Tierra Adentro

Michel Houellebecq declaró a propósito de la publicación de su poesía reunida «siempre tengo un sentimiento negativo hacia las cosas. El sufrimiento se me comería crudo si no le pusiera una estructura, si articulo ese dolor en un poema estoy salvado. El poeta bascula entre la amargura y la angustia, y a veces experimenta un momento de remisión que le permite crear», estas preocupaciones están presentes en la poesía de Diego José, en su más reciente libro: Cicatriz del Canto (Cecultah, 2014) asistimos a este fenómeno, pues el volumen de poemas es una elegía a la poesía. En sus versos experimentamos la decantación de una voz poética que ha evolucionado a lo largo de tres lustros. Los ocho capítulos que edifican el libro llevan el sino del interés máximo del poeta: radicar en la trasparencia del lenguaje y la voz del yo poético como un medio para santificar la palabra. Sin embargo, esta sacralidad de la poesía no pretende crear ningún dogma, por el contrario, su visión estiba en la actitud del poeta contemplando al mundo y tratando de interpretarlo. Es como lo describía el bardo sirio Adonis, quien afirmó: «Resulta imposible definir la poesía. No es más que un medio de expresión de las ideas y del pensamiento, por eso es que están íntimamente ligadas aquellas con éste. El poeta es un creador y la poesía un proceso creativo, en el cual me desenvuelvo de forma plena y con el que sin duda alguna me siento mucho más cómodo que con cualquier otro. Para mí no hay arte o estilo artístico como tal sino que hay artistas que son los que se expresan, los que crean».  Tal como se nos presenta el libro, en los versos de «Alba»:

Soy un poeta de carne y hueso

y mi palabra es carne y hueso.

 

O como lo explica en el cuarto poema del segundo capítulo «Umbral»:

 

La palabra es algo distinto a un asidero,

su anclaje no es atadura, sino trayectoria.

 

Octavio Paz escribió alguna vez un ensayo sobre traducción en donde explicaba: «Una reflexión del Dr. Johnson: “Una brizna de hierba es siempre una brizna de hierba, tanto en un país como en otro… Los hombres y las mujeres son mis objetos de estudio; veamos pues cómo estos se diferencian de aquellos que hemos dejado atrás”). La frase del Dr. Johnson tiene dos sentidos, y ambos prefiguran el doble camino que había de emprender la Edad Moderna. El primero se refiere a la separación entre el hombre y la naturaleza, una separación que se transformaría en oposición y combate: la nueva misión del hombre no es salvarse, sino dominar la naturaleza; el segundo se refiere a la separación entre los hombres. El mundo deja de ser un mundo, una totalidad indivisible, y se escinde entre naturaleza y cultura; y la cultura se parcela en culturas. Pluralidad de lenguas y sociedades: cada lengua es una visión del mundo. El sol que canta el poema azteca es distinto al sol del himno egipcio aunque el astro sea el mismo. Durante más de dos siglos, primero los filósofos y los historiadores, ahora los antropólogos y los lingüistas, han acumulado pruebas sobre las irreductibles diferencias entre los individuos, las sociedades y las épocas. La gran división, apenas menos profunda que la establecida entre naturaleza y cultura, es la que separa a los primitivos de los civilizados; en seguida, la variedad y heterogeneidad de las civilizaciones. En el interior de cada civilización renacen las diferencias: las lenguas que nos sirven para comunicarnos también nos encierran en una malla invisible de sonidos y significados, de modo que las naciones son prisioneras de las lenguas que hablan. Dentro de cada lengua se reproducen las divisiones: épocas históricas, clases sociales, generaciones. En cuanto a las relaciones entre individuos aislados y que pertenecen a la misma comunidad: cada uno es emparedado vivo en su propio yo».

Considero que esta separación entre la naturaleza y la vida moderna está presente, especialmente en los capítulos «Páramo» y «Cima», donde el poeta hace una apropiación de las preguntas filosóficas de la humanidad desde una explicación poética de la vida, cito:

 

Arroja tu vanidad entre los espinos,

hazla quemar en un fuego de rosas,

que nunca más retoñe

su pincho envenenado,

que no halle en su tierra la raíz

ni medio día su arboleda,

arroja tu vanidad a los cuervos:

nada tuyo te pertenece,

ni siquiera lo que has amado

y tan devotamente construiste.

