¿Artistas o investigadores?
Los artistas investigadores son seres extraños de los que no se sabe bien qué hacen, para qué lo hacen, o para qué sirve eso que hacen. Mucho se habla del arte contemporáneo, del arte teatral, de los escritores y los intelectuales. Habría que hacer una primera diferencia radical: ser artista no determina el ser intelectual. Es decir, el camino del primero es arduo y muchas veces se enfoca en la especialización de una acción u oficio. Ser ejecutante, bailarín o mimo no nos hace intelectuales y, como históricamente hubo grandes diferencias entre los llamados artistas, también se ha instalado una especie de cliché con respecto a los artistas que investigan.
En los primeros talleres que di tras mi regreso a México, la noción que se oponía al iniciar los talleres era: «A mí no me gusta la teoría», o «No, yo eso no lo entiendo ». Efectivamente, para entender la teoría o filosofía teatral, se requiere preparación académica o, al menos, autopreparación con lecturas de conceptos abstractos y de análisis sistémicos sobre los fenómenos y las herramientas, porque son necesarias para desarrollar una opinión crítica, por lo tanto es necesario decidir si quiere escribir en términos de investigación y ser tomado en cuenta dentro de la Academia. Es aquí donde el artista se vuelve teórico, y en algún momento podría decirse un académico (aunque en ese punto se encontrará con que la Academia lo mirará como un loco haciendo teoría y quizás no lo tomará mucho en cuenta).
En México hay una mezcla de escritores y pensadores muy interesantes, que sin haber sido catedráticos podían crear sistemas de pensamiento además de literatura. Por ejemplo, tenemos desde la época colonial a Sor Juana Inés de la Cruz, quien además de escribir villancicos y pastorelas, también escribía poesía, filosofía, teología y retórica. Pero esta idea de los artistas pensadores devino en el siglo XX, una práctica aceptada y común entre hombres vestidos de traje como Rodolfo Usigli u Octavio Paz. ¿Ser intelectuales los hace menos artistas?
Cuando tomaba clases de actuación y creación literaria, mi maestro de «impro» insistía en que yo debía decidir entre un camino u otro. Es decir, para ser actriz debía dejar las letras y enfocarme en la percepción del cuerpo para desarrollar otro tipo de inteligencia. Efectivamente, hoy compruebo que un actor debe desarrollar esas herramientas o de lo contrario no puede entrar en tono, en ficción o en nada. Entonces, ¿esto quiere decir que el actor o el acróbata no puede —o no debe— ser una persona informada que sepa de teoría y de filosofía? Parece que dentro de las artes escénicas, esta idea del artista investigador se particularizaría en las figuras de los dramaturgos, los directores y los pedagogos, figuras tan mal pagadas en nuestro país y tan necesarias.
Dejé la actuación para volver con fuerza a las letras y a la teoría, a la investigación, y sí, efectivamente se vuelve un reto el conflicto que representa la práctica de la teoría. Es decir no todo lo que la teoría afirma es concreción en la práctica. Pensar que la teoría nos va a ayudar a crear es equivocado. La creación requiriere de estudio y práctica, efectivamente, pero si yo aprendo las mil quinientas cuarenta tragedias que se han escrito en la historia del teatro, no necesariamente me va a servir para actuar mejor. Se malinterpreta —desde mi punto de vista— la educación teórica, al igual que los procesos de aprendizaje en las escuelas clásicas y las de vanguardia, la gran diferencia es el trabajo sobre proyecto, es decir, el trabajo práctico donde a partir de una idea buscamos formarnos y estudiar teóricamente para después volcar eso a la práctica. Por esto es que los laboratorios y las incubadoras de proyectos son importantísimos para la creación de teoría y de creación.
Cuando un alumno entre en la universidad tendrá que aprender y conocer sobre teoría y literatura dramática, pero este bagaje no servirá de mucho si jamás lo pone en práctica.
Pienso que el problema de los artistas escénicos que odian la teoría viene de esas clases universitarias y de no haber visto su practicidad en escena, porque para lograrlo se necesita de investigación y tiempo, asuntos a veces muy lejanos de la producción teatral.
Y entonces ese conocimiento teórico sirve de maceta en el pasillo, es decir, de decoración intelectual y aquí es donde también veo un problema. ¿De qué sirve conocer tanto si no podemos crear una estructura dramática decente? Esta es la tarea de quien va por esa vía, de no perder la práctica, de seguir intentando, de no enquistarse, de no pretender, como los economistas, que los modelos hagan que la realidad se adapte a ellos. Esa será siempre —y por siempre— la lucha entre los artistas investigadores, por decirlo de alguna manera, y los que se abocan más a lo práctico (que además eso no implica que no tengan procesos de investigación).
La diferencia en términos de investigación entre unos y otros implica las referencias estudiadas y desde dónde se practican, por ello es más complicado que sean apoyados por las instituciones dedicadas a la gestión teatral, pues pareciera que lo que necesitan las instituciones y el teatro comercial son productos para mover, vender y posicionar. Entiendo esto, entiendo la idea de industria, pero también entiendo la idea de búsqueda, la idea de análisis, de indagar, de crear desde otro espacio, distinto a la producción oficial.
En este sentido, no son lo mismo los intelectuales o los teóricos que los artistas que investigan, porque éstos últimos no pertenecen a ningún mundo definido, al menos dentro de los cánones establecidos por apoyos, por las instituciones académicas, digamos que ni son una cosa ni son otra. Los que hacemos investigación, a los que nos gusta pensar, teorizar y luego practicar, escribir o crear a partir de un proceso de investigación escénica, quizás se nos vea un poco extraño pues no seremos nunca ni intelectuales o académicos que hablan en programas de televisión, pero sí podemos hablar de procesos de investigación que hemos hecho o hemos estudiado porque, al menos a mí, me fascina y me apasiona tanto como escribir una trama como crear un personaje. Los tiempos que eso toma son muy lentos, el proceso de producción es distinto pues se producen materiales de formas aleatorias: un ensayo, una obra dramática, un work in progress, un montaje, un taller sobre el marco teórico utilizado, una relación de obras referenciales; todo ese material tiene un valor, términos estéticos y también tiene otra naturaleza y otro modus operandi.
Sueño, entonces, con un día en el que ser artista investigador tenga un espacio de acción y apoyo para hacer lo que a uno le encanta, hasta el momento, seguimos siendo esos seres extraños que vamos de un lugar a otro sin pertenecer a ningún lado. No somos intelectuales porque podemos desvestirnos o hablar con el diablo, o hacer una obra para niños y eso «no es serio», también podemos hablar de realidad y verdad en el teatro contemporáneo o hablar de la crisis del drama y de calidad estética; podemos hacer crítica, pero no somos críticos, podemos hacer curaduría sin ser curadores, en fin, aunque nuestro trabajo no tenga una etiqueta, lo que hacemos nos involucra en el arte desde otro lugar, más contemplativo, más profundo, más pausado, meditativo, aunque intempestivo y vago.