AMPARO DÁVILA / BELLAS ARTES 2017 / MUJERES DE LETRAS
La carta que le leí a la Maestra Amparo Dávila en la Sala Manuel M. Ponce, el 14 de febrero de 2017, durante la jornada Mujeres de Letras.
Querida Amparo Dávila. Oscura. Siniestra. Profana. Transgresora desde niña con sus tridentes y demonios de Doré. Afilada. Alquimista.
Maestra Amparo Dávila:
Usted no me conoce. Hoy además de ser Luisa Iglesias, su humilde lectora, soy el puntero de una ouija. Estoy aquí para comunicarle los amores, los gritos, los temblores, los reclamos y los murmullos de sus espectros. Somos todos los presentes en esta sala, sus jóvenes o viejos fantasmas.
Le pertenecemos, Maestra. Somos el Renfield de su pluma. Y si nos lo permite, la sangre que alimente su tinta. Úsenos, guísenos, devórenos, llene de ratas nuestras habitaciones, háblenos al oído, despacito, y luego en el momento más inesperado grite, escríbanos: simplemente queremos serle de utilidad.
(Ustedes, nosotros) También crecimos escuchando el aullido del viento, la música de los fonógrafos y las carcajadas de las prostitutas en los callejones de Pinos. Observamos a través de la ventana el andar de los muertos sobre los lomos de las mulas. Recorrimos los resquicios del pueblo y los gritos que se ahogaron en el vértigo de la ciudad. Compartimos letras. Obsesiones. Nos despertamos incontables madrugadas, observados por la mirada ambarina de aquel huésped. Y sí, aún escuchamos los gritos de las criaturas con sus pequeños ojos negros que revientan al cocinarse.
Qué complejo es, en estos días de incertidumbre, plantearnos la siguiente idea:
…soy mujer, mexicana, quiero dedicarme a la literatura, ¿qué genero? Ah, pues quiero escribir cuento… y quiero que mis cuentos sean de horror…
Cada uno de estos enunciados pareciera simbolizar una suerte de desventaja. Cómo quisiéramos tantas y tantos un discurso diferente. Pero sucede que estamos en un país donde tenemos que crear y participar en ciclos de literatura femenina, porque si no… ¡a todas nos vuelven invisibles!
Estamos tan solos, querida Amparo Dávila, hemos perdido interlocutores. Nos arrebatan a nuestros héroes y heroínas. Nos dicen…
¿Literatura fantástica? ¿Terror?
No leas esa literatura “menor”.
No creas en las criaturas.
No leas eso.
No.
Lo que no saben es que el horror es nuestro mecanismo de purificación y relectura de la realidad. Y en esta urgencia, en esta violencia, en esta furia, merece el placer detenernos.
Pausa.
Nos volvemos espectros.
Y ahí nos deleitamos con aquella prosa impecable (implacable) que la caracteriza, Maestra Amparo Dávila. Con su estilo incatalogable. Guardamos silencio y nos transportamos a otra época. Si ponemos la suficiente atención alcanzamos a escuchar lejanos tranvías. Nos acercamos. Nocturnamos y habitamos una trastocada cotidianeidad que lentamente se agolpa en la garganta y nos transforma el cuerpo entero en una mordaza de angustia.
Pero todo esto es un recuerdo, un sueño de cal, una soledad blanca, una oceánica tristeza construida por asombrosos poemas y relatos.
Qué maravilla eso de aún poder asombrarnos, asustarnos, reconfigurarnos.
Supongo que lo que quiero decirle, Maestra querida, es que me usted me enseñó desde niña que había otra manera de desafiar al mundo, de reconstruirlo contando historias; sin tener más miedo que el de nuestras propias creaciones. Que me mostró que es posible aprehenderse de un libro y transformarlo en la única arma que quiero sostener en esta vida: la imaginación.
Gracias por crearnos otros universos, gracias por todos los aterrados desvelos, por la locura; por ser nuestra heroína.