Beatriz Rivas y el Taller de Gráfica Libre
Hace un par de semanas, Beatriz Rivas tuvo su primera exhibición en esta ciudad. Nació en Monterrey y ahí estudió la licenciatura en Artes Plásticas, vino a Oaxaca hace más de tres años para crear por su cuenta y trabajar en comunidad. De Oaxaca la atrajo su multiculturalidad, el panorama efervescente de sus calles, las poblaciones que circundan un valle ahora extinto, ahogado en su persistente idiosincrasia. La exhibición fue en el Taller de Gráfica Libre, espacio independiente que Beatriz recientemente inauguró junto a Adrián Aguirre en el barrio de Jalatlaco, al centro de la capital. Sus piezas son frescas y detalladas, resalta en ellas libertad de manos sobre papel y tinta, manejo exploratorio de color y forma. Quienes se dedican a esto me han dicho que para crear es necesario soltar el cuerpo, coordinar pensamientos con extremidades, aprender el lenguaje intuitivo del oficio.
En el barrio de Jalatlaco, antiguo vecindario cuyos habitantes se dedicaban a la curtiduría hasta hace algunas décadas, y cuyo nombre proviene de un río (ahora entubado) donde lavaban pieles de cerdo, chivo y res, se encuentra el Taller de Gráfica Libre. Desde hace varios años, Beatriz y Adrián trabajan en coediciones de distintos formatos, además de impartir continuamente talleres de arte en comunidades de la Mixteca, una de las ocho regiones de Oaxaca. Abrieron este taller con una prensa de grabado prestada, pero en fechas recientes adquirieron una propia a la que llamaron «Juanita». Existen ciertos objetos que es imprescindible nombrar para que existan de forma autónoma y elijan su camino.
Como las enormes campanas de iglesia, las prensas de grabado suelen ser bautizadas por sus dueños, quienes procuran que siempre estén siendo utilizadas, pues una prensa varada es sinónimo de mal augurio. En la Catedral de México, edificio hundido en el zócalo de la ciudad de México, se encuentra una campana cuyo nombre fue borrado hasta ser olvidado como castigo por matar a una persona hace más de un siglo. A la campana sin nombre también se le prohibió tocar de nuevo, descansa en lo alto del campanario, censurada, esperando. Los objetos poseen un lenguaje propio que sólo algunos alcanzan a descifrar. Si se está atento, hasta puede escucharse el lenguaje de las piedras, los susurros.
El escritor uruguayo Felisberto Hernández pensaba que los objetos tenían memoria propia, al describirlos apelaba a esas historias ocultas, testimonios de otras formas de acercarse a la realidad. En uno de sus cuentos, una mujer nunca salía de casa porque desde su balcón experimentaba el mundo con toda su magnitud, lo describe como una puerta que le permite explorar el abanico de emociones y situaciones posibles para el ser humano. La muchacha se enamora de su balcón, bebe del río donde nadan las ninfas, su imaginación le permite escuchar las historias de los objetos, recrear su entorno y tener un lugar en él.
Las piezas de Beatriz son grabados en pequeño formato que crean mosaicos multicolores, cielos sumergidos, ventanas a otros espacios si están juntos. Su lenguaje pertenece a paisajes donde la tranquilidad impera, se oye agua entre rocas y huele a hierba fresca. Un fotógrafo cuyo nombre lamentablemente he olvidado, retrató la historia de una provincia francesa a partir de un camino empedrado. El camino de piedra databa del medioevo, cuando una disputa entre reinos había provocado el asesinato de casi la villa entera. El fotógrafo retrata pequeños rostros gesticulando, caballos en combate, hombres agonizando y mujeres protegiéndose en un abrazo, ocultos entre las grietas de ese camino. Los habitantes actuales contaban que el terror de lo sucedido fue tan grande que había quedado impreso en esas piedras. El objeto mismo era la historia, cada piedra encarnaba ese lenguaje.
A Beatriz y Adrián les interesa la comunidad, piensan que el propósito del arte es crear vínculos, hacernos más habitables. Para conmemorar el Día Mundial del Arte dieron talleres gratuitos al aire libre en el barrio de Jalatlaco y en poblaciones de la Mixteca. Les parece que el arte debe formar parte de la vida cotidiana, que se trata de un oficio como cualquier otro, un oficio que se mimetiza con su agente. Se dialoga con las prensas para que dejen imprimir, se les pone más o menos presión dependiendo del papel, el tipo de placa, la impronta que se quiere lograr. El grabado se trata de explorar las posibilidades de los materiales e instrumentos utilizados, dejar hablar a esos objetos para que emitan, quizás, su primera palabra. Un relato que se narra de manera colectiva, o por lo menos no tan individual.
El Taller de Gráfica Libre ha trabajado con mini prints desde su inicio, la siguiente semana exhibirán la carpeta Un Cuarto de Gráfica, donde colaboran 30 diferentes artistas. Su labor apenas comienza. Intentan hacer de su oficio una forma de vida que les permita indagar en sus procesos internos, ganar amigos, construir vías para comunicarnos y puentes que soporten la difícil situación de habitar un mundo cada vez más destruido, menos atento a sus historias y sonidos. Quizás hemos dejado de escuchar ese espacio invisible y prohibido.