Animales que mueren despacio
Mediante la invocación de algunos animales expertos en fingir su muerte, la escritora Ingrid Solana teje una original reflexión sobre los cinco sentidos, la memoria, la seducción y la poesía.
SERPIENTE HOCICO DE CERDO: OLFATO
La actriz, hocico de cerdo, segrega un líquido maloliente de sus glándulas anales y finge su muerte. El mensaje transmite que hay algo malo en su cadáver, quizá bacterias peligrosas. Así se defiende de sus potenciales agresores. También las zarigüeyas expiden un olor putrefacto que aleja a los enemigos. Estos animales hacen muecas de muerte: mueren despacio.
A través del olfato se contempla el silencio y se recupera la memoria: no con el sabor de una magdalena, sino con el laberinto oloroso de un pueblo quemado. Silencio y memoria cicatrizan en nuestra carne; así, las cenizas de nuestros muertos. Morimos con ellos a cuestas y vuelven a morir repetidas veces en nuestros recuerdos. Son cicatrices de olfato. Cuando niña estuve incidentalmente en un anfiteatro y recuerdo el horror de los cadáveres, pero sobre todo su olor: el ardor de la podredumbre, miles de serpientes/hocicos de cerdo acumuladas en las planchas de aquellas pieles tumefactas anunciando mi lenta muerte. Aspiré el hedor temprano y no dejé de morir.
Los cinco sentidos, al pensar y escribir, olvidan la respiración, el ritmo cósmico de la existencia, la manera en la que el cuerpo es escritura, lectura, pensamiento, acto: muerte lenta. Escribir es una flor siempreviva: esperanza y muerte en los lápices. Cada vez que las páginas reciben un yo, olfateamos por anticipado nuestro cadáver. La autobiografía es un animal que muere despacio. Dejamos su cadáver futuro reposando en la página; el relato expande su ardoroso hedor.
ARAÑA LADRONA: TACTO
La araña ladrona es una entidad femenina ligada al engaño. El macho le ofrece un obsequio cuando intenta aparearse con ella: un insecto atrapado en seda. Si lo acepta, él finge su muerte y ella se lo lleva con su ofrenda. Una vez alimentada, el macho revive e intenta seducirla. El macho se acostumbra a morir para preservar su especie: una muerte pequeña, mágica treta de seducción. El macho es un donjuán que juega con la muerte y que, tal y como le sucede a Don Juan, nunca muere. Cada vez que tocamos el otro cuerpo, morimos lentamente, como si presos de la piel, en vez de volar, nos ahogáramos en sus venenos. La seducción es una fuerza inextinguible; persiste en la fascinación del deseo.
¿Es posible oír con la nariz, tocar con los ojos, mirar a través de la voz? ¿Podemos huir a las profundidades de la piel que espera; escribir con el tacto, tocar las letras, acariciar los libros: sentir el pliegue, lo rugoso, la espera del deseo? Mi pensamiento se concentra en los cinco sentidos. Cierro los ojos. Mi piel está encima, la toco con mi pensamiento que pasea los metatarsos. Soy un animal y muero despacio al dormir. Cierro los oídos. Viajo en mis células.
Michel Serres:
La piel historiada lleva y muestra la vida propia o la visible: desgastes, cicatrices causadas por las heridas, porciones de piel endurecidas por el trabajo, arrugas, surcos de antiguas esperanzas, manchas, lunares, eczemas, psoriasis, paños, allí se imprime la memoria, por qué buscarla en otra parte; o la invisible: huellas fluctuantes de las caricias, recuerdos de la seda, de la lana, los terciopelos, las pieles, los fragmentos de roca, las cortezas rugosas, las superficies rasposas, los cristales de hielo, las llamas del fuego, timideces del tacto sutil, audacias del contacto combativo.¹
El intelecto esconde las huellas de nuestro cuerpo, cuerpo femenino, masculino: la filosofía olvidó pensar con el cuerpo. Existe una respiración en el texto, lo escrito también tiene piel y seduce. Al leer somos la araña macho, fingimos nuestra muerte para engendrar: morimos despacio. Pero también somos ella, la seducida, la obsequiada, la peligrosa que se permite fecundar. La sensibilidad desapercibida de la araña es origen de tiempo; todo en ella sucumbe al erotismo, muerte breve. El episodio de las arañas recuerda también el instante del orgasmo, ese momento en el que la piel es extensión, campo de fertilidad, juego y treta de la muerte y de la máscara; raíz y tiempo sin tiempo. Semilla noche.
