Abrazar la oscuridad
Titulo: Nuestro mundo muerto
Autor: Liliana Colanzi
Editorial: Almadía
Lugar y Año: México, 2016
Cuando me contactaron de Tierra Adentro para escribir esta reseña inmediatamente acepté pues tuve la fortuna de leer el trabajo en ciernes de Colanzi cuando fui parte del jurado del Premio Aura Estrada, y desde ese momento sus palabras me marcaron. Sobra decir que Colanzi ganó. Parte de aquella propuesta para el premio es lo que podemos leer en Nuestro mundo muerto, su más reciente colección de cuentos. El ejemplar, editado por Almadía, me llegó y se fue. Tan extraño como los cuentos que lleva dentro, este incidente banal y material delata también lo que yo considero es el poder del libro mismo. No es que sea yo supersticiosa, es que puedo contar las veces que he perdido un libro en una sola mano y de esas tan pocas veces que he perdido un libro, dos veces (es decir una abrumadora mayoría) lo ha perdido alguien a quien se lo había prestado o pedido me lo guardara. ¿A dónde habrán ido a parar esas páginas subrayadas? ¿Quién estará descubriendo, fotocopiando, compartiendo, soñando las palabras de ese ejemplar? Fui a buscar otro a una librería y continué con mi reseña. Más allá de ese microincidente, en verdad Nuestro mundo muerto es de una extrañeza y una violencia memorables. El título es provocador, y aunque se refiere a un cuento dentro de la colección donde se aterriza el significado, como precursor a la lectura, las posibilidades que abre el título ya son varias, todas ellas oscuras, y su polisemia puede leerse en referencia a varios de los temas que tocan sus cuentos.
El libro tiene una combinación de bizarrería en todo el sentido hispano de la palabra, generoso, arriesgado, pero extendiendo también su sentido a la acepción del francés, singular, raro. Es un libro potente gracias a una precisión casi aterradora en el lenguaje, y en la variedad de sus voces, tonos y registros que siento sólo pudiera darse en el mejor cuento latinoamericano, o en los cuentos de alguien como Flannery O’Connor y su grotesco sureño, o tal vez en los escritos de alguno de los grandes autores del este de Europa con la imaginación desata-da de principios del siglo XX. En efecto, una de las grandes virtudes del libro de Colanzi es su peculiar forma de encarnar lo que Víktor Shklovski llamó Ostranenie (остранение), el recurso literario, casi podríamos decir por excelencia, pues es a través de esta desfamiliarización que se localiza el lenguaje ordinario vuelto literario al hacer que la lectora perciba lo que se está narrando de forma distinta. Es decir, Colanzi agudiza sus sentidos (y los nuestros) y éstos a su vez afectan el lenguaje que usa de tal forma que logra un efecto literario de extrañamiento. En la mayoría de los cuentos de este compendio, lo familiar se torna insólito, y esto no es meramente un efecto psicológico, es algo que pasa en los textos mismos a través del lenguaje y las voces que habitan cada relato, incluso a través de las descripciones de los cuerpos de los personajes, y, aunque pueden comenzar con algo tan simple y potencialmente sentimental como con la muerte de un compañero de la primaria, en «Alfredito», esto da pie a reflexiones sobre usos y costumbres y la posibilidad de la vida después de la muerte como algo que estalla desde el cuerpo mismo.
Así sus mejores cuentos están repletos de alucinaciones, de una frontera completamente desdibujada entre esta realidad y otras formas de percibir el mundo, cuentos como «Meteorito», «Nuestro mundo muerto», que da título a la colección, y, sobretodo, «Chaco», donde las culpas, taras y maldiciones familiares se entremezclan con los fantasmas del colonialismo de forma avasalladora. Este mundo muerto de Liliana Colanzi en realidad está vivísimo y coleando de formas de vida extraña. No es de sorprender, pues la autora concibe «la escritura como un portal hacia lo desconocido», como dice en una entrevista, y su escritura es un todo donde lo que podría parecer familiar o seguro se torna maldición: las palabras de los antiguos, las tradiciones que tienen peso, pero no como algo mágico que nos puede rescatar, sino como el peso de la violencia de un mundo colonizado, donde las heridas permanecen abiertas a través del tiempo, donde, como escribe Colanzi en «Chaco», «nos abrazamos a lo oscuro».