Tierra Adentro
Michiel Sweerts: Plague in an Ancient City (1652 ). Imagen tomada de Wikimedia Commons.

 

La primera novela que me estremeció hasta lo insoportable fue La Peste (1947) de Albert Camus (1913-1960). Rondaba los 18 años y, gracias a este libro, mi espíritu envejeció radicalmente, pues conocí zonas de la existencia penumbrosa en su estado límite. Son memorables su comienzo y su final, dos cosas de esta magnífica cumbre del existencialismo francés (adscripción que el propio Camus expulsaría de sí).

La obra inicia con la premisa de que podemos conocer una sociedad por la forma en la que sus integrantes mueren, y culmina al enunciar la posibilidad latente de que hay algo terrible en cada pueblo y/o nación que está a punto de detonarse para derrumbar los cimientos de la humanidad. Puede ser un virus y su extensión catastrófica en forma de epidemia, o más desastroso aún, las decisiones que conducen a la extinción de la especie.

A partir de ello es posible establecer una serie de conexiones con nuestra actualidad, en tiempos en los que –ya en un sentido de alerta mundial– otra pandemia se adviene: el COVID-19, llamado popularmente “Coronavirus“. Su aparición dejó perplejos a los sistemas sanitarios en Asia, Europa y diversas regiones del mundo.

 

Diciembre 31 de 2019, nace el virus en Wuhan, China

Este es un momento idóneo para regresar a los argumentos filosóficos, poéticos y literarios: cuando los gobiernos y sus representantes principales no resuelven dudas, el panorama donde la ciencia se muestra endeble, superada por la violencia de la naturaleza, y el caos impera en cada sector social para dar lugar a un escenario de incertidumbre.

En situaciones así, no hay respuestas más precisas que las que emergen de la palabra, de su calmada sabiduría. Esto puede notarse gracias a la serie de opiniones distópicas que han repuntado gracias a las redes sociales, que con una lógica simplista especulan y dictan contextos inverosímiles, aunque aceptadas por las mentes conducidas –hoy más que nunca– por el miedo y la ignorancia.
Un virus común ataca las cavidades nasales, el Coronavirus, su principal objetivo: las vías respiratorias y los pulmones

El argumento central de la novela de Camus se desarrolla en una ciudad de Argelia, Onán. Rieux, un médico, es el protagonista. Ambos entes (médico y ciudad) construyen una relación para hacernos entender lo subjetivo y lo objetivo de la existencia entre una crisis patológica: una persona puede representar a la urbe entera y viceversa. Si nos remitimos al entorno encontramos que la metrópoli  tercermundista que plantea el autor no es distinta a nuestra capital, así como al tercer mundo en países que ostentaban ser equitativos o vanguardistas en términos de igualdad: Europa es un caso, como advirtió Slavoj Zizek.1

Desigualdad económica, falta de oportunidades laborales y un sistema de salud poco eficaz, forman la tormenta perfecta para el desarrollo de una crisis de salud. Las pandemias se originan en cualquier sitio –con ese temible principio de incertidumbre que mencionaba el también autor de El extranjero– pero adquieren potencia gracias a las condiciones sociales que facilitan su propagación.

 

El 30 de enero de 2020 la OMS declara alerta mundial por el nuevo y violento virus

Un indicador alarmante de la dispersión del Coronavirus en el mundo es que, ahora, los pueblos en carencia se encuentran en todas partes del orbe. A medida que la riqueza se concentra en sectores puntuales, la pobreza se difumina exponencialmente: esto no es nuevo, aunque comenzamos a ver tintes fáusticos en nuestra cotidianidad.

En el caso de la novela, las ratas infectaban a la gente. Con este virus (SARS-CoV-2) surgido en China, somos los propios humanos los que contagiamos a nuestros pares (se acusó falsamente al consumo o propagación animal al comienzo).

El origen de la patología  no se ha esclarecido aún. Existen tesis que apuntan a un ataque viral por parte de Estados Unidos, cuyo objetivo sería desestabilizar el orden mundial y legitimar al presidente Donald Trump ante las próximas elecciones de su país. También las acusaciones han incluido a las grandes compañías farmacéuticas, que podrían incrementar significativamente sus ganancias gracias a la pandemia.
Las ventas de cubrebocas y productos sanitarios asépticos estallaron en solo tres meses

El factor humano tiene mucho qué decir al respecto: ¿es necesaria la matanza y el sufrimiento para consolidar los intereses del poder plutócrata? La respuesta es un lamentable sí, que nos deja expuestos en tanto sociedades egoístas y desiguales. En tenor de ello podríamos preguntarnos: ¿cómo mueren las personas a nuestro alrededor? Para contestar, regresaremos a La peste, pues hay un símil preocupante: en soledad.

