Tierra Adentro

La tecnología del libro electrónico está en su infancia, nos dice René López Villamar, quien está involucrado de lleno como desarrollador de ebooks. En este texto analiza con afán crítico las zonas débiles, los errores y las posibilidades a corto plazo para que el libro digital tenga el uso masivo al que está destinado.

A pesar de su creciente aceptación, la tecnología del libro electrónico todavía está en su infancia. Podemos comparar su estado actual con las televisiones de bulbos. Funciona, hace su trabajo bien, pero todavía le falta mucho para alcanzar su potencial. Los retos que tiene que resolver durante los próximos años serán cruciales para su desarrollo y, por tanto, para el desarrollo de la cultura escrita.

Quizás el problema más notorio que enfrenta el libro electrónico, desde el punto de vista tecnológico, es el aparente divorcio entre los que diseñan la tecnología y aquellos que la utilizan. Los primeros son ingenieros y programadores; los segundos, lectores y editores. Afortunadamente, conforme las nuevas generaciones ganan espacios dentro de esta tecnología, aparecen cada vez más editores con un buen perfil tecnológico e ingenieros con un interés genuino por el mundo editorial.

Esta brecha, sin embargo, se refleja en todos los aspectos de la tecnología actual. Desde el hecho de que ninguno de los estándares para crear libros electrónicos está listo para mostrar correctamente algo tan importante como la poesía, hasta los bizantinos pasos que requiere seguir un posible lector para comprar un libro electrónico o tomar uno prestado de una biblioteca. Hay un componente comercial en este problema, puesto que los fabricantes y desarrolladores de la tecnología desean imponer sus propios sistemas por sobre los demás.

Hay que considerar, no obstante, que ese interés comercial es en gran parte lo que hace atractiva la idea de digitalizar todos los libros impresos producidos hasta el momento que, según estima Google Books, son cerca de 130 millones. La dimensión titánica de la tarea revela un segundo problema y es que sólo podemos depender de los ordenadores hasta cierto punto. Los libros digitalizados con procesos automáticos presentan errores que una computadora no puede detectar, pero que degradan claramente la calidad del texto. Éste es un problema que cobra cada vez más relevancia, tanto a nivel comercial como cultural, puesto que al aumentar el número de lectores de libros electrónicos éstos se vuelven más exigentes.

A los crecientes problemas de estandarización y digitalización, hay que sumar un tercero, que es la idea misma de lo que es un libro electrónico. De momento, los libros electrónicos son poco más que una copia de sus similares impresos. Las capacidades propias de lo digital, como enlazar a contenidos externos o internos o la de compartir texto y comentarios en tiempo real han sido explotadas muy poco. También se habla de “libros enriquecidos”, pero de momento ese concepto sólo engloba la inclusión de audio y video, de manera similar a como se intentó hacer, sin éxito, durante la década de los noventa con los CDs interactivos. Quizás este problema se deje a generaciones siguientes, que comprendan de mejor manera cómo interactúan las nuevas tecnologías con el concepto del libro.

Pero probablemente el reto más importante radica en el aspecto social de la tecnología. El mayor problema de la masificación de los libros electrónicos es qué ocurrirá con aquellos que no tengan acceso a la tecnología. Justo por esta contingencia algunos analistas prevén que habrá una larga convivencia entre los libros impresos y los electrónicos. Lo paradójico de este problema es que precisamente aquellos sectores alejados de esta tecnología serían los que se verían más beneficiados por ella. El libro electrónico puede ayudar a solucionar problemas de acceso al acervo bibliográfico, de almacenamiento y de creación de redes de conocimiento. Para que ello suceda, sin embargo, deben converger actores de todos los niveles y esferas de la cultura. La oportunidad está puesta.