Adelanto “El árbol de la sombra fría”
Las torres de la CFE adornan la carretera como atalayas desérticas que topan con la lejana serranía. Más allá de la última gasolinera, el letrero de bienvenida a la ciudad y el olor a estiércol, se encuentran los ejidos. Esos lugares cuyas noticias no llegan con frecuencia a los oídos de los citadinos desinteresados y apurados por construir su gloria personal.
El ocio, herramienta e insumo vital para el desarrollo de los chismes, inunda los predios de esta subregión de México. Las historias vuelan con el polvo que se levanta en los caminos de terracería; nadan todo tipo de maquinaciones con las carpas chinas que habitan los canales de riego, y se comen los rostros de los encobijados que se asoman a la superficie durante los días perros de la canícula.
Ya todos saben que este norte es violento, pero lo que se dice por acá va más lejos que los relatos del narco. Doña Eva le ha contado a medio ejido que ella ha visto de todo: a los chinos perseguidos, a los trajeados chilangos funcionaros de Cárdenas que vinieron a sudar la gota gorda en el mero mero calorón termonuclear, a los contrabandistas de cheve y a los narcos, los dos tipos, dice doña Eva: a los señores bigotones con trajes de gala norteños de antes y a los gordos con pantalón Levis pegadito, tenis Lacoste y cinto Ferragamo de ahora.
Ese haber visto todo incluye la peculiar historia de “El árbol de la sombra fría”, misma que tiene hartas versiones, pero cuya trama principal es algo así: era el verano de 1997 cuando doña Eva, o eso dice la vieja, avistó lo que pensó que era un meteorito o un cohete. Como la Eva es de las que no se aguantan, se acercó a ver el cráter y, para su sorpresa, se encontró con un gigante de fierro que lloraba a moco tendido.
Ah chingado, ah chingado, ah chingado, le dijeron todos sus amigos, porque no tenía ningún sentido que un robot grandote aterrizara nomás pa chillar en la mera colonia Progreso. Que si qué le pasaba, que si resultaba que ya se iba a hacer al modo de la Soraya, la que decía que el espíritu del cura Hidalgo bajaba a su cuartito de santera los 16 de septiembre a hacer milagros. Si el espíritu del prócer de la patria tuviera que aparecerse por algún lado, lo haría por allá por Dolores, decía la raza.
Pasaron los años y a doña Eva no la bajaron de loca, pero bien que todos se sabían alguna versión de la historia del famoso árbol de la sombra fría. ¿Y en dónde estaba el árbol y por qué la sombra era fría? Y que luego, pues qué pasó con el robot gigante, el gólem ese que había descrito.
Pues ahí, al final de los noventa y ya después del año 2000, la señora le fue componiendo. Se la cotorreaba la raza, otros dijeron que fue recordando, por ahí el hijo de alguien que logró irse a la ciudad a estudiar psicología dijo que era posible que uno olvidara cosas de un suceso traumático y que le fueran llegando después. Pero la gente decía que, primero que nada, qué eran esas mamadas de irse a estudiar psicología y no derecho o medicina, con tanto malandro y enfermo en el ejido el muchacho tenía que estar de a tiro bien pendejo. Segundo, ¿pues si cuál trauma? La doña Eva se chingó dos caguamones diarios de Tecate roja y una cajetilla de Raleighs hasta que la tronó a sus 115 años. Habría sido raro que la doña no se hubiera puesto a contar historias de robots y naves espaciales a esas alturas. El caso es que, bien que mal, todas las personas del ejido le sabían a esta o aquella versión del árbol de la sombra fría.
Luego luego, alguien muy vivo se lanzó al diario de la ciudad a vender la historia, que para que hubiera un atractivo turístico y pudieran cobrar el estacionamiento, la entrada, la ida al baño y la foto. Pero regresaron al pobre bien estrilado, los mismos reporteros le dijeron que no los hiciera perder el tiempo. La verdad es que, sí, la historia la conoce la gente del ejido, ¿pero por qué tendría que importarle a alguien de afuera?
Así llego un día el tal Bony, Jeremías de nacimiento, Jeremy cuando se fue de mojado y el Bony cuando regresó, apodo que tenía nomás por pinche flaco. Ese sí se regresó con unos dólares y a bordo de un Impala 70. Andaba preguntando por doña Eva y se agüitó cuando le dijeron que ya no vivía la mujer. Ese cabrón dijo que se le iba a extrañar machín a la doña y que no se le olvidaba la historia que le contó de morrito de un robot que se había transformado en árbol gracias a un milagro.
