Tres tristes trenes y Tres Tristes Trigos
El número 200 de la revista Tierra Adentro dedicado a Fernando del Paso, en su versión impresa, tiene una omisión respecto del primer párrafo del presente texto, escrito por el ensayista y poeta Sergio Ernesto Ríos. Como atención al autor y el respeto que merece, así como el respeto de los lectores, ofrezco una disculpa, y dejo en esta plataforma la versión íntegra del ensayo que me fue enviado. Asimismo, anoto que en el entrecruce de correos electrónicos entre Sergio Ernesto Ríos y yo —como Ríos señala en su carta—, nunca se habló de modificar el párrafo y no existieron sugerencias, el texto se recibió como el autor lo envió respetando el original. En esta publicación horizontal y plural, de y para escritores jóvenes, creemos en la libertad de expresión y de prensa, y consideramos un error grave lo acontecido.
Rodrigo Castillo
Director editorial
Programa Cultural Tierra Adentro
Pertenece a la ficción la imagen de un hombre maltrecho de unos treinta y tantos años que por los rumbos de Nonoalco carga un ataúd blanco y se abre paso entre mil rieles dormidos, lo acompaña una mujer que corta girasoles. Pertenece a la realidad la imagen de un hombre de casi ochenta años, en silla de ruedas, que por un instante cambia su exquisita camisa a rayas violeta, corbata púrpura y saco negro por una playera, en la que debajo de la caricatura de un copete, se lee: «¡No mames Peña Nieto!» El mismo hombre minutos antes dijo: «En marzo del año pasado sufrí una serie de infartos que dificultan mi movilidad y habla; sin embargo, quise venir a este foro para solidarizarme con los padres de los 43 normalistas y pedirle a Peña Nieto que no se engañe, porque todos somos Ayotzinapa». La primera imagen bien podría cifrar la novela José Trigo. La segunda, al escritor Fernando del Paso. ¿Qué puede saber él de una colectividad negada que hoy se llama Ayotzinapa?
Hace casi cincuenta años Fernando del Paso encontró una clave para leer la realidad desde la literatura y sus símbolos, para desentrañar la compleja y mestiza alma nacional, para adelantarse a la historia, para definir una ciudad entre lo cósmico y lo moderno, para ensayar todos los géneros y habitar monstruosamente las palabras. Sin embargo, desde 1966, fecha en que publica su primera novela, los críticos y reseñistas no se han cansado de repetir la misma monserga: José Trigo es un experimento fallido e indigesto que abusa de los diccionarios y de la paciencia del lector, es un juguete verbal, un libro primerizo, inacabado, barroquísimo, ejercicio de asimilación de estilos, una mala copia joyceana, además acerca del título de la novela y su personaje homónimo se han esbozado argumentos poco afortunados. El personaje José Trigo es un fantasma y un apoyo temático, dice José Luis Martínez. Según Alberto Díazlastra se trata de un capricho, clave y sombra. Para Esther Seligson José Trigo es el escritor que se busca a sí mismo. Óscar Mata afirma que José Trigo es un mero pretexto para escribir sobre Nonoalco-Tlatelolco. Vicente Quirarte apunta que es un personaje enigmático y que Del Paso pertenece a una generación que hace a un lado a los personajes para dejar que el lenguaje actúe.
Los impedimentos para adentrarse en una perspectiva que hiciera a José Trigo parte significativa de la novela provienen de varias razones: una desafortunada recepción de un primer libro y las expectativas que había generado, entre los escritores, el talento de Fernando del Paso, José Trigo inauguraba una prestigiosa colección de narrativa, llamada «La creación literaria», en la editorial Siglo XXI. El novelista acaparaba de inmediato un gran privilegio y fama, aunque también todos los reflectores y cuestionamientos, había demasiado empeño en encontrarle méritos y especialmente fallas. Esto se sumó, posteriormente, al hermetismo de Fernando del Paso, reacción natural frente a un grupo pasivo de lectores y críticos, no había el momento ni la distancia para valorar José Trigo, novela de una densidad pocas veces vista en el contexto mexicano, generacionalmente paralela a la narrativa de la Onda (literatura de transición, desenfadada, urbana, vital) y autores como Carlos Fuentes, narradores más asimilables.
