Animalia
Sí, fui yo quien le disparó. No puedo afirmar que era un perro, pero tampoco que era un humano. Lo que te puedo decir es que tenía cuatro patas y ojos rojos, como candelas. Eso te lo aseguro. Nomás llegó un día y se paró cerca del pozo. No hacía nada, solo nos incomodaba con la mirada. Algunos dicen que en la noche entraba al pozo a tomar agua, pero yo nunca lo vi hacerlo.
Dicen que lo vinieron a tirar de otro pueblo. Si fue así nunca supimos de cuál, pero si me preguntas a mí, te puedo afirmar que fue de Túumben Ts’uul Kaaj. No sería la primera vez que nos vienen a tirar aquí lo que nos les sirve. De Túumben Ts’uul Kaaj nos han llegado nuestras peores desgracias. Por ejemplo, la vez que nos robaron a nuestro santo.
Estábamos en la fiesta del pueblo como cada año, pero en esa ocasión varios de ellos vinieron a dizque a celebrar con nosotros. Nos pidieron juntar las fiestas porque acá es donde estaba el santo. Trajeron bebidas, pavos y cochinos. Nosotros pusimos la música. Pero cuando ya habíamos despertado de la cruda, el santo no estaba y tampoco estaban ellos. A eso vinieron nada más, a robarnos.
Desde eso, cuando nos encontramos en el camino del pueblo, ya no nos saludamos. Ni los volteamos a ver. En ellos no se puede confiar y para colmo de males, Túumben Ts’uul Kaaj está muy cerca de aquí porque antes éramos un mismo pueblo. Esto que te cuento ya tiene muchos muertos.
Mi bisabuelo Olegario y su hermano Marcel fundaron este lugar con sus manos y sus machetes. Pero ese Marcel era un vil cabrón porque años después de que se hiciera el pozo, se peleó con mi bisabuelo y decidió fundar su propio pueblo. Tomó su machete y comenzó desde cero. Algunos habitantes decidieron irse a vivir ahí y otros tantos comenzaron a venir de otros lugares, y así fue como se formaron casi todos los pueblos de esta región. Mi hijo, que es más estudiado de por acá, dice que si nos viéramos en un mapa seríamos como un archipiélago de hormigas. Pero yo le digo que acá el mar está muy lejos y que se deje de pendejadas.
Archipiélago o no, el problema del santo comenzó años después de que se fundaran ambos pueblos. Mi bisabuelo contaba que fue porque cuando lo estaban trayendo de ahí de donde hacen a los santos, el santo quiso quedarse en este pueblo y no siguió su camino a Túumben Ts’uul Kaaj, que era donde lo habían encargado. Nosotros decimos quedárnoslo y Marcel y su gente nunca nos lo perdonaron.
Ya te imaginarás los intentos por llevárselo a lo largo de los años, hasta que lo lograron en una noche de descuido. Pero no les tardó mucho porque el santo había escogido dónde estar y punto. Por eso es que como al mes ya había vuelto a aparecer todo lleno de tierra y despintado cerca del pozo, ahí mismo donde estaba esa cosa que no es ni perro ni humano. Desde eso no lo hemos vuelto a perder de vista.
Eso es lo que les molesta, que a nosotros nos prefiera el santo. Así que para desquitarse nos traen males. Por eso no me sorprende que ellos nos hayan dejado aquí esa cosa. Hasta pesadillas me daba en que lo vi. Desde que llegó, los niños pedían estar con sus papás, las mujeres dejaron sus casas para irse a rezarle al santo, los cazadores dejaron de ir al monte, los borrachos dejaron de tomar, los campesinos volvían temprano de la milpa, los comerciantes dejaron de vender con triquiñuelas. Todo por miedo a esa cosa de cuatro patas y ojos rojos. El pueblo quedó de cabeza.
Por eso le disparé, para que dejara de molestarnos. Pero no se murió, solo se recostó en la boca del pozo, como si estuviera dormido, pero con los ojos abiertos. De varias formas intentamos deshacernos de esa cosa, algunos lo intentaron con chorros de agua, otros con aceite hirviendo, algunos dándole comida envenenada o simplemente golpeándolo, pero nada funcionaba. Incluso venía gente de otros pueblos a conocerlo. Podemos decir que se volvió un atractivo turístico. Se había hecho más famoso que nuestro santo, así que hicimos lo que cualquiera haría y comenzamos a cobrarle a los curiosos.
Me acuerdo que los niños inventaron un juego donde lo picaban con unos palos y esa cosa se movía. En general, la gente hacía fila para rezarle o golpearle. También había quienes se tomaban fotos. Es más, hasta una pareja de recién casados decidió hacer una parada en el pueblo porque se había esparcido el rumor de que tocarlo era de buena suerte. Era tanta la insistencia de los visitantes, que tuvimos que hacerle un nicho porque las personas ya comenzaban a acampar cerca de ahí. “Es un milagro que siga vivo”, decían los más fanáticos.
Entonces pasó lo que siempre pasa cuando los fanáticos piden respuestas y nadie se las da. Alguien le prendió fuego y se quemó por días hasta que no quedó nada. Luego de eso, todos los invasores se regresaron a sus pueblos y la calma volvió con las lluvias de mayo que lavaron el resto de la barbarie.
Así fue que volvimos a vencer los males que nos traen los de Túumben Ts’uul Kaaj porque los niños inventaron nuevos juegos; las mujeres regresaron a sus labores cotidianas; los cazadores volvieron a traer venados; los borrachos comenzaron a tomar nuevamente; los campesinos dejaron de volver a tiempo de la milpa y los comerciantes volvieron a vender con engaños. Todo estaba en orden porque el terror de cuatro patas y ojos de candela había vuelto a donde pertenece, lejos de este pueblo sin memoria.