Tierra Adentro

Bordeños retrata el microcosmos de dos personajes: Faco y Polo, dos amigos de la infancia que azarosamente una noche de invierno se reencuentran para emprender un viaje durante un fin de semana. Faco, estudiante de arte y Polo, guía delictivo, recorrerán la caótica geografía de Ciudad Juárez y El Paso, poco tiempo antes del estallido feroz del narcotráfico en esas regiones, cuando el crimen y la vida cotidiana alternaban con cierta armonía. Este vertiginoso encuentro los llevará a confrontar los recuerdos de su niñez y la transformación de sus valores.

 

Un adelanto:

 

Bordeños

En un pedazo de papel arrugado y ajado, Polo tenía escrita la dirección. El lugar quedaba cerca, según mis cálculos, mas no estaba seguro. Teníamos que subir por la I-10 hasta encontrar la calle y tal vez parar en una gasolinera para preguntar. Arrancamos y subimos hacia el norte de la ciudad. Polo consideró mejor parar en un Circle K para no errar; y en efecto, yo estaba muy equivocado. Nos atendió un chicano gordísimo envuelto con una playera de los Yankees; estaba rapado y su español era silvestre, pero se daba a entender. Nos dijo que tomáramos Patriot, después saliéramos por Dyer y al final daríamos con nuestro destino. Andar en El Paso es mucho más fácil, todo es cuadrado, a diferencia de Juárez, donde una vuelta mal dada te saca a un abismo. Sin embargo, Polo se sentía inseguro y me ofreció el volante. Le dije que no se preocupara, que había manejado en El Paso varias veces.

El tráfico estaba tranquilo porque la gente presentía la posible tormenta y prefería permanecer en casa. En menos de veinte minutos llegamos a la zona. Desaceleré para que Polo buscara en la oscuridad la placa de la calle con las luces de la camioneta como única iluminación.

—¡Chingado! ¿Qué no tienen lámparas en la calle o qué?

Di dos vueltas en u para recorrer la calle Angora, que no era pequeña.

—¡Ahí, ahí!

—Ya la vi —dije.

—Ahora para encontrar el pinche número.

La calle se llamaba Armadillo, no tenía salida y no había casas, sino trailas. Deduje que estábamos a las orillas de la ciudad porque más allá de las luces caseras sólo resplandecía una oscuridad inmensa, desértica. Todo estaba tranquilo, los ladridos de los perros se disolvían en la noche. Polo pudo identificar el número de una traila relativamente grande. Me estacioné frente a ella y ambos vimos un boquete gigante en la casa rodante, como del tamaño de un carro, teipeado con bolsas de plástico industriales. Descendimos de la troca indecisos. Polo tocó la puerta pausadamente. El ruido interior se filtraba por el hule que servía como muro. Alguien parecía estar cocinando o lavando trastes dentro mientras veía la televisión a un volumen alto. Polo tocó de nuevo con más fuerza, pero fue inútil. Esperamos unos segundos. Más eficiente, como era su costumbre, la siguiente vez se atrevió a abrir abruptamente la puerta. Nos recibió un grito de terror que vino desde la cocina.

Fuck! Who the fuck are you?

Era un gringo alto y flaco que nos amagaba con el cuchillo cebollero que traía en su mano derecha. Mark, supuse, se replegaba hacia los gabinetes de la despensa más asustado que valiente. Su mirada despedía cierta paranoia.

Who the fuck are you? —volvió a gritar.

—Tranquilo, tranquilo. Soy Polo.

El gringo pareció reconocerlo, pero todavía desconfiado sostenía el cuchillo frente a nosotros.

—¿Polo?

—Polo, ¿te acuerdas de mí? ¿Teresa?

Cuando escuchó el nombre de esa mujer, Mark se relajó definitivamente y colocó su arma en el lavabo.

Oh yeah, Teresa. That bitch! I hate her. Look what she did to my house! —señaló el gran agujero en su pared.

Polo volteó a verme como pidiéndome que le tradujera lo que Mark decía.

Anyway, what are you doing here?

—¿Qué te trae por acá?

—Dile que vengo a hacer una transa. Quiero un carro a cambio del mío.

Lo traduje de la mejor manera posible. En ese momento comprendí que mi inglés no era tan bueno como pensaba. Una cosa era tararear las canciones de los Strokes y vestirse como ellos, y otra sostener una conversación completamente en inglés. Mark me escuchó mientras abría una lata de puré de tomate usando el cuchillo como abrelatas.

