Tierra Adentro

Una de las preguntas recurrentes para quienes amamos la música es: ¿Cómo será su forma en el futuro? Tratamos de recabar las pistas en tiempo presente de escenas, tendencias y creadores que contribuyan a este proceso gradual. Unas veces atinamos a percibir pequeños cambios y aportaciones que contribuirán decisivamente en la transformación por venir; otras nos maravillamos ante la mera coyuntura.

No es una tarea fácil, implica demasiado la fórmula de acierto y error, pero no queda sino tratar de ser analítico y arrojado a partes iguales. Entrever hacia dónde se mueve la música es inquietante. Es por eso que las ideas de Brian Eno resuenan en mi interior: «La idea es producir cosas que a uno le resulten tan extrañas y misteriosas como la primera música que haya escuchado».

Y con el alud de música acumulado a través de los años en un ir y venir de sonidos y corrientes, más el torrente que se edita a diario, no se puede distinguir inmediatamente el fruto del desperdicio ni identificar sorpresas musicales que trascenderán. Intentar mirar hacia el porvenir pone nervioso hasta al periodista más experimentado, pero si el escucha no se conforma con lo ya conocido, mucho menos el especialista quien debe señalar anticipadamente los senderos inéditos.

Toda esta maraña de intuiciones y responsabilidades se agolpa ante la llegada de un proyecto y un álbum del que uno espera un estallido importante, aun cuando se sabe que su destino no será caer en manos de las grandes multitudes (la música avanzada se toma su tiempo). Todavía es más difícil de explicar cuando se trata de un dream team procedente de la vanguardia callejera. El problema con los supergrupos es que suelen decepcionar (como Sufjan Stevens en Sisyphus y otras tantas iniciativas similares), no siempre una sumatoria de grandes talentos redunda en un correcto encauzamiento de las inquietudes.

El asunto con Future Brown comienza desde una perspectiva de lo global y de la suma de culturas; se trata de una condición crucial para que emerja música orientada directamente a lo que vendrá para la cultura del planeta. Se trata de un poliedro sonoro conformado por cuatro personalidades muy distintas. Tal vez lo más prudente sea comenzar por la cara más conocida.

Fatima Al Qadiri tuvo una infancia muy agitada; nació en Dakar, Senegal (de padres diplomáticos), creció en Kuwait. Cuando tenía 9 años vio cómo su país era invadido por Irak y en sus horas de encierro durante el conflicto bélico arrancó con su inquietud musical junto a su hermana. Diez años después viajó a Miami para un intercambio académico y descubrió muchísimas expresiones de electrónica bailable. Más tarde se matriculó para la Licenciatura en Lingüística en Nueva York (una de las muy escasas opciones viables de beca) e hizo formación universitaria.

Desde ahí arrancó una exploración de distintas tendencias de la electrónica de hoy: footwork, post-dubstep, grime, 8-bit y dowtempo. Editó una terna de Ep´s (Desert strike entre ellos) antes de lanzar Asiatisch (Hyperdub, 2014), que contenía una inesperada y sorprendente versión en chino de «Notthing compares 2 you», que hiciera famosísima Sinead O´connor.

Poliglota e interesada en los rituales de la aldea global, se ha reunido con una pareja cuyos orígenes étnicos también son una mezcla picante. El dueto Nguzunguzu es un choque de trenes del melting pot; Asma Maroof tiene padres indios mientras que Daniel Pineda es mitad dominicano, mitad puertorriqueño. Ambos crecieron en Estados Unidos. Su proyecto consigue inyectar ese toque futurista a ritmos tan aparentemente arrabaleros y de baja estofa, como el reguetón.

Future Brown se completa con Jamie Imanian-Friedman, cuyos orígenes son de alto contraste; por una parte es judío norteamericano y la otra mitad, musulmán iraní. Él mismo es un punto de encuentro de cosmovisiones e ideologías. En la industria es conocido como J-Cush y es el fundador del sello Lit City Trax, especializado en footwork (orientada totalmente a la pista). En conjunto decidieron pugnar por una eclosión exuberante de ritmos procedentes de todas partes, un mosaico cultural inmenso, tal como lo es Nueva York. Una vez que tuvieron la música comenzaron a actuar con una gran cantidad de vocalistas que lo mismo proceden del R&B que del dancehall.

En los 12 cortes del álbum epónimo, el desfile de voces es inmenso: Kelela, Sicko Mobb, Maluca, Tink, Riko Dan, Timberlee, Shawnna, Dirty Danger, YB, King Bell, Ian Isiah y Prince Rapid, y alguno más. En conversación con el periodista Pablo Gil, Fátima no oculta su emoción ante lo conseguido: «Es como un sueño hecho realidad, ha sido un proyecto muy largo de dos años en los que hemos logrado reunir a todos esos cantantes que nos encantaban y de los cuales sólo conocíamos personalmente a tres. ¡En algún caso llegamos a tardar un año en dar con ellos! Ha sido un trabajo de amor».

Pero Al Qadiri no sólo es una artista preocupada por la experimentación sonora y las posibilidades del lenguaje, también busca temáticas importantes; sus piezas suelen denunciar las desigualdades de la industria musical, la objetivación de la mujer y otros asuntos de género, sumados a la devastación total que provoca la guerra. Todo esto ha permeado en Future Brown.

Incluso cuando se trata de figuras de la escena de la electrónica avanzada, esta yuxtaposición de estéticas visionarias valió para que un sello tan influyente como Warp cobijara este disco debut.  Ahí están «Vernáculo» (en español a través de Maluca), «Room 302» con Tink, protegé de Timbalad, y «No apology», cantada por la jamaiquina Timberlee, catapultando al dance hall al tercer milenio.

Ellos acuden al kuduro, UK bass y cumbia electrónica sin reparos; no extraña que sus primeras presentaciones hayan tenido lugar en museos como el Ps1 y el MoMa. Dentro de muy poco formarán parte de la cumbre electrónica, el Sonar de Barcelona. Con todo, Future Brown es uno de los acontecimientos de los que tenemos que estar más al pendiente a lo largo del año. ¿Cuántas propuestas noveles nos hacen pensar tanto y recurrir a las ideas de Brian Eno? El álbum se repite en mi reproductor, mientras otra frase no deja de revolotearme en la cabeza: «¿Un disco debería ser la imagen de donde estás ahora o de todos los lugares en los que también podrías estar?». Nunca más acertada. Música cuántica.

 


Autores
De los años sesenta tomó la inconformidad recalcitrante; de los ochenta una pasión crónica por la música; de los noventa la pasión literaria. Durante la década de los dosmil buscó la manera de hacer eclosionar todas sus filias. Explorando la poesía ha publicado: Loop traicionero (2008), Suave como el peligro (2010) y Combustión espontánea (2011). Rutas para entrar y salir del Nirvana (2012) es su primera novela. Es colaborador de las revistas Marvin, La mosca, Variopinto e Indie-rocks y los diarios Milenio Hidalgo y Reforma, entre otras publicaciones.