Tierra Adentro

Vida y destino (1980), la obra cumbre de Vasili Grossman, retoma todos los temas posibles de la guerra, de la tumultuosa lucha entre la Unión Soviética y la Alemania Nazi. En el documento, a medias histórico a medias ficcional, hay un sinfín de matices sobre la vida humana y la muerte. Son estos rasgos los que convierten a la novela, siempre poética, en una insignia que debe leerse en este tiempo.

¿Qué es Vida y destino? ¿Es acaso un prodigio narrativo, la Guerra y Paz del siglo XX? ¿Cómo afirmarlo? La novela fue escrita por Vasili Grossman hacia 1960, durante ese revisionismo post-Stalin que parecía abanderar Nikita Jruschov en la primera parte de la Guerra Fría. La obra en sí, publicada en Suiza veinte años después, en su idioma original, el ruso, merece un capítulo en la historia de las ocurrencias literarias.

La anécdota es conocida, basta decir que cuando Grossman terminó su libro, lo envió para su publicación a la revista Znamya; sin embargo, poco después la KGB entró a su departamento y se llevó o destruyó los manuscritos de la novela, pues a diferencia de Por una causa justa (1952), su primera novela (y que en realidad formaba una bilogía junto con Vida y destino), no glorificaba al régimen soviético ni respetaba las reglas del realismo soviético, literatura enfocada a enaltecer las proezas de la URSS.

Cuando Grossman le escribió a Jruschov, exigía que su manuscrito fuera liberado; la respuesta llegó del comité que le informaba al autor que su novela podría publicarse en 200 o 300 años. Grossman siguió escribiendo, pero murió, en 1964, sin saber si su trabajo sería publicado.

La edición se realizó gracias a que Andréi Sajarov, físico nuclear además de un fiero activista, pudo lanzar un microfilm de la novela grossmaniana y llevársela a Suiza, donde finalmente se imprimió. Que sobreviviera Vida y destino a una de las más grandes censuras de la historia moderna es algo digno de admirarse.

Vida y destino no es complaciente con el régimen soviético, no se parece a la obra de Mijail Sholojov (1905-1984) ni es un canto partisano que relata las hazañas de una nación, como una reescritura del poema El cantar de la hueste de Igor. En la poesía épica se resaltan ciertos valores en torno a un héroe, una conducta, una serie de causas que luchan, golpean y mueren de forma trágica.

En algunos casos, los protagonistas también son humanos, a pesar de la potencia de Aquiles o la invencibilidad de un Orlando. Sin embargo, el poema épico, además de relatar una circunstancia, enaltece la valentía, la fortaleza siempre luminosa, de la esencia de un súper humano, de gente que lo sigue como nubarrones y sirven casi de utilería. Vida y destino tiene el alcance de una elaboración tan larga como, digamos, El Orlando Furioso, pero su estilo, por supuesto, y nos lo dice el mismo Grossman, pertenece a la literatura del siglo XIX, a Guerra y Paz, otra novela de título binomial sobre la guerra y la condición humana.

He hablado brevemente del poema épico porque sirve de antecedente para mencionar el orgullo nacional, la fantasía de retratar a un grupo de personas dentro de determinadas fronteras y a este espacio nombrarlo “nación”. ¿Qué es una nación? Los internacionalistas se pelean por entender este concepto y a los países y corporaciones como agentes del mundo en pleno conflicto con el campo de las relaciones internacionales. Una nación, sin embargo, es algo ficcional bajo o sobre una ideología. La nación nazi no es igual a la Alemania de los sesenta, como tampoco es la misma del siglo XXI, bajo la mano de Angela Merkel. Por otro lado, el “soviet”, la unidad que parte de Marx y Engels, de Lenin y… sí, de Stalin, es una unidad ficticia que en nuestro imaginario parece haber detenido al nazismo, aunque no al totalitarismo.

Esta obra, pues, nos expone la violencia por parte del estado, de las ficciones nacionales como justificación para cualquier tipo de abusos contra la dignidad. Se percibe el miedo de la gente común al enfrentarse a los invasores alemanes, pero también el horror que se vivía adentro de los países soviéticos, el actuar absurdo de un ejército que amenazaba con fusilar a todo aquel que no defendiera San Petersburgo.

Grossman deja de hacer concesiones, muestra desde las desgracias de los pobres y de los judíos, hasta las vivencias de quienes trataban de hacerse con una carta de racionamiento. La ficción de la nacionalidad, de la pertenencia a un país, se pierde ante la avalancha de la condición humana, el sufrimiento, la vejación y, en medio del horror, la esperanza.

Una novela como la de Grossman necesita una historia extraordinaria desde su proceso editorial. Al hojear la edición en español, publicada por Galaxia Gutenberg en 2007, traducida por Marta Rebón, directa del ruso, se percibe el cuidado de una obra que pasó sin pena ni gloria décadas antes, cuando Seix Barral hizo una traducción desde el francés. Vasili Grossman, el cronista ruso, gran novelista casi olvidado, merecía ser traducido desde su lengua materna, por fortuna, al menos el tomo en español, se ha convertido en un longseller.

En una reseña de la obra de Grossman, escrita por Rosa Eugenia Montes, leía que uno de los mayores triunfos de la novela de Grossman, es el de parecer un libro del siglo anterior. Vida y destino es tan grande y monumental como El idiota y Los miserables. El triunfo del relato grossmaniano es la de ser el nuevo Guerra y Paz. Las comparaciones no pueden hacerse a un lado, el mismo autor menciona el trabajo de Tolstoi; además de que la marabunta de personajes que permiten una sensación de polifonismo, explora la realidad de un mundo que se ha ido, pero que nos sigue hablando. Llega a nosotros desde el totalitarismo, del nazismo, de los horrores del socialismo y de Stalin, de la ficción del estado como entidad buena y justa; pero principalmente analiza lo único que nos importa: lo humano.

