Tierra Adentro
Diana Martín. “No sé si es el sordo rumor del teatro repleto” Acuarela y tinta/Papel

En este ensayo, Magali Velasco revisa las influencias literarias en las nuevas voces femeninas latinoamericanas. ¿Cuál podría ser el otro canon hispanoamericano, el conformado por escritoras? Las respuestas de algunas narradoras contemporáneas visibilizan a quienes han sido cómplices, modelos a seguir, e inspiración a la hora de crear una poética propia. El resultado provoca echar una mirada a nuestro canon personal para reconfigurarlo.

Miente quien afirme que nunca ha sentido alegría por la desgracia ajena. Y es que el origen del sentimiento de la compasión no es el amor evangélico sino la construcción de una empatía con el otro[1]. El alemán Fritz Breithaupt (1967, Meersburg), especialista en ciencias cognitivas y teoría de la cultura, desarrolló una interesante propuesta en torno a lo que él llama “culturas de la empatía”, donde intervienen básicamente dos mecanismos: la toma de partido y la narración. Como lectores establecemos inevitablemente empatías narrativas que nos permiten o no resonar con ciertas estéticas, con ciertas extrañezas y poéticas.

Sobre este eje teórico, además de los conceptos de “anatomía de la influencia” y “canon” propuestos por Harold Bloom que más adelante discutiré, comencé a especular sobre lo que considero podría ser el otro canon hispanoamericano, el protagonizado por mujeres. Estas reflexiones fueron el punto de partida para entrevistar y utilizar el internet como un foro.[2]

Lo que comparto en este texto son tan sólo preliminares de una discusión más amplia que espero se continúe con las demás escritoras hispanoamericanas, nacidas durante las cuatro últimas décadas del siglo XX. El diálogo tuvo como eje las siguientes preguntas: 1) ¿A qué escritora(s) universales del siglo XX colocarías en el centro de tu canon personal, es decir, aquella(s) que han influido o provocado eco en tu creación?; 2) ¿Qué escritora consideras no ha sido reivindicada en las últimas tres décadas?; y 3) ¿Qué escritora consideras está sobrevaluada?

Las respuestas fueron inmediatas, motivadas en varios casos por el tema, pues lo encontraron pertinente de abordar. Para el ejercicio que realicé con las escritoras, (en su mayoría narradoras y al menos con un libro publicado en editorial de cobertura nacional o internacional) previamente tuve que situarme como actante alerta de las tendencias que comencé a percibir al leer estas voces. Afortunadamente la discusión en torno al tema escritura y mujeres ha ido ensanchando sus filas con diversas opiniones que afirman la existencia de un sistema inherente a las poéticas creadas por mujeres; otros juicios niegan rotundamente dicho postulado decantándose hacia la universalidad asexuada de los procesos creativos. El cúmulo de ideas hasta hoy vertidas en foros, libros o conversaciones convergen en la posibilidad de posicionarnos y atender –desde la academia y también desde los creadores y sus receptores– cómo se han modificado los horizontes y los paradigmas estéticos, sociales, psicológicos y políticos percibidos a través de la creación literaria y a través de la mirada del otro. A la par de la lista de autores varones, las actuales generaciones encuentran en las autoras que las preceden confluencias estéticas, búsquedas poéticas, guiños y empatías. La empatía, según la define Fritz Breithaupt, “es la pertenencia que se siente cuando se ha tomado partido por uno (y no por el otro). Este sentimiento de pertenencia es provocado por estrategias (emocionales y racionales) a través de la cuales uno legitima en términos narrativos su decisión de tomar partido”. (153). Este proceso puede conducir a un sentimiento de pertenencia. En ese sentido, el acercamiento propuesto con las escritoras fue identificándolas como lectoras y receptoras de resonancias poéticas.

En los procesos de empatía participan la comprensibilidad, la previsibilidad y la fascinación del poder, que nos permiten, como lector, ponderarnos o no hacia cierta obra, personaje en particular, visión de mundo, etc.

