Un mundo ilustrado
La publicación de un libro-álbum ilustrado implica una fuerte inversión: los colores brillantes se cuidan en preprensa bajo la mirada especializada de diseñadores exigentes, el papel se elige para que las ilustraciones resalten y los acabados resultan costosos, más aún si se consideran tintas especiales y un barniz a registro (el efecto realzado o texturizado que se le da normalmente a los títulos en las tapas de ediciones lujosas). Los forros en cartoné —firmes y resistentes para las manos de cualquier pequeño destructor— aumenta varios ceros el presupuesto. Todo esto sin mencionar los adelantos de regalías para el autor e ilustrador, quienes comparten crédito por estas historias tejidas con imágenes.
Las editoriales que le dan un valor preponderante a la llamada LIJ (Literatura Infantil y Juvenil) se multiplican, puesto que invertir en este mercado presupone que formará a los lectores de las generaciones venideras. Sin embargo, este panorama literario no está exento de inercias y vicios propios de un mercado inestable y cambiante. También, los pequeños lectores son concebidos como un target al que hay que atacar. Por ejemplo, la apuesta del Fondo de Cultura Económica —sello que actualmente destina un importante presupuesto a la edición de libros-álbum ilustrados— se ve reducida a los mismos autores probados que ya tienen un mercado y un grupo de lectores. De esta manera, en su catálogo desfilan año con año obras de Oliver Jeffers, Isol, Anthony Browne, David Almond, Sebastian Meschenmoser y, como la estrella de los autores mexicanos, Antonio Malpica, cuyo libro más reciente, Por el color del trigo, bellamente ilustrado por Iban Barrenetxea, ostenta una libertad estilística concedida sólo a los autores con un consolidado grupo de lectores y seguidores.
Con respecto a los autores latinoamericanos, la visión no es muy distinta. Este año, el Fondo de Cultura Económica publicó La vida sin Santi, de Andrea Maturana, escritora chilena cuya obra es abanderada con tres premios prestigiosos y ha recibido la ovación de la crítica por sus entregas para adultos. Con ilustraciones típicamente naïve de Francisco Javier Olega, el libro trata el tema de la separación de dos pequeños amigos sin otro logro que la narración dual entre texto e ilustraciones, aspecto que se espera de cualquier libro-álbum.
Uno de los caminos que ofrece el Fondo de Cultura Económica a la creación joven o contemporánea y a temáticas refrescantes en LIJ es el concurso anual A la orilla del viento, que convoca a los escritores e ilustradores de los países en donde el Fondo tiene presencia comercial. Un jurado compuesto por expertos elige la obra que, a su juicio, es más representativa, entre aproximadamente doscientas propuestas que compiten por un solo premio que se comparte entre el autor y el ilustrador ($150,000 pesos mexicanos). El año pasado las ganadoras fueron las peruanas Micaela Chirif e Issa Watanabe con ¡Más te vale, mastodonte!, obra editada en tamaño tabloide dirigida a los pequeños que están aprendiendo a leer. Aunque imaginativa y perspicaz, la historia se ve disminuida por el tamaño del formato que la acoge. Micaela Chirif, la autora del texto, ha publicado más de seis libros infantiles, uno de ellos en coautoría con su difunto esposo, el reconocido poeta José Watanabe (Don Antonio y el albatros, 2008). De esta manera, se intuye que otorgar un premio como éste —a pesar de la apertura expresada en sus bases— también implica la trayectoria.
Otras editoriales pertenecientes a grandes consorcios apuestan más por la literatura juvenil, que se ha posicionado en el mercado con las conocidas sagas que invaden las estanterías, casi todas derivadas del género llamado “épica fantástica”. Como respuesta al todavía hegemónico camino de los libros-álbum, paradójicamente, editoriales más pequeñas han decidido abrirle las puertas a temáticas más arriesgadas, incluyendo en sus catálogos a autores jóvenes o poco conocidos, aventurándose en auténticos juegos estéticos dignos de coleccionarse. Este es el caso de Sana Colita de Rana, sello lidereado por la psicóloga Andrea Hegewisch, cuyo propósito es conjugar el poder reparador y curativo de las letras con los procedimientos psicoterapéuticos. Por su catálogo transitan títulos con temas peliagudos como la adopción (El árbol de las preguntas de Guadalupe Alemán), la muerte (Mi amigo el sauce de Joyce C. Mills) y la llegada de un nuevo miembro a la familia (Querido marciano de Martha Riva Palacio Obón). Aunque fuertemente enraizada en la psicología, la propuesta visual de Sana Colita de Rana es variada, responde a las necesidades actuales y permite que sus autores continúen explorando los matices y problemáticas sociales (Guadalupe Alemán, por ejemplo, eligió este sello para publicar, en 2013, su libro sobre la inadecuación, la lucha interna y el drama de una pequeña ajena a su escuela alienante: Nikola o cómo ser normal y fracasar en el intento, obra que quizá no hubiera encontrado cabida en los puntos de venta).
