Alien y la exploración espacial
La ciencia ficción ahora debe ser muy realista,
debe estar basada en hechos científicos.
La idea de astronautas que aterrizan en planetas dirigidos
por monstruos con forma de lagartos, ya no funciona.
Rod Serling
Hasta el estreno de Alien, los extraterrestres eran seres más cercanos al vodevil que lo que podríamos llamar exobiología. En ocasiones causaban más risa que miedo, no por los efectos especiales que si bien no son los de ahora, funcionaban bastante bien, a pesar de su diseño simplón. La mayoría consistían en seres con grandes ojos, similares a animales de la Tierra: reptiles, gorilas gigantes o insectos humanoides. Creo que la clave principal para el éxito de Alien fue crear un monstruo que fuera factible y realista, un monstruo mitad orgánico, mitad mecánico; un ser que no fuera malo en sí, no era ente diabólico, sino simplemente una especie que, como todas en el universo, buscaba sobrevivir.
En los primeros conceptos de Dan O’Bannon no había una idea clara de cómo debía ser la criatura, ya que iba de una encarnación a otra, pero siempre al estilo clásico de la ciencia ficción estilo pulp. En las ilustraciones iniciales de Ron Cobb, (artista de Alien) se mostraba como un monstruo con cuatro patas, una cabeza enorme parecida a la de un crustáceo, un par de garras similares a las de un lagarto y ojos perversos. Incluso Alan Dean Foster, escritor que hizo la novelización, quien no vio la película sino leyó uno de las primeras versiones del guion, lo describe como un ser transparente.
La configuración final del monstruo sería casi por rebote. Hacía no mucho tiempo, el director y escritor chileno Alejandro Jodorowsky había aceptado dirigir la adaptación a la pantalla de la saga Dune, de Frank Herbert. Jodorowsky no la había leído, pero como sucedió cuando vio la obra de Sergio Leone e hizo El topo, él quiso hacer su propia aventura espacial con Dune como piedra angular. Lo que no sabían los productores es que el ego del chileno convertiría un modesto proyecto en un enorme despropósito y, al mismo tiempo, una genialidad. Jodorowsky contrató a Dalí, Orson Welles, Moebius, Chris Foss, Pink Floyd, Magma, Ron Cobb, entre muchos otros talentos, como al propio Dan O’Bannon y a un peculiar artista suizo llamado H. R. Giger, que Dalí le recomendara.
Dune fue cancelada, pero sirvió como punto de reunión para muchos de los artistas más enloquecidos y vanguardistas de aquellas épocas. Cuando el guion de Alien fue aceptado por Fox, contrataron a un joven director inglés llamado Ridley Scott, quien tenía una sola película en su haber: la magistral Los duelistas. El estudio quería tener alguien a quien controlar, pero no sabían que Scott dejaría en claro que más que un maquilador era un autor. O’Bannon quería dirigirla, pero el estudio le cerró definitivamente la puerta, sin embargo Scott aceptó todas las sugerencias del guionista, entre ellas la de comandarle a H. R. Giger la creación de la criatura y el astronauta, y a Moebius el diseño de los trajes espaciales de los humanos. Moebius acabaría abandonando el proyecto, pero sus diseños serian retomados por Ron Cobb.
Penes y mujeres
Giger era un artista con un mundo muy propio, muy distintivo, aunque en la línea descarnada de Francis Bacon. Era un heredero del tenebrismo, lo cruel y con una predilección al sadomasoquismo que sublimaba a través de lo que llamaba “partes bio mecánicas” (además de gran consumidor de opio). Sigourney Weaver, actriz que interpretó a Ellen Ripley en la cinta, afirmaba que para ella, el alien era solo un pene gigante. Desde mi punto de vista tenía razón. La mayoría de la obra de Giger tiene una violencia sexual siempre latente. Cabe destacar el hecho de que un pintor tan sexual tenga una serie de pinturas dedicadas al Necronomicon, creación de HP Lovecraft, un autor que nunca trató directamente el sexo en su obra.