De las escritoras que dieron respuesta a la primera pregunta (¿a qué escritora(s) universales del siglo XX colocarías en el centro de tu canon personal, es decir, aquella(s) que han influido o provocado eco en tu creación?) algunas de ellas ahondaron en sus respuestas apuntando hacia la idea de identificación como una forma más de búsqueda estética. Fritz Breithaupt retrotrae la Poética de Aristóteles y el concepto de anagnórisis (reconocimiento) para anotar que Aristóteles no utiliza el lenguaje moderno de la identificación que implica “meterse en la piel del otro” (206). Establecemos un nivel de identificación con los personajes y las situaciones en tanto resonamos con las emociones y con el proceso de narrativización de la cadena causal de los personajes, sin embargo, en el plano creativo (cómo leen los que escriben), estas cadenas causales se vinculan con lo que Harold Bloom entiende como sublime y extraño.[3]

Las escritoras postularon voces dominantes como Virginia Woolf (Londres 1882-1941), Carson McCullers (Giorgia 1917-1967), Flannery O’Connor (Giorgia 1925-1964), Gertrude Stein (Pensilvania 1874-1946), Kathy Acker (E.U., 1947-Tijuana, 1997), Lorrie Moore (NY, 1957), Elfriede Jelinek (Estiria, Austria, 1946), Clarice Lispector (Ucrania 1920-Río de Janeiro, 1977), Alejandra Pizarnik (Bs. As., 1936-1972), Inés Arredondo (Culiacán, 1928-1989), Rosario Castellanos (México,1925-Tel Aviv, Israel, 1974), por sólo mencionar las que más veces fueron nombradas, como punta de lanza en sus empatías narrativas. Marina Porcelli, narradora nacida en 1978 en Buenos Aires, opinó: “La lista de mujeres que me impresionaron es inmensa, más inmensa aún es la de determinados libros que escribieron determinadas mujeres, aunque esto no se traduzca de un modo unívoco en mi escritura. Quiero decir, la idea de deuda o de eco la entiendo en el sentido formativo, pensar aquellos títulos que construyeron mi mirada de mundo y que me ayudan a pensar el mundo. La balada del café triste de Carson McCullers, aunque sé que no es una obra titánica —como quizá sí lo sea Ulises o En busca del tiempo… —es un libro que me hubiera gustado escribir”. Construir una mirada del mundo equivale a replantear los horizontes a partir de la alteridad inesperada. La alteridad, definida en el contexto de las empatías, es el proceso de recepción de los lectores o espectadores dentro de un horizonte donde la lógica ofrecida se quiebra y es releva por otra (Breithaupt, 215). En ese tenor, considero que Carson McCullers, por ejemplo, es una autora que ofrece este tipo de alteridad discursiva al jugar con las perspectivas tanto de sus personajes como de nosotros lectores. Y es que Miss Amelia, la inolvidable protagonista de La balada del café triste, escapa a las categorizaciones pero no a su destino. Lo impresionante en esta novela corta (algunos consideran más este texto como cuento largo) es la constante construcción de especulaciones en torno a Miss Amelia y luego en torno al primo y luego en torno al binomio bizarro que será destruido por Marvin Macy. En otro texto de esta autora, el personaje de Madame Zilensky –una excelsa profesora y compositora– despierta los prejuicios de Mister Brook. El contacto con el otro lleva a la alteridad y en este cuento, sutilmente, a una crisis interna. Mister Brook nunca logra verbalizar con claridad qué es lo que le molesta de esa mujer a la que admiraba tanto antes de conocerla. Como lectores, asistimos a esa extrañeza y, a diferencia de Mister Brook, sí reconocemos el origen de la incomodidad. Madame Zilensky, como si hablarade sus estudios, reafirma su autonomía con tres hijos de padres diferentes, es una prolija y dotada compositora y se da el lujo de olvidar su diapasón en casas de pretéritos amantes, su figura es elegante y un tanto distraída. El hombre se siente inevitablemente desorbitado en la frontera de la seducción y el rechazo.

Hago la siguiente observación: mientras que algunas escritoras identificaban como una voz importante a Kathy Acker, otras subrayan que su importancia radica en su marginalidad…[4]

El tema de la marginalidad en la escritura no se circunscribe al tema de lo femenino. Sin embargo, es reclamo generalizado el hecho de que los ámbitos literarios hasta el pasado siglo estaban dominados mayormente por voces masculinas.

