Benjamin, el actor y Sion Sono
Titulo: Jigoku de naze warui?
Autor: Sion Sono
Lugar y Año: Japón, 2013.
Para Walter Benjamin, el intérprete cinematográfico no actúa de cara un público (como un bailarín, un actor de teatro o un músico) sino frente un jurado de expertos (director, vestuarista, escenógrafo, productor), quien, junto con un sistema de aparatos, juzga su desempeño. Un llanto se filma tres, seis, doce veces; el editor elige cuál de estas veces es la mejor o, en un movimiento muy del cine, puede juntar secciones de esas tomas y crear una irreal, es decir, una continuidad que el intérprete nunca interpretó.
Realmente, el que interpreta es el sistema de aparatos. Los actores son sólo una excusa para el despliegue tecnológico (grabación de sonido, iluminación, CGI). Es interesante pensar en escenas de cine contemporáneo donde un personaje humano habla con un monstruo: detrás de ese despliegue técnico de la imagen generada por computadora, en el germen de ese tipo de escenas, lo único que existió en el plató fue un humano que hablaba al vacío frente a una pantalla verde. Después, en la postproducción, se llena esa pantalla verde con un árbol parlante, con una araña gigante.
Una sensación extrañísima ha de ser ir al estreno de una película que uno ha protagonizado. En realidad, está en la misma situación que los otros espectadores. Tiene una idea del guion, del giro dramático de la historia, pero no sabe, en sentido estricto, cómo se ve la película, cuáles fueron los ángulos de cámara seleccionados; si eliminaron la secuencia que a él más le gustó actuar; si el extra que le aventó la pistola para matar al antagonista sigue ahí.
Quienes actúan son la cámara, las luces, el micrófono, el proyector, la computadora, las bocinas. Los actores, los humanos que están frente a todos estos aparatos, son una especie de partitura que el sistema de aparatos lee e interpreta.
Un profesor alguna vez dijo, siguiendo a Benjamin, que el cine era el arte capitalista por excelencia: enajenaba a los intérpretes y a los técnicos del producto global; cada ser humano era sólo una pieza en la elaboración de un producto que, al estar terminado, sus “creadores” no podían identificarlo como propio. Este profesor también decía que el trabajo del buen cine era mantener la humanidad de los actores evidenciando las costuras del arte fílmico (actuación de los aparatos, evaluación del desempeño calificable, pérdida de la actuación como tal).
Jigoku de naze warui? (Sion Sono, 2013) cuenta la historia de un jefe yakuza que quiere honrar a su esposa encarcelada con una película protagonizada por su hija. El jefe está en una situación crítica: su pelea con otro clan hierve a más no poder. Uno de sus compinches llega con una gran idea: filmar el asalto al cuartel enemigo y que esa sea la película. Para esto, consiguen un grupo de cineastas renegados (los Fuck bombers) que quieren hacer la quintaesencia de las cintas de acción samurái. Los dos bandos de yakuzas son convencidos por el director de cooperar en la filmación, es decir, el asalto será orquestado: hay cortes para cambiar la cámara de lugar, se apagan las luces y detienen la filmación, si el micrófono está introduciendo ruido se repite la escena (aunque algunos se estén desangrando).
El resultado son quince minutos de gore y uno que otro homenaje a Kill Bill (Tarantino, 2003). De una manera totalmente clara, Jigoku de naze warui? muestra que el sistema de aparatos es el verdadero actor del cine. Lo importante no es que los yakuzas se maten, sino que la cámara los filme, y de todos los ángulos posibles para crear la mejor escena, el mejor desempeño. No importa que uno ya no tenga un brazo o que el camarógrafo, mientras hace un dolly horizontal, tome una metralleta para asesinar a mafiosos de ambos bandos, o que el sonidista muera y que su sangre caiga sobre la cinta. Lo que importa es que los aparatos graben, que los aparatos tengan la materia prima para montarla y crear una película. La película que los Fuck Bombers esperaron diez años para hacer.
Al final, Hirata, el director y principal ideólogo de los Fuck Bombers corre por la calle, a mitad de la noche, con rollos de treinta y cinco milímetros. Grita que lo lograron, que por fin la mejor película japonesa está a punto de ser terminada. La secuencia se alarga demasiado, deja de sonar la música y, unos dos minutos después, se escucha una voz que dice “Corten”, y Hirata deja de ser Hirata para convertirse en el actor, quien, cansado, se retira a un lado del camino.
La película termina con un “Corten”. Es decir, el propio sistema de aparatos nos muestra que la película que hablaba sobre la primacía de un sistema de aparatos es un resquebrajamiento del sistema de aparatos. Recursividad que haría las delicias de Benjamin.