Antes del amanecer nada existe Charla con Franco Félix acerca de Los gatos de Schrödinger
No son cactáceas sino cajas los objetos que salpican un desierto claustrofóbico y desolador durante el arranque de Los gatos de Schrödinger (LGDS de aquí en adelante), segundo libro, pero primera novela (al menos publicada) del autor sonorense Franco Félix (1981). En este volumen Franco favorece una prosa profundamente filosófica e hipnótica, pero también jocosa y lenguaraz. El lector queda advertido: la brevedad de sus 93 páginas esconde una amplitud donde tienen cabida una serie de inquietudes metafísicas que a todos conciernen.
Leí la novela hace un par de semanas a más de 30,000 pies de altura, en un vuelo de la ciudad de Los Ángeles a Bogotá, es decir, en un no-espacio, justo el tipo de contexto donde inicia LGDS y hasta, pudiera decirse, en un no-tiempo, porque todo ahí existe de manera suspendida, la delicada tela del espacio-tiempo se vuelve irrelevante.
Luis Panini: Franco, jamás había leído un inicio similar, pero no puedo decir que tal detalle me sorprendió, porque eres uno de los autores más originales que he leído en los últimos años (no me importa si los halagos te incomodan). La historia comienza justo antes del amanecer. Todo permanece inmóvil, excepto un pequeño reptil que desvía la ruta porque una caja obstaculiza su trayectoria. Una de tantas cajas que de inmediato establecen una atmósfera «ionescana» y que, de alguna manera, pueden ser asimiladas como huevos, porque enseguida sus frágiles cascarones se resquebrajan para permitirle a la vida asomarse en la anchura desértica. Es, en cierto modo, el nacimiento filosófico de un Nuevo Hombre. Una nueva forma de vida o, siguiendo la cháchara de Schrödinger, de una no-vida. Elabora sobre este alumbramiento geométrico. ¿Por qué una caja? ¿Por qué el desierto? ¿Por qué una caja en el desierto?
Franco Félix: Querido Luis, me agrada bastante que hayas reparado en el reptil. Casi nadie me ha preguntado por esa alimaña. Me parece que ese animalejo es como el primer latido en el progresivo avance del amanecer. La aparición del reptil es la primera pista sobre el futuro del texto, ya que su destino es desgarrador (es devorado por otro animal mucho más grande). La sangre en la arena es como un despertar, un tambor fúnebre que retumba y se mezcla con la primera palpitación de la vida emergiendo, o a punto de emerger. Son como pequeñas señales de lo que viene: una bestia más amenazante nos tragará más adelante. Porque, pienso, hermano, que hay un darwinismo brutal que no claudica a pesar de la profunda mediatización del mito del progreso en nuestros días. Se supone que alcanzamos un ápice de civilización, pero diariamente debemos, como en cualquier entorno salvaje, estar con los ojos abiertos, cuidándonos de que el sujeto frente a nosotros no nos secuestre, no nos viole, no nos asalte, no nos liquide. El hombre nuevo es el Homo Paranoide que ha sido aislado en su propio espacio personal (una caja, digamos) y que sólo se siente cómodo en ese pequeño recinto de privacidad, porque el exterior es demasiado peligroso. Y es el nuevo hombre, el que teme de la exterioridad, del espacio abierto, el mismo gran arquitecto, el que contribuye al engranaje. Porque cada paso que damos como civilización renovada, se corresponde con dos o tres hacia atrás. Cada propuesta de prosperidad social es retribuida con otros vicios y otros defectos colectivos. Por ejemplo: Cada vez hay más mujeres que adoptan el feminismo y parece que esto agrava las cosas, despierta un instinto más visceral en la cuota del género opuesto: hay más noticias de brutalidad contra las chicas, hay muchos más listillos opinando, hay más misoginia descarada, mayor número de comentarios antagónicos y un sinnúmero de grupos de oposición. No hay consenso. Somos una especie horrible, Luis. Si avanzamos o no, siempre habrá un detractor. No importa que se trata de proteger los derechos más básicos del ser humano. Por eso, Rábano y Doc están convencidos de que están moviéndose, aunque aquello parezca una ilusión. ¿Nos quedamos o seguimos? No hay nada claro y conforme van avanzando en la historia, tienen que ir armando una mitología que soporte la irracionalidad de estar vivos o estar muertos. Esta confusión me domina a mí también. Diariamente. Y voy por ahí, con mi caja, con la esperanza de que nadie se siente sobre ella o que nadie destroce sus costados. El desierto, sin abundar en que me parece que la Naturaleza es perversa, como al buen Lars von Trier, creo que es el espacio más abierto que hay. Es un contraste sobre lo que menciono atrás: Persona/Asilamiento vs. Espacio/Apertura total.
