Tierra Adentro
Fotograma del documental "Soul Power", 2009. Dir. Jeff Levy-Hinte. Sony Pictures Classics
Fotograma del documental “Soul Power”, 2009. Dir. Jeff Levy-Hinte. Sony Pictures Classics

Sale al escenario Celia Cruz con un vestido que parece más bien un caleidoscopio. Comienza a cantar “Quimbara” y la música corre a cargo de la orquesta Fania All-Stars, dirigida por el legendario Johnny Pacheco. El público, en su totalidad congolés, explota y procede a bailar eufóricamente.

Esta icónica imagen sucedió en septiembre de 1974 durante el Festival Zaire ’74 en la ciudad de Kinshasa, Zaire (hoy República Democrática del Congo). Artistas y público, afrodescendientes y africanos, convergían en este monumental evento, que se celebró en el marco de la icónica pelea de box llamada “Rumble in the Jungle” celebrada el 30 de octubre, que enfrentó a Muhammad Ali y George Foreman, celebrado en las mismas fechas y en la misma ciudad. Se trató de de un evento cultural que mostraba la riqueza de la diversificación de los rasgos musicales de la diáspora africana. En ese sentido Zaire ‘74 fue un genuino mosaico de músicos afro.

En primer lugar, se presentó la icónica Miriam Makeba, cantante y activista sudafricana. La apodada “Mamá África” se caracterizó por su compromiso con la lucha contra el apartheid y su discurso abiertamente anti-racista y anti-colonialista. Por ello, Makeba fue aclamada enormemente por el público local.

También figuró el famoso Tabu Ley Rochereau, una de las más famosas exponentes de la música congoleña de las décadas de 1970 y 1980, específicamente del género soukous, que era popular tanto en Zaire como en otros países del continente africano. Otro artista congoleño fue Franco Luambo, quien tocó junto a su grupo TPOK Jazz, una de las bandas más influyentes de la rumba africana.

En el caso de los músicos afroamericanos, la lista la lidera indiscutiblemente James Brown, el padrino del soul, quien fue una de las más grandes atracciones del festival al ser uno de los artistas más populares del momento. Su actuación en este festival es una muestra de su importancia no solo en la historia del soul y el funk, sino su importancia en el movimiento cultural de la escena musical afroamericana.

En ese mismo tenor, no se puede ignorar al legendario guitarrista B. B. King. Es importante mencionar que representó un género y lenguaje musical que ha sido uno de los más grandes estandartes de la música de la diáspora africana: el blues. También se presento Bill Withers, un popular exponente del soul melódico, quien también estaba en un álgido momento en su carrera al momento del festival.

Sin embargo, la presentación de la orquesta de salsa Fania All-Stars fue histórica. Este colectivo musical era representante de Fania, una de las disqueras de salsa más importantes de la historia, género que surge de la fusión de la música de la diáspora africana de Cuba, con los elementos latinos y norteamericanos —por ejemplo, elementos del lenguaje del jazz—. En la alineación que se presentó en dicho festival, figuran Ray Barreto en las percusiones; Johnny Pacheco como director musical y flautista; Hector Lavoe, cantante; Celia Cruz, también en la voz; y Jorge Santana, hermano del también famoso guitarrista Carlos, entre otros.

Aunque el festival en sí no tuvo el mismo impacto mediático que la pelea de Ali y Foreman, este fue documentado cinematográficamente. En 2008, el director Jeffrey Levy-Hinte lanzó el documental “Soul Power”, que presenta algunas de las actuaciones musicales del festival, así como los eventos detrás de escena, ofreciendo una visión única de este evento, sumergiéndonos no solo en el contexto del festival, sino en la cultura de Zaire. Parte de la cinefotografía de esta pieza fue filmada por el documentalista estadounidense Albert Maysles, que, junto con su hermano, fue una de las más icónicas figuras cine documental norteamericano.

El festival fue proyectado, y ha sido visto históricamente, como una reivindicación de la música africana y afroamericana, en un contexto de promoción de las ideas panafricanistas y la afirmación cultural negra en un continente que recientemente se había librado de gran parte del colonialismo europeo en la década de 1960, así como la explosión de los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos y la independencia de los países africanos habían intensificado las conexiones políticas y culturales. Sin embargo, es importante señalar que este evento se desarrolló en un contexto político e ideológico sumamente complejo no solo en el continente africano, sino en el país entonces llamado Zaire.