La poeta y crítica norteamericana Adrienne Rich, en su notoria conferencia “Apuntes para una política de la ubicación” (1984), habló sobre la geografía más cercana que cada ser humano posee: su cuerpo. Leer el cuerpo para escribir sobre nosotras mismas, fue la postura de esta intelectual cuyo legado comienza a cobrar más y más eco en las generaciones jóvenes. Rich, en su conferencia dictada en 1984 –año que da título a la famosa novela de George Orwell– promulga una reclamación del cuerpo “para restablecer el contacto entre nuestros modos de pensar y hablar y el cuerpo de este ser humano viviente en particular, una mujer”. (33) Nina Simone con su canción “Ain’t got no/ I’ve got life”, reclama desde el oxímoron el no tener “nada” y tener vida, un canto de libertad dictada por la apropiación del cuerpo. No tengo cultura, dice Nina Simone, ni escuela, ni clase, ni religion, ni dios, ni nombre, pero tengo corazón y alma, tetas y sexo, brazos, manos, piernas, sangre, libertad, vida y eso nadie se lo va a arrebatar.

Y para ubicarnos en esta política, habría que decir no el cuerpo, sino, mi cuerpo. Esta es la parte del ensayo que más me significa de Adrienne Rich. Citar el fragmento completo en este espacio no me permitiría abarcar los otros temas a tratar, sin embargo, para aquellos que no conozcan el ensayo, valgan estas líneas de muestra:

Escribir “mi cuerpo” me sumerge en la experiencia vivida, en la particularidad: veo cicatrices, desfiguraciones, descoloramientos, daños, pérdidas, así como lo que me agrada. Los huesos bien nutridos desde la placenta, la dentadura de una persona de clase media revisada por el dentista dos veces al año desde la niñez. Piel blanca, desfigurada y marcada con cicatrices de tres embarazos, una estilización voluntaria, artritis progresiva, cuatro operaciones en las articulaciones, depósito de calcio, ninguna violación, ningún aborto, largas horas frente a la máquina de escribir –la mía…. (35)

La idea es recordar esta política de ubicación y retomar a la vez algunos asuntos hartamente discutidos de lo que Bloom postuló en su libro Canon de occidente (primera edición de 1994) respecto a su llamada “Escuela del Resentimiento”, donde sitúa a los estudios feministas, afroamericanos o chicanos. Me causa gracia cuando Bloom afirma que “las animadoras feministas proclaman que las mujeres escritoras cooperan entre sí amorosamente como si hicieran ganchillo […]” (Bloom, 1995: 17). La imagen es para enmarcar y colgar en algún lugar especial de la casa. Creo que ya podemos hablar de una ruptura en la continuidad literaria del canon propuesto por Bloom. Más allá de discutir si Homero era mujer o “J” una mujer de la corte del rey Salomóny verdadera autora de la biblia (Bloom: 14), las nuevas generaciones de escritoras latinoamericanas (aquellas nacidas durante las décadas de los 60, 70, 80 y 90), herederas de todos los feminismos, están escribiendo desde su cuerpo con conciencia de ello. Y esta escritura, siguiendo la refulgente metáfora de Bloom, ha creado un fino bordado donde se narra una historia de inspiraciones, nuevas escuelas e influencias, no sé todavía si angustiantes.

Finalmente, la tercera pregunta, ¿qué escritora consideras está sobrevaluada?, fue algo polémica, porque si bien algunas ofrecieron nombres como Ángeles Mastreta, Elena Poniatowska, Isabel Allende, Guadalupe Loaeza, Margo Glantz, hubo otras que no encuentran en Clarice Lispector o en Diamela Eltit motivos suficientes para que la crítica —no los lectores— las identifique como productos literarios postulados como panegíricos de una “literatura femenina”. Más de dos escritoras decidieron abstenerse y no compartir su opinión sobre este tema, otras, como Valeria Luiselli, quien propuso hablar mejor de las infravaloradas, insistieron en que el verdadero tema es aún la marginación y no el encumbramiento, el verdadero tema es el compromiso con la escritura. En este tenor, la boliviana Giovanna Rivero (1972) reflexionó lo siguiente:

No lo sé. Y no lo sé no por falta de crítica o rigor en mis lecturas de escritoras, sino porque las esferas culturales y los circuitos de circulación para las escritoras siguen siendo más ásperos, más complicados para nosotras que para ellos, de modo que decir ‘tal escritora ha sido sobrevalorada’ me parece apresurado, no quiero ceder al impulso de responder automáticamente. Lo que sí puedo decir es que Isabel Allende es toda una bestseller y me hubiera gustado que, desde el lugar indiscutible en el mercado que ha conquistado, se hubiese atrevido a desformatearse, a arriesgarse más con el lenguaje, a traicionarse, a perder lectores si es necesario. Ella podría darse ese lujo. (Además, creo que no es un lujo, es parte de la vocación y el camino literarios).