Ok. What kind of car is it?

—Una troca, está buena y se la puedes vender a cualquier díler de Juárez. Hasta traigo el pedimento de importación, el título, las placas, todo en orden.

Sounds great —contestó Mark.

Al parecer entendía el español, pero era incapaz de hablarlo. Vació la lata de puré en una sartén que tenía a fuego sobre la estufa eléctrica.

But tell me, why should I help you? Can’t you see what that bitch did to me? She left me!

—No te quiere ayudar por culpa de la mujer esa —expliqué.

—Pero esa no es mi bronca. Lo que hayan hecho después de la cruzada es muy su pedo —dijo Polo.

Mark vació en un plato que parecía usado infinitas veces sin haberse lavado la pasta que había preparado con la salsa de tomate. Aventaba trastos por donde quiera y maldecía con cada movimiento. Se comportaba con una inercia histérica que nos mantenía alerta. Se me ocurrió que el plan de Polo no iba a funcionar. Dialogar o, peor aún, llegar a un acuerdo con un drogadicto era lo mismo que hacerlo con un chimpancé. Polo y yo permanecimos de pie en la cocina, sin hablar. Mark tomó su platillo y sacó una lata de Budweiser del refri, luego se fue a sentar en un sofá percudido frente al televisor.

Listen, amigo —hablaba masticando esas tripas de harina mal cocida—. I know, it’s not your fault, but I don’t want to get in trouble. I’m out. I got other business.

De nuevo traduje la explicación de Mark, aunque no sé si correctamente. Ya no confiaba en los mexicanos, dijo, porque Teresa le había jugado mal. Al parecer ella estaba con él nomás por los papeles y lo abandonó cuando le llegó su residencia. Polo me hizo repetirle lo que ya había dicho: él cumplió con el trato en su momento, ahora quería lo mismo de Mark. Éste terminó de comer su pasta entomatada, después dio un largo trago a su cerveza. Eructó:

Fuck! —hizo una pausa para reponerse del atragantamiento de la masilla y continuó: —Ok, you’re a good man. I’m going to help you out —dio otro eructito—, but not tonight, mi amigo. Tonight we’re going to party!

Mark se incorporó y fue a los gabinetes de la cocina, de donde sacó una cajita de chocolate en polvo Quick; la abrió y nos mostró una bolsita llena de marihuana. Soltó una carcajada guasona; sin embargo, vio que Polo y yo permanecimos indiferentes ante su hallazgo. A mí ya no me cabía la menor duda: el plan se había ido a la mierda. Al vernos estáticos, Mark adquirió un tono sensible.

Oh, c’mon! I’m going to help you, I promise. A-yu-da, sí. Se acercó a Polo y lo tomó del hombro para conducirlo hacia afuera; fui tras ellos en caso de que mis servicios de traducción fueran necesarios.

See that car over there? It’s yours! —señaló un Neón rojo estacionado en su cochera que se veía en condiciones aceptables—. It’s yours— y picó el pechó de Polo con sus huesudos dedos.

Polo se tranquilizó y me dijo que le pidiera las llaves.

Oh that’s the problem. No llaves, no keys. You know why? Because that bitch took’em. She tried to steal the car, but I uninstalled the battery. She thought she could fuck me in the ass! —la voz de Mark denotaba amargura cuando Teresa era el tema de conversación.

—¿Qué dijo?

Le traduje groseramente el rencor del gringo. La paciencia de Polo se agotaba. Se llevó las manos a las sienes, no sabía qué hacer y la situación, desde que habíamos planeado su escape, se le salía de control por primera vez. Aspiró, luego suspiró. Simpaticé con su frustración; yo me sentía absurdo y cansado. Di un gran bostezo. Mark, por su parte, volvió al sillón y comenzó a rolar un cigarro de mota.

—Espérame aquí, voy a ver algo —dijo Polo y salió.

Decidí acomodarme junto a Mark. En la tele pasaban Saturday Night Live. Mark tomó el viejo control remoto que yacía en su mesa de centro y presionó mute. Me ofreció una calada de su cigarro. Me negué con la mano.

Oh c’mon, man! This is good shit! No? How about some coke? Meth? I got it all.

No, thanks —balbuceé.