El festival fue organizado por Hugh Masekela, músico sudafricano, y Stewart Levine, productor y empresario musical, junto con la colaboración del gobierno de Zaire, liderado en ese entonces por el polémico presidente Mobutu Sese Seko, quien buscaba proyectar una imagen de liderazgo y posicionar a Zaire en el escenario internacional a través de la pelea de boxeo y del festival, para así promover su identidad nacional bajo su proyecto político de autenticidad o “authenticité”, que promovía el retorno a las raíces culturales “africanas”. Será importante revisar brevemente las ideas políticas de Mobutu, así como la historia de su llegada al poder en Zaire.

En 1960 el territorio conocido como Congo Belga, administrado por el Imperio de Bélgica, se independizó con el nombre de República del Congo. Después de su independencia, el país cayó en el caos político. Mobutu, que para entonces ya era un militar de alto rango, se vio inmerso en violentas luchas de poder entre el primer ministro Patrice Lumumba y el presidente Joseph Kasavubu. En 1960, Mobutu lideró un golpe militar, financiado por Estados Unidos y Bélgica que resultó en la captura y eventual asesinato de Lumumba, una figura panafricanista que se había opuesto abiertamente a la influencia occidental. En 1965, tras otro golpe, Mobutu asumió el poder total, convirtiéndose en el presidente del Congo.

Durante su autoritario mandato, Mobutu implementó la ya mencionada política de “authenticité”. Esto incluyó el cambio del nombre del país a Zaire en 1971, con el fin de rechazar supuestamente la influencia colonial y reafirmar una identidad africana autónoma. También animó a los ciudadanos a adoptar nombres africanos en lugar de nombres europeos, como él mismo hizo al cambiar su nombre de nacimiento, Joseph-Désiré Mobutu por el nombre Mobutu Sese Seko, que se traduce como “el guerrero todopoderoso que va de conquista en conquista sin perder el aliento”.

Mobutu, figura estereotípica del autoritarismo africano, también consolidó un culto a la personalidad, erigiendo estatuas y colocando su rostro en la moneda nacional, en una imagen análoga a la de los monarcas occidentales a los que tanto se oponía —al menos discursivamente—. Su retrato era omnipresente en edificios públicos y se autopromovió como “Padre de la Nación”. Esta compleja y contradictoria ideología de autenticidad africana buscaba imponer una identidad nacional, pero también servía para reforzar su poder al eliminar cualquier rastro de influencia extranjera que no estuviera bajo su control, a pesar de reproducir dinámicas propias de los sistemas políticos de Europa.

Por si fuera poco, Mobutu se posicionó como un aliado clave de Estados Unidos y otras potencias occidentales durante la Guerra Fría, presentándose como un bastión anticomunista en la zona de África central. A cambio, recibió una significativa ayuda económica y militar de Occidente, especialmente de Estados Unidos, Francia y Bélgica. Esta relación le permitió mantener un gobierno autoritario sin demasiada intervención externa. Ese fue el corazón del oxímoron que representó su régimen.

Gran parte de la ayuda externa fue utilizada por Mobutu y su círculo cercano para enriquecer a su familia y a sus amigos. La corrupción se convirtió en un elemento distintivo de su gobierno y a menudo el término “cleptocracia” (gobierno de ladrones) fue utilizado para describir el estilo político Mobutu, ya que saqueó los recursos económicos y naturales de Zaire en beneficio personal y de sus allegados. Se estima que acumuló una fortuna de hasta 5 mil millones de dólares en cuentas personales en el extranjero, mientras el país no solo no salía de las precarias condiciones socioeconómicas, sino que caía en una profunda crisis.

El festival Zaire ‘74, que reivindicó rasgos culturales africanos y afroamericanos, a la vez que promovía la idea de unidad y colaboración cultural entre distintos pueblos de la diáspora africana, fue parte de una política cultural que, aunque ideológicamente apoyaba la descolonización y la unidad africana, promovía prácticas autoritarias y fue colaboracionista de las más poderosas naciones imperialistas. La cultura es política, y los mecanismos con los que opera son complejos. Si bien, en un contexto —como la promoción del anticolonialismo y las ideas antirracistas—, ciertos hechos culturales pueden significar algo, en otras situaciones, puede representar cosas diametralmente opuestas, como en este caso. Este histórico evento fue un engranaje dentro de un macabro régimen político.

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