Tierra Adentro

Titulo: Curaçao: costa de cemento, pueblo de prisión

Autor: Christina Soto van der Plas

Editorial: Secretaría de Cultura / Dirección General de Publicaciones / Fondo Editorial Tierra Adentro

Lugar y Año: 2019

Christina Soto van der Plas ganó el Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2019, aunque bien pudo haber ganado el de ensayo, o el de novela; más aún, cabe la posibilidad de que en un futuro exista un nuevo premio para obras como la suya, de semejante calibre y aliento, que no se dejan atrapar bien dentro de frontera alguna. Porque hay obras, como autores, a los que los adjetivos se les resbalan, y aquí estamos frente a ambos casos. Más allá del evidente hecho de que las sílabas mismas no lo permiten, el título, desde que lo escuché, me pareció un bellísimo haiku falso que me permito reproducir a continuación.

 

Curaçao

Costa de cemento

Pueblo de prisión

 

Quizá, cuando se hable de este libro, y esto lo digo más para mí, sea útil una frase de Braunstein que me encontré dentro del libro mismo: “a falta de explicación, clasificación.” Porque, insisto, la zona limítrofe entre en el ensayo y la crónica en la que se mueve este material lo convierten en una rara avis de ambos géneros, un texto extenso, caudaloso y poliédrico que, por el momento, llamaremos crónica.

Pero no es menester detenerse (más allá de lo evidentemente necesario) en los géneros bajo los que puede leerse (jamás ser encasillado) el presente libro. Si para Christina Soto van der Plas cualquier punto del planeta es el centro del mundo, cualquier género literario (de los que conocemos hasta el momento) es un buen punto de inicio para adentrarse en la historia de Curaçao (exquisitamente presentada como antesala al viaje de la misma Christina). A su vez, la historia de Curaçao me parece el punto de partida para una búsqueda más inefable y acaso más importante: la del origen. Desde Días de Jengibre, de Hugo Roca, no me había encontrado con una apuesta tan íntima, personal y de ojos tan abiertos.

Avanzando con soltura del poema (traducido, aunque por ello mismo ya apropiado) al ensayo, de la crónica a la bitácora, el presente libro es un trabajo magnánimo por luchar contra la solidificación del tiempo, como la misma autora lo señala, y ofrecernos (aunque no somos los destinatarios finales del texto, eso queda claro) un testimonio del esfuerzo y viaje emprendidos. Si para Christina contar y recontar historias es un ejercicio con el que se pretende comprender, el leer y releer Curaçao es algo similar, aunque lo que se persiga no sea tanto una comprensión cabal, sino un lento hundirse (sí, como barco) en estas arenas movedizas lingüísticas y narrativas, porque lo que tenemos entre manos no es solo una narración a cuatro voces (al menos cuatro voces identificables en esta polifonía armónica, en la que Soto van der Plas funge a veces como un corifeo), sino una disertación sobre el género de la crónica en sí, llevada a sus extremos más inimaginables y atrevidos. Una disertación sobre el origen, sobre el viaje, sobre la identidad y la memoria.

Para la autora, el descubrimiento no implica solo ver, sino explorar y dejar prueba de ello, y queda de manifiesto que es una tenaz investigadora no solo del tiempo, de la historia y del lenguaje mismo, sino acaso del “yo”. Aquí entre manos, en este libro, tenemos una huella de ese descubrimiento. Y si para ella la narración de este “yo” es la narración de los espejismos, para nosotros, testigos ocasionales, totalmente accesorios al fenómeno aquí sucedido, esta narración de su yo es asistir a un fenómeno que no se repetirá en mucho tiempo y donde, en ocasiones, podemos ver un trozo de la propia cara en el reflejo de estas historias y este rastrear quiénes somos y de dónde venimos, en el sentido más profundo del término, más allá de geografías y lenguas.

Narrada con una poética única, irrepetible, irremplazable, esta obra es lo más cercano a presenciar el estado sólido del flujo de consciencia de Christina, a cuyos lados, a veces de forma paralela, a veces intersecando en ciertos puntos, corren otra voces, otras vidas. Si para la autora una lengua se habita, nos orilla a nosotros, como lectores, a habitar un testimonio. Porque nos lleva, a través de su imaginación anecdótica del descubridor, a nombrar un territorio, ese territorio siempre ignoto, ese Curaçao que está y no está, como espejismo, y que se levanta cuando ella lo nombra, lo invoca.

Soto van der Plas se confiesa afecta a los cuadernos, como punto de trabajo, de encuentro, de reflexión. No es de extrañar, entonces, el franco tono de bitácora que atraviesa de forma transversal esta obra. Quizá a ella, como a nadie más en este género (o en otros, como ya mencioné) le queda firme uno de los tantos términos que hallamos en sus páginas: Ajq´ij. Contadora de tiempo. A la par de contarlo, lo construye, lo reafirma, lo malea. No es una cronista nada más (valga la expresión “nada más”): eso es solo el punto de inicio. Lo demás, lo definitorio de este libro, no puede ponerse en palabras que no sean las de ella; cualquier otra cosa que diga, correría el riesgo de señalar un punto distinto.

Si después de la extensa y arriesgada labor de Günter Wallraff como investigador, como cronista, tuvo lugar el verbo wallraffen (que hace referencia a la labor de transformación de un reportero, a la creación de una identidad falsa que experimentará todas las vivencias relatadas después en la crónica resultante; vivencias que de otro modo serían difíciles de investigar), quizá pronto escucharemos un término derivado del apellido Soto van der Plas, uno que haga referencia a una narrativa íntima, arriesgada, polifónica y diáfana, cuyos resultados no puedan (o no deban) insertarse en alguno de los géneros que hasta hoy conocemos.