Avispero. Revista literaria independiente
Escribo desde una moral que me perturba, esa moral se ajusta a la medida del ojo con que observo. En ocasiones ser sincero es aceptarse moralista, abogado de las causas nobles y justas, perseguidor de quienes violan los supuestos de la ética. Ética y moral, aunque muy distintas, suelen tratarse parecido. Cuando me veo al espejo también percibo a quien sin buscarlo se ha acomodado a una forma de vivir y de aceptar el peso del tiempo, de explicarse esto y aquello. ¿Para qué escribir? Decir que uno escribe para sí mismo es aceptarse narcisista, regulador de una voz interna. Pero así es, se escribe porque no se sabe hacer otra cosa, porque las palabras vienen desde una parte antigua e inestable del cuerpo.
En la presentación del número 9 de Avispero, revista independiente publicada en Oaxaca desde 2012, Guillermo Fadanelli habló de aquella carga innecesaria y vomitiva de moral en la escritura. Hay dos clases de escritores, dijo, quienes buscan con su escritura alcanzar un bien común y quienes escriben desde el cuerpo y sus fluidos. Para él, estas dos cosas no se mezclan, son agua y aceite, elementos que solemos encontrar por separado. Pero escribir es, de hecho, una metalurgia descriptiva. Escribir lo que se piensa, lo que se cree y lo que se es desenrolla la misma madeja de Teseo. Cada nombre es una ruta.
Avispero fue presentada en la pulquería Los insurgentes por algunos de sus colaboradores. Allí, Fadanelli resaltó el compromiso de quienes colaboran en esta revista, un grupo de chicos talentosísimos que apenas pasan los 25 años, y de su director, el escritor Leonardo Da Jandra. Ambos forman parte del Consejo Editorial y suelen publicar en Avispero. Cada número indaga en la literatura de un país, en este ensayaron sobre México. Escriben sobre la literatura que les gusta y por eso la revista no pretende teorizar en torno a nacionalismos o cánones, aunque sí poseen una forma particular de aproximarse a los textos resaltando la figura del autor y sus neuralgias en su interpretación. En este número, el pintor Francisco Toledo contribuyó con una serie de autorretratos.
No hay escapatoria. La moral, lo político y lo ético se cuelan con cada palabra, son parte indisoluble del cuerpo y sus imprecisiones. Al menos en cierto tipo de textos, tener una opinión sobre las cosas del mundo es tejer una postura política, moralista a veces, con intenciones éticas, con miras a tratar de entender eso que hacemos aquí y ahora junto al otro.
Avispero surgió de un taller literario impartido los sábados en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), una de las mejores bibliotecas de Latinoamérica creada por Francisco Toledo. Ahí los chicos se reúnen para leer y comentar sus textos, someterlos al escrutinio de los otros. Las críticas suelen ser mordaces, repletas de comentarios ofensivos y francamente dogmáticos, y así desperdician una genuina oportunidad para desmenuzar los textos y hacerlos mejor, para preguntarse de qué sirve escribir sino es para compartir. Esta dinámica es alentada por Leonardo Da Jandra, conocido en Oaxaca por emitir opiniones políticamente incorrectas a micrófono abierto. En esta ciudad es común tener en el terreno artístico un maestro o mentor que enseñe sus técnicas y ayude a publicar o exhibir obra. Sucede en la pintura, el grabado y la literatura. Alguien debería decirles que pueden crear solos, por su cuenta, y que no necesitan serle fiel a nadie más que a sí mismos.
Para Fadanelli, escribir sobre la literatura de un país, contrario a lo que suele hacerse, refuta la necesidad, impuesta por el contexto sociocultural altamente rico en tradiciones y costumbres en Oaxaca, de escribir desde una tradición ligada a la tierra. La idea me parece genial, no obstante, sus colaboradores harían bien en preguntarse si estas preferencias literarias no conforman también un canon: el suyo, el del taller o el de Da Jandra, y si ensayar no es ante todo hablar de uno, incluso del otro que es uno. Ensayar para indagar en lo que se siente y lo que se piensa cuando se escribe desde Oaxaca o nuestra habitación, desde un libro o desde la calle. Falta empatía, sencillez y entrega.
