRO DE LA SANTA NIÑA DE LOS ALFILERES
Al salir de la iglesia dio un paso y se quedó inmóvil. Todo el mundo corría, gritando. El cielo se había ennegrecido y al escándalo
de la multitud se unieron los truenos de la tormenta. Poco a poco, un grupo de gente consiguió rodear a Alfonso y a la niña. Él disparó al aire y logró que les dieran algo de espacio. Corrió, jalando el gatillo otras tres veces, hasta llegar a una de las camionetas que habían llevado a los visitantes hasta el cerro.

Temblaba y le faltaba el aliento. El agua de lluvia hizo que los huesos comenzaran a dolerle. Los dedos se le agarrotaron. Abrió la puerta de la camioneta con dificultad.

—¡Soy un imbécil! —dijo golpeando la puerta con el arma—. Debí conseguir las llaves antes.

La intensidad de la lluvia aumentó, también la ira de la gente. Un chico le arrojó una piedra que alcanzó su brazo. Otros dos
hombres lo imitaron. En un instante, toda la gente descargó su ira en Alfonso. Una de las piedras le dio en el rostro y lo hizo caer
al suelo. Utilizó su última bala mientras se ponía de pie. Se sentía aturdido. Escuchó ruido de sirenas. Subió a la camioneta y puso el seguro. Desesperado, comenzó a buscar entre los asientos y el tablero con la esperanza de encontrar las llaves. Una de las piedras estrelló el parabrisas y otra más entró, atravesando el cristal y golpeando a la niña en el estómago. Alfonso palideció cuando la camioneta comenzó a moverse. Varios hombres intentaban voltearla.

—¡Van a matarnos! —gritó mientras estiraba el brazo para evitar que la niña cayera del asiento—. ¡Yo sólo quería llevármela para que ya no estuvieran lastimándola y viéndola encuerada en esa pinche cuna!

La puerta del lado del conductor se abrió. Alfonso sintió varios pares de manos sujetar sus piernas, su cintura. Terminó en el suelo. Aferrado a la niña.

Alfonso no fue capaz de escuchar nada de lo que sucedió después. No pudo oír el crujido de sus huesos al recibir las patadas, los gritos de quienes lo golpeaban o los de aquellos que pedían que dejaran de hacerlo porque también estaban lastimando a la niña. Tampoco escuchó el zumbido de la lluvia o los truenos, ni a la policía abrirse paso entre la gente a macanazos y empujones.

Lo único que Alfonso logró escuchar, antes de que un relámpago cayera, fue la risa de Martita.

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Ficha de hacienda equivalente a 1 mecate de "chapeo" (corte de maleza) expedida en la Hacienda Dziuché a finales del siglo XIX. Imagen recuperada de Wikimedia Commons. Collage realizado por Mildreth Reyes.
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