Ante un desgaste natural entre la crítica y Del Paso éste continuó con su proyecto narrativo, con la misma laboriosidad entregó a la imprenta en décadas posteriores Palinuro de México y Noticias del imperio, sin perder el ánimo erudito y meditado, y su sello estilístico de complejidad. Si José Trigo había puesto en duda su talento como narrador dada su precocidad y empeño, en sus novelas posteriores la crítica especializada quiso ver la consecuencia de una mayor experiencia, relegando a mera curiosidad su primera novela: bien elaborada pero tambaleante, interesante aunque sin plenitud, arriesgada, sin embargo, informe. Por respuesta Del Paso optó por el hermetismo, falsa modestia y omisión.
Los personajes de José Trigo son híbridos, unen andamiajes procedentes de dos visiones, la náhuatl y la judeocristiana, funcionan como piezas textuales de un ajedrez novelístico, tienen movimientos bien determinados. José Trigo cuenta la llegada de un narrador-personaje a los campamentos ferrocarrileros, de Nonoalco-Tlatelolco, durante una huelga. Esta huelga ferrocarrilera de la novela es una ficcionalización de la huelga ferrocarrilera que hubo en México de 1958 a 1959. En José Trigo la narración se desvía hacía otros movimientos como la Revolución mexicana o la lucha cristera. La arquitectura de la novela está construida de manera escalonada, de forma piramidal, de Este a Oeste, con capítulos pareados que se unen en un puente, es decir, la punta de la pirámide. En los capítulos también se diversifica la forma de narrar, haciendo uso de la crónica, el teatro, la lírica, las cronologías.
El narrador busca a José Trigo y a lo largo de la novela sólo encontrará su huella en la historia de la huelga ferrocarrilera y en los personajes, en la voz y la memoria de los otros, se trata de un relato en que juega un papel fundamental la memoria y la oralidad. Si antes mencioné una estructura piramidal en apariencia fija, los mecanismos de la oralidad otorgan movilidad al narrador y a los personajes ya que a través de la palabra, la pregunta ¿José Trigo?, conocerá una historia que en plano simbólico será la historia de todos los hombres, a manera de sinécdoque, la del pueblo mexicano.
Distingo tres ejes narrativos en la novela: Luciano, el narrador y José Trigo. Luciano en su carácter de líder de la huelga es el protagonista de la anécdota más evidente de la novela, da cuenta del surgimiento y la derrota del movimiento ferrocarrilero al que su asesinato pone fin. A su vez, el narrador, figura enigmática (tanto o más que José Trigo), carece de nombre y origen, es una voz omnisciente planteada, en principio, como una recolección de testimonios acerca de José Trigo. Participa de distintos modos: en casi toda la novela lo hace en primera persona como en los capítulos 1, 2, 3 y 7 Oeste 7, 4, 3, 2, y 1 Este, en estos capítulos se desenvuelve como omnisciente y conforme avanza en su recorrido por los campamentos Oeste y Este, siguiendo la pista de José Trigo, o narrando el cruce de José Trigo de un campamento a otro, gana en conocimiento y pasa de ser un personaje ajeno a la historia de José Trigo a dialogar con este personaje en segunda persona, como en los capítulos 9 Oeste y 9 Este. A partir del capítulo 2 Este, sucederá una fusión del narrador y la colectividad con José Trigo, mientras se desarrolla la manifestación de los ferrocarrileros en el atrio del templo de Santiago: «Y nosotros que éramos José Trigo, nosotros estábamos allí […] así nos vieron, así nos viste tú, tú que tenías mil caras también bañadas por la luz de las antorchas, y así nos vimos nosotros». En tanto que José Trigo es un personaje del que poco se sabe, aunque una y otra vez se repite su historia, contada de distintas maneras y por diferentes personajes, marcando claramente el mecanismo oral: su llegada a los campamentos, su trabajo de cargar ataúdes, su relación con Eduviges, el ser testigo del asesinato de Luciano y su desaparición luego de ser perseguido por el traidor Manuel Ángel. José Trigo existió, vivió, vio. La oralidad le otorga un lugar especial, el hecho de que a primera vista José Trigo pueda parecer un enigma o fantasma, significa que el autor logró su objetivo, el personaje, la pieza de ajedrez, cumplió una de sus funciones: desaparecer.