Y aquí la dimensión de aislamiento es más profunda que la entendida convencionalmente. Hablamos de un sentimiento de desolación comunitario y de relaciones inmediatas, así como de un abandono de parte del Estado y su brazo derecho, el poder empresarial.

Para Camus, esta es una situación deplorable: los enfermos –tanto más los terminales– tienen al menos un derecho primordial, estar acompañados. Los hombres y las mujeres de esta época no se distancian de los personajes en la novela, cuando al verse rebasados por una crisis sanitaria, se hunden en un profundo desamparo espiritual y material, égida de nuestro tiempo.

Últimamente he escuchado y leído, con mayor insistencia, argumentos a favor del malthusianismo. Personas con diatribas ilógicas sobre las bendiciones que podrían traer las pandemias y las guerras: en redes sociales no falta el ejemplo de quien justifica el virus como una conducta inherente a la naturaleza para equilibrar el orden biológico, como si pudiéramos establecer este tipo de juicios. He visto en contraste, pocas defensas de la vida. Tras revisar a diario las notas en relación al Coronavirus considero que hay dos factores imperantes en la opinión pública de los medios masivos, que ya mencioné en este ensayo: ignorancia y miedo.

El temor que hace violento al corazón humano y la intransigencia que destroza la solidaridad: hoy escuché en el transporte público a un par de jóvenes que decían: “que se mueran –los enfermos– pero que no entren a nuestro país”.

Inconciencia y pánico. Camus los retrata perfectamente en las páginas de la novela aquí retomada y, pienso, son estas condiciones las que a la postre consiguieron en más de una ocasión hacerme dejar la lectura por un sentimiento insostenible de náusea (en su sentido sartreano).2

No fueron los crudos escenarios de ancianos muertos, niños huérfanos o moribundos, hombres y mujeres en las cimas de la desesperación, sino los pasajes donde se exponía a detalle la iniquidad del alma y el camino hacia la barbarie, donde se perdía la esperanza en un agónico callejón sin salida. Eso, a diferencia de las consecuencias físicas de una pandemia, puede ser más dañino para nuestro mundo: ¿cuántas veces la falta de solidaridad y vínculos han llevado al declive a nuestra especie?

Camus pensaba en los temas que deambulan en su obra: la guerra de Argelia de mediados del siglo XX y la Segunda Guerra Mundial, su perjuicio al mundo Occidental, es decir, la catástrofe del capitalismo y sus guerras adscritas para servir a las clases dominantes y asfixiar a los más desprotegidos. Ninguna batalla asesina más que la desigualdad.

Nicolas Poussin: The Plague at Ashdod (1630). Imagen tomada de Wikimedia Commons.

Nicolas Poussin: The Plague at Ashdod (1630). Imagen tomada de Wikimedia Commons.

Han dicho que la población con obesidad y enfermedades respiratorias se encuentran en mayor vulnerabilidad, igual los niños y los ancianos. No se ha advertido ni se apuntará que son los pobres quienes una vez más sufrirán antes que los demás.

Los pobladores de Orán, al saberse desprotegidos por su Estado –pues se les condenó a cuarentena sin posibilidad de escape–, entran en una paranoia colectiva. Tanto por el miedo de contagiarse como la ignorancia al respecto, los obligó a realizar prácticas inhumanas.

La indiferencia ante los decesos ajenos han crecido a medida que las necesidades vitales se vuelven difíciles de satisfacer. Al ver a los demás morir, el espejo de la muerte se hace más nítido: nos aferramos a la vida casi siempre desde lo individual; olvidándonos así de la preocupación por el otro.

 

Italia, 2 de febrero: hay carencia de cubrebocas en las villas más pobres de Lombardía. Un alcalde en cuarentena anuncia que, por seguridad de los demás, no saldrá de su casa; causa la burla regional y mundial por usar incorrectamente un cubrebocas

Encuentro otro paralelismo entre la novela y la realidad. Por una parte, la ignorancia se evidencia al acotar de forma irreflexiva cualquier novedad sobre el tema: leemos mucho gracias a internet con una ínfima capacidad de comprensión lectora. Tenemos más información que nunca, aunque nuestro criterio procesa mal esa desmesura. Las mentiras se propagan más rápido que los virus, las habladurías generan malestar en la población, acrecientan las enfermedades más procaces de la actualidad: las mentales.

