Tierra Adentro
El café de cinco centavos por Fermín Revueltas.

Al salir de la reunión lo único que pude pensar fue: ¿para qué hablar de la casa de un poeta y no de su poesía? La incasable búsqueda por los detalles baladíes a los que nos aferramos con un compulsivo morbo de escudriñar en la vida de los otros, principalmente de aquellos famosos o casi famosos resulta una especie de compartir una vida ajena, casi vivirla, casi usurparla.

Así me habían encomendado la tarea de escribir acerca de la casa de Rafael López, el poeta modernista.

Inmediatamente me puse a buscar rastro de la casa. Vivo en la Ciudad de México y como tenía dos días para escribir la crónica me resultaba imposible trasladarme a la ciudad de Guanajuato. Hallé en una ilustrativa página web de tours quijotescos que en uno de sus recorridos turísticos se encuentra la casa del poeta. Paso siguiente llamé a la Secretaría de Turismo de Guanajuato y después de tres intentos fallidos y una relación estrecha con el conmutador y, la nula respuesta acerca del domicilio de la casa de López, emprendí otra búsqueda.

A lo sumo tres o cuatro sitios en internet hacen referencia del personaje Rafael López y su obra. Busqué en los catálogos de las bibliotecas universitarias de la ciudad y de otras bibliotecas públicas. Cuando casi me daba por vencida, más presa del hambre que de la desesperación de no hallar más datos concretos del poeta y su casa de nacimiento, encontré los registros de sus obras en la Biblioteca México.

La mañana siguiente: el mítico viaje a la biblioteca. Descubrí que hacía seis años que no pisaba ese edificio olvidado, frío y lúgubre que alberga a la México. El contraste entre la gente en los alrededores proveniente de muy distintos lugares y clases sociales, edades, oficios y que hacen una especie de paseo dominical entre semana y —al entrar a la biblioteca— el silencio rotundo; la limpieza de lo recién hecho y al mismo tiempo todo nuevo, todo efímero e inacabado: los letreros, las molduras de las puertas, las sillas, las mesas. Las salas de consulta parecen una cafetería, donde había estanterías con fichas de catálogo ahora hay mesas con monitores de computadora descomunales. En las orillas descansan las bibliotecas personales de José Luis Martínez y otros intelectuales, una especie de cementerio forzado con calzador; cada una resguardada por sendos policías como si quisieran evitar que los estudiantes de secundaria, que pueblan desinteresados las salas de lectura, atacaran vandálicamente la memoria de la indiferente historia literaria de México.

La sorpresa vino al recibir la respuesta azorada de los bibliotecarios cuando se percataron de que por mí misma había establecido la clasificación de un material prácticamente olvidado, y preguntaba por la letra correspondiente de la estantería que los resguardaba. ¿Pero ya sabe qué libro está buscando? Sí, tengo la clasificación, respondí. ¿La clasificación?, exclamó escéptico el amable bibliotecario. MX/861/L6/O2, respondí lacónicamente. Venga por acá, contestó aquél, cambiando la expresión de su rostro como si me hubiera sido aceptado como el nuevo miembro de una cerrada cofradía.

Finalmente en el estante dos libros enjutos flanqueados por otros de poetas casi desconocidos respondían a la autoría de Rafael López. Primero hojear en un ejercicio dadaísta las páginas del libro, después el trabajo serio: revisar el índice y dar paso al prólogo. Ninguno de los dos prometía mucho, a pesar de haber sido escritos por un tal Alfonso Reyes y por otro ilustre estudioso de nombre difícil (Serge I. Zaïtzeff ). Y digo un tal Alfonso Reyes, porque las tres sucintas páginas firmadas con este nombre no parecían dignas del célebre neoleonés sino de algún impresor de la burocracia contemporánea. En él, el elogio, la grandilocuencia, la superficialidad.

En el otro prólogo, del poemario La Venus de la Alameda, se enumera cronológicamente la vida del poeta. Hace un breve análisis de su poética y filias literarias; así como las razones (implícitas) del porqué ha sido olvidado y peor aún, el porqué de su autocensura y la falta de ganas para escribir que López padeció los últimos años de su vida. Se cuentan las glorias y los múltiples trabajos del poeta: publicó en todas las revistas literarias importantes de su época, fue miembro de Ateneo de la Juventud, profesor y prolijo cronista en diarios como El Universal; así como partidario de movimientos vanguardistas como el Estridentismo y el Agorismo, que como consecuencia lo llevaron a decidir no aceptar su curul en la Academia de la Lengua. Finalmente, el joven vate creció al aceptar la dirección del Archivo General y como pasa comúnmente (la burocracia y la poesía no se llevan de la mano) el poeta no escribió más.

Sin embargo, en ninguna de las líneas escritas a Rafael López aparece rastro alguno de su casa, sólo la fecha de su nacimiento (Guanajuato, 4 de diciembre de 1873). En mi rápida investigación no encontré imagen del lugar donde vivió y pasó sus primeros años. No puedo aseverar que ahora en ese sitio hay una casa de cultura, un cibercafé, una tienda de ropa femenina o un Oxxo. Fallé. Esa casa es para mí un lugar desconocido, un casi no lugar. No prometo regresar para montarme en un seudo tranvía y escuchar el guión impreciso del guía donde indique que de lado derecho se encuentra la casa del poeta guanajuatense Rafael López, no tiene caso ni sentido. Al regresar a la vieja Ítaca citadita que es la Biblioteca México entendí que la casa de un poeta son los libros que dejó; los versos, sus puertas y ventanas; las estrofas, la sala y el baño; las rimas y los temas, las lumbres, el agua de las tuberías: un hogar.

 


Autores
La redacción de Tierra Adentro trabaja para estimular, apoyar y difundir la obra de los escritores y artistas jóvenes de México.
(ciudad de México, 1984). Poeta, narradora y editora. Ha publicado en diversas revistas literarias como Casa del TiempoDédaloSíncopeEste PaísPalestraMaldoror (Uruguay); la revista digital Valderrama y el suplemento cultural Guardagujas, de la Jornada Aguascalientes. Su primera obra poética Cosas que nunca dije antes de que estallaran las bombas fue publicada en 2012 por el sello editorial catalán Foc. Fue becaria en el área de narrativa por la Fundación para las Letras Mexicanas (2009-2010).
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Fotografía cortesía de la autora
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