Sin embargo, al igual que los otros, José Trigo es un personaje híbrido que participa de un andamiaje náhuatl y judeocristiano con funciones específicas. Estos hemisferios enmarcan un rico tejido significativo. Por ejemplo, durante uno de los momentos culminantes de la novela, la huelga ferrocarrilera, Fernando del Paso reescribe la «Pausa en la naturaleza» del «Protoevangelio de Santiago», contrasta el nacimiento de Jesús, en el que el Universo se cimbra y se detiene un instante en augurio de un acto trascendente, con José Trigo cargando un ataúd negro y dorado que camina entre locomotoras vacías y guardacruceros y mecánicos en huelga, que parecen detenerse un instante. Aunque en este caso el anuncio será adverso, el nacimiento de un niño muerto ―el hijo del traidor―un salvador frustrado, muere ineluctablemente, como muere la lucha de los ferrocarrileros de Nonoalco-Tlatelolco, desde su nacimiento perdida.
Sólo en la interpretación complementaria del andamiaje judeocristiano con el náhuatl se pueden entrever la importancia del personaje José Trigo. Los críticos y el propio Del Paso han mencionado la relación entre Luciano-Quetzalcóatl y Manuel Ángel-Tezcatlipoca, reconociendo características que jugaban un papel fundamental a nivel simbólico. Hasta la saciedad José Trigo es visto como un personaje fantasma, voz de voces, enigmáticamente vago, vacío y fortuito. Pero todo converge en José Trigo: el título de la novela, la búsqueda del narrador, el comienzo y el fin de la narración, la anécdota repetida una y otra vez sobre su llegada a los campamentos, el que José Trigo fuera testigo del asesinato de Manuel Ángel. ¿Será que en algún numen, alguna divinidad del panteón náhuatl, reside la clave para entender la caracterización que Fernando del Paso hizo? Existe en el panteón náhuatl un numen de entramado complejo, Ometéotl, que representa un núcleo donde se agrupan las divinidades femeninas y masculinas como fases de un dios único, generador, pero inabarcable, irrepresentable.
En Filosofía Náhuatl, en especial, en el apartado «Atributos existenciales de Ometéotl en relación con el ser de las cosas», Miguel León Portilla ratifica el lugar de Ometéotl en la cosmovisión náhuatl, ofrece la relación que guarda con «el ser de las cosas», plantea un análisis directo de las referencias conocidas que los tlamatinime hacen sobre el dios, localiza en Ometéotl una función dual, de madre y padre, de «origen de las fuerzas cósmicas» e investiga los cinco nombres y atributos con los que designaban a Ometéotl: Yohualli-ehécatl, in Tloque in Nahuaque, Ipalnemohuani, Totecuio in ilhuicahua in tlaltipacque in mictlane y Moyocoyani. Describo, en el orden mencionado: 1) «Invisible e impalpable». 2) «Dueño del cerca y del junto», habiente de todo lo que existe, presencia múltiple que está en todos e interviene en todas las épocas. 3) «Aquel por quien se vive», enfatiza el carácter vivificador del numen y a la vez complementa la noción, dado que es dueño de las cosas también las impulsa. 4) «Nuestro Señor, dueño del cielo, de la tierra y de la región de los muertos», se relaciona con la visión náhuatl que recalca la importancia de Ometéotl como principio absoluto entre cielo, tierra y región de los muertos. 5) «El que a sí mismo se inventa» guarda una visión compleja, dual, en que el dios a la vez creador de sí mismo en su parte objetual (femenina), es sujeto y no dependiente de una generación externa. En la suma de estas singularidades se puede encontrar respuesta a los huecos narrativos y confusiones en torno a José Trigo-Ometéotl, divinidad no palpable o no representable que corona la pirámide vacía y la fusión evidente entre José Trigo y la colectividad.
