Tierra Adentro
Ilustración por Gibrán Julián.

La historia del libro electrónico plantea nuestra capacidad de adaptación al cambio. René López Villamar hace un pertinente corte de caja y analiza el papel del ebook y su repercusión en la industria editorial.

 

De la tableta de arcilla a la tableta electrónica

A principio de la década de los años noventa, cuando comenzó a popularizarse Internet con la creación de la World Wide Web, pocas personas imaginaban el impacto que tendría en todos los aspectos de la vida humana. Ahora más de dos mil millones de personas en el mundo son usuarios de Internet. Es el contenedor de información más grande en la historia de la humanidad. Se dice, cada vez con menos exageración, que “si algo no está en la Red, es porque no existe”. Sin embargo, no es en la Red, si no en los libros, donde la humanidad ha codificado el grueso de sus conocimientos, leyes, expectativas, valores, historia, artes y técnicas.

Que una y otros fueran a encontrarse eventualmente era inevitable. El resultado es el cambio más profundo en el libro desde la invención de la prensa de tipos móviles. La irrupción del libro electrónico no puede entenderse sólo como un cambio de soporte: de la tableta cuneiforme al papiro, del pergamino al códex, del manuscrito a la prensa, y de vuelta a la tableta, pero ahora electrónica. Al igual que la invención del tipo móvil, la llegada del libro electrónico supone un cambio no sólo en el modelo de contenidos que pueden encontrarse en un libro, sino en todos los aspectos. ¿Quién y cómo lo escribe, cómo se produce, dónde puede encontrarse, quién puede tener acceso a él y cuál es su relación con la cultura? Así como la aparición de la imprenta en Europa y América supuso una serie de luchas por controlar las mismas, en nuestra época se libra una batalla similar por el control de los contenidos digitales. Al igual que con la aparición de la imprenta, los efectos que tuvo en la cultura sólo se podrán estudiar con la perspectiva que da el tiempo. Sin embargo, hoy tenemos la oportunidad única de influir en esta historia.

 

El auge del libro electrónico

Mientras escribo estas palabras, en julio de 2011, la pregunta ya no es si el libro electrónico llegó para quedarse o si es sólo una moda, sino qué tan rápida será su adopción. Durante los últimos tres años, el crecimiento de este segmento del mercado ha sobrepasado las expectativas incluso de los analistas más optimistas, que cada seis meses tienen que actualizar sus previsiones al alza. En los Estados Unidos se estima que al menos el diez por ciento de todos los libros comprados en los últimos doce meses son libros electrónicos, de acuerdo a las cifras del International Digital Publishing Forum. En Reino Unido esta cifra está cerca del seis por ciento. Si estos números no parecen demasiado impresionantes, quizá cabe considerar que, desde el año 2007, este porcentaje se ha duplicado cada año. Para finales del año 2015, los más conservadores estiman que el libro electrónico represente un cuarto del mercado total de los libros vendidos en lengua inglesa.

El desarrollo del libro electrónico tiene ya cuatro décadas. Uno de sus primeros antecedentes puede encontrarse en 1971, con la creación del Project Gutenberg en la Universidad de Illinois. El primer libro digitalizado fue la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Hoy, el Project Gutenberg tiene digitalizados más de 30 mil títulos. Sin embargo, durante la mayor parte de estas cuatro décadas el uso de los libros electrónicos ha sido anecdótico. En algunos nichos, la industria editorial adoptó este nuevo soporte desde inicios de la década de los noventa con la llegada de la World Wide Web y ganó popularidad a inicios de este siglo, pero no fue sino hasta el año 2007, con la aparición del Kindle, creado por Amazon, una compañía norteamericana especializada en la venta de libros en línea, que la adopción de los libros electrónicos comenzó a masificarse.

Para entender la importancia de este dispositivo, hay que pensar en el libro no como un objeto, sino como un sistema de transmisión de cultura. En primer lugar, el Kindle utilizaba tinta electrónica, un tipo de pantalla sin iluminación propia, con calidad muy cercana al papel impreso, además de tener un bajísimo consumo de energía. A diferencia de la pantalla de una computadora, esta tecnología permitía la lectura cómoda de textos largos, como novelas o ensayos de largo aliento.