Es por ello que más de un gobierno en el mundo ha solicitado no generar mayor tensión psicológica de la que ya existe al compartir fake news. Sin duda, oportunistas y maliciosos abundan, incluso en calidad de figura política: en cualquier latitud se difunde este tipo de contenido sin saber las caóticas consecuencias que implica publicar falsedades con rostro de verdad.

Según Zizek, más allá de cualquier otro trastorno son la ansiedad, el estrés, la depresión y sucedáneas, enfermedades que vuelven proclive a la población de crisis mentales continuas, casi cotidianas. Situación que se acentúa explícitamente en las pandemias.

 

En este tipo de catástrofes, las mentiras son asesinas

Ansiedad y depresión encuentran un campo idóneo de repunte, y de esto no habla nadie en política pues, como demostró Michel Foucault en su Historia de la locura, estas patologías son un mecanismo de ordenamiento –y punición– de probada efectividad en la sociedad.3

A la par, crecen las fricciones entre individuos, se originan incidentes de racismo que incluso son considerados graciosos: un “chino” en un vuelo es motivo –al menos– de burla y desprecio. Regresamos a la deliberación mediante el prejuicio.

Dice Camus: “Estupidez. Las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro”.4

Es verdad: nos encontramos ante la carestía de ciertos medios de subsistencia (enseres alimenticios y médicos, principalmente), también escasez de humanidad: falta de comprensión y empatía. No vemos que es la desigualdad una de las causas de cualquier crisis sanitaria: morirán personas de cualquier estrato social, cierto, pero quienes están más desprotegidos ante cualquier riesgo son las clases bajas.

Simultáneamente podemos ver un incremento del egoísmo como forma de supervivencia, mismo que no hace más que exponer el estado pútrido del espíritu de la época que vivimos. Lo acabamos de ver hace unos días, cuando el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, hizo hincapié en que daría auxilio –en caso de urgencia extrema– a embarcaciones con posibles personas contagiadas provenientes de Italia. Una horda de críticos más vulgares que informados, autonombrados “especialistas en salud”, salieron a defender a la patria y a sus habitantes.

¿De la misma forma están comprometidos con brindar apoyo y mostrar solidaridad con sus pares mexicanos cuando no haya pandemias?, ¿o solamente hablan ahora que existe un peligro para la población y pueden hacer uso del miedo?  No lo creo, tal vez solo se defenderán a sí mismos, a su ego investido de opinión. Destaca con preocupante regularidad la miseria individualista.

Quién sabe cuántos de los detractores en atender humanamente a los demás estén dispuestos a mirar en retrospectiva. Habría que preguntarles a ellos –y a nosotros mismos– qué tanta es nuestra preocupación por los demás en tiempos en los que, como dice Fito Paez, nadie escucha a nadie y todos contra todos.

La maldad, insiste Camus –evocando a Sócrates–, va en relación directa con la ignorancia.5

Un problema sanitario también es social, fenómeno que puede reflejar en su cauce las crisis del espíritu humano en un periodo histórico determinado. Así lo demostró este existencialista y podemos percibirlo ahora. Las posturas egoístas tienden su lazo con el individualismo, que es producto capitalista por antonomasia, dado que se liga a los valores de la propiedad y el éxito económico. No vemos más que consecuencias de un sistema de producción sólido en las endebles vidas de la población común.

La posibilidad de que una pandemia acabe con la vida en el planeta está inserta en lo cotidiano: es invisible igual que un virus. Está en relación directa con la lucha que podríamos entablar contra, precisamente, nosotros mismos.

No hay vacuna posible para atender el daño que pueden causar la intolerancia en el mundo. La naturaleza evidencia el caos humano y las pandemias no son un castigo sino una consecuencia de la muerte que privilegiamos sobre la vida.

México 28 de febrero: primer caso confirmado en el país

 

  1. Zizek, Slavoj, La nueva lucha de clases, España, Anagrama, 2016, p. 11-15.
  2. En su popular novela, el autor francés demuestra que la “náusea” es ante todo un síntoma de exasperación existencial. Sartre, Jean-Paul, La náusea, España, Alianza. 2011.
  3. Foucault, Michel, Historia de la Sexualidad, Tomos I y II, México, FCE, 2015.
  4. Camus, Albert, La peste, España, Seix Barral, 1983, p. 230.
  5. Esta tesis se fundamenta en una recuperación platónica del autor. Se encuentra en sus ensayos más destacados como son El hombre rebelde o El mito de Sísifo.