Tierra Adentro

Titulo: Vacío perfecto. Biblioteca del siglo XXI

Autor: Stanislaw Lem

Traductor: Jadwiga Maurizio

Editorial: Impedimenta

Lugar y Año: Madrid, 2008

Introducción: Andrés Ibáñez

Tras muchos años de ser inconseguible en librerías, la editorial madrileña Impedimenta vuelve a editar Vacío perfecto de Stanislaw Lem (1921-2006), autor que es más conocido por el gran público debido a las dos adaptaciones cinematográficas de su novela Solaris; la más reciente, una apenas aceptable versión hollywoodense (Steven Soderbergh, 2002), y la ya clásica del maestro Andrei Tarkovsky (1972), que a decir de los lectores más fervientes de Lem no llega a hacerle justicia a la obra original.

Nacido en Polonia, Lem enfrentó en vida la censura del régimen comunista y dedicó la primera parte de su obra a textos que podrían clasificarse dentro del subgénero de la ciencia ficción, donde pueden incluirse Solaris y Fábulas de robots. Sin embargo, él mismo se alejó de esta corriente literaria al declarar que le parecía que los escritores de ciencia ficción estaban más preocupados en las aventuras que contaban, que en la calidad literaria y la exploración profunda de las ideas. Por tanto, su obra tardía se alejó de las temáticas clásicas de la ciencia ficción y se avocó a explorar directamente la relación entre el hombre, la tecnología y la cultura que lo rodean.

Vacío perfecto pertenece a este periodo. Al estilo de Borges o Swift, en esta obra Lem escribe las reseñas de dieciséis libros imaginarios. La primera reseña es, de hecho, sobre un libro llamado Vacío perfecto, escrito por el polaco Stanislaw Lem, en la cual se hace una antología de reseñas sobre libros imaginarios. De acuerdo con la introducción de esta nueva edición elaborada por Andrés Ibáñez:

Ustedes sin duda ya están cansados de esos juegos de espejos en los que el habla plantea su propia irrealidad o la nuestra, al estilo de Niebla de Unamuno (uno de los grandes precedentes de la actitud posmoderna) o de tantas ficciones de Borges. Pero el tema es inevitable del mismo modo que en Mozart son inevitables los bajos de Alberti o en la pintura barroca las túnicas llenas de pieles.

Sin embargo, Ibañez equivoca la intención del autor en esta primera reseña. Lem (a saber, si el autor del presente libro o el homónimo crítico del texto imaginario) se sirve de la misma para explorar y exponer todos los lugares comunes de la crítica literaria, a prever todas las posibles quejas ante el emprendimiento de esta obra y volverlos en su favor: “Esta introducción sirve a Lem para engañar al lector (y tal vez a sí mismo), ya que Vacío perfecto se compone de unas seudorreseñas que no son, tan sólo, un compendio de chistes”. La argumentación es tan efectiva que la introducción de Ibáñez, a pesar de su poco entusiasta recomendación final, resulta un espejo más en ese juego que tanto le cansa; el cumplimiento punto por punto de la profecía que plantea el texto de Lem. El crítico ha caído en la trampa.

Lo anterior sirve como muestra de uno de los puntos más fuertes de este libro. Cada uno de los textos inexistentes que se reseñan en Vacío perfecto explora un problema literario o humano (que para Lem son la misma cosa) a profundidad. No obstante, cada uno de estos textos se presenta acompañado de una lectura particular. Dicho de otra forma, junto con los dieciséis libros imaginarios, el autor inventa dieciséis personajes, dieciséis críticos con personalidades distintas, cuyos puntos de vista chocan o refuerzan la premisa del objeto de sus reseñas. Así, el anónimo crítica de Nada o la consecuencia de Solange Marriot delata su misoginia al mostrarse cada vez más asombrado de que el autor de esta antinovela, negación de todo, que va incluso más lejos que El grado cero de la escritura, de Barthes, sea del sexo femenino. El lector de Idiota, de Gian Carlo Spallanzani realza por sobre todo la juventud y el ánimo iconoclasta del inexistente autor, que en su obra cuestiona El príncipe idiota de Dostoievski. Igualmente, el reseñista de Gruppenführer Louis XVI (que por momentos recuerda al nada imaginario Harold Bloom) disfruta enormemente la fábula de un oficial que escapa de la caída del Tercer Reich para recrear la corte de Luis XVI en Argentina, pero le reclama no aprovechar la oportunidad de transformar a uno de sus personajes en un nuevo Hamlet.