Por irónico que parezca, la Némesis de esta máquina de matar extraterrestre es una mujer, aunque no fue algo premeditado. En el guion los nombres de los participantes no tenían género, solo eran conocidos por sus apellidos, de tal manera que al hacer el casting Ripley finalmente fue encarnada por una mujer: Sigourney Weaver. La teniente Ellen Ripley, se convertiría en una de las primeras heroínas casi por accidente. A diferencia del Hollywood de hoy que fabrica “heroínas” al por mayor, esta nació por necesidades propias de la trama, por eso ha sobrevivido al tiempo.
El monstruo biomecánico tenía dos características principales: la primera es la falta de ojos, la segunda es la forma en que preservaba su especie. “Inseminaba” con su semilla a sus víctimas, poniendo dentro del cuerpo, a través de un “abrazacuellos”, una larva que crecería hasta ser lo suficientemente fuerte como para vivir fuera del huésped parasitado. Tanto este pequeño monstruo como el adulto tenían ecos de un pene. Esta forma de fecundación es muy similar a la de muchas culturas patriarcales, que aseguran la descendencia del macho dominante teniendo varias parejas sexuales. Un ejemplo reciente es el doctor holandés Jan Karbaat, quien fecundó con su semen, saltándose todas las reglas y códigos éticos, a un grupo de casi 50 mujeres quienes tuvieron hijos de él sin saberlo ni quererlo.
Un elemento que se da de forma fortuita en el guion, es que la computadora central de la nave se llama MU TH UR, que en inglés suena similar a Mother. Esta máquina está programada para darle prioridad a la preservación del alienígena, por encima de la supervivencia de la tripulación, prioridad con la que Ripley no estará de acuerdo. En la segunda parte Ripley se enfrentaría a otra madre, esta vez más dura y violenta que la de la primera parte. El personaje de la Teniente Ripley, una mujer que asume el mando de la nave, es el contrapeso perfecto para todo un ambiente cargado de testosterona, donde el personaje Parker cuestionaba constantemente su liderazgo (Jafet Kotto). Es evidente que Ripley no quiere ser inseminada por el monstruo.
Es de destacar como el “alumbramiento” del alien es la parte central y la más violenta de todo el metraje. El asesino espacial, a fin de cuentas, un violador. Como bien apunta O’Bannon en una entrevista poco antes de su muerte: “Una cosa que a la gente le molesta es el sexo … Yo dije: ‘Así es como voy a atacar a la audiencia; los voy a atacar sexualmente. Y no voy a perseguir a las mujeres en la audiencia, voy a atacar a los hombres. Voy a poner en cada imagen que se me ocurra para hacer que los hombres en la audiencia crucen sus piernas'”.
Un grupo de amigos
Dan O’Bannon estudió cine en la University of Southern California, junto a un grupo de amigos que se convertirían en cineastas y guionistas: W. D. Richter, Terence H. Winkless, Nick Castle, Ronald Shusett y el más destacado de todos, John Carpenter. Carpenter era un dotado completo para el cine, por eso no dudó en hacer un proyecto en conjunto con O’Bannon como trabajo de fin de cursos. El resultado fue una parodia a 2001, odisea del espacio. Después de verlo un productor local los conminó a alargarlo lo necesario para que pudiera proyectarse en salas. El resultado fue Dark Star, una película que hoy da más pereza que risa, pero que demostraba el talento de ambos cineastas. Además de actuar O’Bannon realizó los rudimentarios efectos especiales, incluso con una pelota de playa creo un ser extraterrestre.
La trama era similar a muchas otras aventuras espaciales, solo que aquí todo estaba jodido, la nave era una ruina y la tripulación no era para nada heroica, sino más bien bastante floja. Ni Carpenter ni O’Bannon quedaron satisfechos con la película, aunque les ayudó para catapultar su propia carrera, dejando ver que eran bastante hábiles en sus respectivos cargos.
