Tierra Adentro
El contable hindú

Titulo: El contable hindú

Autor: David Leavitt

Traductor: Javier Lacruz

Editorial: Anagrama

Lugar y Año: Barcelona, 2011

El domingo 17 de julio de 2005, David Leavitt (Pittsburg, Pensilvania, USA, 1961) publicó en The New York Times un artículo, “Out of the Closet and the Shelf”, en el que exponía sus razones contra la llamada “literatura gay” y confesaba que él, por su parte, estaba por pasar a la etapa “post-gay” (sin que definiera claramente). Leavitt, quien hasta ese momento había escrito relatos y novelas totalmente gays, por los que se le podría considerar el moderno novelista gay por antonomasia, ahora negaba esa categoría y, sin saberlo, anulaba su propia obra. Desde sus primeros libros de cuentos y novelas, Leavitt retrató las diferentes formas en que se podía ser gay a finales del siglo XX: desde el primero de ellos, Baile en familia (1983), pasando por El lenguaje perdido de las grúas (1986), su polémica novela Mientras Inglaterra duerme (1993), luego Arkansas (1997) y hasta los relatos reunidos en El edredón de mármol (2001). Sólo en años más recientes cambió radicalmente de perspectiva. Entonces publicó la novela El cuerpo de Jonah Boyd (2004; Anagrama, 2006) en la que sólo aparece una alusión a la homosexualidad. Y casi lo mismo sucede en su novela más reciente, El contable hindú, que finalmente se publicó en español cuatro años después de haber aparecido en inglés.

Entre esas dos novelas, Leavitt publicó El hombre que sabía demasiado (2005; Antoni Bosch, Barcelona, 2008), una fluida biografía sobre Alan Turing, el matemático inglés a quien se le adjudica la paternidad de la computadora moderna y arquitecto de la máquina que descifró el Código Enigma nazi durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, a pesar de esa ayuda que fue decisiva para el triunfo de los aliados en el Atlántico norte, Turing fue condenado bajo la enmienda Labouchere (1885) que penalizaba las prácticas homosexuales en Inglaterra. En la sentencia, a Turing se le dio a escoger entre ir a la cárcel o someterse a un tratamiento de hormonas que, supuestamente, lo curaría de sus tendencias: eligió las inyecciones de estrógenos; desde luego, no sólo no se curó sino que con ello fue orillado al suicidio en 1954, pocas semanas antes de cumplir 42 años, comiéndose una manzana rociada con cianuro que él mismo preparó. Como en el caso de Oscar Wilde, Inglaterra tuvo que reconocer con excesiva tardanza la importancia de la obra de Turing: en 2009, el primer ministro británico, Gordon Brown, emitió un comunicado en el que ofrecía disculpas por lo que el gobierno inglés le había hecho en los últimos años de su vida y en junio de 2012 se conmemoró el centenario de su nacimiento con un timbre postal. Durante su infancia, el menosprecio no fue distinto: uno de sus maestros en la educación básica lo llamaba “el alquimista” porque Turing siempre estaba preparando “quién sabe qué endiablado brebaje con la ayuda de dos velas parpadeantes”. Sin el antecedente de esa biografía sobre Turing es poco probable que Leavitt hubiera escrito El contable hindú.

En El contable hindú, por su parte, aparece otro importante matemático inglés, G. H. Hardy, profesor e investigador del Trinity College, en Cambridge, y homosexual como Turing. En su artículo del New York Times, Leavitt dice que la literatura gay consistía en que “todo lo que implica ser gay estaba en el centro mismo de la trama”, pero en El contable hindú Leavitt ya no se centra en contar el despertar sexual de Hardy y el desarrollo de su sexualidad, como pudo haberlo hecho si hubiera escrito esta novela en su primera etapa como narrador. Ese tema queda en segundo plano, sólo se alude a él subrepticiamente, como cuando al describir la orientación sexual de los miembros de la sociedad secreta de universitarios intelectuales, que entre ellos se llamaban “apóstoles”, Leavitt escribe: “También es vox pópuli que la mayoría de los miembros de ‘esa’ sociedad son de ‘esa’ forma”. O tal vez se deba a que el King’s College, a diferencia del Trinity donde pontificaba Hardy, según Leavitt, tenía una reputación muy gay y, por lo tanto, parecía ideal que allí fuera a parar un joven matemático homosexual como lo era Turing en 1931 (El hombre que sabía demasiado, p. 25). El caso es que mientras Turing sencillamente aceptó su sexualidad “y dio por hecho (equivocadamente) que otros también lo harían”, Hardy evitaba mencionarla y se autoreprimía.