Editorial 3 abejas surgió en el 2013 financiada por el INBA y Conaculta —a través del Programa Único EPRO Libros 2012— con un catálogo que conjuga nombres ampliamente conocidos como Jaime Alfonso Sandoval, María Baranda, Marisela Aguilar (socia fundadora del proyecto y antiguamente coordinadora de la colección Rehilete en Editorial Progreso) al lado de autores jóvenes y con una trayectoria en ciernes, como Elman Trevizo, Esteli Meza y la ilustradora Flavia Zorrilla Drago. Con una marcada preferencia por los valores artísticos y literarios sobre los comerciales, este sello se caracteriza por la calidad de su trabajo, dedicado en su totalidad a libros-álbum ilustrados.
Textofilia Ediciones, con el concepto de la lectura como placer, restituyendo el aspecto gozoso y adictivo del lector de antaño —que no era tanto un comprador compulsivo, como algunos sellos transnacionales lo conciben, sino más bien un devoto de la buena literatura— formó la colección El gato, también dirigida al público adulto. Sus libros-álbum tienen formatos más pequeños y costeables, pero no por ello de menor calidad, a precios accesibles (privilegio que en México sólo el Fondo de Cultura Económica, por su naturaleza subsidiada, puede darse). La directora editorial, Alejandra Nevárez, abre las puertas a escritores jóvenes y a historias sin posibilidad de moraleja, empáticas con los lectores de cualquier edad y, sobre todo, que rompen paradigmas. En El gato hay libros con ilustraciones abstractas, sugerentes e inquietantes (Formas que aparecen, de la artista mexicana Magali Lara; Donde nace el color, de Manuel García Melgar, y Mi amigo perdió la cabeza, de Amira Aranda, de próxima aparición), temáticas ríspidas para la moral mexicana, caprichos imaginativos de gran belleza (Cuaderno de mar, de Alejandro Magallanes), materiales de apoyo para pedagogos (Gato garabato y Gato garabato 100% natural) e incluso las primeras incursiones en la LIJ de escritores con una trayectoria en el campo adulto (Salón de horripilancias, de Ana García Bergua).
Un sello que ha demostrado calidad en sus títulos y autores, y que ha logrado consolidarse con el paso de los años cosechando el reconocimiento internacional, es Ediciones El Naranjo. El año pasado, con Diente de león de María Baranda e ilustraciones de Isidro R. Esquivel, El Naranjo obtuvo el premio al arte editorial CANIEM. Un libro de poesía que aborda la guerra, el hambre y el abandono, a la vez que ofrece una contraparte lúdica y esperanzadora con el estilo y tono característico de la autora. También en 2013, el libro Fiestas del agua. Sones y leyendas de Tixtla, de Caterina Camestra y Héctor Vega, ilustrado por Julio Torres Lara, recibió una mención honorífica en la Feria del Libro Infantil de Bologna en la categoría Nuevos Horizontes —para libros publicados en América Latina, Asia y África—. La multiculturalidad mexicana con sus matices y juegos de palabras, particularmente de las comunidades de Guerrero, así como una propuesta visual que combina técnicas como el grabado, le valieron la mención en uno de los espacios más emblemáticos para la LIJ a nivel mundial.
Si bien su alcance es aún limitado, estas editoriales apuestan por la difusión y comercialización a través de estrategias que van desde los convencionales carruseles de entrevistas hasta la intensa presencia en redes sociales, desde las clásicas presentaciones con cuentacuentos hasta la participación en ferias del libro y licitaciones públicas, como la que convoca la sep anualmente bajo su programa Libros del rincón para enriquecer las colecciones de las Bibliotecas Escolares y de Aula de las escuelas públicas —un programa inexplicablemente despoblado de títulos de editoriales independientes—. Pareciera que la respuesta de estos sellos ante este panorama, acaparado por una pequeña hegemonía de autores, ilustradores y grupos transnacionales —algunos de merecido prestigio que tienen la mirada fija en el mercado ya probado por un escritor o ilustrador— es la especificidad. Si las ediciones producidas en masa y destinadas a públicos grandes ya existe e incluso contamina el gusto de los pequeños lectores, los sellos independientes se revitalizan con bibliodiversidad y ofrecen alternativas dignas, capaces de competir y ganar la elección del lector. Lo anterior no sólo es heroico, sino paradójico, porque en otros momentos de la historia editorial las excepciones de gran calidad brillaban de vez en cuando con algunas apuestas individuales; la basura consumida por el gran público a veces generaba y justificaba diamantes. Hoy por hoy las fórmulas son transgredidas y la creación se refresca en manos de empresas con recursos económicos limitados, fieles a sus esencias, y otorgan un sano color a este mundo ilustrado.