Tierra Adentro

Algunos días empiezan libres de expectativas. Despertar porque tienes que hacerlo y porque la vida que te has construido lo exige. Estar ahí, sin saber si ese día será uno importante, si contará como uno más en la lista o si es completamente prescindible. De momento, cada uno se construye a sí mismo y esto cobra relevancia cuando los miramos desde una perspectiva más amplia, a la distancia. Hay días en los que el resto parece no tener sentido, en los que todo puede estar en contra, esos sólo pintan para ponerse peor. Otros en los que el cuadro es más prometedor y el rumbo está definido.

Durante algunos años escribí diarios cada noche, los peores días ocupaban siempre más líneas que los buenos. Las descripciones de peleas, sentimientos encontrados, expectativas y  reclamos requerían más páginas que la descripción de un día ordinario. En cuanto los días mejoraron, abandoné las noches de escritura.

El día y la noche, el primero como posibilidad y el segundo como conclusión del primero, son la metáfora esencial del inicio y el fin. En la infancia, estos elementos son la noción de tiempo más inmediata.  Al no tener una percepción precisa del paso de los años y los meses, despertar y dormir se convierten en el ritual de medición por excelencia.

A partir de lo anterior, busqué algunos libros que se vincularan con esta idea. Que en sí mismos plantearan un sentido propio de principio y final. Todas las formas narrativas llevan implícita esta noción, sin embargo hay obras que detallan el paso del tiempo como un proceso interno en los personajes. Que recorren el día como un camino que los transforma y salen de él convertidos en alguien distinto. En Los días raros,[1] obra ganadora del XVIII Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento, el narrador declara que hay algunos días raros que se hacen pasar por normales pero a los que en definitiva les falta algo o se siente que algo ha cambiado. Una sensación de tristeza irracional, una pesadumbre que, algunas veces, termina con el día y otras se aloja por una temporada larga. El ánimo es el  filtro a través del que se mira al entorno de un niño que se consuela cuando recuerda que, eventualmente, esos días raros se aburren y se van para dejar que lleguen otros más felices. El mismo sentimiento que me invade cada navidad, el alivio de saber que falta un largo año para que vuelva a llegar.

 

En El árbol rojo[2] de Shaun Tan, un relato aparentemente similar, se narra el día de una niña solitaria en una vida sombría en donde nadie la escucha ni la entiende y en el que todo parece improbable. Un mundo en el que no encuentra su lugar y del que espera algo pero éste sólo la abruma. Sin embargo, después de un viaje interior vuelve al lugar donde inició el día y ahí  mismo encuentra todo lo que buscó por largo tiempo.

El mundo infantil tiene pocas certezas, lo articula un desconocimiento del mundo que se refleja en las situaciones cotidianas.

Ambos libros entienden el día como una cruzada que debe librarse para llegar a la noche, así al día siguiente, una y otra vez. Los dos presentan al mundo exterior como una amenaza, un campo de batalla, un recorrido tortuoso que una vez atravesado ofrece posibilidades. El peligro de enfrentarnos a nuestras propias vidas. Noches de las que lo mínimo que se espera es una sensación de certeza o la esperanza de un futuro mejor. De conseguir la vida que queremos, despertar y que los días malos sean los menos a pesar de que para reconocer uno bueno es necesario haber vivido algunos terribles. Vivir en la noche para reconocer al día.


[1] Ycaza Roger y Heredia, María Fernanda, Los días raros, México, FCE, 2015
[2] Tan, Shaun, El árbol rojo, Barcelona, Barbara Fiore Editora, 2005.

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