Tierra Adentro
Ilustración realizada por Karina Janis
Ilustración realizada por Karina Janis

Tengo en mis manos el librito de las Poesías de Ósip Mandelstam

 y, a un lado, el grueso volumen de memorias de su mujer, la heroica y porfiada Nadiezhda Mandelstam.

Pier Paolo Pasolini.

Tener en mis manos la obra reunida de alguien, o más aún, su obra completa, siempre me deja pensando en la desproporción entre la vida y la escritura. Años dispuestos al ejercicio de pensar y sentir cosas, reducidos, a veces (porque hay obras exhaustivas en pasta dura con sus 26 volúmenes) a no más de 400 páginas.

El peso del libro no dice nada. Su orden cronológico, su insistencia a clarificar lejanías lingüísticas se vuelven solo precisiones más cercanas a la ambición monográfica, que está hermanada con la terquedad de un diccionario. Claro que lo agradezco, reunir la obra de alguien, determinar su estado de completitud no es cualquier cosa, sin embargo, para mí, en estos volúmenes de obra completa, hay algo que no encuentro. Pero, ¿En dónde sí?

El libro que tengo en las manos solo presenta a Ósip Mandelstam bajo el título de Poesía. Me hace sentido su laconismo, no hay más que explicar. Y me golpea el hallazgo de saber que el primer libro de poesía de Mandelstam se titula La piedra y que su última escritura haya encontrado refugio en las paredes de una habitación, en quién sabe qué parte del frío soviético, antes de volverse un cuerpo anónimo, amontonado debajo de otros en 1938. Nadie sabe dónde está Ósip. Nadie-zhda no supo dónde quedó Ósip. Esta fue su última pregunta: ¿Será posible que yo aún exista realmente, que esto que llega es la muerte verdadera?

Ósip no escribía sus poemas, o al menos no de la forma en la que consideramos a la escritura como resultado de la perturbación del color blanco en una hoja. Ensayaba una y otra vez sus versos. En voz alta, hasta que de tanto repetirlos, el aire le devolvía el acento de la palabra necesaria, y ahí y no antes, decidía fijarlos ya no solo en la memoria, sino en la otra memoria, la que pareciera que es menos endeble, la que se ejecuta con la mano, la que es puro silencio.

También hace sentido que Ósip ensayara con el aire. Reconociendo la pesadez simbolista, busco ser otro en sus metáforas, hasta llegar a la montaña. Esto solo es posible desde la ligereza. La oralidad entonces para este poeta ruso no era una costumbre, ni una apuesta distraídamente metafísica por la palabra, sino directamente, infligir una tentación a lo liviano, y entonces, decir.

Dijo Mandelstam que nadie de nosotros puede ir al origen del sonido. Así que los poetas juegan con el eco de ese sonido originario. El poeta ruso camina por la nieve y repite varias veces Olvidé la palabra que quería decir, y luego, mientras sigue caminando, algo le regresa las mismas palabras. El poeta ruso continúa su trayecto por la nieve y repite varias veces A los mortales les fue dado el poder de amar y reconocer. Y de nuevo, algo le regresa las mismas palabras. Escritor peripatético, camina interrumpiendo la simetría del agua quieta. Ceñido a su itinerario, la huella del zapato en la nieve, es la palabra misma. Me retracto, Ósip también escribía en una hoja en blanco.

Que los últimos versos escritos de Mandelstam sean una pregunta, más allá de escudriñar en el dolor y en el silencio consecuente, más allá de pensar su enfermedad que era igual a la enfermedad de muchos deportados soviéticos, implica, primero, que si la escribió es porque bajo su premisa de escritura, asumió la dimensión de lo escrito como algo ya concretado. Dice Ósip, El cielo es denso, y el futuro, solo una promesa.

No se diría que Mandelstam fue un poeta asociado activamente con la Revolución de 1917. Sin embargo, en 1933, las dimensiones de su poesía encontraron la sonoridad justa para inaugurarse sin pausa alguna, y con todas sus consecuencias, contra el régimen de Stalin, aunque el mismo Mandelstam declarara que con el mundo del poder solo ha tenido vínculos pueriles. Aunque supongo que describir los dedos de Stalin como sebosos gusanos y decir que tiene bigotes de cucaracha está en el mismo horizonte del insulto que prescribe un niño a diestra y sin temor, en medio del patio, a la hora del recreo, a la mitad de cualquier siglo. Y así, claro que sí, siempre hay alguien que acusa la pequeña majadería. ¿A eso nos referíamos de niños al jugar a los policías y ladrones?