La cuestión antedicha está presente en cualquier género. La narrativa de fantasía logra una de las aventuras más grandilocuentes de la mente: vislumbra lo que no es, lo que podría o no ser. Se explica la realidad a través de un juego de espejos, o mediante un mundo secundario que es un trasunto de lo que conocemos; pero se visualiza y entiende tan solo en un momento estrecho, geográfico y temporal.

La ciencia ficción atisba lo que podría haber sido, lo que podría ser. Y el terror se enfoca en nuestros miedos, en aquello que nos asusta y perturba. Estos resúmenes aclaran que, aunque exploran la creatividad, ciertas secciones nunca se libran de la condición humana. En el caso de Grossman ocurre algo similar, el portento de su imaginación se manifiesta al, por ejemplo, seguir a una mujer que camina hacia la cámara de gas, quien encuentra descanso y calma en ella misma, no en las circunstancias avasalladoras de su realidad, sino en su interior. ¿Cómo podría cualquiera de nosotros saber qué piensa alguien en ese momento?, ¿cómo obtener sus últimos pensamientos antes de afrontar el destino que le ha obsequiado una maquinaria como la del nazismo?

Vida y destino busca plasmar, bajo los remanentes del “realismo socialista” un mundo que en sí es real, que vivieron cientos de personajes, algunos reflejos de la personalidad del autor, otros auténticos como amigos y actores históricos, en medio de una de las mayores conflagraciones que ha sufrido la humanidad; un horror que persigue incluso a los individuos de países que no participaron directamente en el conflicto. El imaginario de la Segunda Guerra Mundial, más que la Primera, sigue palpitando como una fuente inagotable de terminología, referencias, producciones artísticas, reflexiones y estudios. Es, posiblemente, uno de los temas que tardará muchas décadas, o incluso siglos en agotarse.

Vasili Grossman parecía entender lo que escribió en su gran novela. A diferencia de Por una causa justa, la neutralidad del narrador omnisciente, que llega a enfocarse en la voz de un determinado personaje, busca el entendimiento global, sin matices ideológicos, de lo que es la guerra y la misma humanidad, de cómo sufre una mujer que no puede obtener  el permiso de residencia. El narrador también se sitúa en el niño judío que avanza hacia la cámara de gas, habita en el químico que trata de entender lo que le ha ocurrido a su vida; en la familia que se muda a otra región, o en los horrores de los campos de exterminio. Incluso la voz omnisciente nos dice qué pensaba el francotirador Vasili Záitsev, o Stalin, o Hitler.

El sufrimiento y la redención se escapan en las rendijas de la calidad narrativa. El aporte de Grossman no es un retrato del vacío; tampoco una obra lacrimógena  que pretende sensibilizar a los lectores como una especie de manual sobre el sufrimiento en medio de la guerra, de los rusos o soviéticos. No es una contraparte ni nada parecido. Es una exploración literaria del alma humana.

Algo tienen los rusos, desde sus novelas y obras poéticas del XVIII, que parecen evocar un ambiente apocalíptico, final, de incertidumbre, pero de enormes hechos que convulsionan un continente entero. La narrativa rusa es tan enorme como su mismo territorio. Tantas vidas en aquellos paisajes tan variopintos manifiestan una tradición difícil de entender y quebrar.

Vasili Grossman construye una novela polifónica sin un protagonista, con historias que bien podrían ser pequeños cuentos, retazos de la vida de los soviéticos y los alemanes en una línea eterna, la del Volga, la de Stalingrado, la del fin y la esperanza. La visión grossmaniana se interna en la psique de los personajes aterrados y que se rehúsan a ser avasallados por el totalitarismo.

Si algo tiene la obra de panfletaria, y que gana más importancia para la época actual, es la fuerza de lo humano, la sencillez o la complejidad del alma contra el estado, ese Leviatán hobbesiano que aquí se convierte en un monstruo aún mayor. El dragón de múltiples cabezas amenaza con destruir la tierra rusa, y con ello el mundo. Y en cada escenario, ya sea el corazón de un niño, el de una telegrafista, una secretaria, un general de brigada, el de un campesino o un científico, logran detener a la bestia, cerrar sus fauces para hacerse escuchar. De sus gargantas se escucha, a modo de frase bíblica: “¿está hecho el hombre para el servicio del estado, o es el estado el que sirve al hombre?”

Grossman demuestra, con todas las voces en un grito colosal, en un canto que no puede silenciarse, que la humanidad no conforma las partes de un monstruo, que cada individuo es importante, con cada pequeño acento, con cada alma brotando de su boca, cada ser en rebelión contra el monstruo totalitario, esa fantasía convertida en horror.

Vida y destino no es Guerra y paz. No alcanza, si acaso, la potencia, la magnitud de la novela tolstoiana. Sus personajes se pierden en la memoria del lector, como un río de voces que se contradicen. Sin embargo, leer a Grossman sigue valiendo la pena, porque es un grito compuesto de muchos gritos en busca de un asidero para la humanidad, y que esta no sucumba ante el peso del Leviatán.


Autores
(Tlaxcala, 1988) es egresado de la licenciatura en relaciones internacionales de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (upaep). Ha colaborado en medios físicos y digitales como Ágora, Letrarte y Momento. Parte de su obra se incluye en las antologías Seamos Insolentes (2011) y Sampler (2014). Ha sido becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA; 2013, 2018), del Fondo para la Cultura y las Artes (Fonca, 2016) y de Interfaz (2018). Asimismo, obtuvo el Premio Estatal Dolores Castro de Poesía 2016, el Premio Tlaxcala de Narrativa 2017 y una mención honorífica en el XXXIV Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción (2018).