Contra la filantropía
Intento recordar una de las líneas que J.D. Sallinger escribió en El guardián entre el centeno. Creo recordar que es Holden Caulfield, el adolescente que recorre sus páginas, quien asegura que cuando alguien sabe de arte y literatura es mucho más difícil reconocer si se trata de un imbécil. Creo que algo parecido pasa cuando se intentan reconocer distintos tipos de violencia. En ese caso es mucho más fácil identificar a los «malos» de siempre, y muy difícil, casi imposible, a quienes con una mano te ofrecen una tacita de café y con la otra te golpean.
Probablemente la conexión es poco clara, pero esto me hace pensar en Asfixia, de Chuck Palahniuk. La novela que protagoniza Víctor Mancini, un estudiante de medicina que para vivir y para cubrir los gastos médicos de su madre, decidió fingir que se asfixia mientras come en lugares públicos. Alguno de los comensales a su alrededor siempre lo «rescata» y por lo tanto se convierte en responsable de su vida. La lógica de Mancini es impecable: «Uno obtiene poder fingiendo ser débil. De esa manera, haces que la gente se sienta fuerte. Uno salva a la gente dejándose salvar por ellos». Cuando ese hipotético comensal lo salva, en realidad, asegura el estudiante, se salva a sí mismo. «Héroe» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente para describir al doble mentiroso de Mancini.
Creo que en mucho, esa lógica se parece a la filantropía: por un lado, se requiere de un estado de emergencia constante y, por otro, de lazos de dependencia difícilmente discernibles. Y eso, sin duda alguna, podría considerarse como una forma de violencia. Pero ¿en qué cabeza cabe asociar ambas cosas? Sí, se requiere de un terco con cierta disposición a la ironía para hacerlo. Slavoj Zizek es uno de ellos.
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En The problem of riches: is philanthrophy a solution or part of the problem?, Beth Breeze asegura que las aproximaciones teóricas a la filantropía son limitadas, casi siempre escritas por historiadores o por personas ajenas a la academia. Y Breeze no se equivoca. Sin embargo, hacer un rápido recorrido por su historia ayuda a clarificar un poco y a caminar alrededor de ella. En Libertad de elegir, Milton y Rose Friedman ofrecen un acercamiento ligeramente sesgado a la filantropía del siglo XIX. Según ellos, en ese periodo, delineado por la mano invisible de Adam Smith, se multiplicaron las instituciones culturales y educativas, se crearon numerosas instituciones «caritativas» o de «asistencia pública», y se incrementó la actividad misionera en el extranjero.
Los profesores de la Universidad de Chicago sugieren que la filantropía es, y sólo ha sido posible, por el «rápido crecimiento de la riqueza» y únicamente podría explicarse a partir de los «valores dominantes» del siglo XIX:
Las fortunas producidas por este sistema [liberalismo] provenían mayoritariamente del desarrollo de nuevos productos o servicios o de nuevos modos de producirlos, así como de distribuirlos ampliamente. El aumento que se produjo en la riqueza de la comunidad y en el bienestar de las masas populares, fue muy superior a las riquezas acumuladas por los innovadores. Henry Ford hizo una gran fortuna, pero el país logró un medio de transporte barato y fácil de conseguir y las técnicas de producción en serie.
Líneas más abajo, los profesores Friedman utilizan palabras de Helen Horowitz para trazar aquello que llaman los «valores dominantes» de la sociedad del XIX. Horowitz asegura que los administradores de las actividades filantrópicas no lo hicieron «para satisfacer sus gustos estéticos […] o sus anhelos eruditos». Lo hicieron porque se encontraban «perturbados por fuerzas sociales que no podían dominar», y porque estaban llenos «de nociones idealistas de la cultura». Estos «hombres de negocios» vieron en las instituciones culturales y en la «beneficencia pública» «un medio [para] purificar su ciudad y […] generar un renacimiento cívico».
Con tal «argumentación», los autores de Libertad de elegir aseguran que no existe ninguna contradicción entre el sistema de libre mercado y la búsqueda de notables objetivos sociales y culturales:
Una parte esencial de la libertad económica consiste en la facultad de escoger la manera en que vamos a utilizar nuestros ingresos: qué parte vamos a destinar para nuestros gastos y qué artículos vamos a comprar; qué cantidad vamos a ahorrar y en qué forma; qué monto vamos a regalar y a quién [se lo daremos]
Sin embargo, aquello que celebran los profesores de la Universidad de Chicago es parte del problema históricamente asociado a la concentración de la riqueza. Bien dicen Orton y Rowlingson, citados por Beth Breeze, que son bien conocidas las consecuencias negativas de la extensa brecha entre diversas clases sociales. Las sociedades más equitativas disfrutan de mejor salud y de una expectativa de vida más amplia. Por otro lado, la concentración de riqueza en pocas manos fragiliza las sociedades. Adelgaza los vínculos. Y cuestiona, de alguna forma, y muy profundamente, aquello que los caudillos del liberalismo defienden a toda costa. Por tal motivo considero que deberíamos pensar en la filantropía como una forma de violencia. Ampliar esa categoría sería fundamental para repensar nuestro presente histórico. Slavoj Zizek es claro al respecto; citando a Étienne Balibar, reconoce que la filantropía podría ser una forma de violencia sistémica; es decir, aquella encarnada en las consecuencias catastróficas del sistema económico y político en curso. Dicha forma de violencia es «inherente a las condiciones sociales del capitalismo global [e] implica la creación automática de individuos [y poblaciones] desechables».
En el caso de México, la privatización de la banca y otras paraestatales crearon, durante el salinato, diecisiete millonarios, entre los cuales hay varios filántropos. Esa privatización produjo fortunas y generó una gran deuda pública de la que aún debemos varias letras. Bien dice Vicente Caballero de la Torre que la filantropía es caridad y no justicia redistributiva.
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Escribo esto tras enterarme que del 6 al 8 de mayo se celebrará, en la Riviera Maya, el Foro Económico para América Latina. Un foro muy similar al que se organiza en Davos, que tiene como objetivo discutir los «retos» de la «región» y los proyectos para sobrellevarlos. Las respuestas (podrían anticiparse) estarán escritas en términos liberales: desregulación, por un lado; caridad y filantropía, por el otro. Realmente creo que deberíamos reconsiderar la filantropía como una forma de violencia; de la misma forma que deberíamos dejar de hablar de narcotráfico, para hablar de capitalismo salvaje. Las dos son caras de la misma moneda: el águila enfurecida y el sol que sonríe como si se burlara de nosotros.