La tijuanense Mayra Luna, por su parte, compartió que este tema en particular la detuvo deliberando más que las otras preguntas:

[…] realmente creo que el problema es aún de valorar a las escritoras, y no aún de escritoras sobrevaluadas. Obviamente habrá casos de alguien que no debiera estar en una u otra antología, tener cierta columna y demás, y que obtuvo ese beneficio por sus contactos, pero considero que en el panorama amplio sólo termina sobresaliendo quien mantiene una obra de calidad. Todas (y todos) los demás pueden estar publicados en Anagrama o Alfaguara o donde sea, pero al paso de dos años sus textos se olvidan. La sobrevaloración en estos casos dura lo que la fama a los cantantes de Televisa.

Los procesos de inclusión, como el uróboros, muerden al tema del olvido. Las convocadas que generosas dedicaron un fragmento de su tiempo en pensar y luego escribir sus respuestas, en total recuperaron el nombre de más de un centenar[5] creadoras latinas, anglosajonas, de otros puntos de Europa y de Asia, nacidas en el siglo XIX y en el XX. Es evidente que existe un sistema de reconocimiento entre las precursoras y contemporáneas, es evidente que se reconoce también el trabajo de aquellas bestselleristas por la capacidad de llegar a tantos lectores. Me queda claro que esta es una discusión que amerita mayor atención y profundidad. Habría que localizar un rizoma de escritoras –si lo hay. La cartografía de la escritura de mujeres comenzó a reformularse desde el siglo pasado ecuánime con los cambios de rol y noción de género.

No converjo con ciertas posturas ideológicas del crítico estadounidense Harold Bloom. Una de ellas ya la expresé líneas arriba y tiene que ver con la forma en que categoriza y ordena en “Escuelas” y “Eras” del Resentimiento y ahora lemings y seguidores del Nuevo Cinismo. Bloom define el Nuevo Cinismo como “una serie de tendencias críticas arraigadas en teorías francesas de la cultura y que abarcan el Nuevo Historicismo y escuelas de esa clase” (2011. 23). Y, en otro apartado también del libro Anatomía de la influencia, coincide con Gertrude Stein en la idea de que uno escribe para sí mismo y para los desconocidos y para aquellos “lectores disidentes de todo el mundo que, en su soledad, buscan de manera instintiva literatura de calidad, desdeñando a los lemings que devoran a J.R. Rowling y a Stephen King mientras corren hacia el acantilado rumbo al suicidio intelectual en el océano gris de Internet”. (26). Esta última cita es una joya, sobre todo si la paragonamos con lo que anteriormente, allá en los noventas (Cuadernos de Lanzarote, 1993-1995, tomo I) José Saramago creía no sólo de ese tipo de lectores, sino de nuestra decadente humanidad: “Vemos el abismo, está ahí, delante de los ojos, y a pesar de todo avanzamos hacia él como una multitud de lemings suicidas, con la capital diferencia de que, de camino, nos vamos entretenidendo en despedazarnos los unos a los otros”.

Sin embargo, vislumbro en el planteamiento teórico de Bloom preceptos por demás trascendentales y otros que reconozco demasiado masculinos, sobre todo cuando apela a la alegoría bélica para explicar las competencias encarnizadas entre escritores ansiosos por sobrevivir y luego ser inmortales: “En estas luchas [de ambición], para los poetas poderosos, lo que está en juego es siempre literario. Amenazados por las perspectivas de la muerte imaginativa, de quedar totalmente poseídos por un precursor, sufren un tipo de crisis claramente literaria. Un poeta poderoso no busca simplemente derrotar al rival, sino afirmar la integridad de su propio yo como escritor” (22-23).

Más que concentrar energía en vencer rivales literarios (que es como jugar un partido de solipsismo), me quedo con la imagen de integridad y coherencia, con esa voz naciente o ya clara y autónoma. Autoinfluencia, llama Bloom a esa “forma sublime de ser dueño de ti mismo” (50) o suicida de tu propio abismo.

BIBLIOGRAFÍA

Bloom, H., El canon de occidente, Barcelona, Anagrama, 1995.

Bloom, H., Anatomía de la influencia, Madrid, Taurus, 2011.

Breithaupt, Fritz, Culturas de la empatía, Madrid, Kats Editores, 2011.

