Tierra Adentro
Central Park. Verónica Valerio. Fotografía de Sergio Reyes.

Cancún, Quintana Roo, 7 de noviembre de 2013. Recibo a Verónica Valerio (Veracruz, 1981) en el aeropuerto, procedente de México, D.F., donde vive luego de dejar Nueva York. Llega con su arpa y una maleta ligera. El calor, la luz, la humedad y todos los encantos del Sureste/Caribe significan para ella un Viaje a su infancia; creció cerca del mar, por eso este paisaje aparece constante –en sentido literal y figurado– en su repertorio, sobre todo en sus canciones más recientes, casi todas escritas desde que volvió a México, y producidas por Santiago Ojeda, Ricardo Martín y Hernán Hecht gracias a un apoyo para la producción de música nacional del Instituto Nacional de Bellas Artes, y que conforman el disco “Viajes de ida y vuelta”, motivo de una gira en Quintana Roo, Yucatán y Campeche a partir de pasado mañana, 9 de noviembre, día de su cumpleaños. A la par, durante 2013, Verónica Valerio, armó otra propuesta inspiradora, ésta con el respaldo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes: “Canciones de puertos”, cuyos resultados presentó antes de tomar el avión a Cancún.

Cuando Verónica Valerio se propuso vivir sola en Estados Unidos, primero compró boleto a Nueva Orleáns: “Tenía en mente el blues, el deseo de escuchar conciertos de góspel en vivo, conocer la arquitectura de esta ciudad del Sur, y ser parte de esa historia”. Después, con determinación, llegó a Nueva York (trabajo en Manhattan – casa en Brooklyn) porque “pensé que la convergencia de culturas podría darle perspectiva a mis viajes anteriores, a mis vivencias y a mis sueños e ideales, es decir, a mi música”.

Así, entre viajes de ida y vuelta, esta mujer ha seguido –con disciplina– una línea –personal– que visualizó para llegar plena a la presentación estelar de su disco el 7 de diciembre en el Centro Cultural del México Contemporáneo, ahí junto a la plaza Santo Domingo, en el D.F.

¿Qué tanto abarca este camino?

–El regreso a mi país, el tiempo que me tomó volver a sentirme en casa porque llegué y me sentía perdida –aunque tal vez suene muy trágico–. Este proceso ha tomado dos años, tiempo en el que me cuestioné la mexicanidad desde diferentes contextos: la experiencia generacional y migratoria en contraste con la vida defeña, pues no hubiera sido lo mismo haber llegado a vivir al Sureste o al mismo Veracruz, o sea, ciudades con mar, calor y palmeras, que al D.F, que es asfalto y mares, pero de gente.

Verónica Valerio es perfeccionista hasta en su manera de enfrentarse al mundo real: con valentía, cualidad que –muy probablemente– el FONCA supo dimensionar cuando puso en sus manos la beca de Jóvenes Creadores (noviembre 2012 – noviembre 2013) que la llevó a encontrarse con más jóvenes que se plantean cuestionamientos similares frente a su vida y su obra.

¿Cómo qué?

–De identidad, momento en la vida y de la experiencia creativa. Mis compañeros de composición y yo tenemos muchas coincidencias: los tres venimos de ciudades puerto, uno de Baja California, otro de Tulum y yo de Veracruz, y venimos de experiencias familiares fuertes, que nos han marcado y que han tenido mucho que ver en nuestro proceso de liberación personal hacia nuestro camino en la música. Entonces, pasar tres días con estos dos compañeros hablando por quince horas al día: desayuno, comida y cena, levantándonos a las 7 para hacer yoga, etcétera, fue conmovedor y me reafirmó mucho en mi camino.

Musicalmente, ¿en qué consiste el proyecto de cada uno de ustedes?

–Orlando Infinito tiene un proyecto de seis canciones dedicadas al paisaje de Baja California, ya que nos explicaba que son muy marcados los cambios de estación, y Leonardo hizo una suite para cítara cuyos momentos coinciden con la vida del ser humano: nacimiento, desarrollo, conflicto y muerte. Y lo mío son canciones inspiradas en los puertos, lo que significa recibir la llegada de algo o alguien y la despedida: dejar ir, eso mismo. La condición de los puertos que es recibir y ver partir.

Se nota la poesía.