LP: Uno de los elementos más seductores de la novela es la facilidad que tienes para el diálogo postizo, aquel que no necesariamente emula la forma de hablar del personaje común y corriente favorecido hasta el cansancio en tantas obras de ficción. Tú y yo hemos tenido a un maestro excepcional: Thomas Pynchon. Nadie escribe mejores diálogos que Pynchon. ¿Cómo abordas la escritura de los diálogos, ese mecanismo narrativo ampliamente descuidado en la prosa?
FF: Es verdad, Luis. Papá Pynchon. Siempre veo en las redes sociales, a los amigos escritores que lanzan frases categóricas de este vuelo: “Raymond Carver, el papá de todos ustedes”. Y yo, la verdad, es que no me siento identificado con su literatura ni con su familiaridad. Si acaso es tío de un primo del mejor amigo de mi papá. Pero hasta ahí. Me apena muchísimo, además, decir que no soy su mejor lector, apenas he leído un libro suyo. Lo mismo pasa con otros autores. Siempre me acusan de, sin prueba de ADN en mano, ser hijo de todos ellos. Supongo que tiene que ver con una enseñanza muy apropiada de la Literatura. Creo que la mayoría de mis amigos escritores han tenido una gran educación literaria, bastante apropiada, han leído a los grandes maestros y coinciden en nombres y libros que a mí, por otra parte, no me vuelan la cabeza. Yo no sé cómo es que caí con Pynchon. Fue accidental. Pero de ese hoyo negro no puedo salir y no podré salir jamás. Creo, hermano, que la literatura de este tipo es simplemente magistral, porque no ofrece ningún mensaje directo, a diferencia de muchos otros escritores que en sus libros capturan el reflejo de una sociedad, de un pensamiento imperante, de una época, etcétera. Los libros de Pynchon giran sobre sí mismos y no hay una anécdota final. Sin embargo, este vacío sí produce un diagnóstico en El arco iris de gravedad: las decenas y decenas de tramas que se extienden a lo largo de las mil páginas conforman un puzzle que derrama la histeria de una cabeza enorme que piensa como una hidra, disparos narrativos y personajes sin piedad para contarnos la absurda historia de Slothrop, un soldado que experimenta erecciones con la activación de misiles alemanes. Nadie había exigido tanto a su lector. Pynchon modifica las reglas de la escritura, como lo hiciera más adelante, Foster Wallace con La broma infinita. Así, como a Pynchon no le interesa acariciar una trama reveladora para la humanidad, se concentra en el registro de sus personajes y sus narradores. Yo he aprendido eso de nuestro maestro, Luis. No soy un tipo muy listo. Soy más bien idiota y no creo que mis libros puedan brindar al lector una experiencia reveladora o que puedan escanear la grieta de nuestra sociedad, o emular la naturaleza del hombre. Jamás le apuesto al contenido, sino al proceso de la realización. No hay nada que deteste más que la famosa “psicología del personaje”. Ese bobo precepto académico. Como bien has dicho tú antes, ¿por qué un panadero no puede hablar como un caballero del siglo XIX? Esa desarticulación de axiomas son los que me interesan. Me vuela la cabeza desmontar los paradigmas lingüísticos y las personalidades estamentarias. Porque yo mismo he visto panaderos hablarme con mayor iluminación sobre el marxismo que cualquier activista o maestro de economía. Esta mierda es real, aunque parezca una fantasía o ciencia ficción. Hay soldados mesmerizados que si bien no se empalman con la activación de un misil, seguro que los hay quienes sufren excitación con imágenes o palabras. Yo he visto esa mierda con mis propios ojos. Nada es lo que parece hasta que ocurre y lo normalizamos. Un oso saluda a la cámara en YouTube y nos sorprende y nos dobla de la risa. El siguiente oso capturado en cámara saludando nos aburre. Nos parece un oso predecible. Mis diálogos buscan atrapar eso, ese asombro sobre el mundo. Me interesa que el lector se pregunte y se cuestione sobre un personaje, para bien o para mal de la novela. ¿Por qué un sicario habla tan correctamente en Los gatos de Schrödinger? Si el lector se hace esa pregunta, ya iniciamos un diálogo entre él y yo. Y ésa es una gran ventaja.