Ah cabrón, ah cabrón, ah cabrón, pues cuenta, pinche Bony, que acá nunca se supo qué pinche brujería había visto la Eva pa decir que un robot se había transformado en un pino salado, tan feo que es ese pinche árbol cochino que nomás hace basura. Pues así mero, dijo el Bony, la doña me contó que vio salir de una nave al robot, que le tronaban las tripas y que miró los destellos como aquellos que echan los transformadores cuando truenan, la nave se desvaneció y el pobre robot lloraba y lloraba, fue ahí que dijo la doña que lo vio rezando, al robot, sí, rezándole a su dios para que lo hiciera uno con este planeta porque traía algo perdido que, al llegar acá a la Progreso, se dio cuenta que ya no iba a encontrar nunca. Por eso tiene forma de un hombre arrodillado y con la cabeza inclinada el pinche pino salado ese, juraba el Bony, por esta que eso me dijo la doñita, homie, y en la mirada no se le notaba la intención de mentir.
Está bueno, decía la mitad de la raza; pinche Bony le hizo daño el sol del field y el spray de las body shops donde jaló allá en el gabacho, decía el resto.
A mucha gente le gustaba meter su cuchara con lo del árbol de la sombra fría. Pero eran muy pocos los que tenían credibilidad. Los tacos de harina de chicharrón prensado tan sabrosos que preparaba la Tanya Soledad Medina le daban suficiente aforo para contar su parte de la historia. Pinche Tanny grosera, vas a perder clientes porque tienes boca de alcantarilla, dejaras de ser de Guasave, cabrona, le advertía la gente, pero todo lo contrario, llegaban de otros ejidos para escucharla decir sus leperadas y comer sus tacos. Nombre, el pinche robot ese andaba valiendo verga por una damita, ¿cómo ven? Decía que allá ellos si no le creían, que fueran a comer verga a otro lado, pero ella de más morrita le había escuchado decir a doña Eva que el pinche robot gigante ese del árbol andaba todo verguiado porque cuando aterrizó su nave salió volando a la verga una pasajera que dizque tenía un vestido brilloso, como estrella, según, y que la pinche vieja de la Eva casi se queda ciega a la chingada; que quedó ahogada en el canal de ahí al ladito la pobre viajera espacial.
La Tanny dijo que su mamá le preguntó en confianza a doña Eva que si era humana la mujer esa, nomás para seguirle el pinche rollo, y no pues que no, dijo la vieja, alguna mezcla extraña de robot y humana, que no le alcanzó a ver bien por el brillo, lo que sí, lo que sí, lo que sí, era que el pinche gigante verga aquel la ha de haber querido un vergal, porque le lloraba a lo cabrón, arrodillado entre los restos de la nave, así como lloran los pinches hombres culos a los que ya les hizo efecto algún amarre.
Está raro ese pedo, dijeron todos, por ahí siempre se ha rumorado que se aparecen muertitos en los canales, pero nunca con vestido, y menos se había escuchado la pendejada de que brillaran las prendas de los que salían a flote.
Total que la gente empezó a decir que pues bueno, el gigante, o robot, o lo que fuera, andaba bien prendis de alguna morrita que no la alcanzó a armar como él en el aterrizaje. ¿Pero pues qué poderes tendría su dios ese que lo pudo convertir en árbol?
A mí me contó otra cosa, dijo el pinche mastodonte del Mateo, a ese cabrón le había ido rebien rentando maquinaria para el campo que se trajo de allá de Obregón, tenía su trocona Tacoma y se pudo ir a vivir a cualquier lado, pero a ese pinche Mateo le gustaba el rancho, andar pisteando a campo abierto y levantando tierra a lo puro pendejo en la 4X4. De repente le caía a doña Eva a echarse sus cigarritos y dice que agarró un curadón con la señora cuando lo mandó a chingar a toda su madre porque le dijo que no se fumara sus chingaderas de los Raleigh, y la doña le recordó a su jefa y de paso mencionó que a él qué chingados le importaba, cabrón bocón, ni que él se los comprara. Lo importante fue que, según el Mateo, la doña le dijo que la pinche lloradera del gigante no fue bien vista por su dios.
Dizque el dios del robot gigante no le hizo ningún milagrito, se lo chingó por llorón. Que parece ser que la religión del robotsón no admitía que uno expresara su agüite por los difuntos, eso era cosa de espíritus podridos, y condenaron al viajero a una eternidad convertido en árbol en la pinche colonia Progreso, condenado igual que todos nosotros, dijo la doña, mientras le daba fondo al segundo caguamón de aquel día.
