Tierra Adentro
Fotografía por Carlos de la Sancha, Impresión digital en papel algodón/colleg. Berlín, 2012.

Entre los tópicos atribuidos a Horacio, tratados por él o simplemente identificados con alguna de sus frases, pocos han recorrido un camino tan largo como el de ut pictura poesis, cuyos antecedentes deben remitir (por lo menos) hasta el griego Simónides de Ceos, poeta que vivió en torno al año 500 a. C. y que comparó a la poesía con una pintura que habla y a la pintura con una poesía silenciosa. Esta especie de quiasmo está en el origen de Poesía silenciosa, pintura que habla, el extraordinario estudio que la profesora Neus Galí publicó en 1999 acerca de las relaciones clásicas entre la poesía y la pintura. En cierta forma, el tema es una de las preocupaciones mayores de la estética desde que ciertos autores del siglo XVIII, como Dubos y Lessing, lo abordaron con proposiciones novedosas.

Me importa referir lo anterior porque muchos poetas mexicanos modernos han escrito poemas o libros enteros echando mano del antiguo paralelismo entre las artes verbales y las plásticas, de modo que resulta natural tener en cuenta la historia del ut pictura poesis para leerlos con mayor provecho. Desde luego, si aludo aquí a las artes plásticas en general y no a la pintura en particular es porque los poetas han hecho valer en los campos de la fotografía, la escultura y el cine los gongorinos “privilegios de la vista” que ya ejercían sus ancestros, los poetas antiguos, cuando se comparaban con pintores. Es el caso de Balam Rodrigo, autor del reciente Braille para sordos (2013).

La obra y el carácter de Diane Arbus, fotógrafa neoyorquina del siglo XX, predominan en Braille para sordos. Esto significa, en principio, que los individuos y personajes que figuran en los retratos de Arbus (enanos, gigantes acromegálicos, gemelos, fenómenos de circo, millonarios excéntricos, adolescentes fumadores, personas con síndrome de Down y hasta un ciego de traje, corbata y bastón, pero con brazos quizá un poco más largos o mangas quizá un poco más cortas de lo normal: Jorge Luis Borges) aparecen citados, en diferentes acepciones del verbo citar, en los poemas del volumen. En el poemario se reproducen algunas de las fotos de Arbus y en los poemas, recurrentemente, se habla de fotografía, poesía, belleza y monstruosidad como si fueran sinónimos o, en su defecto, experiencias afines.

Horacio, al hacer la comparación entre ambas artes, no se refiere a otra cosa que al hecho de que cada objeto, en poesía como en pintura, debe hallar su propia manera de complacer al espectador o lector: unas veces de lejos y otras desde cerca, unas veces a media luz y otras a plena luz. Balam Rodrigo desafía ese principio y elige mostrarlo todo muy de cerca, mezclando y confundiendo los elementos de su composición en un mismo plano, como en un cuadro naïf o en un collage. Cuando, por ejemplo, la fotografía de referencia es la de un muscle man de feria cubierto de tatuajes, Balam Rodrigo escribe: “La poesía es un profundo tatuaje en la piel del silencio, y Diane Arbus tatúa las sílabas cuneiformes del asombro que crecen como una flor de fuego sobre la pústula negra de las pupilas”.

Además de “La jaula de los espejos”, primera y principal sección de Braille para sordos, el poemario contiene dos breves apartados que fungen, por decirlo de alguna forma, como sus apéndices. En el primero, las cajas de Joseph Cornell conviven con viejas placas fotográficas de Nicéphore Niépce, mientras que dos retratos, una suerte de boceto académico y una hermosa perspectiva urbana de Louis Daguerre dialogan, en el segundo, con la prosa desbordante, nutrida de símbolos y aliteraciones, visionaria y casi palpable, persistente y reiterativa, pero también alucinatoria, disruptiva e impredecible de Balam Rodrigo. Como el pintor y como el fotógrafo, el poeta: “En medio de esta página sin mácula ─hoja de nieve─ hay un ángel mendigo haciendo una fogata negra hecha de sombras, de noche, de amargas sílabas que alimentan el fuego de la escritura”.