LP: Todo el tiempo lidiamos con circuitos invisibles que transportan códigos entre dos personas. Así es como tratamos de averiguar el contenido cerebral de nuestras contrapartes, por medio de figuras mentales y lingüísticas. Y creo que ahí radica la gran tensión de LGDS, en ese constante vaivén entre Doctor Existencialista y Rábano, sus protagonistas, aunque interrumpidos por una tercera voz que pudiera, o no, tener cuerpo, una voz que hace las veces de globo ocular gigantesco flotando encima de los personajes, que cuestiona, reprende, opina y que junto con los dos protagonistas, forma una especie de Santísima Trinidad. ¿Cómo defines los dogmas que gobiernan a los personajes, cuál es tu proceso para crearlos? ¿Eres el Doctor Existencialista y Rábano, o son cien por ciento artificio?
FF: Al Doctor Existencialista lo diseñé basado en mi propio doctor de cabecera. Así lo llamo yo: “Doctor de cabecera”, sólo para no sentirme tan alejado del mundo y de la salud. En realidad es un amigo que es médico y que suelo consultar en mensajes de texto. Él, muy amablemente, siempre me dice qué es lo que tengo y qué debo tomar para aliviarme. Habitualmente está fuera de la ciudad, trabaja en otra parte, pero cuando llegamos a coincidir, pues nos juntamos para tomar algo. En una ocasión, yo estaba experimentando un dolor intenso en el pecho, del lado izquierdo. Uno es imbécil, y lo primero que piensa es que se trata del corazón. Me encargó que me hiciera unas radiografías. Obedecí. Cuando me visitó para echar un vistazo a las placas se sorprendió porque había algo en ellas que lo desconcertaban. Así que me dijo que le preguntaría a un maestro suyo, especialista en esos casos. “Pero será mañana”, me comentó, “ahora vamos a tomarnos unas cervezas”. Yo me escandalicé: “¡Pero cómo! ¡Puede ser que mañana sea demasiado tarde! ¡¿Y si me muero?!” El tipo, destapando una cerveza me responde: “Todos nos vamos a morir”. Esto aparece en LGDS. No sabía si esta frialdad la había adoptado en su escuela de Medicina o si era simplemente un pesimismo generalizado por ser mexicano. Y es cierto. Todos nos vamos a morir. Cuando empecé a escribir este texto necesitaba contrastar el desaliento y concebí al buen Rábano para que dialogara y marcara mucho más la decepción humana. Me imagino que los dos tienen algo de mí. Soy igual de pesimista que el Doc y también un ingenuo como Rábano. Al final, soy yo tratando de comprender algo sobre todo esto, la muerte, la soledad, el abandono, la crisis existencial de radicar en un país donde pueden volarte la cabeza sólo por caminar en la calle, donde pueden secuestrarte por cinco mil pesos, desaparecerte por manifestarte en contra de una administración. Quería pensar los límites de todo esto, la última fase de la violencia, sin caer en las posturas mesiánicas de nuestros jóvenes escritores, ni andar cargando con banderines ni camisetas grupusculares que hablan más del selfie social que de una preocupación real. Hemos agotado nuestras certidumbres en este país. El Homo Paranoide se levanta todos los días y espera que no sea su último día sobre la Tierra. Dice Georges Perec: “Todo está ya preparado para tu muerte: la bala que acabará contigo se fundió hace mucho, las plañideras ya han sido designadas para tu ataúd”.
LP: En la novela aparecen “zombis”. Debo confesarte que los zombis nunca me han provocado gran interés. Prefiero a los vampiros. Los zombis son, en mi opinión, la entidad sobrenatural menos interesante del imaginario colectivo. Sin embargo, en LGDS resultan una elección muy acertada porque representan un eco perfectamente audible de Erwin Schrödinger. Un zombi es un muerto viviente, el único posible habitante de su famosa caja. ¿Qué piensas?