Nadiezhda tuvo razón, Nos estarán escuchando los vecinos. Nadie confiaba en nadie y en cada conocido veíamos a un soplón. De nuevo, el aire. El Epigrama contra Stalin o El Montañés del Kremlin recitado por primera vez en noviembre 1933 por Ósip a Nadiezhda, y luego, con los amigos, pero nunca transcrito, solo vertido sobre el aire en las reuniones en el santuario de la casa. Así le llamaban a la cocina cada vez que Ajmátova iba a visitarlos. Y el soplón hizo acto anónimo de presencia. Y buscando beber de la saliva del régimen, procuró lo que Ósip no. En contra de la ligereza, un otro, copió el poema y lo entregó a un lector punitivo y persecutor. Y luego, los Urales y mayo de 1934.

Desde el campo de tránsito de Vladivostok, Ósip escribe una carta dirigida a su hermano Shura y a su esposa. Estoy delgado y completamente agotado, casi irreconocible. Y más adelante, ya solo dirigiéndose a Nadiezhda, ¿Vives, querida mía? Y ella responde, en otro tiempo, desde otro frío, Nadie lo vio morir. Nadie lo limpió por última vez. Nadie lo metió en una urna. El delirio de los mártires de los campos no conoce el tiempo y no distingue la leyenda de la realidad.

La portada de mi libro de Alianza que antóloga con bastante detalle los pormenores de las publicaciones, atravesados por la biografía del poeta, muestran a un Ósip Mandelstam detenido, clausurado en el blanco y negro de una fotografía para el archivo policial fechada en 1934. Pier Paolo Pasolini habla de un libro de Poesías de Ósip. Detalla la fotografía que acompaña su libro. Otro Ósip, antes del gulag, por supuesto. Cuando era muchacho, un guapo muchacho judío, sensual e inteligente, aseguraPasolini. Me da curiosidad, pero aún así no busco fotografías del Ósip joven. Pasolini sabía cosas. ¿Quién soy yo para discutir sus adjetivos?

Pasolini sentencia en su ensayo que Mandelstam nos dio una de las poéticas más felices del siglo. No sé si acabo de entender el apelativo que le adjudica a la obra de Ósip, quizá porque en realidad no entiendo la felicidad en ningún siglo, pero es obvio que decir siglo y Mandelstam en la misma línea, le exige a la memoria estos versos del poeta ruso, Estoy en el corazón del siglo. El camino es oscuro.

Esla noche del primer arresto. Moscú. Es mayo de 1934. Apartamento 26 del número 5 de la calle Nashokinski. Ana Ajmátova va de visita a casa de los Mandelstam desde Leningrado. No hay mucho que comer. En realidad, no hay nada para ofrecerle a la visita. Ósip va casa de los vecinos. Lo único que alcanza a conseguir es un huevo duro. ¿Qué fue primero, el huevo o la poesía?

Esa noche, inesperadamente, el traductor David Brodski se aparece en la casa de los Mandelstam. Se la pasa recitando poesía sin despegarse ningún momento del sillón, salvo cuando Ósip sale en busca del huevo original. Nadiezhda y Ajmátova pensaron que al salirse Mandelstam, Brodski también se iría. Horas después, se darán cuenta que la infame insistencia de David Brodski por recitar poesía francesa sin descanso, era en realidad una instrucción de vigilancia sobre la familia del apartamento 26. Impedir que pudieran esconder o destruir los manuscritos que inculpaban a Ósip.

Los chequistas hicieron honor a su nombre y checaron hasta por debajo de la lengua de cada libro. Uno de ellos voltea a ver a David Brodski y le da la instrucción de irse a casa. La traición es más que nítida. Cuando se llevan a Ósip, ya es de día y la casa desmembrada. Ana Ajmátova le ayuda a Nadiezhda a empacar algunas cosas para Ósip. Siete libros, y como el huevo duro nadie se lo había comido, sin olvidarse de ponerle sal, se lo ofrecen a Ósip en desayuno. Entonces, ¿Qué fue primero?

Ahí, quizá, o quizá cada una de las veces que se llevaron a un amigo de Ana Ajmátova, la poeta siempre se repitió lo mismo Yo he traído la desgracia a mis seres queridos, que han muerto uno tras otro… Ante esto, Nadiezhda solo le responde, casi como si fuera un abrazo lleno de ceniza, para reconocerse como parte de la misma noche, Si se llevan a todos, por qué a nosotros no nos llevarían.

Recuerdo un poema titulado Guerra, del poeta serbio Charles Simic. Recuerdo que describe por completo aquella escena:

El dedo tembloroso de una mujer

baja por la lista de los caídos

la noche de la primera nieve.

La casa está fría y la lista es larga.Todos nuestros nombres están incluidos.