Tierra Adentro

En 2013 se publicó la edición en inglés de El día que los crayones renunciaron. Desde su lanzamiento, formó parte de la lista de los mejor vendidos del New Yorker y se ha mantenido ahí por 116 semanas. La obra fue ilustrada por Oliver Jeffers, uno de los ilustradores más relevantes de la LIJ. El autor del texto, a diferencia de Jeffers, era un completo desconocido: Drew Daywalt, guionista y director de cine, jamás había incursionado en la literatura para niños. La narrativa desde la perspectiva cinematográfica del autor, sumada a la resolución gráfica de ilustrador, construyen una obra inagotable en discursos.

Daywalt escribió la historia de los crayones en 2004, la envió a su agente y no volvió a recibir noticias hasta el 2013 cuando alguien quiso comprarla. Desde su lanzamiento, se colocó en el gusto de la crítica y el público. El éxito obtenido dio paso a lo más natural en el mercado de la LIJ: una segunda parte. Las secuelas muchas veces son el reflejo de la necesidad de relatar historias de largo aliento, historias que plantean en sí mismas la posibilidad de seguirse contando o de contarse desde una perspectiva distinta.

En 2015 se publicó The day the crayons came home. Aquí Duncan recibe un bonche de cartas cuyos remitentes son distintos a los del primer libro, también son crayones pero de otros colores. Antes el azul, el rosa, el gris y el amarillo se quejaron por ser explotados y renegaron de los roles que se les han impuesto. Ahora el marrón, el rosa fosforescente y el lila se quejan por el abandono y el olvido. Uno fue botado en el sótano, otro en un viaje y otros tantos están rotos o atravesaron por cosas terribles. Estas líneas son distintas a las que se escriben en El día que los crayones renunciaron, ahora tienen un tono de reclamo y tristeza, se saben rechazados y descuidados por su dueño y quieren que él lo sepa. Dos posturas diferentes pero que coinciden porque ambas significan alzar la voz y expresar un descontento. Una postura que su autor defiende y promueve entre sus lectores cuando se reúne con ellos.

Como parte de la promoción y el lanzamiento del libro, Drew realizó una gira por distintos sitios de E.U.A. para encontrarse con sus lectores y responder a sus preguntas. El 12 de septiembre voló de Los Ángeles a Austin para presentarse en BookPeople, la librería más grande y recomendada de toda la capital texana.

Por razones distintas, yo estaba en esa ciudad el mismo día.

La cita fue el domingo 13 a las 2 de la tarde. Llegué un poco tarde y él todavía no estaba ahí. En su lugar estaban unos 50 niños sentados en el piso frente a una fortaleza hecha de cajas de cartón y dos empleados disfrazados de crayones. Cuando llegó Daywalt el público estaba desesperado y, después de una brevísima presentación, les leyó sus partes favoritas del nuevo libro. Explicó la necesidad de darle voz a colores distintos, ver más allá de los mismos de siempre. Con pocas palabras y a partir de los elementos más simples, pronunció un discurso en torno a la inclusión. Un llamado a recordar a los que han quedado en el olvido.

Inmediatamente después empezaron las preguntas del público, en desorden y luego por turnos. Le preguntaron qué les pasó a sus pantalones y por qué los llevaba embarrados de pintura, qué sucedió con los crayones de la primera historia y más detalles de ambos textos. Luego sobre él; dónde nació, dónde compró sus lentes, por qué escribe sobre colores, cómo se le ocurrió la historia de Duncan y por qué está tan loco y por qué está tan loco y por qué está tan loco y por qué está tan loco. La reiterada pregunta de las vocecitas infantiles why you’re so crazy? tuvo cada vez una respuesta diferente y esto generó un juego de risas entre la audiencia.

Respondió con gracia a todas sus preguntas, la mayoría de las respuestas tuvieron que ver con sus hijos y con su propia vida. La última pregunta fue de un niño muy pequeño y más allá de preguntar algo sólo dijo: I’m happy because you write this book. Y él respondió: I’m happy too. Posteriormente habló de sus planes a futuro y, tras establecer un acuerdo de confidencialidad con el público, reveló que está preparando la tercera parte de la historia de los crayones. Nos pidió a todos que le guardáramos el secreto y no lo publicáramos en Twitter o en alguna red social. Juramos que no lo haríamos , yo decidí romper ese acuerdo para publicarlo aquí.

La presentación terminó tras la ronda de preguntas. Se formó una fila para firma de libros. Le dicté mi nombre a una de las encargadas y esperé a que llegara mi turno. Era una de las más viejas de la fila. Llegó mi turno y Drew tomó mi libro, mientras lo firmaba le pregunté si sabía qué era el Fondo de Cultura Económica y no tuvo idea de qué le estaba hablando. Le dije que era la editorial que lo publicó en español. Sabía que su libro había sido traducido a más de 16 idiomas pero no estaba consciente de la difusión y distribución del mismo. Había una fila larga detrás de nosotros, nos despedimos. Quizás este año el FCE traduzca The day the crayons came home, quizá él siga sin saber qué es y cómo se pronuncian sus títulos en español.

Yo no planeé el viaje para encontrarme con Daywalt o para visitar esa librería. Todo se acomodó para que así fuera. Al día siguiente, Drew continuó con su viaje de promoción. Llevó la historia de los crayones a Misisipi , Miami, Atlanta y otras ciudades del país. Yo regresé a casa, también con los crayones en la maleta.

En mi último día en Austin visité una oficina postal. Aprendí a enviar cartas sólo viendo el modus operandi de pegar los timbres, escribir la dirección, el remitente y cerrar con saliva un sobre. Después de algunas indicaciones, los recuerdos fueron depositados en un buzón. Me gusta pensar que los crayones tuvieron que seguir los mismos pasos para enviar sus cartas a Duncan. Me gusta pensar que los libros todavía sirven para ir de un lugar a otro.

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