Rich, Adrienne, “Apuntes para una política de la ubicación”, en: Otramente: lecturas y escrituras feministas, coord. Marina Fe, México, UNAM – FCE, 1999

Saramago, José, Cuadernos de Lanzarote (1993-1995), Tomo I, Alfaguara


Notas

[1] Fritz Breithaupt en su libro Culturas de la empatía [Madrid, Kats Editores, 2011] recupera al filósofo G. E. Lessing para abordar la relación entre el concepto de la compasión y la invención del Yo del siglo XVIII: “… a Lessing le resulta muy difícil imaginarse una alegría compartida, una ‘conalegría’. Ya que cuando alguien se alegra, el otro reacciona con celos, no puede olvidar su propio Yo, sino que se compara con el otro […] El Yo es justamente lo que debe superarse, ya que el Yo y el egocentrismo nos hace olvidar que en lo profundo tenemos mucho en común con el otro y no nos permite percibir la similitud con él, Mientras cada uno crea únicamente en sí mismo, como en la parábola del anillo, la comunidad no será posible […] El Yo se convierte en la amenaza mortal de la literatura. Cuanto más Yo se vuelven los individuos, menos accesibles, comprensibles, captables a través de los sentimientos se vuelven también los caracteres de ficción.”(80-81)

[2] Ni son todas las escritoras existentes como tampoco las registradas, son únicamente aquellas (en su mayoría narradoras pues es el género de mi interés prioritario) de las que hasta ahora he podido rastrear obra y continuidad en su desarrollo literario. Repruduzco los nombres de las convocadas a quienes dedico este texto y mi agradecimiento. De México: Bubba Alarcón (Chihuahua, 1983), Liliana Blum (Durango, Durango, 1974), Mayra Inzunza (D.F., 1975), Mayra Luna (Tijuana, Baja California, 1974), Liliana Pedroza (Chihuahua, Chihuahua, 1976), Socorro Venegas (San Luis Potosí, 1972), Mónica Nepote (Guadalajara, 1970), Nati Rigoni (Córdoba, 1974), Karla García Ladrón de Guevara (Veracruz, 1963), Claudia Guillén (DF, 1963), Lucía deBlock (D.F.), Camila Kraus (Xalapa, 1976), Elisa Corona Aguilar (DF, 1981), Abril Castro (Tijuana, 1976), Estrella del Valle (Córdoba, 1971), Gabriela Damián (DF, 1979), Eve Gil (Hermosillo, 1968), BrendaLozano (D.F., 1981), Ariadna Chávez Chacón (Guanajuato, 1988), Lourdes (Lou lou) de la Parra (México, D.F.), Patricia de Souza (México, D.F., 1964), Norma Lazo (Veracruz, 1963), Graciela Romero (Guadalajara, 1982), Miréia Anieva (Ciudad de México, 1988), Teresa López Avedoy (Salvador Alvarado, Sin., 1979), Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972), Nadia Villafuerte (Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 1978), Elma Correa (Mexicali, 1979), Esmeralda Ceballos(Tijuana, 1979), Fernanda Melchor (Veracruz, 1982), Samantha Luna (Tijuana, Baja Califonia), Iris García Cuevas (Puebla), Gabriela Torres (Monterrey, 1982), Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), Mariel Iribe Zenil (Chicontepec, Veracruz, 1983), Flor Aguilera García (Ciudad de México, 1970), Margarita Zayak Valencia (Tijuana, 1980).

De Argentina, Bolivia, Chile y España: Lolita Bosch (Barcelona, 1970), Mariana Enríquez (Bs. As., 1973), Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970), Imma Turbau (Gerona, España, 1974), Giovanna Rivero (Montero, Santa Cruz, Bolivia, 1972), Natalia Litvinova (Bs. As., Argentina), Marina Porcelli (Bs. As., 1978), Andrea Jeftanovic (Santiago de Chile, 1970), Elvira Navarro Ponferrada (Huelva, España, 1978).

[3] “La experiencia sublime consiste en la combinación paradójica del placer y dolor. Para Shelley lo sublime es un ‘placer difícil’, una experiencia abrumadora mediante la cual renunciamos a los placeres sencillos por lo que son casi dolorosos. […] Para mí, la ‘extrañeza’ es la cualidad canónica, la señal de la literatura sublime. En el diccionario se puede descubrir que el origen latino de la palabra extraño significa ‘extranjero’, ‘exterior’. ‘ajeno’. La extrañeza es lo misterioso: el alejamiento de lo que nos es familiar o banal. Este alejamiento es probable que se manifieste de manera distinta en escritores y lectores. Pero en ambos casos este alejamiento hace palpable la profunda relación entre sublime e influencia”. Bloom, H., Anatomía de la influencia, Madrid, Taurus, 2011, p. 36.