Es por eso que Turing tiene más relación con el otro personaje de El contable hindú: Srinivasa Ramanujan, un empleado menor en la Autoridad Portuaria de Madrás, en India (cerca de donde trabajó el padre de Turing) y matemático amateur que murió a la mítica edad de 33 años, relativamente joven al igual que el inglés. Ramanujan hizo los estudios básicos, casi mínimos, de ley, era de extracción humilde, trabajaba como burócrata y así continuó su vida hasta que decidió enviarle una carta a Hardy en la que hacía de su conocimiento sus fórmulas sobre el teorema de los números primos, uno de los problemas matemáticos más viejos y complejos. Como los primeros profesores de Turing, Hardy desconfíó de Ramanujan, bien pudo haberlo calificarlo como un simple “alquimista”, y se cuestionó sobre la genialidad en estado puro de un trabajador menor que vivía en una colonia inglesa a miles de kilómetros.

En otras de sus novelas, Leavitt ha centrado su atención en los fracasados, los marginados, personajes secundarios que nunca estarán en la primera fila que legítimamente ambicionan y ha ahondado en los consecuentes conflictos creativos. Por ejemplo, en Junto al pianista (1998) un joven aspira a convertirse en un pianista de renombre pero el destino sólo le tiene deparado un lugar al lado de un virtuoso para que le ayude a pasar las páginas de las partituras; en Martin Bauman (2000) otro joven ambiciona convertirse en un famoso escritor y ser parte del ambiente literario neoyorquino que finalmente lo anula; en el primer relato de Arkansas, “El artista de los trabajos universitarios”, jugando con la autorreferencialidad, un escritor llamado David Leavitt ha sido demandado por un importante poeta inglés (como realmente sucedió por Mientras Inglaterra duerme) así que se dedica a escribir guiones para programas de televisión y elaborar trabajos universitarios a cambio de sexo. Desde las primeras páginas de El contable hindú, Leavitt suelta ese tipo de sentencias en las que Hardy desdeña el reconocimiento: “Hardy procuró permanecer impasible mientras escuchaba su propia historia, los premios y títulos honoríficos que acreditaban su renombre. Era una letanía a la que había acabado acostumbrándose y que no despertaba en él ni orgullo ni vanidad, sólo le producía hartazgo; oír enumerar todos sus logros no significaba nada para él, porque aquellos logros pertenecían al pasado, y por lo tanto, en cierto sentido, ya no eran suyos.” Por su parte, Ramanujan es el marginado, el personaje que quisiera protagonizar su propia historia y por un momento cree que lo hará, sobre todo cuando Hardy lo invita a ir al Trinity College en 1913 a perfeccionar sus estudios, pero sus condiciones (geográficas y sociales, principalmente) lo retendrán en el papel secundario y lo conducirán a una profunda depresión. Vendrá entonces su muerte prematura que lo alejará de ese codiciado primer lugar –y su fama póstuma, en gran medida, se dará a partir de lo que Hardy diga de él.

El contable hindú (que habría sido más acertado traducir como El contador hindú), con la que Leavitt fue finalista del premio IMPAC de Dublín, apareció originalmente en inglés en 2007 y sólo se publicó en español a finales de 2011, quizás porque, como ha explicado en algunas entrevistas, en sucesivas ediciones ha tenido que corregir las fórmulas matemáticas que menciona a lo largo de la novela y sobre las que algunos matemáticos le han hecho puntualizaciones. El contable hindú es la novela con tintes históricos más ambiciosa de Leavitt pero no creo que la mejor por la sencilla razón de que es una obra muy temprana todavía en su etapa “post-gay”.