FF: Sí, la elección de los zombis me preocupaba mucho porque se pusieron de moda y además podría pensarse que me interesaba instalar la novela en un mundo postapocalíptico en el que los personajes debían sobrevivir al ataque de seres monstruosos que desean comer cerebros. En la novela esto sólo es un mito de fundación. Doc trata de inventarle un mundo a Rábano. En realidad los zombis son el Otro. Esa bestia que canibaliza todo y que sólo desea devorar y devorar para saciar un apetito insaciable. Porque los zombis, los verdaderos zombis de ficción, se reconocen por eso, por su intensa y absoluta entrega al deseo. No hay más. Su focalización es perfecta, no hay nada que interrumpa su apetito. Son máquinas de satisfacción, están programadas para intentar saldar el antojo. Esa naturaleza se reconoce en los hipsters, por ejemplo, que quieren descubrir un asesinato para consolidar sus sueños de detective, o los amantes, que quieren fornicar sobre las cajas. Esto es una analogía. El deseo del Otro que termina por lesionar nuestro espacio de privacidad que, por otro lado, está constituido por un deseo. Y aciertas totalmente, Luis. El tratamiento de los zombis encaja, finalmente, con la teoría de Schrödinger. Los programas de televisión tocan este asunto, desde otra perspectiva más bien religiosa o ética. ¿Los zombis son personas? ¿Deben ser eliminados? Ahí hay un Ethos. Mientras que en LGDS hay un Pathos muy evidente: Todos deseamos algo y en algún momento las órbitas del deseo puede colisionar ocasionando una experiencia terrible. Amor, amistad, compañerismo, llámalo como quieras. Siempre alguien saldrá lastimado.
LP: Creo que nuestra cultura tiende a patrocinar, cada vez más, la presencia sobre la ausencia. Respondemos de manera muy favorable a todo aquello que nos ofrece gratificación instantánea. Dedicamos muy poco tiempo a reflexionar sobre cada una de nuestras decisiones. Preferimos resolverlo todo en cinco minutos porque de otra forma nuestro sagrado “tiempo libre” sería transgredido. Hay una ausencia muy especial en los personajes que desfilan en LGDS. Están ahí, pero a medias, y eso me parece destacable. Tu novela transmite una visión de la realidad que fácilmente podría estimarse como corrupta porque coquetea con el absurdo y eso me hizo pensar en algo que dijo Picasso, cuya obra encuentro la mar de irrelevante, pero en fin, el viejo pronunció algo que me estremece. Dijo que no pintaba lo que veía, sino lo que sabía que estaba ahí. Y para mí, eso es, precisamente, LGDS. No estás narrando lo que se presenta ahí, sino lo que sabes que está ahí. El simbolismo que impera en la novela es constante, nos estás diciendo tantas cosas, aunque sin obviarlas, desde una ausencia. ¿Cómo armas un proyecto de novela tan compacto y ambicioso?
FF: ¡Qué observación, hermano! Déjame confesar que tu lectura me ha hecho pensar la respuesta. Creo que sí, que hemos privilegiado la presencia, sin lugar a dudas. Hay una sustancia en todo, como la materia negra, que sostiene el mundo, el universo entero. Es eso, sobre lo que no hablamos lo que termina por ser, a veces, más importante. Somos hijos también de Foster Wallace, Luis y aquí hay una convergencia en “Esto es agua”. Lo verdaderamente fundamental e importante se desdice no porque no tenga valor (dile a un físico que la materia negra no importa porque no puede verse), sino porque hemos absorbido todo de manera automática. Todos los fenómenos a nuestro alrededor los familiarizamos y apagamos una posible dialéctica con ellos porque aceptamos su naturaleza. El tema de fondo de LGDS es la violencia. Me he permitido desarrollar un espacio absurdo en el que dos cuerpos asesinados tienen derecho a darse una última oportunidad para experimentar el delirio de vivir, la profunda y eterna incertidumbre de la realidad. Quería escribir sobre todo esto, sobre el miedo y el momento desafortunado que nos ha tocado, sin obviar, precisamente el origen de la violencia, el edificio de la violencia. Si hay un cuerpo abandonado en el desierto, podemos intuir su periplo. ¿Pero qué hay más allá de eso? ¿Por qué no se le permite a un desaparecido, a una víctima del podrido narco-estado, al menos en el plano de la ficción, una última brevedad? La muerte es un viaje bastante oscuro y el libro busca conversar con este punto final. La presencia es todo aquello que vemos en las noticias. Un cadáver, un número, un cuerpo engusanado. La ausencia es ésta: no sabemos nada sobre la muerte y sobre el dolor que han experimentado quienes son asesinados y depositados en el desierto, pero podemos darles un nombre a todos ellos, podemos modificar su itinerario hacia la nada. Unos eligen una luz que cae sobre los muertos y los aspira hacia el cielo. Yo elijo su permanencia infinita y su reanimación cada que un lector pone sus ojos sobre ellos.