Quizás esté de más decir, dada la estructura de este microuniverso narrativo, que los imaginarios libros reseñados nos sólo son criticados por sus reseñistas, sino que dialogan entre sí. En el ya mencionado Nada o la consecuencia, por ejemplo, se expone lo siguiente sobre el papel del creador en la sociedad: “No es un parásito aquel que actúa realmente: el médico, el constructor, el técnico, el sastre, la mujer de limpieza, etc. En comparación, ¿qué es lo que produce el escritor? Apariencias. ¿Es ésta una ocupación seria?”.

Los demás libros, de una u otra forma, ensayan una respuesta a esta interrogante. En Les Robinsonades, de Marcel Coscat, por ejemplo, se narra la historia de un náufrago que llena su isla desierta de creaciones imaginarias, hasta que él mismo queda atrapado por las reglas de su propia ficción. Perycalpsis, de Joachim Fersengeld, que parece una respuesta directa al “Fin del mundo del fin”, de Julio Cortázar (la imagen del mundo inundado de libros), plantea la destrucción de todas las obras culturales a fin de resolver su sobreproducción y recuperar su calidad. Además, propone asignar una beca vitalicia a todos aquellos que no practiquen ninguna actividad creadora:

Perycalpsis contiene un índice tabular completo de descuentos para todas las formas de creación. Quien haga un invento o edite dos libros al año, pierde todo derecho a cobrar. Si aumentamos la producción anual a tres títulos, en vez de cobrar, debemos pagar al Fondo una suma prevista. Gracias a este sistema, sólo cometerá un acto de creación un verdadero altruista, un asceta del espíritu que ama al prójimo y no a sí mismo, deteniéndose automáticamente la producción de la basura que se vende ahora.

De manera similar dialoga el Gilgamesh, creación de un novelista irlandés que se propone ser más joyciano que Joyce, con Non serviam, que desde el título repite el tema joyciano, y con La Nueva Cosmogonía, un supuesto discurso de aceptación de un premio Nobel de Física que propone que todas las leyes del universo son en realidad parte de un juego.

Encontrar y disfrutar el resto de estos diálogos y contrastes corresponde, por supuesto, a cada lector. No obstante, no hay que caer en el error de reducir esta referencialidad a un mero juego literario. Vacío perfecto es un texto sobre ideas, y la estructura está diseñada no sólo para ser un divertimento, sino para retar al lector. Cada una de las reseñas de textos inexistentes, junto con sus críticos, han sido elegidos para probar al lector, para que se atreva a cuestionar los planteamientos de las obras y formule sus propias soluciones a la problemática planteada en este libro. Cada nueva reseña, que puede leerse en el orden presentado o al gusto de cada quién, presentará una nueva visión de los problemas planteados y cuestionará de nueva cuenta las conclusiones sacadas por el lector. En este punto no puedo estar más de acuerdo con la introducción: “La lectura de este exiguo volumen, que se lee en tres tardes, equivale, en información y en tiempo mental, a tres meses de apasionante y dedicada lectura”. Vacío perfecto problematiza y ensaya sobre la creatividad del hombre y la forma en la que este genio se extiende y transmite por medio de la cultura.

En nuestra época, ya no queda duda de la calidad literaria de Stanislaw Lem. La traducción del presente volumen, por Jadwiga Maurizio, es prácticamente impecable. La presentación del libro, el cuidado de su edición, hacen de su lectura un goce. Mejor aún, todas las ideas vertidas en Vacío perfecto son quizá más pertinentes en la actualidad que cuando el texto fue editado por primera vez, en 1971. Si bien no puede calificarse como imprescindible, pocas lecturas se pueden encontrar como ésta que combinen con tal acierto el pleno disfrute con la reflexión profunda.