Tierra Adentro

Editorial Montea

 

Bienvenido a Caradura, cuna de la Dependencia de México, más famosa hoy en día por haber sufrido el robo masivo de televisores que tiene a los caradurenses en shock. ¿Qué hacer sin tele? El Detective, aficionado de Blade Runner y Clint Eastwood, comienza una investigación que lo lleva hacia el Tipo, la única persona que conserva su pantalla y quien vive con su hámster. El pueblo se organiza para vigilar ese aparato haciendo guardia afuera de la casa del Tipo. La búsqueda de las televisiones sacude Caradura y motiva a los habitantes a contar sus historias, las cuales resultan más interesantes que sus programas favoritos. Un drama de tintes bíblicos que cimbra las costumbres de un pueblo cuyo principal monumento es un mingitorio gigante.


 

CAPÍTULO 1: LAS TELES

El que no pudo ver Superagente 86 padeció parálisis facial; su vecino estrelló la cabeza contra la pared de tablarroca; su primo sacó a toda la descendencia de la cama para que dieran con el aparato faltante; su jefe despidió en el acto al guardia de seguridad mientras lloraba en el rellano de la escalera; su mejor amigo casi se asfixia con su propio vómito; su compañero de la oficina entró en un estado de negación que lo llevó a encender el microondas y fingir que cambiaba de canal cada que agregaba un minuto al calentamiento; su padre le marcó por teléfono para intentar explicarse por qué eran las nueve de la mañana y no había cumplido con su cuota matinal de doce infomerciales, lo cual el hijo no logró responder por su reciente parálisis facial.

El que se perdió su telenovela salió dando gritos por la calle en busca de su válium con 250 canales. Por desgracia no encontró rastro de la transmisión en la colonia. Si hubiera tenido condición física se habría cerciorado de que ningún habitante de Caradura amaneció con televisión.

 

CAPÍTULO 1.5: LU

El Detective oye Vangelis al manejar por Caradura. Aprendió a ser Detective gracias a películas como Blade runner y El halcón maltés; para ingresar al cuerpo de policía bastó un examen de conocimientos básicos.

Le duele el robo este día en particular porque es final de temporada de CSI: Miami, por ello descargó su arma hacia el cielo. Como eran sus únicas balas, optó por dejar la pistola en casa.

Ha dividido al escuadrón de policía por zonas para peinar el pueblo. Dejó su colonia para sí mismo, esto es personal. No tiene sospechosos ni pista alguna. Fue un robo limpio.

–¿Cómo robas todos y cada uno de los televisores de Caradura en una madrugada sin dejar rastro? –lo piensa y descarta la magia enseguida. Las primeras llamadas de emergencia llegaron a las seis de la mañana y la última vez que se vio al aparato fue a las cuatro de la madrugada, lo que deja un rango de dos horas para la rapiña. El Detective tiene que pasar por un té verde para acomodar sus ideas, la cocacola nunca le ha gustado y el café le destruye el estómago.

–¿Qué tal van las investigaciones, poli? –le pregunta el tendero.

–No quiere saberlo –responde más por ignorancia que por la gravedad del asunto mientras destapa la lata

–Sin la tele se me hace eterno el día aquí en la tienda… –se le quiebra la voz en la frase final– Por favor, ayúdenos, no estamos hechos para esto.

Da un trago antes de hablar:

–Créame que lo entiendo. Haremos lo que esté en nuestras manos.

Se dirige a la puerta y nota que el vendedor tiene una barra de chocolate ya deshecha en la mano, un placebo que suple al control remoto.

Si el Detective fuera religioso, pensaría que la desaparición de las televisiones fue cosa del Diablo, o del mismo Dios castigándolos por tanto pecado. Mas cree en lo terrenal y su postura lo obliga a ponerse a trabajar.

–¿Por dónde empezar?

Recuerda en ese momento una llamada que subestimó al inicio pero que ahora resulta la única cuerda a la cual asirse en este despeñadero.

–Oficina de policía de Caradura.

–Hay una luz en una ventana, alguien está viendo la televisión, ¡alguien tiene televisión! –se escuchó una voz eufórica que se paró en seco.

–A ver, cálmese, dígame la dirección –preparó la libreta y la pluma.

–¡La luz está aquí! ¡La luz está aquí!

Máquina

 

CAPÍTULO 2: LA ORGANIZACIÓN

El pasado veintiséis de septiembre amanecieron sin televisión. Absolutamente todos los habitantes sufrieron un curioso robo… Todos menos una persona. Ahora la mejor forma de recuperarlas es buscar una pista en la excepción.

Por eso el pueblo entero se juntó a ver la vida del Tipo, a través de su ventana.

A los pocos días, la practicidad organizó a los caradurenses y decidieron establecer guardias para vigilar al Tipo y a su aparato, pues es imposible que todos aguanten parados afuera de la casa las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.

Hay cuatro turnos. Finalizado cada uno, se llena una minuta para que nadie pierda detalle.

Esta organización comenzó justo el día después del robo colectivo: el veintisiete de septiembre. Alguien escuchó el rumor de que en cierta ventana podía vislumbrarse aún el brillo celestial del televisor. El chismoso que quedó cegado no cabía de la sorpresa y tuvo que esparcir la palabra por el pueblo. El cronista ya bautizó a ese día como “El alumbramiento de Caradura”.

 

CAPÍTULO 2.5: GAR

Un golpe en la puerta silencia el televisor

–¿En qué puedo ayudarle, Detective?

–En más de lo que se imagina –sus ojos se iluminan al ver el resplandor–. ¿Puedo pasar?

–Está en su casa.

Las manos le tiemblan al acercarse al aura. No puede ver otra cosa que el único aparato que sigue en pie en Caradura. No puede ver que la decoración es inexistente, que la sala se limita a un sillón y a un televisor.

–Tal vez vendió su alma al Diablo para conservar el aparato. Yo también lo hubiera hecho –piensa el Detective. El Tipo no hace ruido. Se limita a observar.

–¿Sabe por qué estoy aquí? –pregunta el Detective sin perder de vista la luz.

–No.

–Imagínese, Caradura estallando y usted no tiene idea.

–Mmm, no –gira el cuello para negar, lo cual es inútil ya que el Detective no le presta atención a sus movimientos.

–Resulta, amigo, que esta tele enfrente de nosotros es la última que queda en el pueblo. Han robado las demás de manera misteriosa –espera la reacción del Tipo para descubrir algún indicio de culpabilidad.

–Úchala.

–¿Eso es todo lo que tiene que decir? –ahora sí voltea a verlo.

–¿Qué más quiere que le diga? Vivimos en México.

Marciano

 

 

Este fragmento de El mal burgués (2018) es publicado con el permiso del autor y el editor.