Casa de María Enriqueta
Al llegar a la muerte, en 1968, cerca de los cien años de vida, María Enriqueta, quien en su hora fuera una de las escritoras más importantes de Hispanoamérica, se encontraba en la miseria absoluta. Ciega y con miedo a perder la memoria habitaba una casa en la calle de Ciprés 163 de la colonia Santa María de la ciudad de México, acompañada únicamente por una mujer del servicio doméstico, de nombre María Delgado, tan anciana casi como ella y que ya no cobraba su salario. Considerándola reaccionaria y pasada de moda, la culturita de México la había olvidado por completo, a ella, la autora de Rosas de la infancia, el libro de texto con que todo mundo había aprendido a leer entre 1914 y 1960.
María Enriqueta Camarillo y Roa nació en Coatepec, Veracruz, en 1872, donde vivió la primera parte de la infancia en una gran casa cerca de la plaza mayor. Aunque su familia pertenecía a la alta burguesía porfirista, la suya fue una niñez melancólica y sin inocencia, como luego escribiría. Después vivió en la ciudad de México, donde ingresó al Conservatorio, en 1887, para estudiar piano. Desde los 22 años, en 1894, comenzó a colaborar en las más importantes revistas y diarios del modernismo, primero con el pseudónimo de Iván Moszkowski y luego firmando su prosa y poesía sólo con sus dos nombres: María Enriqueta. Pronto la crítica reconoció la calidad y profundidad de su escritura, lo mismo que su originalidad, pues no sigue ninguno de los ismos del momento.
Sin ser una feminista radical o sufragista rabiosa, María Enriqueta puede caracterizarse como una escritora de la emancipación femenina, especialmente por el papel que jugó como fundadora, redactora y colaboradora de la revista La Mujer Mexicana (1904-1906). En donde expresó de muchas maneras y con gran sabiduría su filosofía de la mujer sola, que no vive sólo para un marido, un hijo o un amante; lo mismo que la idea de que el amor es un sentimiento intelectual, que no depende tanto del ser amado en concreto, sino de quien lo sabe amar y convertir en luminoso recuerdo. Todo ello lo sintetiza un muy breve poema que dejó inédito, son sólo tres tetrasílabos, algo más corto que un haikú, y que dice: “Con la ola / va la ola. / Yo… voy sola.”
En 1898 contrae matrimonio con el historiador y diplomático Carlos Pereyra. No tuvo hijos. Su modo de pensar franciscano y melancólico le hizo saber que no es bueno prolongar el dolor humano, pues, siguiendo a Epicuro, desde muy joven ella consideraba que lo mejor para el ser humano sería no haber nacido. También pronto supo que el mucho amor no aseguraba para nada la suerte de la progenie. Porfiristas, la revolución mexicana les conducirá al exilio en Europa, donde terminarán viviendo en España desde 1916 hasta 1948, cuando, seis años después de la muerte de Pereyra, ocurrida en 1942, ella decide regresar a México junto con los restos de él. En España, cerca de Madrid, vivieron en una casa humilde pero propia en una zona conocida como Ciudad Jardín, casa a la que le colgaron una bandera mexicana durante la guerra civil para que la respetaran los contendientes de ambos bandos.
En la primera década del siglo XX, María Enriqueta fue, posiblemente, la escritora más respetada por la intelectualidad mexicana de la época. Consagrada por aquel tiempo a la creación poética, publicó profusamente sus versos en los principales periódicos y revistas, al tiempo que daba a la imprenta sus primeros poemarios, aparecidos bajo los títulos de Las consecuencias de un sueño (México, 1902) y Rumores de mi huerto (México, 1908). Será visitada por Ramón López Velarde, quien escribe una crónica de ello, donde nos informa que la poeta entonces vivía en la Privada del Trébol de la colonia Santa María; también nos hace saber que la clave de su persona estaba en los ojos, que él califica como “magnates”. Luego, ya en España será apreciada, frecuentada y deseada eróticamente por Alfonso Reyes, quien también dejó un registro de ello.
Ni estridentista ni estrictamente modernista, la poesía de María Enriqueta es una creación esencialmente original y muy personal. Más próxima a José Martí que a Rubén Darío, casi hermana de Enrique González Martínez y muy alejada de Manuel Gutiérrez Nájera. Escritura de una mujer empoderada, que se da sentido a sí misma a través de la prosa y la poesía. Con el tiempo se pensó y expresó más como prosista y novelista que como poeta. Sus relatos infantiles marcan rutas aún poco recorridas por otras plumas y la novela El secreto será una obra elogiada por el mismo Paul Valéry, que, leyéndola en traducción de su hija, la considera de gran eficacia psicológica. Entonces, llama la atención que en toda su obra escrita María Enriqueta nunca dejó ingresar la historia real que diario vivía. Ni la revolución mexicana ni las guerras mundiales ni la guerra civil española están presentes en su prosa y poesía. Quizá por eso la historia la ha olvidado.
Gris final. Cuando se encontraba en la miseria y comenzaba a quedarse ciega, a principios de la década de los sesentas del siglo pasado, María Enriqueta recibió un raro homenaje de la XEW en el Día de las Madres, donde le obsequiaron un ramo de rosas y una máquina de coser Singer. ¡A ella, la pianista y escritora más importante de su generación! ¡La feminista que supo elegir no ser madre! Le dolió mucho saber que ni ella ni su ayudante doméstica podían manejar esa herramienta y que no se encontraban en condiciones de poder negociarla para convertirla en dinero en efectivo. Así de cruel suele ser la existencia humana.