La economía de Eros y Tánatos, en la lógica de Bataille, es un vórtice de piel, ritmo de profundidades y orificios. Puede tocarse el fondo del pensar. Las partes destinadas al desecho también hablan. Su piel es abismo. Escuchamos con pánico su fondo, canicas rodando al centro del cuerpo: el ano es un centro abierto; el ombligo, un núcleo hermético y silencioso. El tímpano se ensordece con los amplificadores y las cerillas; la boca se retrae con los jugos gástricos, su saliva y la mucosa: parecen pozos de cuerpo y no lo son. Son, en cambio, alegres expansiones ocultas que exigen nuestra complicidad, nuestro pensar; a eso hay que acostumbrarnos, a su muerte breve y consciente cada día.
Nuestra piel, preciosa rutina de la sensación, en cambio, relata sincera su historia. Las arrugas de una memoria prolija, la enfermedad de un espíritu nervioso, la huella de otro cuerpo. Su olor. Su dolor. Cicatriz de cirugía, de caída, de agresión. Toco las páginas, piel de libro. Piel de cuaderno. Cierro los ojos, toco la superficie desconocida de un objeto rugoso, elefante, quiero pensar con el tacto. Escribir tacto. Pensar tocando las palabras de mi cabeza.
Los pintores/araña atrapan tactos: la pintura es seducida por las manos que revientan los lienzos: Action painting.
El tacto pinta sus marcas invisibles, deja huellas borradas; íntimamente ligado con la espuma marina, palpa las imágenes del pensamiento, se las lleva, arena blanda, recuerdo barrido. El tacto sabe amar su propia escritura acostumbrado a morir lentamente en su porosidad sin minutos claros. Es una araña que juega una treta de muerte y seduce su paradoja: la fertilidad.
CHICATANAS: OÍDO
Las hormigas chicatanas, grandes, rojas, bravas, según se les llama en Oaxaca, también mueren despacio. Se fingen muertas paralizándose, mientras encorvan su cuerpo y se tiran de costado. Mecanismo sabio el de dejarse morir varias veces. El filósofo escucha el llamado de la muerte continua, pero la razón aplasta su fuego. Es imposible escribirla. La poesía, en cambio, puede consignar su combate. Se trata de ese cliché del siglo XX empeñado en encontrar nombres para poder definir conceptos, escrituras, libros: géneros literarios. Un nuevo néctar de muerte abre sus puertas ahora con un discurso de hormigas, es decir, de seres que se acostumbrarán a morir lentamente en un contexto de tiranos que gobiernan. Hemos fingido nuestra muerte y permanecido paralizados ante las fuerzas históricas, pero es tiempo de despertar y abandonar las máscaras. Dejar de fingir la muerte, abandonar la parálisis.
¿Escuchas el sonido de tu carne ante el contacto con el aire, su música?
Michel Serres:
Que tu cuerpo no se convierta en estatua ni en tumba, cadáver antes de la agonía, muerte antes de morir; evita toda anestesia, droga, narcótico; ten cuidado del torpedo o de la torpeza de la lengua y de la filosofía; huye de las culturas de la prohibición. La sabiduría emana del cuerpo: el mundo da la sapiencia y los sentidos la reciben, respeta lo dado gratuito, acoge el don.
SAPOS BOMBINA: VISTA
Acostumbrados a las imágenes, escribimos. Vemos con los ojos cerrados, pensamos películas: dragones, volcanes, deshielos. El habla pretendidamente “clara” es sorda, pero nada en el lenguaje escapa a la metáfora. La retórica que se pretende ilesa, también está colmada de mentiras: el lenguaje es desapego de lo real. Toda escritura cimenta un mundo nuevo y al hacerlo es un animal de muertes anticipadas.
Los sapos bombina se retuercen teatreros para fingir su muerte, arquean el lomo, se contorsionan. De sus extremidades brotan múltiples manchas amarillas o anaranjadas que pintan sus patas. En sus vientres muestran el mismo mapa de advertencias, por eso se convierten en una preciosa imagen de incendio: sapos vientre de fuego. De sus manchas emergen también ciertas toxinas venenosas que impiden que los depredadores se los coman. Animales previsores de muerte. Cartografía del fin.
