Tierra Adentro

Titulo: Restaurante bar familiar

Autor: Luis Lugo

Editorial: Secretaría de Cultura / Dirección General de Publicaciones / Fondo de Cultura Económica

Lugar y Año: 2019

 

Desde que tengo memoria, mi madre deja 15 por ciento de propina a todos los meseros. Mi padre no comparte su idea y en cuanto traen la cuenta, él toma el cambio y se levanta de la silla. Siempre dejé el 15 por ciento ya fuera en el bar, el restaurante o la cafetería, hasta que después de varias malas experiencias, y quizás debido a mi personalidad que tiende a polarizar cualquier asunto, decidí que dejaría el 15 por ciento si el servicio fue bueno, y definitivamente nada si el mesero tuvo una inexistente actitud de servicio. La mirada sutil e incisiva de mis amigos desaprobando mi decisión en la mesa, y la de mi madre juzgándome de “duro”, ha hecho que cambie mi método. Ahora, opto por un dejar 10 por ciento de propina independientemente del desempeño del mesero. Tal vez responde a brindar un poco de equilibro o mera resignación. No estoy seguro. Al final del día, los comensales y, por qué no, muchas veces la poesía, suelen ser condescendientes con la mediocridad. Pero éste no es el caso de Restaurante Bar Familiar de Luis Lugo.

 

El primer poema que leí de Luis Lugo trata justo sobre un mesero que se rehúsa a llevar su comida a un hombre que está sentado a la mesa, acompañado de una mujer que no es la suya, y eso es algo que sólo el mesero sabe porque el hombre en cuestión es su padre. El mesero se niega a atenderlo o, mejor dicho, a confrontarlo. No así la voz de Luis Lugo, que en más de un poema de Restaurante Bar Familiar le pasa la cuenta a la figura paterna, a la casa familiar, a la infancia, a los años noventa y los recuerdos. El hombre del poema del que hablo no le deja propina al mesero en ese texto, pero yo supe al momento de leerlo que tenía entre las manos algo interesante, que me encontraba frente a una “intuición” auténtica de la poesía, algo que Marina Tsvietaieva define como “versos dados”, esos relámpagos, eso que ocurre súbitamente previo a la escritura del poema y cuya ausencia en un texto es lo que evidencia la falsa poesía. El libro de Luis Lugo tiene bastantes versos dados, digresiones que podrían ser también un kōan zen o líneas rotundas de una obra de teatro.

Ejemplos de esto ocurre en el poema “Mudanza”, donde la familia comienza a meter todas sus cosas en un Tsuru viejo, incluyendo “las lámparas que ya no soportan la luz”. Otro ejemplo, es el “tráiler que pasa cimbrándolo todo” en medio de una fiesta de cumpleaños de un niño cuyos padres están recién divorciados. El índice del libro es también la carta que uno mira al llegar al restaurante, los poemas se ofrecen como platillos, y puedo decir que cada uno se ha ganado su lugar ahí. Frente a esos poemas que Lugo comenzó a escribir hace casi diez años, esos textos que fue horneando como hornea su pan en el restaurante o su departamento, supe que no sólo pagaría la cuenta y daría la propina justa, sino que, además, le saldría debiendo al establecimiento. Lugo sabe de esos golpes duros de la vida de los que habla Vallejo, “esos golpes sangrientos son las crepitaciones / de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”.

 

La infancia, su recuerdo o reinvención, así como la ruptura de la familia son temas medulares de Restaurante Bar Familiar; poemas que surgen de la primera y la segunda infancia y se instalan ahí, no a la vista de todos, pero sí más adentro, como el reverso de una herida. Además de estos temas, en el libro están presentes la década de los años noventa con los Looney Tunes y Los Años maravillosos, los emblemáticos maratones de películas de Cine Permanencia Voluntaria de Canal Cinco; Toy Story y E.T., el extraterrestre; la cultura pop y el culto a la comida rápida (creo que el poema titulado Kentucky Fried Chicken puede definir la poética de Lugo), así como la pintura y la plástica, con Pollock, Warhol y Hooper, además de su propensión a la prosa de la mano de Raymond Carver. De hecho, los relatos de Raymond Carver, a quien Lugo lee con atención, me recuerdan muchos de los poemas de Restaurante Bar Familiar. Algo me pasa con Carver, difícilmente puede recordar o contar de qué tratan sus historias, pero siempre puedo señalar la sensación que me dejó después de leerlas. Así con los poemas de Lugo, donde los versos funcionan de manera anecdótica y terminan creando atmósferas igual de desconcertantes como las del narrador norteamericano.

 

En un episodio de la quinta temporada de los Los Simpson, Homero decide dar un curso de educación para adultos sobre “Cómo llevar un buen matrimonio”. Después de revelar muchos detalles de su vida marital, Homero lleva al límite la paciencia de su esposa y ésta termina echándolo de la casa. A la mañana siguiente, Marge Simpson prepara el desayuno para sus tres hijos, pone el jugo de naranja en la mesa. Homero no está ahí. Marge toma un respiro y les dice: “niños, su papá y yo estamos pasando por un momento muy difícil ahora, y no sé que va a pasar, pero recuerden que tanto papi como mami los quieren mucho…”, y sale de la cocina. Entonces, sucede algo que he descubierto que pasa muchas veces en Los Simpson y, por qué no decirlo, en varias ocasiones complicadas de mi vida, algo que me gusta llamar “el momento Lugo”; después de las palabras y retirada de Marge, Bart se gira para decirle a su hermana Lisa que nunca ha visto a mamá tan molesta con Homero, y Lisa le confiesa en secreto que cada vez que se preocupa por la relación de sus padres sube al desván y le da una vuelta a su bola de estambre gigante. Ambos niños se quedan en silencio, pasando saliva con trabajo. Viven “un momento Lugo”: el vacío que se asienta en el estómago, el quitarrisas, el silencio que se abre en medio de las conversaciones; esa manera de alterar sutilmente el orden de las cosas con tan sólo tres palabras o un verso; la tensión que se produce entre el tema de la poesía y la poesía del tema, como refirió Wallace Stevens. La reacción de los niños en esa escena hace que algo se paralice en nuestro interior y nos recuerde el peor castigo que sufrimos en la infancia, o ese día en que nuestros padres olvidaron recogernos, a Lugo y a mí que somos hijos de en medio, de una fiesta en el bosque o afuera del consultorio del psicólogo.