Belleza de lo impuro
Titulo: Blanco sucio
Autor: Álvaro Luquín
Editorial: filodecaballos
Lugar y Año: México, 2013
El libro que ahora comento se regodea en lo espantoso. Es un volumen cargado de imágenes que gotean sangre. Colección de escenas y fotografías crudas, cuando no de plano gore, Blanco Sucio pone atención en todo lo que mancha, en toda la impureza y la ve con placer, haciendo posible al lector degustar lo terrible. Su lenguaje, que siempre muestra una distancia emotiva respecto a lo que describe, a veces es busca cierto humor frente a la crudeza. La primera imagen del libro, un suicidio, se nos presenta así: Se la pitorreó con ir de viaje. / Activó el modo video, enfocó la sala de abordaje/ y luego, apoyado en el recato del horario, / amaneció frío en su alcoba.
En total, Blanco sucio es una reunión de poemas breves de tono y temas cercanos, pero no es un libro orgánico y no tiene por qué serlo, pues su forma de colección dividida en cuatro apartados consigue lo que pretende: ser un muestrario de lo espantoso. La primera sección, “Miscelánea del trastorno” es un conjunto de escenas en las que alguien abusa de otro o de varios, y en que algún trastorno sicológico está presente. El sufrimiento causado y el placer que esto produce son el motor de cada texto:
Psicosis
Al sentirse fantasmagoría
inyectó su linfa en la zona
más venosa de su hija
y así empezó el desmadre.
Un método muy peligroso
Muy pocos domingos
hay concesiones
para colmar a la niña
que siempre sonríe.
Aprovecha
y tráela a tu depa.
Se intenso, muy cursi,
inyecta sopor
y has pasar al canalla.
Cuando despierte,
denle grandes consejos.
Es imposible leer el último poema sin que su resolución –fingir con placer que se reconforta a quien hemos dañado— nos haga pensar en la famosa estrofa sexta del primer canto de los Cantos de Maldoror, texto del cual este libro en que aparecen William Blake, Dylan Thomas y hasta Lou Reed es, sin confesarlo, un heredero directo:
Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días (…) Inmediatamente después, en el momento en que menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho, pero evitando que muera, pues si muriera, no contaríamos más adelante con el aspecto de sus miserias (…) y después de haber oído por largas horas sus gritos sublimes (…) te apartarás de pronto como un alud, y te precipitarás desde la habitación vecina, simulando acudir en su ayuda (…) ¡Qué auténtico es entonces el arrepentimiento! La chispa divina que existe en nosotros y que sólo muy pocas veces se revela, aparece demasiado tarde. Cómo rebosa el corazón al poder consolar al inocente a quién se ha hecho tanto daño…
Sin embargo, y esto lo señalo como una virtud, Blanco sucio no cae en la tentación de tener un hablante que participa en las acciones que describe. Escrito sin malditismo, no pretende hablar de su autor ni crear una ilusión extratextual. Hay, eso sí, la voluntad de mostrar con una sonrisa inquietante el placer que le produce a quien escribe lo que elige retratar. Un poema de la segunda sección, titulada “Retrato de familia” es una buena muestra de lo que sucede en ese apartado en el que el hilo conductor es, precisamente, que las escenas involucran a miembros de una familia:
El regalo perfecto
A Ángel Ortuño
Confundió el mero 24 de diciembre
el jugo del pavo con la sangre del marido
en su cuchillo inoxidable.
No les dijo nada a sus hijos;
de hecho siguió cortando y repartiendo rebanadas.
Por dentro, su risa era interminable.
Las siguientes secciones, “Fueron aquellos fenómenos” y “Sobrecalentamiento” siguen en el tono de las pasadas, añadiendo seres, monstruos (vampiros, por ejemplo) y otras realidades como el internet y los juegos de video, con las que el no-sentir frente al sufrimiento se hace todavía más evidente. La muerte misma puede ser la muerte en un juego, en una consola recalentada. Todo eso, para sorpresa del lector, se logra sin que el libro pierda su cauce. Hay en varios momentos citas encubiertas, como esta cita casi textual de los últimos versos del “Día cuatro” del Simbad el varado, de Gilberto Owen: Y, además, que ha de ser martes el 13 / en que sabrán mi vida por mi muerte; retomados por Luquín cuando dice: Hay una planta que sólo crece en las tumbas, / sus hojas son del color de mis cejas. / Y ha de ser veintiuno el viernes / En que sabrán mi vida por mi muerte. Lastimosamente, carezco ahora de espacio necesario para estudiar el sentido de las muchas referencias que este breve libro tiene, y que apuntan siempre a la inevitabilidad del sufrimiento en diversas formas, a su inmanencia.
Luego de un tour por el espanto el libro, sencillamente, termina. Al no estar armado como organismo, Blanco sucio no busca ni ofrece una resolución porque ello no hace falta, y porque se ha logrado el cometido inicial: crear un muestrario de lo abyecto.
Creo, de verdad, que Blanco sucio es una lectura recomendable para los no pocos lectores que buscan esa otra belleza. Es un libro que debe encontrar los que serán sus lectores.