–Perdóname, pero tengo 31 años. No puedo tomar esa frase en el aire y hacerla dinamita.

Durante el último año, Verónica estuvo involucrada con dos penínsulas, cuatro puertos, varias playas, el metro, re-encuentros con su madre y sus hermanas, Bellas Artes, partidas y llegadas de amigos viajeros, fiestas, romance y muchas clases de enseñanzas: ella es maestra de canto y toma clases de arpa, por mencionar algo de su vida diaria… Todo esto ayuda a comprender su estilo: canciones muy sentidas y vivenciales con música que huele a tradición sonera condimentada con matices contemporáneos y, lo mejor, una voz privilegiada, verdaderamente bonita.

Final

Siento que llega mi final Hay cosas que dije sin pensar Bebo un café sin endulzar Sentada, varada en la terminal Hoy no lo puedo ocultar Hay algo en mí que le duele que no estás Mi último adiós no fue real Apenas un final improvisado Ay, ese día hablé por un cuento Y te fuiste callado. No quise herirte, Mi verdad fue el miedo de encontrarte enamorado Me salí del cuento Y hoy te busco en todos lados. Hoy no lo puedo ocultar Hay algo en mí que le duele que no estás. Mi último adiós no fue real Apenas un final improvisado. Bebo un café sin endulzar Sentada, varada en la terminal.

Esta es la letra de una de las doce canciones que presentará en Veracruz el 29 de noviembre en el Jardín del Instituto Veracruzano de Cultura, y que también aparecerá en el disco “Viajes de ida y vuelta”. La leo y me pregunto si la improvisación propia de la tradición del son jarocho le influye cuando escribe sus composiciones.

Y Verónica Valerio, nieta de don Pánfilo, un maestro arpista muy querido en el Puerto de Veracruz, me dice de la improvisación: “es la ventana que me ha permitido abrirme a la experimentación de mis propias emociones en mi manera de decir las cosas, de recontextualizarme”.

¿Tu manera de decir las cosas?

–Femenina, urbana y paisajista…

No hemos hablado del arpa, tu instrumento, y llegarás a Veracruz con él, así como llegaste a Cancún hoy, ¿qué arpa es?

–Es un arpa veracruzana, precisamente, que mandé a hacer hace tres años. Es un arpa de 36 cuerdas, pero a diferencia de las jarochas con las que solamente se puede tocar en un tono, ésta tiene unas palancas que me permiten tocar en cualquier tono. Y uso el arpa para acompañar mi voz. Me gusta mucho el danzón, la canción, el son y la música electroacústica. Cuando compongo, trato de que –de alguna u otra manera– eso esté presente, rítmica o metafóricamente. No podría acompañarme de ningún otro instrumento.

¿Llegaste al arpa o ella llegó a ti?

–Llegué al arpa. Con decisión.

¿A dónde viajas cuando compones?

–A mis situaciones recurrentes: miedos, inseguridades, deseos, y a los símbolos mexicanos: los animales, el paisaje, los colores…

Imagínate que tienes frente a ti varios boletos de avión abiertos, míralos bien, ¿por cuál te decides?

–Portugal.

Ah, ¡qué bien! Yo también iría a Lisboa ahora mismo, sin pensarlo demasiado. Allá el mar se mira desde otra perspectiva por la poesía que suscita y la paz que fluye de él hacia la gente. Pero Verónica no se irá mañana ni pasado. Aún le falta cerrar el círculo D.F. –que no sabemos cuánto tiempo tendrá abierto–, ya que también aquí es la casa del trío Playa Magenta, integrado este año por ella, Quique Castro y René Torres. Su instrumentación: marimba midi, arpa, jarana, interfaces y violín eléctrico, aparte de la voz de Verónica Valerio, de timbre fuerte, airosa, transparente, para dejar ver la total armonía entre esa gran proyección que alcanza y los sentimientos profundos que la llevan a pararse frente a otros a cantar, con un arpa en torno a la cual gravitan las olas.

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Viajes de ida y vuelta

Planetario Ka’Yok’ de Cancún: 9 de noviembre, 8 p.m.

Teatro Joaquín Lanz de Campeche, 10 de noviembre, 7 p.m.

Facultad de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Yucatán (Mérida), 12 de noviembre, 7 p.m.