[4] Eve Gil (1968) mantuvo “La trenza de sor Juana”, primero la columna y luego el blog, como un espacio activo que ahora, en retrospectiva, tras una década (la primera publicación en el suplemento del Excélsior fue el 31 de diciembre de 2001 y la última entrada en el blog fue el 11 de noviembre de 2011) y 322 ensayos sobre escritoras de varias latitudes, puede considerarse como un acervo de grandes alcances no solo desde la perspectiva crítica sino también desde la difusión y el saber compartido. Recientemente se publicó La nueva ciudad de las damas (UNAM, 2010),primero de varios volúmenes que eventualmente recuperarán los ensayos que Gil escribió sobre otras mujeres creadoras. Y, precisamente, Eve Gil contestó que la lista de autoras poco consideradas por la crítica o por los editores sería extensísima: “Reivindicadas, y con urgencia, tendrían que ser Flannery O’Connor, cuyas novelas son prácticamente imposibles de conseguir en México […]; Katie Acker, que es una autora experimental, fascinante, pero prácticamente de culto porque solo la conoce un muy reducido grupo de lectores, y para terminar con las extranjeras, sugiero rescatar, también en calidad de urgente, a James Tiptree, seudónimo con que firmaba Alice Sheldon, una autora de Ciencia Ficción que prácticamente reinventó el género y tiene una biografía fascinante que acaba de ser publicada por Circe Editores. […] Ahora vamos a las mexicanas… últimamente se ha hecho una labor de reivindicación de varias de ellas, y sinceramente lo celebro. Pero la que permanece en el limbo por una serie de razones absurdas, de tipo político, es Guadalupe Dueñas”.

[5] Menciono algunas de ellas: Margaret Atwood, Flannery O´Connor, Patricia Higsmith, Miyó Vestrini, Lydia Davis, Lorrie Moore, Kathy Acker, Harper Lee,Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Anais Nin, James Tiptree (autora de ciencia ficción), Elfriede Jelinek, Fleur Jaeggy, Yoko Ogawa, Amelie Nothomb, Susan Sontag, Nadine Gordimer, Ann Beattie, Sylvia Plath, Joyce Carol Oates, J. K. Rowling, Madame de Stael, Flora Tristán, Madame de la Fayette, Emily Bronte, Jane Austen, Virginia Woolf, Marguerite Duras, Mary McCarthy, Eudora Welty, Willa Cather, Agota Kristof, Cynthia Ozick, Natalia Ginzburg, entre otras.

Escritoras latinoamericanas o españolas: Teresa de Cartagena (siglo XV), Clarice Lispector, Luisa Valenzuela, Cristina Peri Rossi, Alejandra Pizarnik, Diamela Eltit, Carmen Laforet, Ana María Navales, Dulce Chacón, Mercè Rodoreda, Ana María Matute, Rosa Chacel y Carmen Martín Gaite, Ulalume González, Diana Belessi, Edna Possi, Irene Gruss, Olga Orozco, Silvina Ocampo, Sylvia Molloy, Marosa di Giorgio, Leonora Carrington, Esmeralda Santiago, Rosario Ferré, Zoé Valdés.

Escritoras mexicanas: Nellie Campobello, Amparo Dávila, Elena Garro, Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila, Josefina Vicens, Elena Poniatowska, Sabina Berman, Carmen Boullosa y Rosa Beltrán, Josefina Vicens, Mónica Lavín y Ana García Bergua.


Autores
Narradora y ensayista. Recibió en 2003 el Premio Internacional Jóvenes Americanistas (Santiago, Chile) por ensayo y el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola en 2004 (UDG). Es autora de los libros de cuentos Vientos machos (UDG, 2004) y Tordos sobre lilas (Editorial de la U.V., 2009) y del ensayo El cuento: la casa de lo fantástico. Cartografía del cuento fantástico mexicano (Tierra Adentro, 2007). Vivió cinco años en Ciudad Juárez desarrollándose como profesora-investigadora de la UACJ. Actualmente es docente-investigadora en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana e investigadora en el Sistema Nacional de Investigadores (nivel I).