Ayuda a los viejitos
Titulo: Plaga serena
Autor: Iván Ballesteros Rojo
Editorial: Salto Mortal
Lugar y Año: México, 2016
Plaga serena, de Iván Ballesteros (Hermosillo, Sonora, 1979), publicado por la editorial tapatía Salto Mortal, es un libro de relatos que todos deberíamos tener a la mano porque vamos a necesitarlo.
Por mi experiencia como lectora y, cada vez más, como doñita, sé que la condición humana de la vejez raras veces se trata sin ser acometida por una cursilería a mansalva o por una búsqueda mórbida. Sin embargo, el trabajo de Ballesteros es preciso, honesto y arriesgado en la forma de abordar estas historias. Un gran acierto es que no cuenta como si él sólo fuera un espectador de espectadores que transmitirá el asco, el miedo, el dolor y el deseo de las personas mayores, que por otra parte, son sentimientos con los que nos hemos familiarizado a lo largo de la existencia. El narrador no es un cuidador cuya espera es la muerte del paciente, o del cliente, mejor dicho, para pasar a una cartera más rolliza y sana. El autor da voz a estos ancianos que resultan ser demasiado parecidos a él, a nosotros.
Este libro nos enseña que entre las así llamadas tercera o cuarta edad y nuestro estadio de jóvenes titanes de la cochinada sólo se interponen algunas arrugas y las paredes salitrosas de un asilo. Los personajes de este libro son entrañables porque son despreciables y melancólicos, pero están vivos y quieren seguirlo estando, como uno.
Algo extraño y fascinante de esta entrega es que Ballesteros tiene una manera muy espontánea de hacer literatura. No es un escritor para escritores. Tiene un registro extraño, fresco y —ahora que lo leo— necesario en la literatura mexicana. Y es que Iván se presenta ante todo como profesor de preparatoria y editor, o sea, lector.
En su oficio se nota la vitalidad que da el acercamiento a la delincuencia juvenil (y a la senil) que son algunos de los órganos vitales de las historias de este libro, ya que muchos relatos se tratan, vaya, de junkies. ¿Y quién de nosotros no lo es? El que esté libre de pecado, que prenda la primera piedra, ya que, según Plaga serena, las adicciones no son algo que se cure con la edad, sino el único amigo que nos acompaña hasta la muerte.
Este libro me recordó en muchas formas al grupo Pulp. En la voz de Jarvis Cocker podemos escuchar la canción «Ayuda a los viejitos» («Help the Aged»), en la que se apunta (es mi traducción; lo bueno de envejecer es que uno le va perdiendo el miedo al ridículo): «Una vez ellos fueron como tú bebiendo, fumando cigarrillos y oliendo resistol./ Ayúdalos,/ No sólo los dejes en un asilo».
Uno de mis relatos favoritos del libro es «Bungalow» porque da una introducción al abandono. Un joven insular que se retira al mar después del vaticinio de su muerte. Algo que nos recuerda mucho al Ismael de Moby Dick cuando prefiere ir al encuentro de las mandíbulas oceánicas que permanecer en su pasado, y refiere al mar como su «sustituto de la pistola y la bala».
A lo largo de esta colección de relatos, las sorpresas vienen en forma de imágenes prístinas y poderosas que dan cuenta del paisaje sonorense donde se desarrolla. Frases como «¡Las tardes en esta playa! Pareciera que el sol es degollado en la distancia y que su sangre enjuaga las nubes que sobrevuelan la costa» crecen por todas partes en los relatos, como sahuaros en las dunas de las situaciones limítrofes (que hay entre la vida y la muerte) de los personajes.
Sin embargo, el libro no sólo huele a naftalina. La tercera parte, «Mecanismos», son historias de gente que no pertenece a la senectud y que incluye textos como «Materia oscura», un divertido y escalofriante cuento kafkiano que —visto a la luz de la hermenéutica del electrolite— se refiere sin duda a la veisalgia, el término médico de la cruda.
La cualidad cinematográfica de este libro (ya alguien mencionó el parecido de estos relatos al trabajo de Michael Haneke) me hace pensar en la realidad de la labor de Ballesteros con residentes de casas de retiro, a quienes les impartió talleres de literatura. Al igual que el cine del director alemán, la lectura de Plaga serena resulta inquietante por una sordidez que ilumina a todos sus personajes, incluso a los jóvenes que se arrojan como bólidos a muertes prematuras o a las llanas estepas de la soledad y el ensombrecimiento de una adultez abúlica e interminable.
Iván Ballesteros es un viejito intrépido —característica indispensable para escribir buenas historias—, divertido y certero; además sabe que debemos prepararnos porque ya viene la plaga de la vejez y no todos saldremos bien bailados.