En la integración de mitos (náhuatl y judeocristiano) Del Paso pone en marcha su concepto de novela histórica, de lo «simbólicamente verdadero», reflexión que tanto le intriga y desarrolla en las páginas de Noticias del imperio: «¿cómo conciliar de un modo orgánico los hechos históricos con la ficción? ¿Cómo se puede totalizar en una obra artística todo lo verdadero que puede tener la historia con lo exacto que puede tener la invención?» Parafraseando a Del Paso, se logra sólo con una «autenticidad simbólica», afirmando no su verosimilitud, sino su verdad simbólica, su alegoría. A la luz de estos conceptos se debe leer la mixtura de los personajes de José Trigo, actúan de manera simbólica en el contexto de un movimiento ferrocarrilero, sin eludir su actualidad histórica, ni la pasada: la lucha cristera, la Revolución mexicana, el andamiaje atemporal de mitología náhuatl y judeocristiana. Contrario a la insolvencia estructural que le achacaran algunos de sus críticos, desde un primer momento Del Paso abordó una reflexión profunda acerca de lo histórico.
En José Trigo, Del Paso va por la definición (indefinible) del espíritu nacional. Conoce la historia, pero la sabe una estatua ecuestre, efeméride, mausoleo resguardado en el duro acento de la voz oficial y la legitimación del poder, de los héroes nacionales mal digeridos en el imaginario de nuestro país. La escritura le permite el trazo profundo de personajes arquetípicos puestos en un ajedrez oracular, la clave en su jugada es la verdad simbólica, la de la recapitulación, la que puede ser vuelta a imaginar y ofrecer al espejo de la identidad nacional una mirada inédita, consciencia y entendimiento. Y la mirada en José Trigo es cruel y no escamotea ni goce ni dolor, porque, sobre todo, aspira a la totalidad, «flor y canto», (e)videncia.
Sería un error desconocer a José Trigo como la novela inaugural de una trilogía que con distintos matices, tonos narrativos y periodos temporales asienta Fernando Del Paso como sostén de su concepto de novela histórica, de las fuentes históricas y populares al servicio de la imaginación, el imperio de la imaginación capaz de revelar lo latente en el ser mexicano. Si José Trigo temáticamente desarrolla la historia de México durante la primera parte del siglo XX, Palinuro de México se instala en el vértice del 68 mexicano, en tanto que Noticias del imperio es la vuelta al periodo faltante el siglo XIX.
El pitido anacrónico de vapor y fuego de las locomotoras aún embruja las ciudades, y es en el penúltimo escándalo de este sexenio aún el tren es el que pone a temblar al gobierno, revela su farsa, la justicia postergada hace cincuenta años con el movimiento ferrocarrilero, el espejismo de tantas revoluciones institucionalizadas. En la realidad, José Trigo seguirá saltando del mismo tren, esperemos que nunca viaje en la Bestia, y si llega a Nonoalco-Tlatelolco o a cualquier otra región esta vez se volverá un nuevo rico del ramo funerario. En la ficción, Fernando del Paso se enrolará en una legión de viejos conocidos guardagujas, de vez en cuando, murmurarán para sí: «Bendice, blanca Señora, Virgen de los rieles, a tu hijo más humilde: tierra suelta que dispersas con tu manto».