Tierra Adentro

 

Buena parte de las películas de Woody Allen son comedias románticas. Y eso no es malo.

El director neoyorkino ha hecho varias veces la misma película: un neurótico (casi siempre alter ego de Allen) conoce a una chica que “no le conviene”, quien es justo lo que el personaje no necesita o desprecia. Al final, “el corazón quiere lo que el corazón quiere” y el protagonista, en plena epifanía, resuelve no seguir a su cerebro y optar por la felicidad.

Magic in the Moonlight (2014) sigue el esquema: un neurótico mago, positivista y cientificista, conoce a una supuesta médium; su trabajo es desenmascarar los trucos y revelar que sus artimañas sólo sirven para engatusar a un joven heredero multimillonario. La médium resulta ser un fenómeno real (aunque al final sí es un fraude) y el mago modifica su visión de la realidad: hay vida más allá de la muerte y, por tanto, el mundo excede lo que se puede medir o comprobar por métodos experimentales. Aun así, el mago no cambia: calcula todo, se siente superior y encumbra la racionalidad. La médium se enamora de él e intenta conquistarlo con sus recursos: la emocionalidad, la sinceridad, el “no pensar mucho las cosas”. El mago, que está comprometido con una mujer hecha a su medida (con la misma mente científica que él), niega los avances de la médium, pues son de “mundos distintos”. Al final del día, el mago se da cuenta de que a quien realmente ama es a la médium y rompe su compromiso para estar con ella.

Manhattan (1979) trata de un neurótico que tiene una relación con una chica de 17 años. Cuando conoce a otra mujer (depresiva pero “madura”; culta pero relajada), abandona a su novia preparatoriana porque “son de mundos distintos”. La historia se vuelve una comedia de enredos: un amigo del neurótico sostiene una relación extramarital con la nueva mujer del neurótico; la ex esposa (ahora lesbiana) del neurótico le aconseja regresar con su novia joven; la ex mujer del amigo está intrigada por la nueva relación del neurótico, etcétera. Al final del día, el neurótico se da cuenta de que a quien realmente ama es a la chica de preparatoria y termina su relación con la otra mujer para estar con ella.

Las películas son hermanas en la filmografía de Allen: ambas proponen relaciones entre hombres maduros y chicas mucho más jóvenes, tanto que podrían ser sus hijas (guiño intencional). Ambas tienen escenas de “contacto humano” entre los protagonistas en planetarios; en las dos, los hombres se dan cuenta de lo conviene que es seguir a su corazón, ignorar las complicaciones racionales y simplemente “dejarse llevar por el amor”.

La diferencia, y lo que hace que Manhattan sea una obra maestra y Magic in the Moonlight una película que deja de importar tres minutos después de acabar de verla, estriba en el tratamiento de la forma cinematográfica.

La fotografía de Manhattan va más allá de una mera utilidad. Los cortes, el montaje y el encuadre de cámara no sólo responden a un “contar la historia” de manera más económica posible, sino que busca crear una respuesta estética: el encuadre durante la conversación en el puente de Queensboro, el montaje con voz en off al principio de la película y la iluminación en la escena del planetario se relacionan con el espectador en dos niveles. El primero, a nivel de anécdota: esas escenas hacen avanzar la historia o completan el carácter de los personajes. El segundo sucede a nivel de impresión concreta y se relaciona con las decisiones excesivas; éstas son las que hacen de una película esa película, le dan su materialidad.

No significa que en Magic in the Moonlight no existan decisiones (ya que todo encuadre, por ejemplo, es una decisión consciente). Lo que sucede es que son genéricas. La materialidad de una película la hace memorable y buscar que sea lo más inédita posible es la búsqueda de cualquier buen cineasta: tratar de salir de lo que uno ya está acostumbrado a ver, porque lo que se visto una y otra vez se vuelve invisible.

Piénsese en el melodrama telenovelesco mexicano y su uso sui generis del close-up al rostro. Hemos visto tantas veces ese recurso y lo hemos visto usado siempre en la misma manera que desaparece. Como no nos aporta información nueva, parece que el cerebro “se lo salta” para no perder tiempo en una percepción que no le aportará nada distinto.

Las decisiones sobre la materialidad de una película, cuando son genéricas, hacen que desaparezca como fenómeno visual. Si además se le suma la desaparición de la historia de una película por medio de decisiones genéricas sobre la trama, entonces, es como si no se hubiera visto nada.

Manhattan  tiene profundidad porque sus decisiones visuales son complejas (tal vez las de la trama sean un poco menos interesantes), exigen atención del espectador y le aportan nueva información. Vale la pena verla más de una vez porque las decisiones visuales se enriquecen, por ejemplo, el montaje del principio con la voz en off es uno de los mejores momentos de la película porque permite muchos planos de visión: el contraste entre voz e imagen, las imágenes solas, el contenido de lo que dice la voz, etcétera.

Magic in the Moonlight desaparece casi en su totalidad: ninguna decisión sobre su forma es innovadora o interesante. Sus tomas y su montaje es genérico, no aportan gran cosa al espectador, por eso ninguna escena es memorable (tal vez sólo la del observatorio, pero por negatividad: es un auto plagio). La historia y sus giros, por su parte, son bien conocidos y no sorprenden a nadie.

Esa podría ser la definición de una película dominguera: un producto lleno de decisiones genéricas, las cuales el espectador no ve, porque, en realidad, ya ha visto esa película muchísimas veces y, en esta ocasión, la usa para matar un domingo aburrido en el que lo importante es que no pase nada.

Magic in the Moonlight es demasiado dominguera, un producto hecho para verse y desecharse. Tampoco eso está mal; los domingos pueden llegar a ser terribles y a veces uno necesita no pensar en nada.


Autores
(Chihuahua, 1986) vivió en Toluca y ahora en el Distrito Federal. Próximamente será maestro en filosofía. Ha publicado en las revistas Los bastardos de la uva, F.I.L.M.E., Icónica, Registromx y El portal de Toluca. En este momento forma parte de Kinotecnia cineclub.