¿No me estará viendo la cara de pendejo la doña?, se preguntó el Mateo, porque bien que la pinche vieja sabía que ese cabrón venía de Sonora, y aquello que le contó se le hacía muy parecido a los relatos de sus vecinos yaquis, esos pinches cabrones bravos creían que a un muerto no tenían por qué chillarle ni guardarle luto por más de tres días, a los que se van se les deseaba buen viaje con una fiesta encabronada. Mírame a mí, le dijo al Mateo la doña Eva, me voy a morir sola, sola, sola, no tengo ni a quien me entierre.
Igual y sí era puro cuento lo de la doña, pero ahí mero, y es palabra que iba a cumplir después, el pinche ranchero le prometió que el día que ella la tronara, él le iba a acomodar su lugarcito de descanso, algo tenía la doña que convencía y le apachurraba el corazón a uno.
Serás pendejo, Mateo, le empezó a cagar el palo la raza, y él decía que pues chingue a su madre, total, no le faltaba el dinero. Dicho y hecho, cuando doña Eva pasó al otro lado, Mateo le mandó a hacer su respectivo funeral y pachangón: sirvió tacos de rib eye el hijo de su puta madre, bubas para todos. Y quesadillas con queso ese del gringo que es pura pinche grasita sabrosa. El norteño se aventó cuatro horas de música y cuando ya estaban bien cansados los pobres cabrones que cae el pinche regidor local al panteón y paga la quinta hora al doble del precio, pues órale a la verga, se rifaron cinco horas.
Ya sin la música y con los gorrones satisfechos, nomás quedaron como diez personas. Lo que ni de pedo se acababa era la cheve de las hieleras, pues traían de mandadero al Oswaldo, un niño del ejido Heriberto Jara que no iba a la escuela; se dedicaba a hacerla de mensajero, cazar topos y aplastar botes de cerveza para venderlos en la recicladora del norte. Les cayó la noche y por cada vuelta que daba al Seven Eleven le tocaba una comisión nunca acordada, dependía de qué tan codo fuera el que pidiera el mandado.
El pinche corazón de pollo del Mateo le dijo que ya estaba bueno y que se chingara un taco y, es más, hasta un bote si se le pagaba su chingada gana, ya jalaste un chingo hoy, y te la rifaste, pinche Oswaldillo.
Los que quedaron se iban sorprendiendo con las versiones tan dispares del árbol de la sombra fría que doña Eva había contado en vida, había algo ahí que cuadraba, y muchas cosas que ni madres, pero lo que sí, ya era suficiente para preguntarse si la doña había sido sincera o no.
Entre toda la bola de borrachos apestosos al carbón del asador, que ya tenía prendido sus buenas ocho horas, Oswaldo habló desde su silla plegable. Masticaba pacientemente la jugosa carne del taco. A mí la doña me lo contó todo, sobria, además. Pinche chamaco verga, ¿cuándo te llevaste tú con la doña? Resulta ser que el Oswaldillo era su mandadero para las caguamas y los cigarros. Se los llevaba a las puras seis de la mañana porque decía la vieja que no se estaba en paz si no empezaba a fumar desde temprano, que ya a su edad le daban unos temblores y un dolor de cabeza que se le iba bajando con cada calada del primer cigarro del día.
El morrillo se soltó diciendo que él les iba a contar la historia bien y que lo primerito que tenía que aclarar era que ese robot gigante no tenía ninguna enamorada, la que se ahogó en el canal era una hermana gemela que adoraba con todas sus ganas. Espérate, ¿cómo la gemela era de tamaño normal y el robot un pinche gigante? Dijo que eso no lo sabía, tendrían que preguntarle a la mujer que acababan de enterrar.
Ira nomás, pinche Oswaldillo, quién te viera hablando así de la doña, cabrón huevón, pero pues, ¿y luego? El Oswaldo le dio un sorbo a su Tecate Light y dijo que algo en lo que todos habían acertado era en el dios; el gigante robótico pertenecía a una religión muy vieja que solo él y su hermana gemela eran capaces de entender, y cuando ella murió, el único ser en el universo que le quedó para comunicarse era su creador. No se rían, eso me dijo doña Eva y acuérdense que estamos comiendo aquí arribita de su tumba. Cabrón chamaco, el comentario cuadró a todos los adultos y les hizo poner atención a lo que estaba diciendo, era otra de las enmiendas a la historia de doña Eva. Ta bueno pues, ¿entonces se quedó solo en el mundo el pinche gigante? Así mero, triste quedó el pobre, pero doña Eva me dijo bien segura que a ella le constaba que el robot gigante sufría y que le pidió a su dios que le diera el poder de mediar entre todo lo vivo y lo muerto, entre lo que es y lo que ya no es; volver a contactar a su hermana por cualquier vía era lo único que le importaba.
