Tierra Adentro
Imagen de Robertjacksonbennett.com

Titulo: American Elsewhere

Autor: Robert Jackson Bennett

Editorial: Orbit

Lugar y Año: Estados Unidos, 2013

En Facebook, barómetro social por excelencia de nuestros días, la serie Narcos, con tres millones de “me gusta”, aventaja a Stranger Things por sólo doscientos mil. House of Cards, la serie insignia de Netflix, se encuentra sólo ligeramente por detrás de las anteriores. Aparte de su éxito brutal en redes sociales, estas series comparten otro par de cosas en común:

1) Son heraldos de una nueva forma de consumir los medios audiovisuales que está dañando –y de qué manera– al negocio tradicional de la televisión abierta.

2) Todas deben a la nueva ciencia de procesamiento de la información, específicamente al llamado Big Data, parte de su éxito.

En vez de sólo dirigirlos hacia la página en la Wikipedia sobre el tema, les daré el resumen ejecutivo: Big Data es el almacenamiento, procesamiento y representación de grandes cantidades de datos por medio de técnicas no convencionales para encontrar patrones significativos. En español: es la tecnología que utiliza Netflix para medir, a partir de los hábitos de consumo de cada uno de sus suscriptores, que a la gente le gustan Kevin Spacey, David Fincher y la Casa Blanca (House of Cards), o que las series de los años ochenta y las películas directo a TV de Stephen King gozan de más popularidad de lo que pensarían. Muchos de los críticos de Stranger Things se quejan del abuso descarado de la nostalgia y las referencias pop, pero obvian el hecho de que estas decisiones están avaladas por la ciencia de datos, no por el capricho de los guionistas.

Netflix es una de las compañías que más ruido hace con su uso del Big Data, pero otras, como Amazon, también centran su estrategia de negocios en el procesamiento masivo de datos. Desde una perspectiva muy amplia, Amazon no vende libros, lo que hace es averiguar el poder adquisitivo y los intereses de cada uno de sus consumidores a partir de sus gustos literarios (y lo que gastan en ellos), para luego poderles vender todo lo demás que creen que necesitan.

Por supuesto, la idea de que un producto cultural exitoso (o, peor aún, relevante) se puede construir de acuerdo a las instrucciones de una computadora nos resulta algo escalofriante, pero en contraposición a las series diseñadas en laboratorio de Netflix, se encuentra Game of Thrones. El programa principal de HBO, que tiene casi 20 millones de “me gusta”, está basado en el trabajo de obsesivo, de décadas, de George R. R. Martin. Tanto la versión televisiva como los libros que la inspiran se construyen de una forma opuesta al proceso de crear a partir de patrones estadísticos: rompen las convenciones del género fantástico. En vez de darle al público lo que quiere, le ofrecen lo inesperado.  Que la temporada más reciente, que ya no pudo utilizar el material literario como referencia, no haya logrado mantener el nivel de calidad,  no quiere decir que la fórmula de la nostalgia no pueda aplicarse también a los libros. Con o sin ciencia de datos detrás (aunque casi me apuesto a que sí la tienen), libros como Ready Player One y Armada de Ernest Cline, El Sr. Penumbra y su librería 24 horas abierta o El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares se sirven de la nostalgia por el pasado y las referencias pop para llamar la atención a la misma audiencia que ve Narcos y Stranger Things.

¿Por qué se ha vuelto tan comercializable la nostalgia? Ahí el Big Data no tiene respuestas. Los ordenadores pueden encontrar patrones, pero depende de nosotros interpretarlos y, en todo caso, tratar de encontrarles un significado. Me parece por más extraño tratar de encontrar en los años ochenta una aetas aurea que nos remita a una vida más simple y por tanto más asimilable. Los sesenta me resultan una edad de oro más reconocible, pero quizá sólo porque soy muy fan de David Lynch y su Twin Peaks, otra serie que revivirá dentro de poco, cortesía de la maquinaria de la Big Data.

Tanto Twin Peaks como las referencias que le dan cuerpo a Stranger Things habitan American Elsewhere, la cuarta novela de Robert Jackson Bennet, un examen a fondo de la nostalgia por el pasado reciente disfrazada de novela de terror de tintes lovecraftianos. Es imposible dar demasiados detalles de la trama sin arruinar la sorpresa de este tipo de novelas, así que me conformaré con esbozar la premisa. Mona Bright, expolicía y exesposa, llega a Wink, Nuevo México, buscando la última pista de su madre, que se suicidó cuando ella era niña. Wink está en medio del desierto y es la imagen del pueblo perfecto, aunque no aparezca en ningún mapa y la luna tenga un curioso tinte color de rosa. Claro que si algo parece demasiado bueno es porque seguramente lo es, y los secretos que guarda el pueblo hacen que el monstruo de Stranger Things parezca el gatito bebé más tierno que hayas visto en un meme.

De nuevo, sin tratar de adelantar nada en la trama, hay dos elementos que hacen muy interesante la lectura de American Elsewhere. La primera es que está estructurada como una serie de televisión, aunque quizá más propiamente como una serie de Netflix, que si bien es episódica, está diseñada para consumirse en dos o tres maratones intensivos. Al mismo tiempo, juega con la propia estructura televisiva y la pone en crisis utilizando mecanismos propios de la novela. El resultado es asombrosamente familiar y al mismo tiempo asombrosamente desconcertante. La segunda es justo la forma en que trabaja las referencias y la nostalgia inherente de su ambientación, que consigue replantear y darle un significado nuevo, más ominoso. Bennet hace un excelente trabajo, sin proponérselo, al escribir sin pensar en agradar y complacer al lector y, paradójicamente, conseguirlo.

Además de estos dos elementos, la novela también es francamente divertida. American Elsewhere es parte de la denominada New Weird, una corriente norteamericana y canadiense (a mi gusto, su mejor escena es canadiense) que mezcla fantasía y ciencia ficción con escenarios realistas. Es decir, uno de esos nombres que se acuñan los editores para convencer a los lectores “serios” de que lean ciencia ficción (como su prima, el slipstream). El problema para que los lectores serios se acerquen a estos subgéneros, en realidad, radica sobre todo en que estos son libros muy divertidos, a caballo entre Thomas Pynchon y Phillip K. Dick, y en que los autores suelen tener una gran solvencia técnica que un distraído podría confundir con sencillez.

Sobre si en el futuro se podrán escribir grandes libros o, mejor aún, libros relevantes, utilizando sólo Big Data, sólo puedo decir que espero que no. Pero soy un romántico. Lloré cuando Deep Blue derrotó a Garry Kasparov. Además, incluso si es técnicamente posible usar a una computadora para escribir la novela perfecta, la ciencia de datos es bastante cara. Hay otras aplicaciones, como la predicción de futuros del petróleo, la detección de alertas terroristas y la fórmula perfecta de las canciones pop que seguro llaman más la atención de las empresas de Big Data.