Sin embargo, la tinta electrónica ya había sido utilizada en varios dispositivos que no habían generado ni de lejos el mismo interés. De forma paralela, algunas de las grandes compañías de tecnología, como Microsoft, habían tratado de crear negocios de venta de libros electrónicos que nunca obtuvieron los resultados esperados. Lo que hace al Kindle diferente es su capacidad de acceder a una enorme cantidad de títulos, tanto de paga como gratuitos, desde el mismo dispositivo, sin necesidad de utilizar una computadora para conectarse con Internet. Es decir, el Kindle no es sólo un dispositivo de lectura, sino también una librería y una biblioteca, con una oferta que supera la de las mejores librerías del mundo, en un aparato que pesa menos de 300 gramos y tiene dos semanas de autonomía.Todo sin la necesidad de salir de casa.

No obstante, tampoco se puede atribuir su éxito sólo a los avances en la electrónica y las comunicaciones. Jeff Bezos, el fundador de Amazon, comprendió desde un inicio que el éxito de su librería en línea dependía de conocer los gustos y costumbres de sus clientes, los lectores. Para cuando apareció su lector electrónico, tenía doce años de datos que aprovechar en su diseño. La capacidad de un lector electrónico de cambiar el tamaño de letra provocó que uno de los grupos que más rápido adoptase la lectura electrónica fueran los adultos mayores de cincuenta años, quienes habían dejado de comprar libros por defectos de la vista. De la misma forma, la venta de novelas románticas es todavía uno de los sectores de mayor crecimiento, debido a que pueden leerse en cualquier parte sin temor a ser identificadas por su portada.

Amazon agregó rápidamente la capacidad de compartir en línea los pasajes favoritos de las lecturas y los comentarios a su Kindle. Sus competidores, otras compañías de nuevos medios como Google, Apple, Kobo y Sony, también incorporaron medidas similares a sus “sistemas de lectura”, que es el término con el que los analistas definen a la nueva oferta del libro; un mundo que engloba ya no sólo la lectura, sino también el acceso, la compra, recomendación y discusión de títulos.

Ilustración por Gibrán Julián.

Ilustración por Gibrán Julián.

La nueva industria global de contenidos

En la sección anterior no mencioné el nombre de alguna casa editorial ni de alguna librería tradicional. No es una omisión deliberada. En el panorama del libro electrónico, los grandes actores han sido hasta el momento corporaciones privadas de nuevos medios. Principalmente, se debe a que sólo las empresas globales tienen la infraestructura, el capital humano y los conocimientos para implantar sistemas de lectura.

En este nuevo esquema, los libros forman sólo una pequeña parte de la lucha por el control de contenidos creativos: música, películas, multimedia, fotografías, etc. Para tratar de crear consumidores cautivos de una cierta tecnología, han aparecido los llamados sistemas de gestión de derechos digitales, Digital Rights Management, DRM por sus siglas en inglés. Estos sistemas esencialmente existen para dificultar la creación de copias no autorizadas, pero también permiten controlar el número de veces o el tiempo en que puede leerse un libro, por ejemplo, así como desde qué países puede comprarse. Debido al volumen de información que gestionan y las protecciones que necesitan, sólo pueden ser costeados por grandes compañías. La utilización de estos esquemas de protección es exigida a los editores por autores y agentes, quienes se ven forzados a contratar a un intermediario que proporcione el servicio. Además, con un sistema de DRM, como indica su nombre, no se venden libros sino “licencias de lectura”, que pueden ser revocadas.

Más allá de que una persona con mínimos conocimientos de cómputo puede burlar estos sistemas sin esfuerzo, el principal problema de los mismos es la concentración de la distribución de contenidos en las manos de unos cuantos actores, cuyo carácter global les permite accionar con poca o ninguna regulación de los distintos estados donde operan. Cuando deciden retirar o censurar un título de sus enormes catálogos, la única fuerza que ha demostrado ser capaz de revocar sus decisiones ha sido la de las quejas masivas de sus propios clientes. Claramente, ésta no es una situación óptima.