La traila de Mark era vieja, sucia, con muebles ajados por una vida de soltero despechado; construida en los ochenta, con acabados de madera y mueblería eléctrica. Platos sucios y ropa regada por todas partes. Increíblemente, no olía mal; supuse que se debía a la ventilación que el boquete en su pared permitía. En ese momento recordé mi casa de nuevo, mi cama, la ducha caliente. Me sentía mal por Polo, pero lo único que ansiaba era que todo esto terminara y volver a mi vida.

This is what we’re gonna do. You’re gonna drive me to the liquor store so I can buy some more beer, ‘cause I’m all out.

Mark me hablaba con su voz distorsionada, inflada de humo.

My friends are coming tonight. They’re my special clients, you know? Just let’em in.

Ok —dije.

En ese momento Polo entró en la traila sacudiéndose el frío de afuera. Le comuniqué el plan de Mark y, conturbado, mas resignado ante la situación, se limitó a encogerse de hombros. De cualquier forma, me dijo, era imposible partir esa misma noche, el cielo pronosticaba una nevada fuerte en las próximas horas. Acordaron ir por la cerveza y me quedé solo. Me recosté en el sillón, no sin antes olerlo.

Debí quedarme dormido inmediatamente, porque me sacó de un sueño pesado, blanco y sin imágenes, el retumbar de unos golpes en la puerta. Vi siluetas a través del hule que tapaba el hoyo en la pared. Abrí la puerta y del otro lado estaban tres hombres y dos mujeres, todos jóvenes. Se veían ebrios.

Hi, we’re looking for Mark —dijo uno de ellos, un gringo de cabello con corte militar, rubio hasta las cejas—. Can we come in, we’re freezing —no esperaron mi respuesta, entraron precipitadamente, apenas dándome tiempo de reaccionar.

Se apoderaron de la casa como si ya hubieran estado allí antes. Las dos mujeres se dirigieron al baño; el gringo rubio, al sillón y los otros dos al refrigerador en busca de cerveza.

Hey, Carl, it’s empty. No beers, man —dijo un gordo prominente, de cabello largo y rizado, como jugador de futbol americano, al que estaba en el sillón.

Do you speak english? ¿No sabes inglés? —me preguntó el que estaba al lado del gordo.

—Sí —contesté.

—¿Y por qué no contestas en inglés entonces? Si supieras, hubieras hablado en inglés inmediatamente —su tono agresivo me sacó de onda. Quedé serio por unos segundos, después él siguió hablándome—. No te creas, nomás estoy mamando. Soy Romano, pero me dicen Roman —lo pronunció con acento en inglés.

Las dos chicas salieron del baño y una se dirigió al sillón junto a Carl, la otra vino a la cocina. Las dos eran gringas; una, la que estaba con Carl, era más bella que la otra. Calculé que no pasaban de veinticinco años. Hubo un silencio incómodo en el lugar. Yo miraba al gordo que esculcaba los gabinetes de la cocina, a Roman parado frente a mí, y a la chica, quien parecía estar impaciente, hasta que de pronto Carl, desde el sillón, dio un grito alto:

I’m fucking bored! What’s next?

Me too —lo secundó su compañera con voz de gatita.

Hey, amigo —se dirigió a mí—, where’s that asshole? He promised us beer and weed.

I don’t know —dije, pero él no me puso atención. Se volvió hacia la chica y comenzó a besarla agresivamente.

Del otro lado, Roman comenzó a hacerme preguntas también.

So, ¿de dónde eres?

—De Juárez.

Uff! I hate that place —espetó sin reservas.

—Pero tú pareces de Juárez —le dije.

—No, que parezca es una cosa, pero no lo soy. Soy americano.

—Pero de padres mexicanos —lo hostigué.

—No… bueno, mi padre sí, pero hace muchos años que vino a América. Ya ni español sabe hablar.

—No es América, es Estados Unidos —repliqué.

Whatever! —dijo enfadado—. Mi padre siempre habló mal de ustedes. Son lazy… cómo se dice, no les gusta trabajar. Son corruptos, malos amigos, no son de confianza.

This bitch is more racist than me, a truly american blooded guy —interrumpió el gordo—. Cut that shit, bro. We’re chilin’.

Yeah, please —añadió la chica.

Yeah, cut that shit! —gritó Carl desde su asiento.

Fuck you! —le retrucó Roman.

Fuck you! —Carl.

No, fuck you! —el gordo.

Fuck you —Roman.

Fuck you —el gordo.

Yeah, fuck you! —cerré la conversación y todos me festejaron.

Bordeños

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