Nombre, tas cabrón pinche Oswaldo, le dijo el Mateo, a ver, ¿cómo entendía doña Eva lo que estaba diciéndole a diosito el pinche robot? Pues muy fácil, la doña tenía el don de entenderlos. No, no, no ya sácate a la verga, pinche chamaco, puras mentiras, yo ya me voy a dormir, ahí se quedan, bola de vergas. Espérate, Tanny, ¿a poco no quieres saber qué mamadas termina de inventar este chamaco que ha de mirar puro Dragon Ball? Echa pues. La cara de Oswaldo era iluminada por los faros del Tacoma, la única fuente de luz en todo el panteón. Ya les digo, pues, que doña Eva entendía bien lo que estaba pasando: el todopoderoso le concedió el deseo, pero con eso de que todos los dioses, y no nomás el nuestro, trabajan de formas misteriosas, lo transformó en un árbol, yo también puse esa cara al principio, pero piénsenla bien, ¿qué era lo único que le podía dar el poder de conectarse con el agua del canal en donde había muerto su hermana? Doña Eva dijo que así dios le había dado un propósito al gigante, tenía la misión de dar una sombra placentera a los visitantes temporales de este lugar desértico en el que había chocado su nave.
La raza se reía, serás poeta, pinche chamaco, si ya ni a la secundaria entraste por vago, cabrón. Bueno, no me crean, les dijo, no los puedo obligar, pero para la señora Eva la sombra fría del pino salado era el verdadero milagro en estas tierras de calor extremo: no le niega la frescura a los pecadores que se sientan con sus hieleras a ponerse bien pedos, ni a las parejitas de la prepa federal que arman su tendido y se toquetean con los zanates como testigos, la sombra fría es en realidad cálida con los que visitan el canal en busca de una escapadita.
A ver, dame ese bote, cabrón, ni le sabes a la pisteada y ya estás hablando como pendejo, ya estuvo, sube la bici a la troca que te voy a ir a aventar a tu cantón.
Mateo condujo al ejido del niño y lo bajó una cuadra antes de llegar, no, estás loco chamaco, yo no voy a dar la cara por ti en tu cantona, mira cómo vas, tas cabrón, te lo reconozco, pero más bien hacemos esto, ahí te va este de a cinco dólares, cabrón, pero ni una palabra de en donde andabas, todavía tas muy chamaco para tomar. No, no, no qué muchas gracias, la Tanny tiene chamba para ti temprano, te aconsejo que te le pegues, vas a sacar más que vendiendo esos pinches botes.
Cuando Oswaldo entró a su casa nadie lo esperaba. Se fue a la cama totalmente convencido de que no estaba borracho como le habían dicho. No le daba vueltas la cabeza ni le dolía el estómago. Fue al sillón de la sala y sacó de abajo un dibujo en el que había trabajado cuando recién se enteró de la muerte de doña Eva. Faltaba un mes para el día de los muertos y su intención era ir a dejárselo en su tumba a la doña.
Para sorpresa de Oswaldo, con todo y lo reciente de su muerte, nadie llegó aquel dos de noviembre al panteón. Solo estaba él, un trapo y el dibujo. Limpió la losa austera que el Mateo había comprado y dejó su dibujo como ofrenda. Un robot gigante salía de un pino salado para nadar en el canal de al lado. Una figura humana, apenas de palo, parecía fumar en la esquina de la hoja, observaba la hazaña del robot.
Se le hizo costumbre ir al árbol de la sombra fría. Curiosamente, una maquiladora agarró un cráter detrás del árbol como vertedero: tarjetas madre de computadora quemadas, monitores viejos, todo tipo de cables inútiles y basura electrónica que hacían mucho más enigmático el sitio. La gente empezó a buscar al Oswaldillo para que les contara la historia; orgulloso, echaba mano de los nuevos recursos: el basural electrónico, parte de la nave, a doña Eva le hubiera encantado. Había días en que los niños más chicos de la colonia se le arrimaban y los llevaba bajo la sombra del árbol de la sombra fría. Les decía que el gigante los escuchaba y que le gustaba oír una y otra vez su gran historia. Hoy, decía Oswaldo, estamos bajo su sombra, pero mañana vamos pa la tierra, y de ahí pa sus raíces, luego a subir por sus ramas. Piénsenla bien, el robot es uno con dios, su hermana y nosotros. No dejen de contar esta historia, que se nos marchita el árbol de la sombra fría.