Cuando la Antigüedad tenía color
La primera sensación puede ser de sorpresa. No es sólo que los dioses recobren sus colores, sino que aquella blancura del mármol tantas veces asociada a un ideal de racionalidad y pureza queda suplantada por tonos rosados, ocres o azules casi estridentes, lejos de nuestros prejuicios sobre la «paleta» del mundo antiguo.
En la exposición El color de los dioses: policromía en la Antigüedad clásica y Mesoamérica, del Museo del Palacio de Bellas Artes, se busca confrontar al espectador con aquella versión histórica, según la cual, en el arte grecorromano predominaba el mármol, mientras que la naturalidad de la piedra estaba presente en todo el mundo prehispánico.
La muestra está conformada por dos secciones; la primera, sustentada en las investigaciones del alemán Vinzenz Brinkmann, dla Stiftung Archäologie, ha sido presentada previamente en Europa y Norteamérica; la segunda parte, su «anexo mexicano», recoge los trabajos de diversos especialistas del Templo Mayor y el Museo Nacional de Antropología. La mezcla puede ser acertada pues acerca al panorama mexicano un enfoque sobre la conservación y restauración del patrimonio. Sin embargo, el resultado en sala no es tan afortunado. La muestra presenta juntas dos investigaciones diferentes bajo un mismo argumento quizá frágil, el de la policromía, lo que hace parecer que se recorren dos exhibiciones; el diálogo bien resuelto entre los torsos que reciben al espectador a la entrada de la sala, no está presente en el resto del recorrido.
Las reproducciones permiten apreciar las restituciones del color borrado por el paso del tiempo, como en la Kore del peplo, del siglo VI a.C. Mientras que, en las esculturas mesoamericanas, llaman la atención los amarillos brillantes y los rojos intensos de la Coyolxauhqui, que además funge como un remate visual dentro de una sala dedicada a varias piezas originales de la colección del INAH.
Con todo, es importante reconocer el esfuerzo por exhibir obras de colecciones internacionales yuxtapuestas a piezas nacionales, en un conjunto que intenta dar a conocer a un público más amplio los resultados de investigaciones que comúnmente sólo se leen en revistas científicas. De la misma manera, la exposición invita a una reflexión sobre los canones de belleza y sus estereotipos: ¿qué tan distintos serían nuestros referentes estéticos —del Capitolio a Miguel Ángel, de Henri Moore a Teodoro Gonzalez de León— si, desde un inicio, hubiéramos conocido ambas civilizaciones milenarias en sus colores originales?