Desde su propio punto de vista, otro gran acierto de las empresas de nuevos medios es que han dejado la maraña de problemas que provocan los derechos de autor y de los derechos de copia en manos de sus dueños tradicionales: agentes y editores. Los principios que rigen a los derechos de autor datan de la Convención de Berna, en 1886, y obviamente no tomaban en cuenta la posibilidad de la copia y distribución instantáneas a cualquier parte del mundo. Además, en esta convención se estipulaba un monopolio para la explotación de derechos de una obra durante cincuenta años. A lo largo del tiempo, cada país ha variado este periodo, hasta llegar a una media de setenta años. En México, es de cien años.

Más importante aún, estos derechos están estipulados para proteger a productores y distribuidores de copias, que son quienes llevan el mayor riesgo económico, y no a los autores, aunque el nombre “derechos de autor” nos haga pensar lo contrario. Y los problemas legales no terminan ahí. No sólo cada país tiene una legislación distinta, sino que asuntos como los derechos de distribución de un fragmento, por la creación de una obra derivada, e incluso la propia definición de obra derivada es algo que cambia de frontera en frontera. Esta realidad legal se enfrenta directamente a la capacidad de las computadoras y de la Red para manipular y distribuir los textos. Eventualmente, tratados como el Anti-Counterfeiting Trade Agreement (ACTA) tratarán de regular el intercambio global de contenidos. Dependerá de autores y lectores asegurarse de que sus legisladores protejan también sus intereses en estos tratados.

 

¿Hacia dónde vamos?

Autores y editores enfrentan la labor titánica de convertir siglos de cultura impresa a contenidos digitales. Esto abre nuevas posibilidades, por ejemplo, a que la auto publicación deje de ser un estigma para convertirse en una opción real, en la que el autor controle por completo los derechos de sus libros. Todavía falta muchísimo camino por recorrer para que todos los libros estén en línea. Afortunadamente, nos da tiempo para pensar qué haremos cuando todos los libros en cualquier idioma estén siempre disponibles. Es muy probable que en un futuro cercano no existan los libros agotados, descatalogados o difíciles de encontrar. Y si el asunto de los derechos de autor se sigue saliendo de control, tendremos que pagar licencias para leerlos por siempre.

Pero eso sólo es la punta del iceberg. A pesar de que ya es un negocio de miles de millones de dólares, el concepto del libro digital aún es inmaduro. Los dispositivos todavía son lentos y sus capacidades para desplegar textos complejos, como estudios científicos y manuales de instrucción, todavía dejan bastante que desear. Aunque ya es posible incorporar contenidos multimedia, los editores aún no encuentran formas satisfactorias de usarlos de manera que agreguen un valor real a los textos y no se sientan como un añadido superfluo. Algunos despistados, al ver el estado actual de la tecnología, han comentado que el libro electrónico sólo tiene cabida para los bestsellers y los libros de cocina.

Necesitamos tratar de comprender las posibilidades del nuevo soporte para el libro y explotarlas. Desde sus funcionalidades básicas, como el uso de hipervínculos y contenido multimedia, hasta oportunidades propias del contenido digital como la personalización o la actualización de los mismos. Las implicaciones que tiene la posibilidad de compartir notas o impresiones sobre un mismo texto es algo que también es asignatura pendiente, tanto a nivel de derechos de autor como de utilidad.

Quizás el punto más importante de la transición entre el libro impreso y el libro electrónico radica en quién va a poder acceder a estos nuevos sistemas de lectura. Por un lado, cualquier persona con acceso a Internet podrá interactuar con una enorme cantidad de libros. Por el otro, una persona sin acceso a la Red tendrá menores oportunidades de lectura. Queda pendiente discutir, además, cómo es que pagará —y a quién— para leer esos libros o qué parte de ese acceso será gratuita. La tecnología nos brinda la posibilidad de poner en manos de todos algo muy cercano a la totalidad de los conocimientos de la humanidad, pero también nos da la posibilidad de restringir ese acceso por motivos económicos, legales o comerciales. Es un tema amplio en el que hay mucho por discutir. Un caso especial, por ejemplo, es el de los libros escritos en lengua española.

