Contra el impasse creativo
No me debería meter demasiado en temas psicoanalíticos porque hay cosas que prefiero no saber, por un lado, porque es mejor no estar extremadamente consiente en situaciones angustiantes (como cuando viajo en avión), y por el otro, porque me gusta creer en la magia (como cuando viajo en tren).
En psicoanálisis, le llaman impasse al momento en que uno deja de avanzar en la terapia y es normal que todo paciente se tope con uno. Puede ser provocado por la ansiedad que genera la hoja en blanco, un auditorio real o potencial, o el miedo al vacío. Es parecido al estreñimiento mental, ¿cómo encontrar fibra para la imaginación?, ¿cómo darle un empujón al miedo a decir lo que se prefiere callar?
El impasse es un estancamiento que puede venir en momentos clave y se acompaña de angustia; en el fondo, es un acto en donde el paciente se niega a dar nada al analista. De ahí su similitud con mi previa metáfora escatológica.
En los procesos creativos pasa lo mismo. Aunque la escatología funciona, más bien imagino este proceso mental como un juego de azar. Como cuando en un grupo de personas, se tiene que decidir quién va a la tienda (por ejemplo), entonces se disponen, en un puño cerrado, varios palitos del mismo tamaño y sólo uno más pequeño; a quien le toque este último tendrá que hacer aquello que nadie más quiere hacer. El palito más corto es una sorpresa porque cuando uno tira de él esperando revelar más, este se queda corto y el impulso se sesga en un instante. Son intentos de vuelo que fallan, experimentos que no funcionan, pasos de baile que salen mal, ideas que se desinflan antes de sentirse completas y que no llevan a ningún lugar. Ese palito indeseable es fango.
Por el contrario, existe también el encuentro de un camino que nunca deja de extenderse, como esa frase que dice que uno empieza a escribir cuando su vaso se desborda. Nuestra mente es una presa de agua que abre y cierra para dejar —o no— pasar las experiencias. El impasse es no encontrar cómo abrir la presa o más bien saber que si se abre quizá se salga de control y la ciudad quede en ruinas. No todo desbordamiento es bueno o constructivo, tanto en terapias mentales como en procesos creativos.
Pero las ideas e impulsos también son como hilos que uno intenta jalar para siempre: descosernos como hilo de media. Hace unos días fui a una fiesta infantil chilena y sacaron una piñata adentro de un departamento. Me asusté pensando que todas las posesiones de esa familia podrían quedar destrozadas con los golpes fallidos del palo, pero me dijeron que allá la piñata tiene un hilo puesto en la parte inferior que el cumpleañero jala a ciegas para dejar caer todo el contenido, que no son dulces ni frutas, sino juguetes de fayuca. Encontrar ese hilo a ciegas no es tan distinto de encontrar una idea, salir del impasse que es la venda en los ojos.
El hilo en cuestión se parece a los trucos de magia en los que el mago saca de abajo de su manga (o de una cajita, según las variaciones) un listón infinito pero para ello necesita que el público aplauda o grite o lo nutra con sus voces. Ese listón me remite a la teoría del caos y al recuerdo de una maestra de fonología que aseguró que el secreto para entender el caos estaba en encontrar uno de sus cabos. Es el mismo secreto para desamarrar un nudo. ¿Pero será que todo tiene un principio y un fin?
Una idea no se gesta en un principio de algo, sino que viene calentándose desde quién sabe cuándo hasta que bulle y el vaso se derrama. ¿De dónde vienen las ideas? Aunque cada obra hable por sí misma, no está de más dejar un rastro de pan o guijarros por si en algún impasse se quiere reandar un camino creativo.
Tuve una maestra de escultura en la escuela de arte que nos dejaba hacer ejercicios con detonantes aleatorios y que, al presentar nuestro proyecto, nos pedía recrear el trayecto que habíamos seguido. Tocaba hacer un ejercicio de memoria para entender cómo habíamos dado con cierta solución y cuál había sido el punto de partida: una canción, la calle donde vivimos, un sueño, un personaje de una caricatura, una noticia en el periódico, un viejo amor, un color. Aunque después de eso venía la línea del tiempo trazada desde ese precedente hasta la pieza final, luego nos hacía irnos más atrás: ¿por qué ese color?, ¿por qué la calle donde vives?, ¿por qué ese personaje, esa noticia, ese sueño? Ahí empezaban a aparecer las asociaciones, las obsesiones, las fijaciones de cada quien. Entonces, por más abstracto que hubiera sido el punto de partida, aparecíamos nosotros, cada uno, frente a un espejo inesperado. Nos hacía confrontarnos con la materia prima, no con un afán psicoanalítico, sino para presentarnos con una vasta y sustancial materia a la que podríamos acceder cuando nos llegara un impasse o cuando conscientemente quisiéramos explorar, escarbar, experimentar y profundizar sobre temas pasados y presentes.
Todos tenemos una colección de temas y obsesiones guardados que aspiramos a encontrar cuando trabajamos para tirar de un listón infinito. Y aunque a veces, sin querer, saquemos el palo más pequeño, basta con volver intentar una y otra vez para que ese palo se convierta en listón, en agua derramada, en guijarros en una noche de luna llena.