O’Bannon era todo un tipo bastante peculiar, un nerd que lo sabía todo, un lector empedernido de ciencia ficción y un bromista pesado, obsesionado con los pollos, además de borracho. Debido a esto no hacía mucho dinero, por lo que sus amigos le ayudaban de vez en cuando dejándolo dormir en su sillón. Sería en una de esas tardes de flojera, después de descansar de la borrachera en la casa de Ronald Shusett, que ambos idearían la historia de un monstruo que persigue gente en una nave espacial. En ese momento O’Bannon no lo sabía, pero padecía la enfermedad de Chron: un padecimiento que inflama los intestinos produciendo severos dolores de estómago. Esto le ayudó a crear la idea de que algo crecía en su interior.
Mezclando infinidad de ideas de películas previas hizo un guion al que llamó Star Beast, pero que pronto cambio al asexuado Alien. El guion dio varios tumbos hasta que acabó en Fox, presentado por los productores Walter Hill y David Giler, a quienes el estudio les pidió cambios, con los que O’Bannon no estuvo de acuerdo. Uno de los cuales era la incorporación de un androide a la trama.
Un trabajo en equipo
Muchos de nosotros damos por hecho que hay un solo autor para una película; incluso romantizamos la idea del director y del malvado estudio que no le permite hacer determinadas cosas. En este caso las condiciones que se dieron para tener una película que rompió paradigmas, fueron las ideales. Sin duda, el espíritu de Dan O’Bannon fue el motor que movió todo para que sucediera, pero sin la disciplina y obsesión de Ridley Scott no hubiera tenido el mismo resultado. El inglés fue muy receptivo a las ideas del guionista, aceptando sus recomendaciones, pero una vez que empezó la filmación, tomó el proyecto como algo suyo, buscando más presupuesto e imprimiéndole una estética propia que la volvería el ícono que es hoy en día. Con el guion modificado por Walter Hill en sus manos, diseñó en tres semanas varios storyboards que convencieron al estudio de darle más presupuesto.
Otro de los implicados fue el ilustrador inglés Chris Foss y el norteamericano Ron Cobb. Bajo sus diseños fue que creó el Nostromo (Scott era gran lector de Joseph Conrad). A diferencia de las películas previas de viajes espaciales en donde las naves eran redondas o en forma de puro, los diseños de Cobb eran más realistas. La nave era pesada, carecía de belleza estética y se enfocaba en un diseño funcional. Era más parecida a un barco petrolero que los estilizados cohetes color plata de las series de invasiones alienígenas.
El interior de la nave, señalizada con los diseños de Cobb, atento siempre al detalle, marcó una pauta de lo que debería de ser una nave espacial. Influenció la manera de diseñar naves espaciales y un ejemplo de ello fue que la reluciente y brillante Enterprise de Star Trek adquirió ventanas y arrugas para su secuela Star Trek: la nueva generación.
Una mega empresa
A diferencia de otras historias de ciencia ficción donde nunca se esclarece de donde sale el dinero para estas incursiones espaciales, el viaje del Nostromo es pagado por una corporación británico-japonesa llamada Weyland-Yutani Corporation, llamada por la tripulación simplemente “La compañía”. Al igual que Omni Consumer Products (OCP), de Robocop, esta ficción se adelantaría en muchos años a las empresas contratistas del gobierno de Estados Unidos que no conocen la ética en los negocios. Lo que en ese momento era ficción se ve reflejado hoy en la realidad donde los contratistas están inmiscuidos en todo tipo de negocios, desde la guerra hasta otras vertientes que antes no eran rentables como las prisiones y claro, la exploración espacial.
Los tripulantes del Nostromo no son aventureros espaciales y mucho menos héroes prestos a vivir en peligro, son obreros calificados, gente que va a hacer su trabajo, empleados que buscan una compensación económica cuando su itinerario es roto. Todo lo que está a la vista de los tripulantes del Nostromo lo produce la compañía, que se convierte en un pulpo que controla todo a través de sus tentáculos. Incluso sus trabajadores, son productos para ellos y como cualquier recurso, puede ser sacrificado.
Cuando la exploración espacial del futuro estará hecha por grandes emporios multinacionales que, como Weyland-Yutani, tendrán oficinas en el Mar de la tranquilidad y en alguna luna de Jupiter, el Alien debería ser la menor de nuestras preocupaciones.