LP: Ambos somos escritores del norte del país, pero no somos escritores del Norte. El Norte no es una geografía relevante en nuestra escritura. Desierto Limítrofe, donde transcurre tu novela, no es el desierto al que el Norte nos tiene acostumbrados. Sabes que el espacio me obsesiona, ya sea íntimo, arquitectónico, urbano o geográfico. ¿Qué representa para ti situar la historia en un lugar que fácilmente puede vincularse con cierto tipo de literatura y cierto tipo de autores? Es una apuesta arriesgadísima, pero funcionó.
FF: Yo siempre detesté las novelas que tenían el desierto como escenario, porque vivo en el desierto. Siempre me dije que jamás caería en eso. Y mira, terminé escribiendo una novela así. Pero intenté desvincular toda imagen santificada del desierto de mi escritura. Por el contrario, me gusta la idea del desierto como una dimensión diseñada para el mal. Me inclino por la contaminación de la ciudad que por la falsa idealización de la naturaleza. Soy un ser odioso y despreciable, odio la playa y me encantaría darle un puñetazo en la cara a la famosa Madre Naturaleza. Aunque eso, me podría costar el linchamiento mediático en las redes sociales. Bueno, me gustaría darle un puñetazo al Padre Naturalezo. Aborrezco todo tipo de evangelización. No me gusta que me quieran convencer de comer mariscos o de adoptar un amor por la vida que no corresponde con mi personalidad. Al situar LGDS en el desierto quería modificar ese paradigma del personaje que mira al saguaro como si fuera su hermano y que se alimenta de flores y frutos silvestres y que mantiene una conexión mística con la atmósfera. Quería edificar un escenario beckettiano en el desierto, que se desarrollara en él una historia incoherente. No sé si lo he logrado, pero la intención era ésa, matar esa idea hippie y regionalista sobre el ecosistema norteño. Sé que hay una preponderancia por resignificar la Literatura del Norte como una república propia de las Letras, donde la identidad del ranchero aventurero, o el cholo romanticón o el señor interesante de cantina o el asesino meditabundo o el joven marxista de provincia, se localizan como un punto trascendente en la narrativa y tiene sus propios códigos. Sé que hay muchos autores que apuestan por nutrir esta idea de la identidad y la sustancia del Norte como un espacio que puede competir contra el centro o el sur del país (aunque en el sur sólo hay poetas). Constantemente, veo que hay discusiones sobre generaciones o sobre espacios literarios en México, pero nunca me han interesado estos temas. Y tampoco me ha importado coincidir en coyunturas literarias, si es que las hay. Somos, hermano, como autistas en pleno debate literario. Si es literatura lo que estamos haciendo, no tiene nada que ver con el Norte porque no tiene nada que ver con nada, ni con el país. Hace unos meses le comentaba a mi queridísimo Jaime Mesa, en una charla en Zacatecas, que era posible que autores como tú o como yo, que estamos lejos del centro, pero a la vez, lejos del Norte, sufriéramos del mismo nomadismo porque no tuvimos un tutor literario, un escritor que nos diera un taller y nos encaminara por temas o cuestiones menos arbitrarias como las que nos gobiernan. Somos huérfanos, silvestres con monóculo. En el centro somos unos bárbaros y en el Norte unos desarraigados. Somos apestados, hermano. Ni hablar. De cualquier forma, desde el purgatorio seguiremos tecleando obsesionados con la forma, tratando de imitar a nuestros grandes maestros, los autores que no dicen nada en mil páginas, nuestros verdaderos padres.