Durante la universidad abogaba por las versiones cínicas y estropeadas de los días, me gustaban esos escritores alcohólicos, pesimistas y sin otras causas más que las de su propio ego. El cinismo ha pasado sobre las ciudades como una ola de desigualdad y rechazo que aturde, desubica y no va a ningún sitio. Ciertamente, la literatura no apela a la verdad, no se trata de fe sino de entrega, de transparencia quizás, de apelar a la mierda del mundo pero también a su gracia y hacer visibles sus contradicciones, sus pies en falso. Los colaboradores de Avispero, estos chicos talentosos que parecen haber leído todos los libros existentes, no necesitan probar que en Oaxaca pueden hacerse textos de nivel —¿cuáles son los supuestos textos de nivel sino los académicos, una entidad que abiertamente rechazan?— probablemente les haría bien escribir desde dónde les dé la gana, sin tomar en cuenta a ninguna figura de autoridad, sin agradar a nadie ni tratar de convertirse en escritores de cierto tipo. Uno no puede evitar ser moralista cuando no comete primero un parricidio metafórico.
Este número es un collage de voces sobre la literatura y el campo editorial mexicanos. Fernando Lobo cuestiona lo mexicano al volver a narrar la conocida historia de Breton y la mesa surrealista. En un libro de Fabienne Bradu sobre Breton y los surrealistas que vivieron en México, se menciona que no fue Breton sino Péret —ni se trató de una mesa sino de una habitación completa— lo que desató la famosa frase, ahora sin dueño «México es el país surrealista por excelencia». Esta anécdota, reapropiada por Lobo, señala la ambigüedad del lenguaje y la facilidad con que pasa de boca en boca. La cosa viva y amorfa que es el lenguaje —y el arte en general— para los cuales sobran nacionalismos o etiquetas. Sólo el lenguaje puede apropiarse del lenguaje, es simple pero justo.
Por su parte, Guillermo Fadanelli dibuja el contorno de un lector invisible. En un país donde prácticamente no existen lectores, Fadanelli apela a la necesidad de un lenguaje sencillo y directo, específicamente no académico, para ensayar sobre el otro. Tener una voz como lector es escribir, ensayar, decir algo sobre el otro que es también uno. Andrés Cota Hiriart compara este país desmembrado y en ocasiones apocalíptico con el ajolote «pequeño monstruo del pantano mexicano». Hiriart hace un repaso de la historia de México a partir de las distintas voces que han narrado la peculiaridad de este animal: su capacidad para transformarse y renacer aún en las peores circunstancias. La historia de los animales y su extinción, como sucede con el ajolote, narra también la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno y los procesos sociales que vivimos. Por el contrario, vivir fascinado por ajolotes, colibrís o sapos, pone a girar el lenguaje y la imaginación para pensar otro mundo.
Los ensayistas Vivian Abenshushan y Luigi Amara también escriben en este número. Juntos relacionan el contexto sociopolítico de los noventas con el surgimiento de editoriales independientes en nuestro país. Ante la crisis económica y el sesgo editorial (igualmente entendida como censura) que las grandes editoriales se imponían a sí mismas debido a las políticas estatales, escritores, editores y ávidos lectores, comenzaron a publicar sus propios libros con títulos inexistentes, generalmente de autores subversivos. Ellos mismos fundaron su propia editorial, Tumbona Ediciones, y vieron cómo nacían Sexto Piso, Almadía, Bonobos, Mangos de Hacha, El Billar de Lucrecia, Alias, Sur+, La Cifra, Ediciones Hungría, entre otras. «Un maremoto editorial capaz de contrarrestar, así fuera simbólicamente, el poder monopólico de los grandes consorcios de la edición. Éramos editores románticos (pero de ojos abiertos) y creíamos en el presente», mencionan con cierta nostalgia. Eso pasó durante aquellos años, ahora las circunstancias son distintas y resulta necesario preguntarnos por el carácter independiente de algunas editoriales independientes. El capitalismo nos avienta a dinámicas de apropiación y censura, a acaparar autores como botellas de Coca-Cola y vender libros como revistas. Creer en el presente es intentar hacer las cosas de otra forma, por lo menos una vez, aunque después irremediablemente no importe, no exista, más que en la imaginación y el lenguaje.