Ilustración por Gibrán Julián.

Ilustración por Gibrán Julián.

El libro digital en la lengua del Quijote

A diferencia de lo que sucede en el mundo de habla inglesa, el libro digital aún no ha ganado tracción en el de habla hispana. Esto se debe, en parte, a los problemas que causa la gestión de los derechos de autor en distintas legislaciones, como ya se ha mencionado, y en parte, a que las compañías de nuevos medios que están tomando control del libro electrónico provienen del mundo anglosajón.

Pero eso no quiere decir que estas compañías no estén vendiendo ya dispositivos y libros en América Latina y España, que representan el segundo mercado editorial en tamaño, después del inglés. La compañía canadiense Kobo, competencia directa de Amazon, se enorgullece de hacer negocios en doscientos países. Al mismo tiempo, editores y agencias norteamericanas se están haciendo de los derechos digitales de autores de habla hispana, en español. Conforme el libro electrónico gana presencia en otras partes del mundo, muchos editores angloparlantes se comienzan a preguntar si no sería mejor traducir ellos mismos los contenidos, en vez de cederlos a un editor local.

En España, un grupo de editoriales —a su vez miembros de grupos globales de contenidos— creó Libranda, un distribuidor de libros digitales, para intentar frenar esta tendencia, a la vez que trataban de proteger a las librerías que siguen siendo sus principales clientes. Sin embargo, quizá por esto último, quizá por un desastre de relaciones públicas que confundió al nuevo distribuidor con una librería, quizá porque los editores españoles no estaban convencidos del futuro del libro electrónico, Libranda ha sido calificada por la mayoría de los especialistas como un fracaso.

Se encuentran, además, valientes iniciativas independientes en toda América Latina y España, que proponen cambios aún más radicales en el modelo del libro. Su éxito, como todo lo que rodea al libro electrónico, es incierto. De momento, la Federación de Gremios de Editores de España estima que la venta de libros electrónicos representa apenas el 2.5 por ciento del mercado. No existen todavía cifras, sin embargo, de cuánto venden las compañías extranjeras en los países de habla hispana, ni de cuánto de ese contenido sea en español.

 

El libro del futuro

Al presentar este “corte de caja” sobre el libro electrónico, no me he propuesto simplemente brindar un panorama general, sino también plantear algunas de las cuestiones sin resolver, que necesitan de un debate público y global.

Muchos se preocupan por la supervivencia del libro impreso y de su cadena de valor (librerías, distribuidores, editores, etc.). El simple hecho de que haya tanto interés en esta cuestión es una seguridad de que el libro impreso no va a desaparecer pronto. La verdadera pregunta es si el libro impreso seguirá siendo un objeto de consumo de masas. Es cierto que la aparición del libro digital ha aumentado el total de lectores y de compradores de libros, pero también es cierto que su crecimiento se hace en parte a costa de su antecesor. Conforme gane más presencia, el libro impreso enfrentará una crisis: bajarán (todavía más) las ventas de las librerías, aumentará el nivel de devoluciones, los autores y agentes negociarán tratos más ventajosos para ellos. Es difícil predecir cuántos sobrevivirán a esa crisis. Lo que sí es seguro es que quienes lo logren se habrán adaptado al nuevo entorno.

Pero en este cambio, como en todos los que he mencionado, el libro del futuro todavía está a medio escribir. El resto nos corresponde escribirlo a todos los interesados en el libro y sus orillas: lectores, autores, editores, diseñadores, promotores, libreros, legisladores, académicos, científicos, ingenieros en tecnologías de la información. Lo cierto es que el libro del futuro no diverge en lo esencial del libro del pasado. Todavía es escrito, planeado, revisado, producido y leído por personas. Sigue siendo el mejor vehículo que conocemos para transmitir ideas complejas a lo largo del espacio y del tiempo. Si queremos aprovechar el potencial del libro electrónico y resolver los retos que presenta, el momento para actuar es ahora. O alguien tomará las decisiones por nosotros.

Ilustración por Gibrán Julián.

Ilustración por Gibrán Julián.