El pensamiento occidental se colma de imágenes, de metáforas; la poesía con su lluvia incesante hace retumbar la tierra. Guardamos silencio pocas veces, nos repele escuchar. Acostumbrados a la prisa atrapamos rápido las palabras: es necesario que nos reconozcan, que nos festejen el habla, la escritura, es necesario colmar la carencia. El barroco necesita llorar, gritar, convertir el lenguaje en un sinfín de imágenes sin tiempo. El romanticismo necesita expresar sus fragmentos enigmáticos. El siglo XX teoriza para comprender y tan sólo habita el vacío. ¿Qué sigue? ¿Cuáles son los trayectos del mapa de la discontinuidad? Tiempo de monstruos, intersticios, tiranía en luz, ¿estamos cegados por la imagen que ha abandonado el sentido?
Las manchas de nuestros vientres, señales astutas de la previsible muerte, auguran los símbolos del porvenir. Y, después de todo, la página aún pregunta, ¿para qué?
ZORROS: GUSTO
Los zorros simulan morir para cazar: la muerte también depreda, no siempre surge de la vulnerabilidad. El muerto, de hecho, también amenaza, por eso se queda como fantasma, por eso atosiga cuando no muere por causas naturales. Los muertos cazan, nos ponen trampas, nos acechan. ¿Y si un muerto no termina nunca de morir? Se quedan los impulsos narcisistas de los que mueren: la progenie, la obra de arte, la compleja arquitectura de objetos que deben conservarse después. Los muertos no terminan de morir, por eso la muerte si no es comprensible, al menos permanece en la nostalgia. La desaparición de personas por crímenes de Estado o delincuencia, en cambio, representa el horror, la atrocidad más profunda que pueden vivir los cuerpos: el del desaparecido y el que se queda. Este último no volverá a vivir; no morirá despacio, desvanecido de la vida, también es ausencia atroz.
En el cuerpo de los zorros cuando disimulan su muerte, aparece el rigor mortis, la parálisis, el resplandor de un último gesto.
¿Su boca percibirá el sabor de la muerte, la rebaba, seguramente amarga, que colma la saliva del ser vivo al borde del fin? Los animales se arrinconan al sentir su fallecimiento. Se esquinan, se apartan: ya no están en vida, se echan a un lado.
A menudo imagino el instante de mi muerte. Blanchot medita en él como si fuese el espacio único en el que el tiempo, desvanecido, es todo tiempo y todo margen, toda frontera y todo espacio. ¿Qué es la escritura en ese instante? ¿Podré mirarla entera, ser desnuda, agrietando las puertas vedadas?
Finjo mi muerte. Me aparto. Me encierro en mis propios misterios, ¿para defenderme de los depredadores, para cazar? Algunas mujeres salen hacia fuera, otras nos retraemos, podemos conversar con nosotras mismas en silencio, esquinadas o cercadas. El cobijo del afuera reverbera hablas, fotografías, cuerpos exhibidos. ¿Fingimos nuestra muerte?
Michel Serres:
Lo mismo que Sócrates, Agatón y Alcibíades hablan de amor sin hacerlo nunca, o se sientan a la mesa sin comer, o beben sin saborear, así como pasaron directamente del portal o el umbral a la sala del festín, a las camas, sin visitar un momento la despensa. Los esclavos o las mujeres, como los dioses, se mantienen cerca del horno en los que suceden las metamorfosis, mientras que los ignorantes hablan.
La mujer está enfrentada cada día a la muerte y al silencio. Muere por engendrar, por permanecer callada, porque su hábitat es la escucha y no el habla.
Cierro los ojos. Saboreo la palabra que estoy a punto de pensar, se trata de una palabra simple pero hermosa, enriquecida por su brevedad. Es la palabra tú; la imagen fingida de mi muerte.
Michel Serres:
El lenguaje pide todo a la boca y no le da ni le deja nada, como un parásito. El gusto es un beso que la boca se da por medio del alimento de buen gusto. Súbitamente, ésta se reconoce, tiene conciencia de sí, existe para sí.
Proveniente de ésta, como su hijo, el lenguaje le pide nacimiento, asistencia, no le concede nada a cambio. El que saborea ampliamente le da existencia. El hombre de gusto existe allí donde el portavoz, desganado, entorpecido, permanece frígido.
Saboreo, luego existo, locamente.
¹ Michel Serres, Los cinco sentidos: ciencia, poesía y filosofía del cuerpo. Traducción de María Cecilia Gómez B., México, Taurus, 2002.