Amado, Nervo
“Bienvenidos a Tepic de Nervo”, consigna un letrero colocado bajo un busto inspirado en el poeta que recibe a los viajeros. El anuncio se confirma en cada lugar. El Aeropuerto lleva su nombre; la Universidad, el Congreso, decenas de calles, escuelas, pueblos. Todo Nayarit lo recuerda. Aquí los nombres de los próceres patrióticos son irrelevantes. Este pueblo evoca y rememora en homenajes diarios a su poeta Amado.
La casona construida en el 248 de la calle Zacatecas, hacia 1840, es conservada por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. En este sitio nació Amado Nervo el 27 de agosto de 1870. Catorce años después se mudaría a Jacona, Michoacán, donde fue alumno de José Mora, rector del Colegio de San Luis Gonzaga y tío de Nervo.
La Casa Museo está dividida en tres secciones. La primera da cuenta de su vida en Tepic. Entre los documentos interesantes que resguarda está una vieja fotografía del poeta sentado en el regazo de su nodriza, reflejo del poder económico que alcanzó la familia del escritor: su padre se dedicaba al comercio y a las importaciones. En la misma sala podemos observar una puerta antigua de la casa y una llave sin dientes. El ingreso a una habitación es el recuento de una vida infantil intensa, aburguesada, en una ciudad que pronto fue pequeña y calmada para el poeta.
Estoy sentado en el patio. Hago una pausa para mirar un inservible telescopio que Amado Nervo usó para ver las estrellas. El aparato sigue aquí. Aún retiene el pulso y el brillante tiritar de los astros que el escritor observó cuando niño. En el cielo de Jacona, Nervo aprendió a leer el universo, su “cielo encendido de estrellas”, el “alfabeto de las constelaciones”. El telescopio apunta a una ventana clausurada. Esa misma por donde abandonó la infancia nayarita. Al fondo de la casona hubo una noria que dejó su huella en el muro. Amado Nervo creció aquí y aquí bebió del agua que llega a la “febril costa, abanicada por palmas y datileros de oro”.
La segunda sala de la Casa Museo resultó una grata sorpresa: la intención de reivindicar al Nervo periodista. Los reconocimientos al poeta son innumerables, pero una mirada crítica y sistemática a su obra en prosa y sus crónicas es apenas reciente y ha sido dirigida por Gustavo Jiménez Aguirre. Esa ardua labor de acumulación y lectura derivó en la edición de El libro que la vida no me dejó escribir. Una antología general (FCE-FLM, 2006) y la publicación digital “Amado Nervo: lecturas de una obra en el tiempo”.
Aquí están exhibidas diversas revistas regionales y algunas crónicas difundidas en El Mundo, El Imparcial y El Mundo Ilustrado, publicaciones en las que participó Nervo durante el Porfiriato. Al fondo de esta sala se encuentra una colección personal de al menos sesenta libros publicados por Amado Nervo. Estas invaluables primeras ediciones y algunas reediciones son propiedad de Rafael Padilla Nervo y Janine Nervo, según consta en las cédulas del museo. A ellos se debe también la conservación en buen estado de muchos documentos, manuscritos, libros y objetos del vate nayarita.
La última sala aglutina la vida de Amado Nervo en el servicio diplomático y su obra poética. En el sitio, destaca una fotografía de las exequias del escritor: en torno a él, una turba intenta acariciar el féretro, un poco de su popular poesía a principios del siglo XX, la que se prodigaba en periódicos y en la Revista Moderna. Aquel funeral devino en la construcción del mito nerviano: haber sido el primer poeta hispanoamericano. Con Amado Nervo se construyó la imagen, ahora confusa, de que el escritor ejerció un rol relevante en la vida social. Fue canon, ejemplo, palabra, reverencia. Esclavo de las multitudes que aspiraban a la grandeza espiritual, un retrato de Nervo se detiene en la sala de su antigua casa, se detiene en el tiempo.
Fotografías: Esaú Hernández