Tierra Adentro

Todas las cosas que hay en el mundo

Tienen su historia,

Salvo estas ranas en lo profundo de mi memoria.
Fernando Pessoa

Hay fronteras que se libran en condición de turista; una vez en Migración,
deberá mostrar desenfado ante aquellas preguntas que pongan en duda su
único propósito de conocer y disfrutar. Ya ha repasado la escena: el cambio
de moneda, el último estado de cuenta, la tarjeta, el nombre de las principales
ciudades… No tiene conocidos, el resto es destino.
Una planeación de meses, una noche en autobús, un vuelo de siete horas,
seis en el aeropuerto de Frankfurt y dos más para llegar a Madrid, pueden
acabar en un mal rollo, asuntos de fortuna.
La ciudad recibió a los turistas sin más objeción, fue a medianoche con
Sabina parloteando en el taxi, burlando, como es su costumbre, las hondas
impresiones de vivir.
No hay historia sin interrupción, pero sí con repeticiones; Hoy, como
en días pasados, salió de casa temprano camino a la biblioteca; La rutina
inventada le daba seguridad en un tiempo y lugar imprecisos.
El viajero de ahora responde a la planeación, su ansia y expectativa son
una masa que toma la forma de un plan turístico condicionado por dinero,
tiempo y destinos que resultan como la comida precocida: sólo hay que
calentar.
Pasa con los viajes y con la vida: frase/imagen, silencio/respuesta, omisión/
ataque, noche/día siguiente, mal paso/precipicio.
Pero hay unos cuantos que viajan a la deriva y que al principio fueron
con brazos y piernas contra corriente, ahogados en miedo, aspirando
entrecortado, gastando la voluntad en nada. El cuerpo se adormece con tanto
jaleo, el miedo deja de abrazarlos y flotan.
Ambas maneras abruman. El viajero de ahora puede asegurar que es peor
la frustración cuando el campo que se esperaba amarillo lo era, pero no de
ese amarillo que imaginaba. El viajero a la deriva está expuesto a la picadura
de la desolación, que puede provocar una pequeña roncha o hacerse bola.

Estos fragmentos pertenecen al libro Postales a casa (Texere editores, 2012).