Sé discreto con la hierba

-humilla tu vanidad                       te lo digo

despierta con el día,

trabaja.

 

Entre otros muchos autores y momentos, Cicatriz del Canto contiene el hondo calado de la voz de autores como Pere Gimeferrer, Salvador Elizondo, Juan Domingo Arguelles, José Ángel Valente, Efraín Bartolomé ó Luis García Montero, en particular a la definición que este último hizo sobre la llamada «nueva sentimentalidad», al decir que: «En una sociedad fuertemente industrializada no existe un lugar cómodo para los asuntos gratuitos, es decir, para las prácticas que no tienen una utilidad inmediata. Dentro de las ciudades modernas los poemas se han visto abocados al ruidoso carnaval de la marginación, construyendo con su propia miseria su grandeza. Gentes extrañas, ciudadanos al margen del utilitarismo social del lenguaje, los poetas apostaron por sus peculiaridades, haciendo de la literatura un ideal de vida, y en consecuencia, del vitalismo, una de las características fundamentales de la poesía moderna. Así, respetando la mitología tradicional del género (lo poético como el lenguaje de la sinceridad), surgieron dos caminos aparentemente muy diferenciados pero que son en realidad las dos cabezas de un mismo dragón: la intimidad y la experiencia, la estilización de la vida o la cotidianización de la poesía. Unas veces el sagrado pozo del poeta sale a la luz en sílabas contadas; otras, es la vida diaria —esa inquilina embarazosa— la que se hace poema. Y siempre como telón de fondo la vieja sensibilidad, que se ofrece a la literatura o que recibe su visita, abandonada a la azarosa fortuna de la inspiración.

Pero si olvidamos los encantos de la ingenuidad como base de la actitud crítica, si escogemos una postura inquisidora que levante la cabeza por encima de los mitos, del sentido común y de sus falsas evidencias, comprenderemos que el poema es también una puesta en escena, un pequeño teatro para un solo espectador que necesita de sus propias reglas, de sus propios trucos en las representaciones. La fundación mítica del yo sensible, cimiento de la moral burguesa, utiliza la poesía para reproducirse precisamente por su irrealidad. En un poema siempre hay muchas más cosas que la originalidad de un poeta», Diego José conoce de sobra las cabezas del dragón en comento, ha experimentado la savia de la tradición poética y lo hace evidente la construcción de un universo personal (imágenes y objetos) que edifican una imaginería identificable, que no repetida ni efectista, en cada uno de sus versos:

 

Ya no me duele la ausencia de las alas,

ahora puedo levantarme

y caminar sobre la tierra.

 

O como bien lo apunta en los últimos versos del libro:

 

Abro los ojos

he vuelto…

 

Entre mis manos

sólo Amor:

coge los pétalos,

no temas a las cicatrices.

 

La publicación de Cicatriz del Canto nos significa la culminación de un proyecto de más de 7 años de escritura y un trayecto de más de 15 años de búsqueda poética de Diego José. Así mismo representa para la poesía hidalguense, una enseñanza continuada sobre la humildad del bardo frente al oficio de poeta, y es, desde la proporción guardada, el eco de lo que Rilke dice en su primer carta a un joven poeta: «Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo». Porque eso, eso que se lee fácil pero que en realidad es lo más complejo, es lo que hace Diego José en Cicatriz del Canto y en su vida misma.


Autores
(Pachuca, 1980) vivió en Madrid y se siente atraído por la poesía japonesa, igual que Efrén Rebolledo. Le gustan la literatura, los puros, el cine, la música, el alipús variado, las mujeres y meterse en problemas, aunque no precisamente en ese orden. Autor de Escuela del Vértigo (CECULTAH, 2011), Bitácora del desánimo (HgO Ediciones, 2008) y Epílogo de insomnio (Pachuco press, 2006). Oficio de estar solo es su último libro. Trabaja como burócrata y periodista. Es insomne.